Marianela González - Cuba Contemporánea.- Santiago Feliú no consiguió ver nunca el resultado de aquel proceso de “descerebración” que serían sus declaraciones para Lester Hamlet; Santiago Feliú. Antológico sería presentado por el cineasta a poco de la muerte del zurdo, en la misma sala en que, decía, se hizo artista. Lo que hemos visto esta vez en la sala Chaplin, entonces, nada tiene que ver con el espacio “natural” de su figura-eje, pero tiene el encanto de la complicidad: con la diva en el lunetario, Lester presenta un documental sobre su vida, y la gente voltea a cada rato para mirarla, como quien se asegura de que está ahí.

“Hiciste magia con todo eso…”, la oí decirle.

Omara Portuondo no reconoce en sus testimonios una pieza de colección. O no más de lo que pueden serlo aquella encarnación suya de Mariana Grajales o la Mercedes Ayala de Cecilia –sus “atrevimientos” en el cine. Pero sabe que lo que ha visto esta noche sí lo es.

Acompañada por su familia y amigos, escuchó los aplausos de la gente en las escenas que registran sus grandes interpretaciones, y que tres filas por delante alguien los mandaba a parar: “¡no me dejan oír, coño!” –era “Silencio”, su interpretación con (sin) Ibrahím Ferrer: el más poético instante de todo el largo documental; el tono con el que algunos habríamos querido que siguiera.

A ratos, la novia del filin le abre al cineasta las puertas de su intimidad. Se expone (más). El grueso del relato, no obstante, va estructurándose a partir de la ilación cronológica entre testimonios de la propia Omara y entrevistas a Eusebio Leal, Santiago Alfonso, Fernando Pérez, José María Vitier, Amaury Pérez, Ángel Díaz, Pablo Milanés, Xiomara Valdés, Luis Carbonell, Teté Caturla y Chucho Valdés: testigos, algunos, de su vida; otros, del campo de la música cubana y el espectáculo –por ciclos, una misma cosa.

Ello explica los modos en que Lester sortea el dilema de la singularidad de la obra. Por un lado, ya había en el cine cubano un Omara –el docudrama de Fernando Pérez–, de modo que este, quizá el último de largo alcance que se le haga en vida, tendría que ser Omara: Cuba –“no hay más ná'”, dícese de los límites en su barrio de La Habana, la misma de Lester. Por otro, la carrera de Omara Portuondo no es solamente una cronología de éxitos musicales… ni siquiera una cronología de éxitos: sus altibajos han sido, también, los del propio campo cubano de la música y el espectáculo, y con ello, los de los puntos de giro en la historia reciente de este país. Cada uno de los testimonios da cuenta de ello.

Esa condición de artistas-vientre no crece como yerba mala en Cuba. Pero Omara lo es –vientre y “yerba mala”, ¿cómo dudar? A la más hermosa de Las D’Aida la conocen el bolero y el filin, los icónicos escenarios de la nueva trova y la canción protesta, la rumba y el jazz, el son y la canción; la televisión, el cine y el cabaret. El documental lo hace notar; en este sentido, la pieza trasciende por la minuciosidad de su arqueología. Y donde no hay imagen posible, Omara: Cuba muestra una animación, un dibujo, una caricatura: las Omaras que ha visto Lester de noche, las escenas que imaginó en una fotografía vieja, el lazo que habría querido que tuviera de niña…

Omara: Cuba es otra Fábula de Lester Hamlet para la memoria musical de la nación.