Por David G. Gross*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- Cuadrus Brutus estaba orgulloso de su estirpe romana. Su tatarabuelo había emigrado a Las Antillas y se había desempeñado durante toda la vida como mecánico de cocinas Piker y todos los Brutus habían dedicado su paso por el Planeta Tierra a perfeccionar esos aparatos para ver si lograban algún día hacer que funcionaran correctamente, aunque nunca lo lograron. Cuando Cuadrus, el último descendiente del árbol cronológico nació, toda la familia se reunió en torno al moisés donde dormía el niño y el abuelo lo levantó y lo acuñó en sus brazos para luego pronunciar unas palabras : “Mijito, tu no podrás ser como nosotros, irás a la escuela y a  la universidad para graduarte aunque sea, de Licenciado en espiritismo“.


 

Y Cuadruquito, como le decían en la familia y el barrio, cumplió los designios de su abuelo. El pequeño no había salido muy inteligente, pero eso si, estudioso a más no poder, dejó de lado los juegos infantiles y nunca supo lo que era volar una chiringa, montar en velocípedo, ni comer mangos verdes en el solar de la esquina. Lo de él eran los libros y así llegó a la universidad más cercana y se graduó, medalla de oro, como Licenciado en Administración Empresarial. Militó en todas las organizaciones estudiantiles de su centro y el día de la graduación, el rector de la facultad, al entregarle el diploma le susurró al oído: “Vas  a ser un cuadro destacado, lo juro“.

Cuadrus, al llegar a su hogar y luego de recibir las felicitaciones de todas las organizaciones del Barrio, se encaminó hacia el cuarto donde su abuelo agonizaba y le enseñó el título de graduado universitario. El anciano lanzó un suspiro y con voz carrasposa le dijo: “Óyeme bien mijito, cuando cobres tu primer salario cómprate una cocina eléctrica y bota la Piker y … escucha… ¡métete a dirigente aunque sea de una cuadrilla de ladrones..! ¡no te olvides de este consejo de tu abuelito que tanto te quiere!

A Cuadruquito lo ubicaron en un taller de reparación de bicicletas como Auxiliar de Contabilidad. Allí pasó varios meses, pero sus ambiciones era llegar a Jefe Económico. Por fin el que fungía en ese cargo fue demovido cuando al llegar un control y ayuda de la Nación encontró que no cuadraban los rayos de bicicleta con los tornillos de agarre y para colmo las tarjetas de estiba estaban desactualizadas y en el almacén del comedor había salidas de arroz, carne rusa y aceite que no tenían los vales correspondientes hacia la cocina. Al otro día, luego que la visita nacional se fue, después de un opíparo almuerzo, el Director de la Empresa lo mandó a buscar y le dijo con mala cara: “Cuadrus, hágase cargo de arreglar el mierdero ese que tenía el anterior Jefe Económico del taller“.

Ya a  Cuadrus,  no se le podría llamar familiarmente Cuadruquito como hasta ese día. Lo tenía todo preparado. Sacó de su armario en el cuarto los dos afiches a todo color con sendas imágenes de próceres de la Patria, una cajita con puntillas y un martillo. Lo primero que hizo al tomar posesión del cargo fue poner los posters en la pared y sobre la mesa sus agendas, un antiguo florerito de la abuela con los lápices, la cajita para las gomas de borrar, la calculadora y a un costado, la laptop. En pocos días pasó inventario al almacén y lo cuadró todo bajo el acápite: Pérdidas. Hizo lo mismo en el comedor y  registró en el libro de Medios Básicos hasta las cucharitas de postre. Luego redactó un documento titulado CIRCULAR INTERNA NUMERO UNO, donde reglamentaba todo el funcionamiento del Aparato Económico y debajo, un poco antes de su cargo y firma puso una NOTA: Nadie podrá mover nada sin una firma mía .

Todo marchó sobre ruedas hasta que luego de pasadas varias semanas vino la Secretaria del Director con una nota de puño y letra “Cuadrus, dale 5 libras de aceite a Fefita, 10 Latas de spam y salida para el Comedor con cargo a una reunión de técnicos. Por favor, rompe esta nota o quémala, recuerda que las paredes tienen oído y los clavos sentido. Arnaldo“. Cuadrus, inocente, el pobre, comenzó a sudar, miró a la muchacha y le dijo: “Cariño, espérame afuera que ahora te llamo, déjame terminar de llenar este modelito y te atiendo enseguida.”

Al quedarse solo, Cuadrus marcó el número del Director y pudo escuchar su voz: “Jaluooo, es  el Director que lo escucha… dígame por favor“. Es Cuadrus, Director, mire, usted mandó a Fefita con una nota y yo estoy dudoso… usted sabe lo que pasó con la visita de la Nación… yo no me atrevo… La voz que le respondió había cambiado de tono ahora y casi no lo dejó terminar.

“Mire Cuadrus, usted no tiene que atreverse a nada, me escucha, cumpla mis órdenes y sanseacabó.“. El sonido del teléfono al ser colgado la dejó el oído medio sordo. Disciplinadamente redactó el vale para el almacén y salió a dárselo a la muchacha que ya se impacientaba. Fefita agarró el documento y le dijo sonriente: “El cumpleaños de Fefitica es el sábado a las nueve de la noche, usted es invitado especial y… recuerde, vaya solo“. Cuadrus sacó su pañuelo del bolsillo del pantalón y la muchacha, cuando ya iba salir, regresó y se inclinó a decirle algo en tono bajito, muy bajito con una sonrisa de picardía que le llegaba de oreja a oreja:  “Le voy a dar una primicia, pero manténgalo en secreto que nadie lo sabe todavía, al Direct le van a dar un Lada nuevo y el carro de él, el Moskovich se lo va a dar a usted para este departamento… ¡Felicidades!“.

Cuadrus sintió que el sudor se le secaba en el rostro y se formó un pensamiento en el cerebro:

Abuelo, no te voy a defraudar.

*David G. Gross, historiador, escritor y periodista cubano.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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