Yenis Laura Prieto - Foto: Kaloian Santos Cabrera - Cubadebate.- Hasta su casa, siendo apenas un adolescente, llegaban aquellos “muchachitos” que comenzaban a escribir canciones. No es fácil imaginarlo, pero confiesa que un día tomó la guitarra para tocar los temas que luego se convertirían en los íconos del movimiento de la Nueva Trova Cubana. Ese fue el primer encuentro del pianista y compositor cubano José María Vitier con la obra de Pablo Milanés y sus compañeros de generación.


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Su relación con el piano siempre fue polémica y aunque no faltó la guía certera del maestro César López, su sueño de formarlo como “gran concertista” del repertorio romántico cedió ante un imperativo mayor, la posibilidad de convertirse en compositor.

A más de tres décadas de aquellos nacimientos regresa José María al espacio sonoro con un fonograma que hilvana el misterio de la poesía y la música. Sin olvidar aquella emoción inicial, se deja conmover por la voz de Pablo, quien se convierte, junto al piano, en protagonista de su nuevo disco, Canción de otoño.

“Yo tuve el privilegio de conocer la génesis de lo que fue después la Nueva Trova, desde que surgió en las casas. Una de esas casas era la mía. Hablo de los tiempos en que mi hermano Sergio y yo vivíamos en La Víbora. Cuando se crea el Grupo de Experimentación Sonora yo era un adolescente. Me invitaban a hacer suplencias. Recuerdo que la primera vez que tuve que ver con Pablito fue grabando el piano de la canción Hombre que vas creciendo. Tenía 14 años o algo así. Por esa fecha comenzaba a componer”.

Todo esto lo cuenta José María Vitier en una tarde habanera, muy cerca del mar, a pocos días de presentar su nuevo proyecto musical con Pablo. Conversamos sobre el otoño, el piano (deduzco que comparten la misma madera); la poesía (los versos que no se atreve a presentar), las telenovelas brasileñas (de las cuales es gran aficionado) y aquel Samuel (Feijóo) de su infancia. Casi al final, me habla sobre sus cuentos –como corresponde a todo buen cubano– siempre de cara al mar.

De esta historia, lo más importante no es lo aparente. Sugiero no perder de vista la secuencia que atraviesa la vida, su música, estas letras.

Invierno, verano, primavera…

“Lo que más hacía era música instrumental, sin embargo, quería lograr esa persuasión que tiene la canción, esa forma tan directa de llegar. En 1984, en la Cinemateca, Pablo estrenó Tus ojos claros. Después seguí muy de cerca su vida musical. Me fascinaba la voz espectacular de Pablo. Ese timbre que no se sabe de dónde salió, un símbolo musical-poético de nuestro país”.

José María asegura que el nexo entre ambos espacios creativos se afianzó unos años después, en los 90, a inicios del Período especial. “En esa fecha Pablo decidió grabar un disco de canciones infantiles mías con María Felicia Pérez, la gran directora coral. El fonograma era a dos voces con textos de Mirta Aguirre. Grabamos 17 canciones con la fundación PM Records. Fue un gesto de solidaridad, ya que ocurrió en un año muy difícil. Ese proyecto se convirtió en mi primer CD”.

“En el año 94 me convidó a participar en varios conciertos. Cantó cuatro canciones mías en Madrid y hasta allá fui como invitado de su fundación. A través de él llegué a esa ciudad. Defendió aquellas canciones mías que nadie conocía y es algo que siempre he agradecido inmensamente”.

Mientras transcurre esta entrevista pienso en uno de sus fonogramas imprescindibles: Canciones del buen amor. Quien se acerca a él encuentra no solo a Pablo sino también a reconocidos intérpretes y cantautores como Iván Lins, Silvio Rodríguez, Cecilia Todd y Jorge Drexler. Cerrando el disco aparece “Canción de otoño”. Rastreamos, junto a José María, esa huella.

“Era un proyecto muy ambicioso donde participaron muchos artistas, cantantes y cantautores, y recalco esto porque me honran los grandes intérpretes de mi música, pero me produce una sensación especial cuando se trata de cantantes que a su vez son autores. En ese disco Pablo participa. Es el antecedente de este proyecto. En esa ocasión Pablo me comentó que quería hacer un disco con mis canciones. Y era verdad. Un día de diciembre apareció en mi casa diciendo que estaba listo, que era el momento de hacer el disco. Yo aparté todo lo que tenía programado. Retomamos parte del repertorio que él conocía e incluimos cosas nuevas. Es una producción conjunta”.

En todo esto entra la voz de Pablo, nos dice. “Está su obra importantísima como autor, pero su voz es eso que no se puede describir y que podemos llamar lo cubano en la música. De ese modo inexplicable surgieron voces como las del Benny o Bola. Lo cubano está lleno de esas irrupciones. No se sabe por qué pero todo el mundo lo identifica como cubano. Me siento privilegiado por haber asistido, de algún modo, a ese nacimiento”.

…Otoño, una canción

“El disco es un pedazo de mi existencia, lo más autobiográfico que he hecho. Están contenidas las etapas más importantes de mi carrera y de mi vida personal. Es un lujo, un regalo, una bendición. Significó escuchar mis canciones en la voz soñada cuando apenas me acercaba a la música”.

Canción de otoño no escapa al recuento. Estas canciones han llegado en el otoño de mi vida, asegura. “Según mis cálculos, creo que no es invierno todavía, acabo de cumplir 61 años. Me siento muy bien en esta estación. Es la canción de mi otoño, del otoño de mi vida. He sido un compositor que me he reinventado varias veces en distintos territorios. Lo que está pasando en este momento es que empiezo a comprender con claridad el sinnúmero de cosas que hubiera podido hacer. Hay algunas en las que quiero insistir”.

Y, en efecto, quiere insistir. Insistirá en su música para piano, en su música sinfónica.

“Tengo piezas nuevas que no he distribuido entre los colegas todavía. Este año terminé una obra orquestal inédita que se titula Laberintos. Quisiera escribir más música sinfónica. El disco con Pablo me ha dejado muy tranquilo, a lo mejor estoy un tiempo sin hacer canciones aunque tengo muchos textos propios. Uno de estos días tal vez los musicalice”.

Los versos y el piano

“Soy una persona cuya primera afición es la lectura y la poesía. Me puse a hacer canciones con textos. La poesía es la primera de las artes. Es el germen de todas. No me refiero solo a los versos sino a la mirada poética sobre las cosas. Que haya sido importante para mí es muy natural”.

(Pensemos también en ese hogar natal donde confluyeron algunos de los grandes poetas de la lengua española, en la mirada reveladora de Cintio o en la palabra certera de Fina. Pero la coincidencia va más allá).

“Me acerqué primero a la poesía que más me gustaba y que sentía que podía ayudarme a crear una música que convidara a nuevas lecturas, que de algún modo arrojara una nueva luz sobre los versos”. Así comenzó a hacer canciones con textos de Zenea, San Juan de la Cruz, Calderón de la Barca, Rubén Darío, José Martí.

El texto de Martí que musicalizó para Canción de otoño no es un poema propiamente sino el fragmento de un discurso.

No tenemos un final

“Yo empecé haciendo música para teatro. Me refiero al teatro político Bertolt Brecht. Hace 40 años de eso. Me gustaría volver a hacer música para las artes escénicas, especialmente para teatro”, afirma.

Según nos cuenta, tuvo la suerte de trabajar con grandes directores de las tablas cubanas. “Es tan exuberante el movimiento teatral y escénico en la actualidad que me seduciría un proyecto de artes escénicas”.

Tampoco abandona sus obsesiones de siempre. Seguramente habrá algo de cine este año, enfatiza. “Los encargos más importantes son los del corazón, los que nadie te pide, los que tú mismo te propones. Y siento que debo completar un poco más mi obra pianística”.

No tenemos un final, me dice. Nos queda la sensación de lo que falta por nombrarse. Es el tiempo, el mar, la madera, la vida que queda. Descubrimos que aún no ha hablado el piano. “Tengo una relación con él como la que se tiene con un gran amigo. Es un extraordinario aliado. En estos años me le he acercado con menos pretensiones pero de una forma más sincera. Lo que quiere el piano es que uno lo escuche con cariño, que le pase la mano”.

Quien habla es José María Vitier a unas horas de estrenar en La Habana su nuevo fonograma con Pablo Milanés. Conversamos también sobre las historias que no se atreve a publicar, sobre la porción de costa habanera que se divisa desde su balcón, y que le ha regalado las mejores fabulaciones; sobre el único soneto suyo que ha leído Fina. Agradece a Silvia, su esposa, por el cuadro de la portada del disco y el café que llega en jarritas de colores.

Todo eso sucede a orillas del piano, la única frontera que José María conoce.

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