Por Guadalupe Yaujar Díaz*/Foto Cubadebate-Martianos-Hermes-Cubainformación.- Este lunes Cuba inicio un nuevo curso escolar con la matricula de más de 1 millón 800 mil estudiantes en las aulas de las diferentes enseñanzas del país. Sin costo alguno todos accederán a los conocimientos, derecho ciudadano y conquista social revolucionaria. Entre ellos mi nieto Fabián, que con solo 19 años, cursará su tercer año de ingeniería mecánica en la universidad habanera de la especialidad.


El fin de semana quiso él regalármelo, a pesar de los compromisos con la novia, y junto a mi esposo hicimos un lindo y anticipado recorrido verbal de lo que podría ser su futuro, que le vaticinamos brillante, por su constancia, inteligencia y modestia. Repasamos lo que fue “mi primer día de clases”, cuando todavía no había cumplido yo los cinco años.

Es hermoso y triste, le dije, traer a la memoria a los padres que ya no están físicamente los cuales, como finos artesanos, contribuyeron a la forja de nuestra personalidad. También hablamos de las primeras profesoras que tuve, todas vestidas de color negro, acento castizo y a las que nunca vi un solo pelo de su cabeza, porque una cofia se los impedía. Aquellas religiosas “Escolapias” de voz susurrante al oído, sembraron criterios abonando impaciencias y determinaciones, que quedarían para siempre en mi espíritu inconforme ante la injusticia y la manera de ser consecuente y conducirme en la vida.

Ese inolvidable primer día escolar, tesoro de la caja mental de recuerdos, es algo tremendo y profundo. Niña mimada de un padre masón, que destinó mi formación religiosa, supe desde temprano que “no todos los niños” de mi natal Cárdenas, en la central provincia de Matanzas, ni los de Cuba podrían asistir a la escuela privada, y ni públicas, y tampoco gozarían los privilegios de una enseñanza elite, a la cual se accedía solo por fortaleza económica. Pero como a esa edad se es feliz, por inocencia, y no se piensan diferencias, allí en el umbral de la majestuosa casona de la calle Real, principal de la ciudad, me atraparon la alegría y las nuevas amigas, Maruja, Rosy, Helena o Katia,… Coterráneas, que como yo, tenían padres cuyos recursos económicos le permitirían transitar un camino escolar “colorido” y que quizás ahora, viviendo fuera del país, puedan leerme después de tantos años. De seguro todas disfrutaremos ese pedacito que hoy narro.

Mientras los amigos de mi hermano, mayor casi cuatro años que yo, típicos socios de barrio clasificaban en los muchos sin colegio elite y algunos ni siquiera publica. Aunque siempre estaban unidos sin distinción de bolsillos, sino por afinidades superiores a cuestiones monetarias, lo concreto era lo de todos los días, jugar a la pelota o las bolas en la calle empinar papalotes o entrarse a tiros con pistolas de fulminantes... Estos asistirían a la primaria pública con blanquísimas camisas confeccionadas con la tela en que se envasaba la harina. De eso nunca nos hemos olvidado, y menos cuando además entraba yo en algún que otra distracción callejera conjunta. Sus madres decoloraban los letreros con lejía y luego coserían una pieza de uniforme como la reclamada por el reglamento y que nada tenía que enviarle a la inaccesible en precios de la tienda.

A mi memoria vienen aquellos días de “tiempos sin concesiones” para los pobres, que ansiaban los conocimientos y no les daba la cuenta para que todos asistieran a la escuela pública, si la prole era grande.

En la actualidad, tras el triunfo revolucionario, la mayoría son profesionales en las ciencias, las letras y la tecnología.

Esas reflexiones, me acompañan y comprometen aun más desde el ejercicio del periodismo. Atrás quedo una etapa de pequeños privilegios de clases de piano, lindas representaciones escolares o el paso por la banda de música, de una sociedad clasista y nada igualitaria.

La vida se me redimensiono desde 1959 cuando con trece años fui de las primeras en alistarse para alfabetizar. Luego, cuando mi hija Francis tuvo su primer día de clases de manera feliz y con los años se hizo periodista. Después con mi nieto Fabián que contemplo junto a una generación sin compromisos formales y si con la sociedad y la Patria. Y por si fuera poco se que son muchos los que en otras latitudes del planeta le agradecen a Cuba que les hayamos enviado el programa de alfabetización “Yo sí puedo”, maestros y un primer día de clases. Acá en la Isla deviene derecho constitucional y rutina que no constituye preocupación familiar: gratuita enseñanza y de calidad, en una sociedad que se reorganiza y perfecciona en aras de derroteros mayores. Los jóvenes universitarios y los niños que, por primera vez, asisten hoy a las escuelas sonríen aunque haya bloqueo económico estadounidense y carencias materiales.

*Guadalupe Yaujar Díaz, periodista cubana.

Enviado por la autora a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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