El proyecto sociocultural La Camorra ha dado nuevos aires a una comunidad de Pinar del Río que ha ido transformandose poco a poco a través del arte.

Ronald Suárez Rivas - Granma.- En una pared junto al escenario, que ya empieza a resultar pequeña, cuelgan todos los premios conquistados a lo largo de estos 14 años de trabajo.


Sin embargo, para los integrantes del proyecto sociocultural La Camorra, el logro más importante no se halla en los diplomas o los reconocimientos, sino en la vida misma de una comunidad que han ido transformando poco a poco a través del arte.

Cuentan que todo comenzó en el año 2000, cuando un grupo de amigos de este pueblito costero del norte de Pinar del Río, decidió unir esfuerzos para aliviar la falta de opciones culturales.

Luis Miguel Martínez, el coordinador general, recuerda que un pequeño cine ubicado en el centro de Puerto Esperanza, constituía el único espacio a disposición de sus cerca de 7 000 habitantes.

“La Camorra surge sin saber qué era un proyecto, ni tener ninguna preparación metodológica. Todos los que intervinimos en su fundación éramos empíricos. Simplemente queríamos hacer al­go para integrar a la gente”, comenta Luis Mi­guel.

En ese empeño, al cabo de algunos meses, ya habían conseguido armar un sexteto de música tradicional, un grupo de teatro y varios aficionados a la plástica.

Aun así, los primeros tiempos fueron difíciles. “Para que las personas nos tomaran en serio y vi­nieran a vernos, había que estar desde las 8:00 a.m. anunciando un espectáculo”, recuerda Ma­nuel Soto.

“Incluso, para atraer a la gente, teníamos que decir que habría artistas invitados de afuera. Cuando se acababa la presentación, nos preguntaban por los invitados, y les explicábamos que era alguno de nosotros mismos, que estaba estudiando en Pinar del Río”.

Nuevos horizontes

A finales del 2001, un programa de formación de promotores culturales para la comunidad, en el que varios de sus miembros tuvieron la oportunidad de participar, les aportaría las primeras herramientas teóricas para un trabajo que desde entonces no se ha detenido.

Visitantes de varios países han dejado sus banderas en la sede de La Camorra, como muestra de reconocimiento, explica Luis Miguel. Foto: del autor

“Cada vez fuimos logrando mayor participación, hasta que el gobierno del territorio decidió cedernos un espacio donde ensayar y realizar las presentaciones”, rememora Luis Miguel.

“Era un local casi destruido, pero con el esfuerzo de todos lo pudimos rescatar”.

Ello le permitiría al proyecto salir de la vivienda de uno de sus integrantes en el barrio de La Camorra —el sitio donde había surgido— e instalarse en una casona mucho más amplia en el centro del pueblo.

La nueva sede facilitaría el vínculo con las es­cuelas y daría la oportunidad de abrir otras líneas de trabajo.

A los plásticos y los grupos Gente Nueva, de teatro y Los Alegres, de música, se incorporaron solistas, se creó Alas de Colibrí, un espacio para la danza y el rescate de tradiciones, y El jardín de las margaritas, para la formación artística y la educación ambiental de los niños entre seis y 14 años.

Además, surgió el rincón del bolero y hasta un pequeño centro de información —gracias a la donación de alrededor de 2 000 títulos realizada por la biblioteca provincial— que ha sido de gran utilidad, pues en Puerto Esperanza no hay biblioteca.

El alma de la comunidad

Con tal diversidad, La Camorra ha logrado múl­­tiples reconocimientos, entre los que se in­cluyen el Premio Nacional de Cultura Co­mu­nitaria, el Premio del Barrio que otorgan los CDR, y el Premio Reparador de Sueños, de la Or­ga­nización de Pioneros José Martí. Ha llegado a presentarse en Alemania y España, y compartido escenario desde Pinar del Río hasta Guan­tá­na­mo, con proyectos similares. Sin embargo, su mé­rito principal sigue siendo la apertura de nuevos horizontes para una comunidad en la que la falta de opciones culturales y de recreación, ha­bían hecho que proliferaran problemas sociales como el alcoholismo.

“Hoy tenemos actividades todas las semanas, y no solo en el pueblo. También llegamos a las zonas más apartadas del municipio”, explica Saira Rodríguez, la instructora de danza.

“Ese mismo público que se demoraba en venir o que no venía, que chiflaba, que por falta de cultura hacía cosas que no se hacen en una institución artística, ahora permanece en absoluto si­lencio, y luego aplaude cuando termina una función”, afirma Manuel.

“Si por algún motivo pasamos varios días sin preparar una actividad, enseguida nos preguntan qué pasa. Y si nos ven cargando un bafle para algún lugar donde habrá una presentación, la comunidad entera se mueve para allí”, añade.

“Hasta los ensayos a veces tenemos que hacerlos a puertas cerradas, porque se reúne tanta gente como en la propia función”.

Para Yansel Sánchez, quien entró al proyecto sien­do un niño y hoy, graduado de Esto­mato­logía, continúa ligado a él, esta ha sido una experiencia muy importante, que ha ayudado al mejoramiento de la comunidad.

Así lo cree también Mario Luis Martínez, profesor del preuniversitario que siempre sintió inclinación por la actuación, y que a sus 46 años ha tenido por fin la posibilidad de subirse a un escenario. “Captar la atención de las personas, hacerlas llorar o reír con tu trabajo y sobre todo, ayudarlas a crecer espiritualmente, es algo muy emocionante. Además, te das cuenta de que la gente lo necesita”, dice.

Luis Miguel Martínez, principal impulsor de esta iniciativa, confiesa que “cuando comenzamos, pensamos que sería un trabajo para un par de años. Esa era la idea inicial, pero han ido apareciendo nuevas inquietudes, nuevas necesidades, nuevas metas”.

“Después de 14 años, podemos decir que La Camorra ha contribuido a fortalecer el movimiento de artistas aficionados, y sobre todo a elevar la autoestima de los jóvenes, de las mujeres, del adulto mayor”, agrega.

“Muchas personas que atravesaban situaciones adversas en su vida, han logrado realizar sus sueños gracias al proyecto. Esa, por encima de todas las demás, ha sido la satisfacción más grande que tenemos”, concluye Luis Miguel.

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