Lianet Hernández - Cuba Contemporánea.- Si la intención fuera hacer balances tradicionales pudiéramos decir que 2014 fue el año del Sexto Salón. Sin embargo, para otorgar ese lugar a la última edición del Salón de Arte Contemporáneo Cubano habría que darle otro no menos importante a Post-it o al aniversario 30 de la Bienal de La Habana. No pocas exposiciones, figuras o hechos quedarían fuera en esa suerte de resumen. Por eso no haremos balances, sino recuentos que pasen por la institución y sus estrategias, por la academia, y que cuenten también con la perspectiva de algunos artistas.


El proceso de creación en Cuba atraviesa cada vez más por la indagación de escenarios sociales y los procesos de autorrepresentación. Al recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas este 2014, Lázaro Saavedra decía haber dejado un modesto aporte a los hombres que lo sucederían. Sin embargo, días antes me confirmaba en una conversación sus escasas esperanzas en las nuevas promociones de artistas. “Nosotros éramos optimistas, creíamos que el arte era una de las formas para cambiar los problemas. Las generaciones de hoy no se imaginan un futuro, al menos no dentro de Cuba. En los 80 había artistas que priorizaban los proyectos nacionales por encima de los internacionales, eso ahora es impensable”.

Pero anteponer proyectos internacionales no es responsabilidad solo de los artistas, quienes quieren exhibir sus obras, diversificar sus horizontes e integrar contextos. Lo hacen los jóvenes, pero también los consagrados. En cualquier caso, deberíamos analizar cuáles son nuestras propuestas y cuán atractivas y superadoras podrían llegar a ser. Dentro de las artes plásticas existe hoy un factor que en buena medida limita toda acción cultural: nuestro mercado del arte no es tal.

A pesar de los nobles intentos de Post-it, que en su segunda edición reunió este año a parte importante de los jóvenes creadores de la Isla y dio pasos concretos hacia la consolidación de la expoventa artística y el coleccionismo institucional, los esfuerzos siguen quedando en la superficie. Necesitamos más. Sobre todo enriquecer esas buenas ideas que surgen desde nuestras propias instituciones gestoras y que abren espacios a los artistas que empiezan a florecer.

Aun cuando otros como Moisés Finalé estén en todo su derecho al atacar la tristeza creativa que implica supeditar el trabajo a las exigencias del mercado, la existencia y consolidación de este último activaría la circulación efectiva de lo más contemporáneo de nuestro arte, situaría competencias y elevaría sin dudas el nivel estético. El propio Post-it muestra una faceta comercializable de nuestro arte, aun por explotar. Muestra, además, la arista promocional de la institución y sugiere la eficacia de patrocinar obras, invertir en exposiciones y crear catálogos.

Eduardo Ponjuán, Premio Nacional en 2013, sabe que los salarios de los cubanos no permiten comprar piezas de arte, por tanto es imposible que exista un mercado en la Isla. “Los artistas terminamos produciendo para quienes vienen de otros países, pues nosotros mismos no podemos pagar nuestro arte. Las piezas se van a otros lugares y perdemos el patrimonio”. No obstante, destaca en este sentido los esfuerzos del CNAP al comprar algunas piezas para su colección y atenuar un tanto esa pérdida.

Mientras, los artistas deberán seguir concertando sus estrategias propias de comercialización. Lázaro Saavedra, por ejemplo, asume la Bienal de la Habana como un mercado. “En general los artistas cubanos enfocan la Bienal como una oportunidad de vender todo lo que han estado trabajando y para ello tratan de buscarse espacios institucionales o no. Toda obra de arte, además de su función estética, tiene latente el valor económico”. Aun cuando él mismo aclare que un aspecto no supone al otro: no todas las obras con éxito comercial tienen asegurado un éxito a nivel formal.

Exposiciones: antologías, reencuentros y diferencias

Este año vimos confluir exposiciones de jóvenes artistas con otros consagrados como Eduardo Ponjuán, René Francisco, Roberto Diago y hasta otros más alejados de la Isla –y no por ello menos cubanos– como Flavio Garciandía y Carlos García de la Nuez. Con este último asistimos a lo que pudiera ser un resurgir de la abstracción. Además de la suya, otras muestras abstractas, como la de José Omar Torres, coincidieron al unísono en las salas de exhibición. Mientras, el Museo Nacional de Bellas Artes recibió un grupo de abstractos afroamericanos, liderados por el versátil Ben Jones.

También desde el Museo vimos una antología artística del puertorriqueño Antonio Martorell y desde el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam constatamos la infinita creación de León Ferrari. En medio de estos destaques internacionales, la Casa de las Américas rindió merecido homenaje a Lorenzo Homar en su centenario y, más recientemente, trajo a Cuba por primera vez la variedad formal de la obra gráfica del diseñador cubanoamericano Edel Rodríguez.

No se puede decir de otro modo: 2014 fue un año de diversidad y muchas exposiciones. Ante una muestra como la de Flavio Garciandía, de exquisita curaduría, la de René Francisco –acostumbrado a deleitar hasta en la menos importante de sus exposiciones–, o la de Eduardo Ponjuán, que según él mismo confesara lo dejó muy satisfecho, los márgenes estrechos de las comparaciones se vuelven inevitables.

El propio Ponjuán admite el contexto actual como muy flojo. “Al menos el arte que he visto durante este año no me parece nada interesante. Es tiempo de repensar las cosas. Yo juzgo por resultados y aunque hay cosas muy puntuales, que me parecen de gran valor, la inmensa mayoría es de muy poca monta. Debemos preocuparnos más por la falta de pedagogía en la academia”. Y en este punto coincide con Saavedra cuando dice que hoy para las nuevas generaciones de artistas ni siquiera La Habana es destino suficiente.

Espacios vs. creaciones

En una época donde el objeto artístico depende cada vez más de los contextos y la transdisciplinariedad de los creadores y donde los nuevos medios exigen –incluso en un país apenas conectado como Cuba– el replanteamiento del hecho artístico, el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (CDAV) escogió como centro temático para su Sexto Salón de Arte Contemporáneo la comunicación, la información y sus canales de circulación. Sobre este eje se extendió y continuará hasta 2015 el más importante propósito institucional de las artes plásticas este año.

El Salón, que convocó no a lo más selecto de los artistas cubanos del momento sino a los que mejor representaron el propósito curatorial del evento, mostró el hecho artístico a partir de la convergencia tecnológica y probó la urgencia de cambiar la tradicional visión institucional de la exposición. Demostró la urgencia de experiencias más horizontales, que muestren el proceso de aprehensión visual desde las facilidades de los nuevos medios y donde el espectador sea cada vez más partícipe. Algunas exposiciones consiguieron la interactividad de los visitantes y humanizaron el proceso de recepción estética. Sin embargo, iniciativas de este tipo, desarrolladas inteligentemente a partir de los criterios curatoriales, sucumben ante la apatía material de los espacios.

Artis 718 es la nueva galería con que cuenta La Habana y es sin dudas el sitio donde mejor se puede exhibir el arte cubano actual. Instituciones de mayor tradición como el propio CDAV o el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam permanecen ensombrecidas desde el punto de vista constructivo y se alejan cada vez más, a pesar del esfuerzo de sus especialistas, de ese conjunto infraestructural y artístico que requieren las exposiciones de estos tiempos. Nuestros sistemas perceptivos cambian irremediablemente tras los nuevos tiempos y así deben cambiar también los espacios desde los cuales apreciamos el arte. El estudio Figueroa-Vives, por ejemplo, demuestra esa variación del entorno artístico y la integración del espacio arquitectónico y la comunidad en favor de una nueva recepción de la obra.

Hasta este punto, si nos fuéramos a decidir por el balance tradicional mencionaríamos el centenario de Samuel Feijóo y el de Cundo Bermúdez, junto al de Raúl Milián. Igualmente, lamentaríamos la muerte de un abstracto imprescindible como Salvador Corratgé y de un paisajista como Águedo Alonso. En general, si fuéramos a hacer un balance diríamos que fue un buen año y que las disyuntivas por resolver lo hicieron aun mejor. Pero la Bienal de La Habana, una joven treintañera, ya empieza a generar expectativas para su XII edición, entonces quizás sea mejor guardar los balances para 2015.

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