Vladia Rubio - Foto tomada del Facebook de Lázaro J. González - CubaSí.- ¿Cuánto hemos hecho, realmente eficaz, por preservar las raíces, los sentidos de pertenencia?, ¿y qué es lo cubano en esta segunda década del siglo XXI?


Es como esas pequeñas cortaditas que uno se hace en los dedos, a veces hasta con una hoja de papel o un hilo, no significan ninguna gravedad, pero molestan.

Igual sensación me ha sobrevenido al saber que mi vecinita se está preparando para su piyamada, al ver banderas que no son la mía adornando interiores de autos, ropas y carteras, y, más recientemente, al conocer de la celebración del Halloween en esta tierra de guarapo y chicharrones.

Quizás sea que crecí en tiempos en que los Beatles estaban prohibidos y usar espejuelos foto gray, como le sucedió a una amiga, implicaba un serio problema ideológico. Al punto que la dirección de la beca citó a sus padres y la conclusión fue que ella quedara medio cegata, porque los lentes se fueron en la cartera de mamá, “¡imagínate si la niña tiene problemas en el comité de base por eso!”

Me fui haciendo adulta mientras mi tía corría a ocultar su elegguá cada vez que alguien de su trabajo o del CDR tocaba a su puerta, y a la par que veía a mi amiga más cercana llorar porque dedos acusadores la señalaban por mantener correspondencia con su mamá “que estaba en el norte”.

Tal vez porque todas esas cosas fueron abonando mi consciencia, todavía siento el escozor de la cortadita cuando sé o presencio situaciones como las del Halloween y sus etcéteras. Pero, también porque me he ido haciendo vieja con los pies bien puestos, casi soldados, en la tierra de esta Isla, alimentándome con la savia de sus desventuras y venturas, a estas alturas creo tener suficientes argumentos para hacerme un puñado de preguntas.

¿Cuánto hemos hecho, realmente eficaz, por preservar las raíces, los sentidos de pertenencia?, ¿y qué es lo cubano en esta segunda década del siglo XXI?, ¿cuán saludables pueden resultar los intentos por cerrar ventanitas de cartón al tsunami de la globalización?

Aspirar a que las muchachas, en bata cubana, y los muchachos, en guayabera –pa’ qué hablar de lo que le hicimos- vayan a las discotecas, es decir, a los guateques, sería una sinrazón. Pero, en definitiva, los asuntos de idiosincrasia, de pertenencia, de amor por el terruño natal, trascienden la epidermis, esa que ahora sintoniza con calabazas en Noche de Brujas y con tules de porristas. 

Aun así, si el asunto es de epidermis, valdría la pena preguntar dónde están los pulóveres con el emblema de Industriales o con bandera cubana, dónde esas propias banderas para adquirirlas y poder colgarla en los balcones. Ah, y que nadie diga que en las tiendas en divisa porque así, así no se vale; nuestra identidad es en moneda Nacional.

Lo feo, lo despintado, sucio, sin luces ni colores hermosos no anima a ser admirado, aun cuando se conozcan las razones de tal estado de cosas. Habría que indagar científicamente en cuántos coterráneos hacen diana alocuciones, consignas, mensajes de bien público y vallas panorámicas que buscan alimentar sentidos de pertenencia en los pobladores. 

De todos modos, la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales –siempre crecientes- de los pobladores constituye uno de los principales sustentos al orgullo ciudadano.

Claro, también lo alimentan muchas otras cosas: nuestro acervo cultural, nuestra historia… Pero para quienes hoy suman veintitantos años o menos, los mambises están demasiado lejos y los terabyte demasiado cerca.

Ahora que con tanta razón se insta a que cada vez más la conducción del país vaya de la mano de las ciencias, sería útil que las ciencia sociales pusieran el termómetro a cuán orgullosos están los cubanos de serlo y de la tierra en que viven. Si recientemente se ha hecho, no nos enteramos, y a todos-toditos nos compete.

Me escuecen, como esas minúsculas cortaditas en los dedos, los Halloween, las piyamadas, las porristas, banderas ajenas en ropa propia…, pero como curita colocada maternalmente sobre la “yaya”, me compensa y tranquiliza suponer que no pocos de los que hoy llevan enseñas foráneas en sus gorras y andan con calabazas a fines de octubre, son los mismos que ayer dieron su disposición para ayudar a combatir el ébola, que no aceptan morales de dos caras, y que estarían dispuestos a fajarse a los piñazos y también de otros modos, con aquel que, adentro o desde afuera, le intenta mancillar la patria.

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