Mabel Machado  - Cuba Contemporánea.- Silvio Rodríguez, ese símbolo de la nueva trova que ha sido también un ícono de la cultura cubana de los últimos 50 años, publicó en su blog hace poco más de una semana una denuncia sobre la situación de incertidumbre alrededor de los estudios de grabaciones Abdala.


El proyecto fundado en los 90 por iniciativa del cantautor y con el respaldo de la máxima dirección del país para apoyar la creación musical nacional en aquel período de recia crisis económica, padece del mal que ahora inquieta a un gran número de pequeñas empresas en la Isla de cara a la anunciada unificación monetaria: la incapacidad para pagar sus deudas con otros organismos del Estado, lo cual lo hace, casi de facto, irrentable. El adjetivo se vuelve peligroso en una coyuntura en la que todos los sectores han sido llamados a trabajar por la sostenibilidad del sistema, pues a menudo lo irrentable se torna inviable y deja de existir, sin que ello provoque demasiado ruido.

En los posts aparecidos en el blog Segunda Cita a propósito de Abdala, Silvio no reclama para sí un proyecto que surgió en beneficio de su gremio y, por transitividad, en favor de la historia cultural de la nación. El artista alerta sobre los riesgos que puede acarrear la absolutización de las nuevas premisas económicas sobre la esfera de la creación artística, y sobre lo contradictorio que resulta que dentro de la Revolución que ha defendido tanto sus conquistas en materia de educación y de cultura se dejen morir iniciativas como esta.

Los comentarios a propósito del posible cierre de los estudios de grabación han generado la polémica dentro y fuera del país, como casi siempre sucede cada vez que el trovador levanta la mano para opinar sobre cuestiones que implican a decisores políticos o que se consideran demasiado sensibles como para ser abordadas en público. El cineasta Fernando Pérez, otro intelectual de verbo filoso y profundamente patriota, ha celebrado a propósito de este nuevo debate la “coherencia de la poética y el pensamiento” de Silvio, y la defensa que de ello ha hecho “como artista y hombre de su tierra”.

El director de Clandestinos se pronunciaba así en la presentación del documental Canción de barrio (Producciones Canek y Ojalá), estrenado en pleno ir y venir de las opiniones sobre la viabilidad y el significado de Abdala. Este audiovisual de Alejandro Ramírez, realizado en el contexto de la gira del cantautor cubano por comunidades de la Isla consideradas “marginales” o “periféricas”, permite entender en un sentido mucho más abarcador la postura de Silvio ante los problemas de su tiempo, que ha sido la del artista que cree en el poder transformador de la cultura. 

Mientras transcurre la gira –que ya supera los 200 conciertos–, el autor de Causas y azares se ha enrolado en otros debates similares al que está candente aún a propósito de Abdala. No obstante, la idea de salir a los barrios de la capital menos favorecidos, preteridos en temas de desarrollo económico y cultural, supera cualquier otra acción ciudadana de las que ha acometido el trovador, quien ha pasado hasta por las butacas del Parlamento como diputado.

Silvio es el pretexto

La historia de este periplo se ha contado en diferentes espacios e incluso fue reflejada en otro documental, Ojalá, dedicado al poeta y compositor, que inauguró el Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano en 2012. El inicio tuvo lugar en el barrio habanero de La Corbata, motivado porque un oficial de la policía vecino de allí pidió a Silvio que cantara para los habitantes de esa comunidad, necesitada del aliento de bien que puede insuflar la cultura.

El material que Alejandro Ramírez ha construido en 80 minutos, después de acumular más de 200 horas de grabación, sistematiza la experiencia de los dos primeros años de “la gira interminable”, desde La Corbata hasta la zona Micro X en Alamar, y cuenta la anécdota del policía, la versión de los artistas que fueron invitados a participar en las masivas presentaciones en las calles y la manera en que el principal impulsor de este megaproyecto y sus colegas comenzaron a descubrir –y a dar a conocer– una realidad invisibilizada en los grandes relatos sobre la Cuba de hoy.

Canción de barrio permite al espectador disfrutar algunos de los temas antológicos del trovador, grabados en vivo por el equipo de los estudios Ojalá durante el transcurso de los conciertos, y coloca siempre de manera enfática las frases más crudas de “El necio” o “La era” sobre imágenes que hablan por sí solas del olvido, la precariedad y la destrucción de los sitios en los que se producen los recitales.

La crudeza de esa realidad que el director y su equipo fueron penetrando hasta lo más profundo, con el consentimiento de los pobladores de barrios "malafama" (Pogolotti, V Congreso, La Corea, Luyanó, Jesús María...) es tan aplastante que el ojo crítico llega a comprender por qué hay tantos “subrayados” en el documental, tantas alusiones directas y mucha menor cuota de lirismo que en deMoler (2004), una obra anterior y paradigmática de Ramírez sobre el desmontaje de los centrales azucareros en Cuba con la Tarea Álvaro Reynoso.

Entrenado ya en retratar la desilusión y las ruinas, pero sin inclinarse del todo por la estética del derrumbe, el director de Canción de barrio hurga en los hogares de familias migrantes que han construido sus casas de manera ilegal en zonas periféricas de La Habana, y en los de aquellas que han tenido que mudarse a albergues por haber perdido las suyas tras el efecto de eventos climáticos y el deterioro por el tiempo.

La cámara, algunas veces ansiosa por descubrir lo que hay detrás de las tablas, los cartones y las cortinas de tela, se detiene en la vida de asentamientos como El Fanguito, una comunidad que colinda con el barrio de El Vedado, donde la situación habitacional se complica con el crecimiento de las familias, al punto de que las casas tocan la ribera del río Almendares y se inundan cuando hay crecida.

El documental entonces reserva a Silvio y a su música la función ilativa y convierte en protagonistas a quienes los esperan al pie de la tarima. Los habitantes de los barrios que él visita encuentran en el concierto y en el interés del documentalista la posibilidad de mostrar la cocina sin techo, la fosa desbordada, la estrechez de la ciudadela donde conviven más de cien personas, el camastro que se coloca en un edificio abandonado para pasar las noches, la bodega a punto de derrumbarse.

Canción de barrio ha tenido el acierto de mostrar los núcleos de conflicto más candentes en la actualidad para una parte de la población cubana: el problema de la vivienda, la falta de correspondencia entre los salarios y el acceso a los bienes primarios de consumo, la inequidad entre grupos sociales, las migraciones internas y externas, la reproducción de comportamientos marginales y la situación de las personas de la tercera edad.

En el audiovisual los testimoniantes hablan también de la prostitución, del robo, de la corrupción, del “business” y del “invento”, y de cómo algunos aprovechan las fracturas del sistema para salir adelante sin demasiados escrúpulos. Pero al mismo tiempo, y en franco equilibrio, aparecen las voces de obreros y de jubilados que confían en el propio sistema para resolver sus problemas y que agradecen la posibilidad de vivir en Cuba a pesar de todo.

Fernando Pérez, quien también cree que este no es un documental sobre Silvio, sino “sobre la desesperanza y la precaria esperanza de quienes viven en una parte silenciada de nuestra sociedad”, mostró en aquel monumento del cine cubano que es Suite Habana cómo un joven bailarín del Ballet Nacional se las arreglaba para asistir a los ensayos de la compañía y para salvar su casa del derrumbe mezclando el cemento y la arcilla con sus propias manos.

El documental de Alejandro Ramírez tiene también historias de resistencia y de fe tan conmovedoras como las de aquella película, aunque la poesía se la haya dejado a Silvio a lo largo de casi todo el metraje. Canción de barrio logra imágenes difíciles de apartar de la memoria, como aquella en que un viejo, sentado en el contén de una acera fija la vista en el hocico de un perro callejero que lo mira sin moverse mientras el tiempo pasa. Pero los descubrimientos de la gira del trovador han sido tantos y el agradecimiento de las personas tan cálido e inesperado, que se hizo urgente darles la posibilidad de mostrarse sin demasiados intermediarios.

Silvio, con esta gira que sigue la estela de aquella realizada por las prisiones de Cuba, se ha echado al hombro la labor comunitaria que muchas instituciones y artistas no acometen; mientras que el documental, el cine -una vez más- taponea los vacíos que no acaba de llenar el periodismo.

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