La desaparición del Muro de Berlín no fue el triunfo irrevocable del capitalismo...

Nestor Nuñez Dorta - Cubahora.- El Muro de Berlín es el símbolo de una confrontación que no fue tan fría como asegura su nombre. Berlín Oeste o Berlín Occidental era un enclave perteneciente al espacio económico de la RFA en medio del territorio de la RDA y, legalmente, no formaba parte de la RFA.


Muro de Berlín. Conocido como Muro de Protección Antifascista, fue parte de la frontera interalemana desde el 13 de agosto de 1961 hasta el 9 de noviembre de 1989 y separó la zona de la ciudad berlinesa bajo control de la República Federal de Alemania (RFA), Berlín Oeste, de la capital de la República Democrática Alemana (RDA).

El muro se extendía a lo largo de 45 kilómetros que dividían la ciudad de Berlín en dos y 115 kilómetros que separaban al enclave Berlín Oeste de la ciudad de Berlín, capital de la RDA. Constituía la frontera estatal de la RDA con Berlín Oeste.

De acuerdo con el gobierno de la RDA, el objetivo del muro era evitar las agresiones occidentales, argumentando que la construcción del muro era consecuencia obligada de la política de Alemania Federal y sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Los vencedores suelen escribir la historia, e incluso algunos de ellos intentan persistir en sus versiones aún cuando las realidades posteriores desdicen de sus “glorias”.

Es el caso de lo que ocurre a un cuarto de siglo de la desaparición del emblemático Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, hecho que pretendió ser ungido por la derecha global como la muerte de las ideas revolucionarias, el fin de la historia, y la imposición eterna del capitalismo como último escalón en el devenir de la civilización humana.

Y lo ocurrido, desde luego, trajo su cola de parte y parte. No fueron pocos los que se tragaron el anzuelo, renunciaron a las ideas progresistas o se hundieron en la incredulidad y el desencanto.

Solo que la fiesta no duraría lo suficiente para que el hegemonismo se convirtiera en catecismo y dogma universales, porque no faltaron aquellos que desde un principio se declararían rebeldes de plano frente al renovado mapa imperial, ni tampoco quienes, con renovado espíritu de lucha, enderezarían por su verdadero cauce las maltratadas doctrinas revolucionarias y llevarían a la práctica modalidades más sensatas y lógicas en el esfuerzo por construir un mundo mejor para todos.

De ahí que más que de derrota, se hable hoy con creciente acierto de que el descalabro de la Unión Soviética y el campo socialista europeo, que cerró de forma abrupta la pasada centuria, no fue más que una sonada lección para enemigos y amigos.

Para los primeros, porque ciertamente, en apenas dos decenios y medio, el mundo en que hoy vivimos no es precisamente el que los sacerdotes del capital esbozaron en las décadas del ochenta y el noventa del siglo pasado, ajeno a las transformaciones políticas, económicas y sociales de orden progresista, y libre de la presencia de potencias emergentes capaces de dar batalla al aspirante a emperador global.

Para los segundos, porque el ejercicio de la resistencia y el análisis crítico mostró que cuanto se había perdido –sin dudas con una historia y una influencia enormes en su tiempo- no era más que una forma anómala de llevar adelante los procesos revolucionarios mediante derroteros plagados de incorrecciones, vicios, desvaríos, inmovilismos y dogmas, prácticas totalmente ajenas a lo mejor del pensamiento progresista universal.

En consecuencia, la llamada caída del Muro de Berlín, adoptada inicialmente por los poderosos como el símbolo del cisma revolucionario mundial, ha resultado en verdad una invaluable experiencia para las fuerzas populares en materia de que debe y no debe hacerse en la gigantesca obra de transformar positivamente la realidad y la conciencia de la gente.

Y no faltan ejemplos en nuestros días de que el movimiento revolucionario ha sabido limpiar los polvos de los errores y poner en práctica marchas menos propensas a los traspiés estratégicos.

Basta pasar la vista por nuestro hemisferio, donde los gobiernos de izquierda que han venido copando el espacio geográfico regional han colocado en primer plano el análisis lo más exacto posible de sus características objetivas y subjetivas a la hora de ejecutar las transformaciones internas que cada uno de ellos enfrenta.

No desdicen, dicho sea de paso, de otras experiencias, pero no para ejecutar nocivas copias al calco, sino como referentes y acervo que pueden o no servirles en sus propios empeños.

Tampoco parecen inclinados para nada a la adopción mecánica de consignas, teorías, idealismos o dictados, sino a poner en práctica en su contexto lo que esa realidad reclama, demanda y admite, en un ejercicio de apertura bien meditada a cuanta opción aporte racionales y reales beneficios.

En consecuencia, bien vale reiterarlo, no es mucho lo que, por sobre su habitual retórica mediática, podrán celebrar los hegemonistas en este aniversario veinticinco del derrumbe del muro berlinés... y es que muy poco les duró el pretendido dulce.

Marx habla sobre los 25 años de la Caída del Muro de Berlín

Marcelo Colussi - Argenpress.- No puedo dar los detalles precisos, sino simplemente hacer saber que recibí esta carta. Con mi pobre alemán me permití hacer la traducción, y como creo que esto es muy importante, hago circular el texto de marras en su versión española.

Trabajadores del mundo:

Las fuerzas de la derecha internacional festejan alborozadas estos 25 años de la Caída del Muro de Berlín. Pero se equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?

La historia, contrariamente a como dijo ese apologista del sistema de apellido Fukuyama hace algunos años atrás, no ha terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La historia continúa su paso sin que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a equivocarnos, dadas las características que ha tomado el sistema capitalista internacional, perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de la especie humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien podría llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del planeta por el consumo irracional que se está llevando a cabo.

Las fuerzas de la derecha cantan victoriosas su supuesto triunfo, pero en realidad no hay ningún triunfo. Como escribí alguna vez en mis años mozos, siendo discípulo del Profesor Hegel: el amo tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que inexorablemente tiene sus días contados.

¿Qué quise decir en su momento con esta frase, algo enigmática quizá, antes de ponerme a estudiar economía política para luego redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada complicado: aparentemente el sistema capitalista “triunfó” de manera inexorable sobre las experiencias socialistas que se estaban construyendo, siendo la demostración palpable de ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen 25 años. Supuestamente, según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas, la misma población alemana del este, “sojuzgada” por el yugo socialista, habría derrumbado el tal muro para “liberarse” y acceder a las bondades del capitalismo. ¡Pamplinas! Puras pamplinas, estupideces con que los actuales medios masivos de comunicación presentan las cosas.

En realidad lo que esta derecha, por ahora ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora hegeliana (léase: la clase capitalista) alejó por un tiempo el fantasma que la persigue (la clase trabajadora y la posibilidad que alguna vez la misma se organice, abra los ojos y la expropie, tal como pasó varias veces durante el siglo XX, en Rusia, en China, en Cuba). Es decir: la clase por ahora dominante (industriales, banqueros, terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril de pólvora; sabe que los trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos –que fue lo que yo más estudié en su momento–, campesinos, trabajadores explotados de toda índole, sub-ocupados y desocupados –lo que yo en otro tiempo llamé Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada) en algún momento van a explotar.

La historia de la humanidad, y también la historia del capitalismo, se los muestra. Las clases oprimidas aguantan (porque no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas, reprimidas brutalmente a veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta que, llegado a un punto de la acumulación de contradicciones, estalla un período de violencia revolucionaria, transformándose las relaciones de poder, pasando la propiedad de los medios de producción de una clase a otra. Esto la derecha lo sabe. Sabe muy claramente que la propiedad privada de esos medios es un saqueo legalizado; sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni por un segundo de cuidar esa propiedad, asentado en una explotación inmisericorde. Sabe que si se descuida, si deja de proteger a capa y espada sus privilegios, las grandes mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día, minuto a minuto, no dejan de controlar y evitar que los trabajadores se organicen, piensen, conozcan la verdadera realidad. Por eso los embrutecen con dádivas: es decir, el viejo pan y circo de los romanos.

Pero esa derecha sabe que el barril de pólvora sobre el que está sentada puede explotar, lo cual significaría perder sus privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias veces el siglo pasado. Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer Estado obrero del mundo, la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las fuerzas de la derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del Muro de Berlín como la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera: como están tan aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen alguna vez, se permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de las ideas socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor que sienten a ser expropiados. De ahí que lo presenten como un triunfo apoteósico y que cierra de una vez la historia.

No hay dudas que con la involución que sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la Unión Soviética se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba quedó flotando en el aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó groseramente sobre las conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio en décadas y décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta como ganador y única salida posible, se permite explotar más aún que hace un siglo atrás. Hoy día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin prestaciones laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se expolia sin la menor pudicia y se entroniza la figura del “ganador”.

No hay dudas, para tratar de concluir la referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le va a llegar el turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789, rodará por el polvo. Por eso festeja este triunfo parcial –que, sin dudas, hizo retroceder mucho al campo popular en estos últimos años– como un triunfo absoluto, queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín derribado terminó la explotación, y por tanto el ideal revolucionario socialista de transformación social.

Pero los trabajadores del mundo siguen siendo explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos. ¿Por qué no habrían de reaccionar? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los partidos comunistas están un tanto despistados. Mis ideas –que, en realidad, no son mías, sino producto de una reflexión científica (¡no digan “marxismo” sino materialismo histórico!)– se han querido presentar como anticuadas, fracasadas, “pasadas de moda”. Nada más contrario a la verdad.

Mientras siga la explotación en el mundo (y esa es la esencia del sistema capitalista) habrá quien proteste, quien alce la voz, quien busque organizarse para cambiar la situación. Que hoy día esa organización y los programas políticos al respecto estén golpeados, es una cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los explotados quedarán contentos y felices con su condición de tales, que las injusticias cesaron porque el sistema ganó esta batalla, es un craso error.

No hay que olvidar que el capitalismo, como proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos XII y XIII, allá en la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar mayoría de edad constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo XVIII, tanto en Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de América. Las experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No olvidarlo! Cantar victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo único que demuestra es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que ya le va a llegar su guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.

Los 25 años que ahora se pretenden festejar no son sino una demostración que el sistema capitalista no tiene salida. Se festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el sistema tuviera “responsabilidad social empresarial”, como parece que ahora se puso de moda decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha creado. Para decirlo sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes por cierto: en estos momentos –créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos y estoy perfectamente informado– la humanidad produce un 45% más de los alimentos necesarios para nutrir a los 7.300 millones de almas que pueblan el mundo, y vergonzosamente la principal causa de muerte sigue siendo nada más y nada menos que ¡el hambre! ¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la principal actividad de la especie humana, la que más ganancias genera desde el punto de vista capitalista, la vanguardia de la ciencia y de la técnica es la producción de armamentos. Es decir: la defensa a muerte de los privilegios de algunos. ¡Más patético todavía!

Por tanto, camaradas, los insto a que no nos dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no festeja un triunfo sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe que los trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos.

Hoy, como hace un siglo y medio, la consigna no es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni quedarse embobados viendo la televisión. Sigue siendo como escribí con Federico en 1848: “No hay nada que perder más que las cadenas. Por tanto: ¡uníos!”

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