Iván Giroud, director del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Marianela González - Cuba Contemporánea.- No es noticia: durante la primera quincena de diciembre, la edición 36 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano estará ocupando las principales salas de cine de La Habana. Lo nuevo, cada año, tiene que ver con las estrategias de curaduría y gestión: ¿qué película abre?, ¿cuáles estarán en concurso?, ¿cómo va a plantearse esta vez el dilema concurso-muestra para el cine cubano?, ¿quiénes vienen a representar sus películas? Y en el terreno de la networking, interesan a los cineastas las posibilidades de encuentro que pueden producirse a partir del Sector Industria: un segmento que ha ido conectando al de La Habana con las actuales tendencias de los principales circuitos y festivales de cine del mundo.


Desde la edición de 2013, no obstante, en el centro de las miradas ha estado el modo en que el Festival sigue o fractura, tensa o distiende la cuerda de pensamiento y capacidad de convocatoria que articuló la conducción de Alfredo Guevara. El que transcurrirá entre el 4 y el 14 de diciembre va a ser el primero que se conciba, desde cero, sin su fundador: un tour de force para la actual dirección en términos de solvencia creativa y de gestión, y que articula con los debates sobre la institucionalidad cultural del país, al tiempo que recoloca al Festival de La Habana entre sus nodos de incuestionable valor instituyente y mediador. 

Acostumbrado a trabajar consciente de que “él [Guevara] siempre estaba detrás”, al frente ahora del equipo gestor, Iván Giroud admite el desafío pero reconoce, no obstante, que hablamos de “un proyecto muy bien trazado”: “si se siguen sus elementos medulares, no se le puede desarmar”.              

¿Qué define esta edición, aunque no sea posible ahora hablar de números…?

-Pues voy a empezar con cifras: este año nos propusimos una reducción del programa del Festival a nivel cuantitativo.  

¿El programa de películas o de eventos paralelos…?

-Películas. 

Fotograma de "Relatos salvajes", de David Szifrón

El Festival nació bajo circunstancias que no son las actuales, y ha debido transformarse a la par que esas circunstancias. Estamos viviendo, por ejemplo, una evolución de los formatos y la tecnología asociada al cine. Si alguna vez el Festival abrazó toda la ciudad, hoy las carencias y los problemas del circuito de distribución lo van reduciendo al espacio de 23 y tres o cuatro salas más, de modo que es necesario atender y adecuarse a esa realidad: se trataba de ser lo más abarcadores posibles, y cada año la cifra superaba al anterior. En la edición pasada, por ejemplo, se programaron más de 500 películas en unas 733 funciones, lo que quiere decir que muchas obras vinieron para ser exhibidas una sola vez. Para este año, nos propusimos trabajar más en la curaduría, buscando un concepto más orientativo para aprovechar al máximo la gestión que se hace para traer cada película a La Habana.  

Es difícil. Este ha sido un festival muy abierto, que ha dado cabida a mucha diversidad, y es complejo ir apretando el programa. Pero creo que vamos a quedarnos con unas 116 películas en concurso entre largos, medios y cortometrajes.

¿Cuál es el criterio curatorial que están manejando en esa reducción?

-Para ir afinando, evaluamos todas las películas que se inscribieron -ha sido una convocatoria alta- y seleccionamos las que consideramos que deben concursar a partir de una idea que ya habíamos manejado el año pasado: programar la sección Latinoamérica en perspectiva según agrupaciones temáticas en seis u ocho programas de cada tópico. A partir de ese mapa, gestionamos las películas. Ahí vienen otros conflictos: si no concursan, a veces los productores no quieren traer la obra o exigen algún pago, y transcurre un complejo proceso de negociación.

Va a ser un programa bien curado, aunque hay que decir que no ha sido un año excepcional para el cine en la región, de modo que el programa va a estar marcado por los estrenos del cine cubano -algo que me puede gustar como gente del cine cubano, pero me preocupa porque es un festival latinoamericano aunque se haga en Cuba.

Pero si algo va a marcar al Festival es la parte tecnológica, aunque me asusta un poco. Vamos a tener tres proyectores DCI en Cuba: el del Chaplin, que se va a quedar de forma permanente y va a lograr que tenga proyecciones de nivel mundial, y dos más, prestados, uno para el Yara y otro para el Infanta. El del Yara deberá estar en la inauguración operando en el Karl Marx, lo cual será un suceso histórico: la primera proyección verdaderamente digital de cine en Cuba. Eso implica un cambio en la mentalidad y la logística de programación y producción del Festival.

Por supuesto, además de esta apuesta por la tecnología más moderna, estaremos regresando al cine móvil, al cine de barrio, con pantallas que colocaremos en sitios alejados del centro de la ciudad.

Estarán, como siempre, las exposiciones y la música. Vamos a presentar un clásico del cine silente de Hitchcock con acompañamiento musical en vivo. El seminario teórico será sobre las relaciones entre el cine y las series de televisión, con profesionales de alto nivel. El Sector Industria tendrá fuerza con las conferencias magistrales y las figuras que estamos trayendo: Konchalovski, por ejemplo -ha hecho este año una película excepcional que estamos negociando traer.    

Hay algunas buenas películas de América Latina que estarán en la programación. La de la inauguración ya está decidida: Relatos salvajes (Damián Szifron), la argentina. La conseguimos rápido, ha tenido mucho éxito. El cine brasileño va a estar presente con fuerza, el mexicano un poco menos. El argentino produjo mucho y el cubano va a tener una obra en el concurso de óperas primas y cuatro en el de largos de ficción: estarán Venecia, de Kiki Álvarez, una película distinta a todo lo que ha hecho y que ha tenido muy buena crítica; Conducta, de Ernesto Daranas, ya estrenada; La pared de las palabras, de Fernando Pérez, y Fátima o el Parque de la Fraternidad, de Jorge Perugorría. La ópera prima es Vestido de novia, de Marilyn Solaya. Fuera de concurso estará Contigo pan y cebolla, de Juan Carlos Cremata.

La Habana cierra un año de cine en la región, y de algún modo, se le ve como su síntesis. ¿Cómo el Festival -con esta selección más intencionada- lidia con la amplitud de producciones que no vienen solo de los nodos del cine latinoamericano, sino también de las pequeñas industrias y las cinematografías emergentes?

-Tratamos de hacer un balance. Un país como Argentina puede tener muchas películas, pero el Festival es de cine latinoamericano y tiene la responsabilidad de mostrar cómo está la producción en Uruguay, en Chile, etc. Establecemos una escala de proporciones donde quede lo mejor de cada país; claro está, es lo que nosotros consideramos “lo mejor”, pues como en toda curaduría, estamos sujetos a la crítica, a la capacidad de gestión y las respuestas a esa gestión. Siempre tenemos en cuenta a las cinematografías emergentes y a las pequeñas industrias, aunque comparativamente no alcancen la “cuota media”. No puede ser un Festival de una o dos cinematografías, por muy potentes que estas sean.  

También intentamos asegurar otros equilibrios que no son tan notables. Cuando uno ve la producción de este año, por ejemplo, hay mucho cine dedicado a la familia, a lo social. El cine hecho por mujeres también tiene una presencia marcada y se distingue por sus temas y puntos de vista.

Es decir, vamos seleccionando lo mejor de todo el conjunto, y luego, sobre esa base, aseguramos las demás conexiones.

En esa curaduría, ¿el Festival distingue entre el cine hecho por las productoras independientes y el cine “estatal”?

-No, el Festival no entra en eso. Cuando en Cuba no se hablaba de cine hecho al margen de las instituciones, el Festival les daba espacio. Claro, no es como el Festival de Cine Pobre, que tiene sus postulados y define su programación en función de un cine hecho con presupuestos mínimos, pero se trata de darle el espacio a aquello que está bien hecho, al talento.

Otro de los ejes que constituyen siempre un foco de polémica en torno al Festival es su relación con el campo cinematográfico cubano. En ediciones anteriores, ha sido objeto de debate el hecho de si el cine cubano compite o no compite, si solo se muestra…

-Ese es un tema que no está resuelto en el fondo.

Películas que hayan sido estrenadas en Cuba antes del Festival no deberían ocupar el espacio del concurso. Es mi criterio. Pero es muy difícil convencer. Ninguna película francesa estrenada en Francia compite en Cannes, por muy renombrado que sea su director, y eso no pasa en Cuba.

La polémica en torno a eso ha creado cismas por debates mal planteados o, para decirlo con franqueza, ha sido utilizada por algunos para sacar ventaja y ha provocado enfrentamientos entre instituciones y creadores… Ha pasado de todo con ese tema. Una película ya exhibida resta el espacio a otra nueva. Pero claro, cuando te encuentras con una película como Conducta, que tiene una marca, que devolvió al público cubano al cine, pues estás ante una excepción. Y las excepciones son necesarias. Aun así, es importante mantener al Festival como espacio para críticos y programadores de otros países que vienen a ver cine cubano, además de latinoamericano.

Es un tema que requiere mucho tino, y este es un momento singular en que hay que ser muy cuidadosos. Ese espacio audiovisual cubano -aunque no me gusta mucho el término- hay que cuidarlo, porque está lastimado por conflictos e incomprensiones, pujas, tensiones y transiciones. De modo que todo lo que ayude a atenuarlo es mejor que cualquier cosa que lo lastime más. Pero el Festival, por otra parte, necesita redefinir sus pautas. Y en ese juego, entre una cosa y otra, estamos.

El Festival es un momento, pero está todo el año para exhibir películas. Aunque mucha gente, con la mejor voluntad, lo confunda con un evento nacional, no lo es: es un evento de carácter regional, y esa voluntad fundadora hay que respetarla.

No obstante, el Festival ha sido un espacio donde esas fracturas en el campo del cine cubano han tenido una visibilidad y un correlato crítico. Es el caso de los debates en torno a la ley de cine, que el año pasado tuvo en diciembre una serie de conferencias, y que esta vez centrará el Día de la Crítica…

-El Festival es un espacio importante para tener ese tipo de discusiones porque permite poner en sintonía nuestras inquietudes, como cubanos, con las experiencias de otros países cercanos o más distantes. Por eso abrimos el año pasado ese espacio para hablar de las leyes de cine en cada país, dentro del Sector Industria. ¿Cómo se hace una ley de cine?, ¿cómo se recaudan los impuestos?, etc... Es un marco de referencia útil no solo para el campo del cine, sino para el país en general.

Toda película nace con una condición internacional, para moverse en el mundo, y en el cine latinoamericano el Festival ha luchado y contribuido a tejer una red: pero esa red necesita una homologación para que las películas se muevan, sean respetadas y se desenvuelvan con éxito en esa comunidad que el propio evento ha ayudado a construir. No podemos aislarnos de eso. Si países pequeños, con las leyes que han podido ir haciendo -son procesos complejos, que requieren de los consensos y las comprensiones de muchos sujetos-, antes estaban en cero y hoy están produciendo cine, eso hay que atenderlo. Las leyes no hacen milagros, pero ayudan a regularlos, a jerarquizar, a evitar el caos. Son importantes para eso, lo han demostrado, y creo que por eso hay tanta ansiedad en Cuba.

Fíjate qué sintomático: al morir Alfredo y enfermarse Julio [García Espinosa], el otro “patriarca” del nuevo cine cubano, se genera un estado de ansiedad e incertidumbre. Hasta entonces, quizás, el “problema de los cineastas” radicaba en cómo convencer a Alfredo o a Julio o llamarlos ante algún problema, pero ante sus ausencias se siente la necesidad de que debe haber algo ordenado, pautado.

También sale Fernando Pérez de la Muestra…

-También.  

Empiezan a no estar más los hitos, los que se establecieron, y nos preguntamos entonces por el futuro. El Festival se propone cooperar con esa discusión. Estamos, incluso, intentando salvar aquellas charlas del año pasado en discos o materiales que se puedan consultar. Ese es un capítulo que está abierto.

¿Qué se plantea esta vez el Sector Industria?

-Sigue siendo el espacio pensado para la formación de los jóvenes, para que puedan confrontar con maestros y profesionales de gran prestigio. Intentamos lograr ahí, además de los talleres especializados y por matrículas, actividades públicas de carácter profesional. El cine es muy generoso en ese sentido: los grandes cineastas tienen la capacidad de compartir las experiencias y de enseñar. Que un actor como Nikita Mijalkov se encuentre con la gente, es un momento especial. Ese es el aporte que puede dar el Festival, además de la programación: ayudar en la formación. Los festivales de cine se han ido desarrollando y ampliando hacia la captación de proyectos, al desarrollo de talentos…  

Cuando uno ve otros festivales, eso es notable; pero mantienen el rasgo de que, con excepciones, no marcan movimientos en las ciudades donde tienen lugar, no son festivales “de público”. ¿Cómo se plantea el Festival de La Habana el manejo de esa dualidad?

-Para nosotros es más fácil porque heredamos un trabajo hecho desde 1979. Empezaron en un cine chiquito, y a los cinco años explotó y se amplió. Vino García Márquez a jugar un papel importantísimo en ese sentido. Esa es la razón por la que le dedicamos el Festival. Y en los primeros años de los 2000 la curva de ascenso superaba el medio millón de espectadores. Ahora estamos sobre los 300 mil. El Festival, claro, era en todo el país, y teníamos los cines de Marianao, de La Víbora, etc. Pero el cine comparte hoy con tantas cosas y hay tantas afectaciones que una cifra como esa todavía es un lujo.  

Hay que pensar en el público, pero ¿qué cosa es el público? Es una reflexión que hay que hacer porque no es una identidad única, sino múltiple. Así, hay que gestionar películas para los más sofisticados, las películas más vanguardistas y de autor, y colocarlas en las salas donde deben estar, y películas más populares, que es una de las carencias de los últimos años -nos movemos entre un cine muy sofisticado y uno muy chato, superficial. Ese cine popular está desapareciendo, pues muchas películas se hacen a moda y encargo. Un cine nacional necesita de la experimentación, pero necesita también de la conexión con la gente.

En la programación hay que colocar bien unas y otras, para no pecar. Eso garantiza en gran medida el éxito del Festival, aunque depende de la cosecha.

Si el año anterior las miradas se concentraron en qué pasaría con el Festival tras la muerte de Alfredo, en este la atención va a ser mucho mayor, pues será el primero concebido desde cero sin su presidente fundador. En la gestión, ¿de qué manera lidian con esa ausencia?

-Es muy difícil hacerlo. Yo me acostumbré a trabajar con él. Desplegaba toda mi energía, pero él estaba detrás. Ahora siempre intento preguntarme qué habría hecho él ante determinadas circunstancias y eso me ayuda a mantener una línea. No hay otra solución. Seguir adelante.

La capacidad del Festival para atraer figuras, apoyos, etc., ¿se ha visto lastimada?

-No, porque el equipo es el mismo, en su esencia. Alfredo era el símbolo y la figura, pero el equipo tenía plenitud en el uso de contactos y relaciones de trabajo. No nos detenemos a pensar mucho en lo que se pierde, como sí en su capacidad de mirar hacia adelante. Hemos sido formados por él, y eso nos marca.

A pesar de que en un momento hubo una contradicción entre nosotros, es algo que no afecta mi compromiso con el evento que él fundó, por el contrario. Su ausencia es grande para el país y la cultura, y yo la siento porque ahora debo hacer mi papel y el que fue suyo. Habrá momentos en los que se sentirá mucho más.

El Festival es un proyecto muy bien trazado. En los 90 atravesamos un momento muy difícil en el que pensamos que el evento no sobreviviría, y ahora vivimos otro, mediado por esa compleja relación entre la cultura, la tecnología y la economía, pero el Festival no puede decaer. Si el año pasado consideré importante dar la señal temprana de que el Festival no se iba, es porque es un proyecto que no se puede desarmar. Se puede hacer mejor o peor, pero si uno sigue con sus elementos medulares, no hay pérdidas.

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