Pedro Martínez Pírez - Cubainformación.- En los días en que el gobierno de los Estados Unidos decide romper sus relaciones diplomáticas con Cuba, el 3 de enero de 1961, estaba yo entregando a la madre del ahijado ecuatoriano de Fidel Castro un jarrito con la firma del lider de la Revolución enviado por la heroína de la Sierra Maestra Celia Sánchez Manduley. 


Yo no había cumplido los 24 años de edad, era funcionario diplomático en Quito, y había estado pocos meses antes en una iglesia de la capital ecuatoriana con el entonces Embajador de Cuba, Mariano Rodríguez Solveira, bautizando --en representación del jefe de la Revolución Cubana-- a Fidel Oswaldo Nieves, porque así lo habían solicitado al Comandante los muy humildes padres del niño ecuatoriano, María Enriqueta Navarro y Virgilio Nieves, naturales del Cantón Otavalo, de la provincia de Imbabura. 

Eran tiempos difíciles. El gobierno de Estados Unidos desarrollaba una escalada de acciones económicas, diplomáticas y políticas contra Cuba y pronto se produciría el desembarco mercenario por Playa Girón. Washington había logrado que varios gobiernos latinoamericanos rompieran sus relaciones con Cuba, y la Agencia Central de Inteligencia, que en Ecuador estaba representada por el oficial Philip Agee, hacía todo lo posible para lograr la ruptura de los vínculos diplomáticos entre las patrias de Eloy Alfaro y José Martí. 

Yo había tenido meses antes de la ruptura de relaciones diplomáticas de Estados Unidos con Cuba una experiencia bien desagradable durante mi tránsito hacia Quito por la ciudad de Miami. Y es que en esa época la vía más económica para viajar a Ecuador era hacerlo por Cubana de Aviación desde La Habana hasta Miami, y de allí hasta Quito por Ecuatoriana de Aviación. 

Tenía la visa de Estados Unidos estampada en mi pasaporte diplomático. Había sido otorgada en la misma sede que proximamente volverá a ser la Embajada norteamericana en el edificio ubicado frente al famoso malecón de La Habana. Pero los funcionarios de Inmigración en Miami me advirtieron, sin yo preguntarlo, que no podía salir del aeropuerto. Yo no tenía pensado hacerlo por razones económicas, aunque había tiempo suficiente entre la llegada del avión de Cubana y la salida del aparato de la empresa ecuatoriana. Y tuve la curiosidad de preguntar a uno de los funcionarios de Inmigración que hablaba español cuáles eran las causas de la prohibición: "Mira, me dijo con aires de prepotencia, pensamos que tú puedes ser uno de los tantos rusos que están tratando de infiltrarse en América Latina con pasaportes diplomaticos cubanos". 

Nunca he olvidado aquel hecho que viene ahora a mi memoria luego de los acuerdos anunciados el pasado 17 de diciembre por los presidentes de Cuba, Raúl Castro, y Barack Obama, de Estados Unidos, encaminados a restablecer las relaciones diplomáticas entre las dos naciones vecinas. 

Pienso que algo de lo mucho que debe ocurrir en el proceso de normalización de vínculos entre los dos países es que cesen las restricciones que impiden a los ciudadanos estadounidenses viajar libremente a Cuba, como lo hacen los canadienses que tanto influyeron en el récord de turismo que acaba de implantar la Mayor de las Antillas. Y que nunca más un funcionario de Inmigración en Miami confunda la nacionalidad de un cubano, que 54 años después vive para poder contarlo.

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