Lianet Hernández - Cuba Contemporánea.- La visibilidad que ocupa hoy en el mainstream habanero pudiera ser un detalle engañoso para el Estudio Figueroa-Vives y su historia precedente. Una historia que sirve también para develar buena parte del avance estético de las artes visuales cubanas, sobre todo a partir de la asombrosa y no menos paradigmática década de 1980.


Flavio Garciandía, Ibrahim Miranda, Fernando Rodríguez, Los Carpinteros, Tania Bruguera, Raúl Cordero y otros agudos nombres se reunían en la casa de 17 y L, en el Vedado, para pensar y discutir sobre el presente y el futuro de las artes plásticas cubanas. Desde una mesa redonda, convertida hoy en ícono imprescindible del lugar, se concebían proyectos, se planeaba el montaje de obras y se lanzaban acciones de promoción.

Fue así como a partir de los 80 la casa de José A. Figueroa, un imprescindible de la fotografía cubana contemporánea, y Cristina Vives, quien iniciaba entonces la carrera que la consolidaría luego como una de las curadoras de arte más importantes del país, se convirtió inevitablemente en un foco cultural.

Ahora, con una nueva sede en la esquina de 21 y H, la casa Figueroa-Vives es uno más de los estudios-galerías que afloran por estos días en la ciudad. Eso sí, con la imperdible diferencia que le aportan algo más de 20 años de trabajo puestos en función del arte, una familia que multiplica por tres el talento, la dedicación, y cuyas dinámicas privadas han cedido terreno a las de esa otra familia artística que no ha parado de aumentar.

“Sin que suene falta de modestia, lo que hicimos en la calle 17, y que después trasladamos hasta aquí, ha sido una mininstitución, la cual funciona con todo lo que nosotros aprendimos en aquel contexto inicial. Lo que hicimos fue cerrar la concha y trabajar de la manera modestísima que nos permite el sector privado, pero tratando de recrear un sistema de pensamiento igual al de una buena institución”, confiesa Cristina Vives a Cuba Contemporánea.

Estudio Figueroa-Vives, en La HabanaAdemás de ella y de Figo -que escucha esta conversación desde el balcón, atento a que no se le mencione mucho por aquella increíble modestia que suelen tener los buenos artistas-, la tríada se completa, por obligatoria herencia familiar y pasión intrínseca, con Cristina Figueroa Vives, quien nació en medio de la agitación intelectual de sus padres y que de su infancia, en lugar de juguetes, solo consigue recordar obras de arte por toda la casa.

Cristinita es también curadora y asegura a Cuba Contemporánea que la gestión cultural del Estudio Figueroa-Vives no se limita a las exposiciones y los encuentros entre amigos y personalidades de Cuba o el extranjero: “Este no es solamente un espacio para venir a ver obras, aquí también recibimos escuelas, colaboramos con la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y con la Cátedra de Arte-Conducta -mientras existió-, así como con grupos de profesores y alumnos de otros países. Tenemos gran cantidad de libros sobre arte que ponemos a disposición de todos los amigos; es decir, todo el tiempo funcionamos como un centro de información”.

Pero toda esa actividad que había venido desarrollándose de manera espontánea tuvo un instante catalizador cuando en junio de 2013 la embajada de Noruega en La Habana trasladó su sede a un inmueble contiguo al de la familia Figueroa-Vives. La nueva condición de vecinos hizo que los noruegos les propusieran acciones artísticas de conjunto, y de este modo han realizado ya tres inauguraciones con la intención de mostrar artistas poco frecuentes en el circuito del arte. Aunque no en todos los casos han coincidido de manera generacional o conceptual, siempre han encontrado el modo de poner a dialogar sus obras. Algunos de ellos han sido Lázaro Saavedra, Humberto Díaz, Milton Raggi o Alejandro González.

Pero en ninguna de las exposiciones -subraya Cristina- se ha impuesto un criterio por parte de los noruegos en cuanto a lo que les gusta o no del arte. Siempre han respetado la idea de proponer proyectos menos tradicionales y aprovechar el espacio exterior de las edificaciones donde la gente pueda tener mayor participación.

“Ellos apoyan mucho la cultura y nuestra amistad se remontaba a años atrás, por tanto confiaban mucho en nuestro criterio sobre el arte. Comenzamos a pensar cómo establecer un diálogo efectivo entre vecinos, de interconexión, pero sin pretender una curaduría, porque nunca nos hemos planteado eso, sino más bien establecer diálogos entre las piezas. Pero se nos presentaba el dilema de la denominación. No podía pensarse en un gesto artístico entre la embajada de Noruega y la casa de Cristina y Figueroa. Fue entonces que decidimos bautizarnos como Estudio Figueroa-Vives, aunque lo manejamos así por la necesidad de nombrar algo, pues en lo que se refiere al trabajo ha sido el mismo desde los 80. Yo ahora tengo una participación más profesional, pero crecí viendo lo mismo, me formé con el trabajo de mis padres”, dice Cristinita.

¿Institución vs. iniciativa independiente?

Aunque ya La Habana no es la misma de los 80 y ahora son cada vez más los estudios-galerías, todavía sigue haciéndose difícil concertar el diálogo certero entre esas iniciativas particulares y las pautas establecidas por la institucionalidad artística en el país.

Quedan múltiples rezagos de los malestares antológicos que asociaban las iniciativas independientes con posibles amenazas a la gestión de las instituciones y lo que ellas representaban, aun cuando la ley reconociera el derecho de cada artista a promover y comercializar su obra, un beneficio que -paradójicamente- fue consecuencia del sistema institucional establecido en los 80 y al cual todavía hace referencia la propia Cristina.

“Yo vengo de las instituciones. Lo que aprendí en la práctica, a trabajar con el arte y los artistas, fue desde ellas. La generación del 80 en sentido general -todas las exposiciones, los artistas y los curadores- salió de un sistema institucional. Siempre insisto en este aspecto porque si yo aprendí a trabajar en las instituciones, no soy enemiga de ellas. Soy enemiga de lo que se hace mal, enemiga de la limitación o la mediocridad, pero nunca de la institución. Por eso los artistas con los cuales trabajamos se han convertido en nuestra familia. Aquí históricamente ha podido entrar mucha gente, pero todo el mundo ha entrado en una atmósfera de ayuda mutua, donde a todos les interesa el arte que hacen los demás y todos se sienten honrados de convivir con las creaciones de los otros. Esa es la única manera que conozco de trabajar con el arte y eso lo aprendí en la institución”.

Es precisamente esa experiencia acumulada como curadora independiente la que ha motivado a Cristina Vives a defender que “todos somos parte de un mismo contexto, en el cual no se trata de la estructura que tú crees, sino el talento con el cual la desarrolles”.

Estudio Figueroa-Vives, en La Habana

Por otro lado, haciendo referencia al caso particular del Estudio Figueroa-Vives, Cristinita agrega: “Todos los proyectos que se han generado desde aquí, de una forma u otra, siempre han tributado a la institución y han tenido un beneficio o un resultado para ella. No es que estemos haciendo cosas por nuestra cuenta y no nos interese vincularnos, de hecho nos sentimos honrados cuando podemos culminar algunas de nuestras acciones dentro de un espacio institucional. Supuestamente, lo que debe importar es que tenemos el mismo objetivo a favor del beneficio de la cultura. Cada cual desde sus puntos de vista, posibilidades y dinámicas”.

Y otro aspecto, también insoslayable, es que “en nuestro caso hablamos de un fotógrafo, que a pesar de no haber recibido nunca distinción alguna por la cultura nacional, cuenta con una carrera muy sólida e importante desde los años 60. Además, hablamos también de cuatro premios nacionales de curaduría -en el caso de mi madre- y muchísimos libros publicados; es decir, son dos intelectuales de primera línea, quienes están haciendo un trabajo súper serio que hay que respetar y tener en cuenta”, agrega Cristinita.

Su madre insiste en que: “todos somos necesarios, pero debemos buscar eso que ahora está muy de moda: el arte de aprender a convivir con nuestras diferencias. Yo lo único que quiero es que me dejen ser feliz, como decía una obra de Tonel. Y tener mi espacio para decir lo que quiero”.

Por el momento, los Figueroa-Vives pretenden continuar acumulando historias. Abriendo la puerta de la casa a cualquier hora, recibiendo lo mismo al que viene desde el otro lado del mundo que al vecino de la otra esquina; reduciendo cada vez más el espacio íntimo en una casa que hace mucho tiempo no es solo de tres y -sobre todo- apostando por el buen arte y los artistas. Probablemente las circunstancias conspiren para que todo allí luzca perfecto: una de las calles más transitadas del Vedado habanero y, frente al edificio, un parque que cuenta entre los más hermosos de la ciudad, pero la historia y los hechos, además del trabajo constante, demuestran que hay mucho más que pura casualidad en la esquina de 21 y H.

 

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