Por Yenys Laura Prieto Velazco - Cuba Contemporánea.- Es posible. Le digo que no desconfíe. Avanzamos hacia un salón. Allí descubrimos una colección bien nutrida, atesorada durante muchos años. Detrás de cada pieza se enhebra una historia que él, Alex Rosenberg, insiste en narrar. Nosotros escuchamos, como quien se asoma a un pozo. Después de dar algunas vueltas, nos encontramos en un punto común. Llevarlas al otro lado del mar; a una isla, para ser exactos; a un país surrealista, para ser precisos; a Cuba, para comenzar a definirlo todo. Así nació la iniciativa, hace dos años, en Estados Unidos, asegura Máximo Gómez Noda, curador de arte francés del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana.


La visita a la residencia de los esposos Rosenberg, la puerta abierta a aquella colección de grabados de Salvador Dalí –nunca antes exhibida en Cuba– fue solo el comienzo de un proyecto que no pudo llegar a suelo insular durante las celebraciones por el centenario del Museo, pero que ahora estará desde el 24 de julio y hasta el mes de octubre en su edificio de Arte Universal.

No se tienen muchas referencias en Cuba del Dalí grabador –comenta el especialista–, por eso creemos que la exposición nos va a ayudar a descubrir a uno de los genios creativos del surrealismo. Estruja los recuerdos y después de unir algunos tiempos, imágenes sucesivas que va deslizando, asegura que solo hay antecedentes de un proyecto parecido que a finales de los 80 –o principios de los 90, no puede precisar– trajo a Cuba una muestra de pinturas del polémico artista.

Memorias del surrealismo presenta 95 grabados realizados fundamentalmente con la técnica litográfica, los cuales se agrupan en las series “Los cantos de Maldoror”, “Viaje fantástico”, “Las doce tribus de Israel”, “La Divina Comedia”, “Dalí interpreta a Currier y a Ives”. Una parte de las obras proceden de la colección personal de Alex y Carole Rosenberg, aunque también hay piezas de los coleccionistas Walter Maibaum y Carol Conn, Peter Lucas y Max Arnold, Mike Tinsley, Rob Piepsny y Jospeh Nuzzolo.

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En el King Cole Bar del St. Regis Hotel, de Nueva York, Alex observaba atento a aquel hombre deliciosamente excéntrico, capaz de despertar sensaciones contrapuestas, entre el abrazo y la bofetada. (Recordemos también que fue el escritor y psicólogo Timothy Leary quien refirió que Dalí era el primer pintor LSD sin LSD. Un artista que siempre se las arreglaba para “dar una patada en la pierna derecha de la sociedad”, con el único fin de ser recordado, como declaraba el propio Dalí).

"(...) calculé que aun tratándose de un maestro como él, dos de ellos debían ser brillantes, ocho mediocres y dos pobres. Pero realizó doce obras maestras"

Financiar una carpeta de grabados fue la propuesta que hizo Alex, aquel día de 1967, a un sujeto que respondió al otro lado del teléfono. No era Dalí sino el Capitán Moore (John Peter Moore), su secretario personal. No tenían cita, era imposible el encuentro inmediato. Pero unos minutos después de pasadas las 5 de la tarde dos hombres, casi de modo simultáneo, atravesaban el umbral del St. Regis para coincidir en el bar. Primero: reticencias, sospecha, un personaje dubitativo. Luego: explicación, propuesta, puja. Dos conversan, con miedo de pisar terreno endeble, pero todo avanza hacia una zona más sólida cuando hacen una señal. Un barman se acerca.

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Un día después ocurrió finalmente el encuentro con aquel artista que hacía alardes de sus excesos y que (se) amaba y aborrecía, por puro placer a (des)merecer su propio reflejo.

“Me resulta muy voluptuoso cretinizar a la gente. Pero también despertarla”, apuntaba en una entrevista Salvador, el de las historias caóticas, el desordenado enemigo y amante del mundo, el que movió las pasiones de García Lorca, el hombre deslumbrado por los poderes –aun por los más cruentos– o, al menos, el hombre que intentó crecer dentro de ese mito, porque a fin de cuentas, ya lo dijo el novelista Italo Calvino, "nada es más falsificable que el inconsciente".

En una sala pequeña, donde se encontraban un joyero, un sastre, un camarero, varias mujeres y hombres de rostros desconocido, justo en medio de esa aglomeración, Dalí pintaba uno de sus cuadros –narra Alex Rosenberg, hoy Presidente de Salvador Dalí Research Center.

Allí irrumpe Gala, su esposa; tal vez la mejor –casi la única– concreción sincera de su amor a los otros. En ese lugar propone a Dalí realizar la carpeta de grabados. Tuvo una respuesta afirmativa, pero en ese instante él debía otorgar solo su silencio. Dalí estaba creando.

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“Memorias del surrealismo marcó un momento en la vida de Dalí. La carpeta debía contener doce grabados, pero calculé que aun tratándose de un maestro como él, dos de ellos debían ser brillantes, ocho mediocres y dos pobres. Pero realizó doce obras maestras”, escribe Alex en el texto que acompaña la exposición. Asegura además que uno de ellos, “Alicia en el país de las maravillas”, está considerado como uno de sus mejores grabados.

El proyecto enfrentó varias vicisitudes. Solo la creatividad de Dalí pudo vencer aquellos escollos. Durante el traslado de las piezas a la imprenta, la cera del papel comenzó a derretirse dejando unas manchas. La causa: una manipulación poco cuidadosa.

En menos de cinco días –y no sin manifestar su molestia extrema ante tal situación– Dalí reparó cada uno de los gouaches dañados por el calor.

“Lo más interesante fue descubrir que no había pintado sobre las manchas sino que había creado objetos como piedras y otras cosas en colores más oscuros que los originales para esconder las imperfecciones y tratar de que pareciera parte de la obra”. Finalmente podemos decir que en la carpeta confluyeron tres diferentes procesos de impresión y fue denominado como “aguafuertes originales en litografías a color”, revela Alex en su texto.

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Lo cierto es que Dalí se declaraba como un hipócrita, “una buena cocinera de pintura al óleo”, y nunca dejó de sugerir a sus entrevistadores que añadieran un poco de “confusión” a sus palabras, “si las cosas aparecen demasiado claras”.

De ese modo, se unirán en La Habana Napoleón y una cocinera. Narciso y el Conde de Lautréamont.

(...) nunca dejó de sugerir a sus entrevistadores que añadieran un poco de “confusión” a sus palabras, “si las cosas aparecen demasiado claras”

“Cuando estés en tu lecho y escuches los ladridos de los perros en la campiña, ocúltate bajo tus mantas, no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como tú, como yo, como todos los demás humanos de rostro pálido y alargado”, escribió el Conde en un libro extraño que llamó Cantos de Maldoror, obsesiones que retoma Dalí en una de las series que se exhibirán en Cuba.

Esos grabados son subsuelo memorioso –pienso en Dostoyevski, por supuesto, así es la psiquis humana– y, para suerte del ojo insular, estarán en el espacio nuestro como testimonio de su ingenio. Quedamos convidados, entonces, a dejar en él un golpe rotundo o un amor visceral. O ambos.

Alex Rosenberg, máximo organizador del proyecto expositivo que llegará a La Habana, revela al artista desde la evocación: “Al paso de los años, cuando retrospectivamente analizo a Dalí me doy cuenta de que él tenía una actitud infantil ante la vida. Cada mañana al despertarse debe haber preguntado: ¿qué cosa escandalosa puedo hacer hoy? Dalí fue realmente una persona excepcional, un bufón contra el aburrimiento”.

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