Joaquín Borges-Triana - Juventud Rebelde.- Aunque he tenido la fortuna de recorrer unos cuantos puntos geográficos de nuestro planeta, casi nunca he coincidido en el exterior con presentaciones de artistas cubanos residentes en la Isla y a las que pudiese asistir.


Una de esas contadas ocasiones la acabo de experimentar durante mi estancia en Canadá, en las ciudades de Kingston y Toronto. Debo decir que la oportunidad registró una significación especial para mí. Ocurre que conozco a Carlos Varela desde 1978, cuando él comenzaba a estudiar el preuniversitario en el Antonio Guiteras y yo lo hacía en el Saúl Delgado, ambos en el Vedado y a pocas cuadras uno del otro.

Por entonces, los parques de la calle 23 eran el sitio ideal para sentarnos en sus bancos y, guitarra en mano, descargar nuestras canciones favoritas de aquellos días. Treinta y seis años después, me parece estar escuchando los temas de Simon and Garfuncle que Carlitos (como le decíamos en ese momento) interpretaba a dúo con su hermano Víctor, el mismo teatrista que una década más tarde impactara La Habana de la segunda mitad de los 80 con una obra como La cuarta pared.

Justo esos recuerdos, así como las vivencias compartidas con tantos y tantos amigos comunes al concurrir a disímiles presentaciones de Varela, me vinieron de golpe a la mente mientras era testigo de un par de conciertos de Carlos en Canadá. El motivo central de tales actuaciones fue la puesta en circulación en el mercado de habla inglesa del libro My Havana: The Musical City of Carlos Varela, publicado por Toronto University Press y que en su versión en español fuese presentada en La Habana en febrero de este 2014, a cargo de Ediciones La Memoria.

Me parece que el hecho de que un libro sobre el quehacer de un cantautor cubano residente en el país haya sido traducido al inglés y publicado por una prestigiosa casa editorial del mundo académico canadiense, es un genuino suceso cultural porque, entre otras razones, algo así es primera vez que ocurre. Estamos ante una obra de aliento coral, pues en el texto se agrupan ocho trabajos de autores procedentes de Estados Unidos, Canadá y Cuba, que desde diferentes enfoques nos referimos a la presencia e influencia de Carlos Varela, no ya solo en el panorama musical de nuestro país sino en la cultura cubana que se ha desarrollado del decenio de los 80 hacia acá.

Karen Dubinsky, historiadora y profesora de Queen’s University, que —con sus colaboradores Susan Belyea, Susan Lord, Zaira Zarza y Freddy Monasterio— organizó el concierto llevado a cabo en el Isabel Bader Centre de Kingston, una nueva y técnicamente muy bien dotada sala teatral para 500 personas, supo que para llenar un espacio semejante con un público en lo fundamental angloparlante, era preciso hacer un trabajo previo, a fin de atraer a gente que no conocía la obra de Varela. Por eso, entre otras acciones, organizó en su Universidad un panel titulado Los músicos como historiadores sociales: perspectivas internacionales, en el que participamos como ponentes tres canadienses, los doctores Kip Pegley, Steffen Jowett y Stuart Henderson, así como dos cubanos, la periodista y editora Xenia Relova y el que suscribe.

El resultado de la campaña promocional, enfocada en lo fundamental hacia los estudiantes y profesores de Queen, se apreció cuando varias horas antes de efectuarse el concierto, se habían vendido todas las 500 localidades, de las cuales apenas un cinco por ciento fueron adquiridas por hispanos, entre ellos buena parte de los alrededor de 40 cubanos residentes en Kingston.

Confieso que para mí fue emocionante escuchar todo un repertorio harto conocido, pero que en las circunstancias de hallarme en un sitio tan lejano de Cuba adquiría una suerte de valor agregado. Al lucimiento de la presentación contribuyeron el trabajo de traducción de fragmentos de las canciones de Carlos, a cargo de Zaira Zarza, y el desempeño de los músicos acompañantes, Julio César en el bajo y Aldo López-Gavilán, quien en especial brilló mientras tocaba un formidable piano Steinway.

De la presentación en Toronto, efectuada en el club Lula Lounge, también organizada de manera eficiente pero por Carlos Iglesias (manager de Varela), habría que decir que la instalación se llenó, aunque con un público sobre todo latino y de énfasis cubano. Así pues, tanto el libro como los dos conciertos de Carlos en Canadá, ratifican lo acertado de una idea suya cuando ha asegurado que una canción «puede penetrar el corazón de la gente, que al final son los que habitan y deciden para bien o mal, el destino de este mundo».

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