Alain Valdés Sierra - Granma.- El público y la crítica tienen a Omar Franco como uno de los actores cubanos más sólidos de la escena contemporánea por su versatilidad, rigor profesional y carisma, cualidades que ha cultivado en más de dos décadas dedicadas al trabajo sobre las tablas.


Graduado de Ingeniería en Con­trol Automático por la CUJAE, Fran­co decidió desde su etapa de estudiante ligar su vida a la actuación y según contó a Granma desde entonces todo ha ido in crescendo. Pre­cisamente hoy estrena su unipersonal Strike en el teatro Mella, espec­táculo con el que celebra 22 años de carrera artística y que, adelanta, se llama así porque quiere que el público que asista le haga swing.

“Estará en cartelera cuatro días y estructurado en dos partes. La primera es con el personaje de Ruperto, muy popular gracias al programa televisivo Deja que yo te cuente, y narra el primer día de su recuperación, tras salir del coma que le ocasionó el pelotazo recibido del mítico jonrón de Marquetti en 1986. Luego un compendio de textos que han sido muy disfrutados por la gente que sigue mi trabajo. La puesta anda sobre la hora y media de duración, la dirección artística es de Roly Peña y la producción de Bobby Estany, espero que guste lo que va a pasar en Strike”.

Pero Omar Franco es casi imposible de encasillar a causa de sus logros, además del humor, en la televisión, el cine y el teatro, este último al que asegura debe casi todo lo que es como actor.

“Trabajé durante tres años junto a Armando Suárez del Villar y aprendí muchos de los secretos que se necesitan para estar en la escena. Luego entré a Humoris Causa, junto a Iván Camejo, donde hice Mar­ke­ting, nues­tro primer gran espectáculo. De todos estos años agradezco mucho que guste mi trabajo, que también es  el resultado de ser consecuente con lo aprendido al lado de grandes actores”.

—A lo largo de tu carrera ¿cuál es el personaje que más te ha marcado?

—Del 2004 al 2006 mi vida actoral ha sido muy intensa porque pude hacer tres estrenos mundiales como protagonista. Primero fue el personaje de Pepe en Penumbra, y ese, creo, es el papel que más me ha marcado, porque este texto de Amado del Pino, dirigido por Osvaldo Doi­meadiós, me exigió mucho y logró el aplauso del público y la crítica, además  me valió el Premio Caricato de Actuación en Teatro de ese año. Después vino Freddy, dirigido por Carlos Díaz, un texto de Abilio Es­tévez muy complejo, uno de los más difíciles que he hecho.

“Otro personaje complicado que he asumido es Mario Conde en Viento de cuaresma, de Leonardo Padura, papel que cuando fue llevado a las tablas ya se conocía gracias a la novela homónima. Tony Díaz siempre quiso que se viera en escena de la manera en que la gente lo tenía preconcebido, algo muy acertado y que me gustó mucho por todos los matices de su personalidad. Esos tres personajes, fundamentalmente el Pepe de Penumbra, marcaron so­bremanera mi carrera como actor”.

—… y Rogelio en Pablo?

—Eso es curioso, en el cine comencé con Arturo Sotto en el personaje de un posadero, luego Diente de sable en Hacerse el sueco, de Daniel Díaz Torres, y después vinieron los nombres: Reinier en Kan­gamba, Domingo en El premio flaco, y Jesús en Habanastation, hasta que aparece Rogelio.

“Pablo es uno de esos proyectos que despiertan dudas en un inicio, no solo porque era una ópera prima, sino porque todo el equipo técnico debutaba en el séptimo arte, con excepción de Aramis Delgado y yo. Cuando leí el guion me pareció muy interesante, una vez comenzados los ensayos me di cuenta de que el personaje podía causar una impresión muy fuerte en el público, y tras un mes de rodaje se logró una producción de altísima factura. Rogelio me marcó mucho, desintoxicarme del personaje me llevó un buen tiempo, sobre todo en la relación con mi hijo, pero lo agradezco porque fue un gran reto por sus características, de ahí el Premio a Mejor Actor de Reparto en el Festival Internacional de Cine de New York el año pasado”.

—¿En qué medio te has sentido más cómodo?

—Mi mayor reto ha sido el teatro porque me ha servido de bagaje para trabajar en los otros medios. En el teatro se trabaja de cero a cien, no hay cortes, edición o pausas, además tienes al público en directo, la retroalimentación es simultánea con el trabajo sobre la escena. Aunque eso no quiere decir que subvalore a los demás, el cine es el que más queda de todos, el teatro es efímero aunque exige mucho, y para la televisión hacen falta muchas herramientas para que todo salga como debe ser. Por suerte al público le gusta  mis personajes, y si ellos lo agradecen, pues bueno, ese es el mayor premio al que un actor pueda aspirar.

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