Amado del Pino - Granma.- Desde hace varios años la compañía Mephisto Teatro —dirigida por la cubana Liuba Cid— viene ganando importantes espacios en los festivales de teatro, los comentarios de la crítica y la entusiasta acogida del público español.
Lope de Vega y el también clásico, aunque menos conocido Rojas Zorrilla, son dos de los autores que han sido sometidos, con una mezcla continua de picardía y rigor, al trabajo dramatúrgico de Liuba y su talentoso colectivo. La presencia mayoritaria de cubanos en el equipo creador irradia ritmo, musicalidad, hasta un desparpajo bien pensado a estas propuestas.
Con El burgués gentilhombre —que se está presentando durante todo agosto en los jardines de la muy concurrida sala Galileo de Madrid— las búsquedas de Mephisto Teatro llegan a un momento de madurez y sutileza. El clásico texto de Molière está respetado en su esencia y —siguiendo una robusta tradición del teatro popular— confrontada con las circunstancias del espectador de hoy. Burlarse del que quiere ser más culto, refinado o famoso de lo que merece es un tema que no envejece. En el muy digital y globalizado siglo XXI esa tendencia a parecer y posar más que a ser y merecer, aparece continuamente lo mismo en España que en La Habana de nuestros días.
En el manejo de la travesura, la transgresión, hasta la burla de vocación social sigue estando la raíz cubana pero ahora se junta con personajes y situaciones que vienen de los tipos y las circunstancias de la tradición madrileña o andaluza.
A nivel de puesta en escena hay un depurado trabajo con el ritmo que se expresa en un sentido aparentemente natural pero muy elaborado de los tiempos para cada escena. También resultan bien integrados el ámbito sonoro, que firma Pilar Ordóñez, y la sencilla pero rica coreografía a cargo de David Hernández.
Las actuaciones son el sostén central y la carta de éxito de esta puesta en escena. Ocho actores interpretan los personajes masculinos y femeninos de la obra, a la manera de la práctica teatral de siglos atrás.
Dos intérpretes cubanos que admiro desde hace muchos años vertebran el juego que reina en el envidiable crecimiento del espectáculo. Justo Salas da lecciones a la hora de lograr la risa a través del depurado lenguaje gestual y vocal, protagonizando sin forzar resultados ni permitirse estridencias. Jorge Ferrera derrocha gracia, buen decir, especial dominio de un frenético juego escénico en el que su personaje —sin gota de pedantería— nos recuerda todo el tiempo que estamos viendo, a pesar de la libertad y la vocación transgresora de la versión de Cid, una de las más universales comedias de Molière.
Rey Montesinos, hábil y eficaz protagonista a la hora de acercar el espectáculo a sus receptores, así como Guillermo Dorda y Fidel Betancourt aportan también mucho de equilibrio y temperamento. En el trabajo de Daniel Moreno, Gabriel Buenaventura y Juan Antonio Molina podría encontrar detalles que revelan algo menos de elaboración o sutileza interpretativa pero se mantienen el vigor y la mencionada mezcla de juego y seriedad.
En tiempos de falsas solemnidades, de viejas caricaturas de ascenso social que ahora se presentan con maquillaje nuevo y globalizado, Liuba Cid y su laborioso equipo nos advierten que el teatro sigue valiendo para desenmascarar alegremente, juntarnos con mayor o menor gravedad pero con milenaria eficacia.