Visto en La Habana. Una pareja se saca una foto con la ayuda… de un policía.

Fernando Ravsberg - Público / Contrainjerencia.- El domingo me invitaron a formar parte de un panel del Circulo de la Confianza en la Fábrica de Arte de Cuba. El tema se centraba en el progreso, que significa el concepto, si Cuba progresa con las reformas y que se debería hacer para tener un futuro de progreso.


A pesar de lo denso del asunto, la sala estaba repleta de cubanos de todas las edades y se mantuvo así hasta el final. Muchos expresaron criterios muy sólidos pero el más aplaudido fue el concepto de que no puede haber progreso sin participación ciudadana.

Volví a escuchar el deseo de que Cuba se convierta en “un país normal” y me sorprendió que a continuación expresaran que eso implicaba dar acceso a todos a internet, tener un salario que les permita a todos vivir dignamente y viajar a otras partes del mundo.

Me parece muy bien que los cubanos aspiren a un progreso que los incluya a todos y no solo a una minoría pero si lo lograsen no serían “un país normal” sino una excepción dentro de una región que ostenta el triste privilegio de tener la mayor desigualdad del mundo.

En nuestro continente conviven algunas de las mayores fortunas del orbe con niveles de miseria y marginación terribles. Un termómetro es Brasil, la gran potencia regional, donde Lula y Dilma acaban de sacar de la extrema pobreza a 40 millones de personas y aún les queda mucho por hacer.

Quienes hablan de que Cuba se convierta en un “país normal” no pueden estar pensando en la normalidad de Holanda, Suecia o Canadá. Sería un total desvarío pretender que una nación subdesarrollada y de muy escasos recursos naturales alcance esos niveles de bienestar.

La única “normalidad” que Cuba podría alcanzar a corto o mediano plazo es la de su región, la de Latinoamérica, donde no todos participan del progreso, muchos reciben salarios que no llegan a fin de mes y solo una minoría tiene acceso a internet o a viajar a otros países.

Las sociedades latinoamericanas toleran el trabajo infantil y los niños de la calle, sin un techo donde cobijarse, sin escuelas ni atención de salud. Es la normalidad que millones de personas vivan en las villas miseria, las callampas, las favelas o los cantegriles.

En mi viaje a Perú estuve en el desierto de Ica, en un oasis donde había una conexión a internet que, viniendo de Cuba, me dejó asombrado por su velocidad. Y entre las dunas de ese mismo desierto, en medio de la nada, nos encontramos con una villa miseria.

La normalidad de nuestro continente es la de la violencia extrema, hasta en el pacífico Uruguay la seguridad se ha convertido en tema de campaña electoral. Los ejemplos de México, Colombia, Venezuela, Brasil o El Salvador los conocemos todos sobradamente.

Yo sé que no me corresponde a mi como extranjero decir a los cubanos hacia donde caminar pero si puedo expresar el deseo de que Cuba no se convierta en un “país normal” sino en una anomalía en la que el progreso abarque a todos los ciudadanos.

Deseo que todos los cubanos accedan a internet, puedan viajar y sobre todo tengan un salario digno que les permita vivir honradamente. Pero también deseo que en el altar del “progreso” no se sacrifiquen la salud, la educación, la atención a la niñez o la seguridad ciudadana.

Progresar todos juntos y sin perder lo alcanzado hasta hoy es el gran reto que enfrenta la sociedad cubana, pero eso solo se logrará si se plantean construir “un país diferente”, diferente a los de su región y diferente a lo que fue Cuba hasta el día de hoy.

Es además un progreso que, como expresó el público en el debate, debe contar con la participación de todos en la toma de decisiones. Ni siquiera eso garantiza el rumbo correcto pero siempre es más difícil errar cuando el camino se decide entre todos.  

* Fernando Ravsberg. Periodista nacido en Uruguay en 1957. Durante muchos años fue corresponsal del servicio latinoamericano de la BBC en la Habana.

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