Yuris Nórido - CubaSí.- La manera más efectiva de combatir esquemas “contraproducentes” de consumo cultural es creando y difundiendo alternativas contundentes. Ese es el gran reto de los medios en Cuba…


En pleno siglo XXI, en una sociedad cada vez más abierta a múltiples influencias, prohibir ciertos productos culturales (pseudoculturales —dirían algunos) no tiene sentido. Por dos razones.

La primera es ética. ¿Quién se va a erigir en juez? ¿Quién tiene derecho a decidir qué pueden ver y qué no pueden ver los demás? ¿Con qué patrones? ¿Quién puede imponer —aunque le animen las mejores intenciones— esquemas de consumo?

La segunda es práctica. Nadie puede controlar el trasiego de información, que se mueve por vías formales o informales. Nadie puede entrar en una casa a comprobar qué están viendo sus habitantes.

Hay un espacio de libertad inviolable; tiene que estar garantizado.

El gran reto de los medios de difusión en Cuba es enfrentar ese impacto creciente de la banalidad, del mal gusto… Y no porque la banalidad sea “mala” en esencia, sino porque es empobrecedora, imperio de lo insustancial.

Hay que dejar algo claro: ciertas dosis de banalidad son hasta necesarias. No todo tiene que ser intenso, trascendental, significativo. A veces hace falta “desconectar”.

Lo preocupante es que sea banal todo lo que se consuma desde el punto de vista cultural. Mucho peor si esa banalidad está vinculada con antivalores, o con puntos de vistas francamente reaccionarios.

En la industria cultural contemporánea nada es inocente, ni siquiera lo que inocente parece. Es un complejo muy bien pensado, con un objetivo perfectamente establecido: el dinero.

Todo producto “seriado” está concebido para gustar a grandes mayorías, independientemente de sus implicaciones, de su vocación estética, de su profundidad metafórica, su compromiso social.

La lógica a veces es primaria, pero indudablemente efectiva: el “empaque” tiene que ser muy lindo, aunque el “contenido” sea nada.

El gran pecado de muchos de los “creadores” de ese entramado es precisamente ese: privilegiar hasta las últimas consecuencias el continente, darle cuerpo atrayente y seductor al sinsentido.

El gran pecado de muchos creadores más auténticos, gente que tiene cosas más relevantes para compartir, es precisamente descuidar el continente.

Y cuando hablamos de creadores, también hablamos de instancias de poder fáctico.

No hay que darle dos vueltas al asunto: lo que carece de atractivo, por muy importante que sea, siempre tendrá desventaja en este mundo, mundo de sensaciones.

Ciertas experiencias del socialismo real perdieron una batalla: la batalla por la belleza. Se llegó a pensar que “hermoso” era sinónimo de “banal”.

Y “feo” —es una realidad evidentísima— tampoco es sinónimo de “profundo”.

La manera más efectiva de combatir esquemas “contraproducentes” de consumo cultural (esquemas inmovilistas, adormecedores) es creando y difundiendo alternativas contundentes.

Creando símbolos.

Pero para eso hay que aprovechar un elemento que los “capitalistas de la cultura de masas” han sabido utilizar a su favor: la capacidad seductora del arte, de la cultura toda.

No es una batalla menor.

Los que en Cuba piensan que pueden declararle la guerra al tan mentado “paquete”, a golpe de censuras y restricciones, tendrían que tener claro que van a perder todos los combates.

El “paquete” solo desaparecerá cuando haya una oferta televisiva y cultural amplísima, capaz de satisfacer todas las demandas.

Es muy difícil, teniendo en cuenta la situación económica.

Es delicado, asumiendo la función emancipadora que le otorgamos al arte.

Se corre el riesgo de sucumbir ante la avalancha cultural que viene de los grandes centros de poder del mundo, donde impera la lógica del dinero. Una lógica que se sustenta en estructuras bien consolidadas.

Nuestra televisión —ya se sabe que la televisión es el más popular, el más influyente de los medios de comunicación— tiene que experimentar una transformación radical.

Paso al sentido del espectáculo, a la factura impecable… sin descuidar el trasfondo, la promoción de valores.

Hace falta mucho talento, hacen falta políticas más pragmáticas y efectivas, hace falta mucho trabajo. Pero también hace falta dinero. Sin recursos es muy difícil consolidar referentes.

De acuerdo: la economía tiene que ser el principal frente de las transformaciones de la sociedad cubana. Pero la cultura —que es el armazón espiritual de la nación— no merece menor atención.

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