Amado del Pino  - Cuba Contemporánea.- La medida acaba de anunciarse en La Habana. Lo más prudente sería esperar. De una reunión, nada menos que del Consejo de Ministros, la información suele salir general y sin detenerse en detalles. Lo que ocurre es que el tema de la financiación más ágil para los proyectos artísticos me lo tomo como asunto personal y el comentario se convierte en necesidad.

Serían muchas las anécdotas sobre las demoras burocráticas, las resoluciones que derivan en aliadas de la lentitud y hasta de la suspensión de muchas buenas ideas.

Mientras en cifras –y en hechos tangibles, como la multitud de personas que están empleadas en los diversos organismos que gestionan el día a día en el ámbito cultural– el apoyo del Estado cubano ha sido amplio, en cuanto a la ejecución y jerarquización han aparecido (también abundantes) las quejas de los creadores y hasta del público.

En la esfera de la producción teatral y audiovisual hemos usado algunos amigos una circunstancia supuesta y un tanto pueril pero que ilustra y se acerca mucho a la realidad vivida. Para una película o puesta en escena se necesitaba una mesa y cuatro sillas. Pues bien, no existía autorización para comprar la mesa. Para las sillas, sí. Al final se compraban no cuatro sino seis. Al no contar con la mesa, las sillas no cumplían su cometido en la supuesta escena familiar, e iban a parar a otro proyecto o se deterioraban en las tinieblas de un almacén.

Tanto como la burocracia –fantasma y azote tan citado que se diluye en la abstracta queja– ha influido negativamente cierto igualitarismo. Hemos sido muchos los creadores, los artistas profesionales, los asesores, técnicos, funcionarios. Y ha costado darles los mayores (o el menos los más ágiles) recursos a los que tienen más talento y obtienen mejores resultados. Es un ángulo delicado del tema, pero la protección excesiva, la insistencia en que “toque para todos”, suele convertirse en aliada de la mediocridad.

Aunque desde hace unos años no estoy en La Habana, he seguido de cerca y hasta me he involucrado en procesos de creación y promoción.

Alguna otra vez me he referido a la gorda cifra de profesionales de las artes escénicas en nuestra capital. Sé también que la inmensa mayoría de nuestros teatristas lo que quiere es ensayar, estrenar, reponer y no acomodarse en la certeza –impensable en “otras regiones”– del sueldo fijo.

Ahora bien, sería bueno que este manejo más realista y directo de los recursos facilite inversiones –en el área que me ocupa, salones de ensayo, remodelación de alguna sala, compra de ese aire acondicionado o de esa pieza del elevador que se espera hace años– que resultan baratas si se piensa en que a partir de ese gasto los artistas podrán completar la función por la que reciben un salario mes tras mes y –lo más importante– se multiplicarán las opciones para el diálogo con el espectador.

En una Cuba cambiante y con presumible protagonismo de lo pragmático, la vida cultural podrá parecerle a muchos un adorno prescindible. Soy moderadamente optimista en cuanto a que la potencialidad de enriquecimiento espiritual y la capacidad de generar la reflexión colectiva de lo artístico entren en todo ese proceso de una forma lo menos esquemática o formal posible. Esta medida de financiar más directamente la creación parece encaminada en ese sentido. De que en su ejecución logre espantar los fantasmas del formalismo y la retórica, dependerán su éxito y la continuidad de mi inicial entusiasmo.