El Instituto de Filosofía de Cuba y el Colegio de Charleston, en Carolina del Sur, Estados Unidos, sostienen desde hace más de 15 años el intercambio académico ininterrumpido más duradero entre ambas naciones. Granma se acerca hoy a las experiencias del semestre de estudio que comenzó la pasado 16 de febrero. Estudiantes estadounidenses del intercambio entre la universidad norteamericana de Charleston, y la UCLV de Cuba, en la Residencia Caribe de Miramar. Los nueve estudiantes seleccionados se especializan en Ciencias Sociales, Estudios Internacionales y otras carreras humanísticas. Foto: Yander Zamora

Lissy Rodríguez, Claudia Fonseca Sosa- Granma.- Kathleen, Peyton, Kit, Sarah, Simone, De­von, Cassidy, Kiki y Daniel son nueve jóvenes estadounidenses que viajaron el pasado mes a Cuba con la aspiración de conocer de primera mano la realidad de un país que para sus coterráneos es extraño. La mayoría había oído hablar del pequeño archipiélago gobernado por un Partido Comunista en medio del mar Caribe, pero a ciencia cierta, no tenían idea de qué iban a encontrar cuando llegaran.


Todos participan desde el 16 de febrero en la presente edición del semestre académico organizado por el Instituto de Filosofía de La Habana, como parte del intercambio que se desarrolla desde hace más de 15 años con el Colegio de Charleston, en Carolina del Sur, Estados Unidos.

“Realmente no sabíamos qué esperar, porque la idea que se tiene sobre Cuba en Es­tados Unidos es distinta. La gente incluso puede llegar a decirte que tengas cuidado porque ven a Cuba como un país raro, aunque la percepción que tenemos estando aquí es diferente”, confesó a este diario la joven de 20 años Devon Fray, estudiante de Ciencias Políticas del Colegio.

Quizá el cambio en la opinión de Devon se deba a que el programa está pensado para que el estudiante, más allá de recibir una clase tradicional, sea capaz de percibir la realidad cubana mediante la interacción directa con sus actores sociales.

El doctor Humberto Miranda, del Grupo de Investigación sobre América Latina, Socio­logía Social y Axiología (GALFISA) del Ins­tituto y director del proyecto por la parte cu­bana, explicó a Granma que para ellos lo importante es el contacto de los estudiantes con el ciudadano común.

“Por ejemplo, una clase de agricultura y alimentación incluye desde la explicación de las condiciones geográficas para el cultivo de alimentos, hasta salir a la calle a comprar los ingredientes en un agromercado para que ellos mismos puedan preparar una comida típica cubana, con todas las dificultades que eso pueda implicar”, señaló Miranda.

El currículo, diseñado para tres meses de clases, contiene cinco materias dedicadas a profundizar en el estudio de los movimientos sociales y la política en América Latina, la historia de la Revolución Cubana, una introducción a la Cuba contemporánea y un curso de idioma Español. También incluye visitas a varias provincias del país, barrios, proyectos comunitarios, cooperativas e instituciones aca­­­­­­­démicas y culturales, como el Instituto Su­perior de Arte, la Universidad de Ciencias Informáticas y la Escuela Latinoamericana de Medicina, entre otros.

“El objetivo es que cada uno se forme un criterio propio de Cuba”, sostuvo.

ACERCARNOS Y APRENDER

En el aula se les ve trabajando en equipo, “empiezan a comportarse como grupo”, algo que según Miranda no es común en Estados Unidos. Allá —según dijo— prefieren la interacción a través de las redes sociales que el contacto directo.

En cambio, Cuba les propone el calor de su gente, su austeridad material y su riqueza de espíritu, sus tradiciones culturales y problemas cotidianos, y también potencialidades pedagógicas. Ellos parecen aceptarlo.

Preparan el lugar de clases —el plan de hoy es aprender sobre música con el trovador Frank Delgado—, toman una taza de café, y empiezan a hablar de “lo cubano” como si fuesen expertos en una rama que estudian hace mucho tiempo.

“El cubano sonríe mucho y eso dice bastante del nivel de satisfacción de una sociedad, —opinó Devon—. En mi país se piensa que los cubanos sienten antipatía por los norteamericanos, pero no es así”.

Su compañera Peyton Aldrich, de 21 años, cree que a simple vista se nota la felicidad y celebra la idiosincrasia cultural cubana. “No he visto a nadie desahuciado. Todos bailan y cantan muy bien”.

Explicó que en el sistema educativo estadounidense se conceptualiza al comunismo como “un monstruo”, aunque a ella no le parece que realmente eso sea verdad. “Solo es un sistema diferente”, dijo.

“Las imágenes erróneas que teníamos de Cuba las hemos ido transformando. Cono­cernos es muy importante porque somos —co­mo se dice aquí— del mismo “barrio” y tenemos cosas que compartir”, añadió.

Simona Wade aseveró que una de las cosas que más le ha asombrado de Cuba es el nivel educativo y de preparación política que tienen las personas. Para la joven de 23 años que se especializa en Estudios Inter­na­cio­nales, eso es admirable. “Los cubanos siempre están dispuestos a hablar de temas profundos o controversiales y en EE.UU. eso no es común”.

“Es agradable venir aquí y ver a una sociedad con una mente muy abierta, dispuesta a hablar de cualquier tema y con cualquier persona. Los cubanos dicen lo que piensan”, dijo por su parte Sarah Saunders, de 22 años.

La estancia en Cuba ha sido muy gratificante para Kiki Alexander, de 21 años y origen afroamericano. “Por el color de mi piel he llegado a sentir miedo en EE.UU., sin embargo en Cuba me he sentido muy cómoda. No exagero cuando lo digo”.

Los jóvenes estudiantes también comentaron con Granma sus expectativas en cuanto al futuro de las relaciones entre ambos países, luego del anuncio realizado el pasado 17 de diciembre por los presidentes Raúl Castro y Barack Obama.

La mayoría afirmó que fue un hecho muy positivo, aunque para algunos está determinado por el interés del sector empresarial es­tadounidense de aprovechar las oportunidades que han surgido en Cuba a raíz de la actualización del modelo económico.

“Hablar y acercarnos respetuosamente po­dría hacer una gran diferencia”, dijo Devon.

“Creo que el cambio de política hacia Cuba beneficia sobre todo a aquellas personas que tienen familia de uno y otro lado, y que por mucho tiempo han estado separadas”, reflexionó Peyton.

“Si se quieren normalizar las relaciones entonces es importante que se normalice el flujo de visitas de los cubanos a EE.UU. y viceversa”, agregó.

“Es muy importante que aprendamos a confiar unos en otros”, sentenció.

En este sentido, Simone consideró que sería muy provechoso para el entendimiento mutuo que intercambios académicos como este y otras formas de contacto “people to people” aumenten.

ASUMIR LA DIFERENCIA

Según comentó Miranda, la idea del proyecto surgió a raíz de un recorrido de investigadores cubanos por centros docentes de Estados Unidos, algunos de los cuales se mostraron interesados en iniciar programas de intercambio académico con el Instituto de Filosofía de La Habana.

Su materialización comenzó en el periodo de gobierno del presidente William Clinton, quien luego de aprobar la Ley Helms Burton en 1996, decidió en el último tramo de su mandato tender algunos puentes hacia Cuba y propició los contactos académicos y people to people (pueblo a pueblo).

El programa se concretó poco tiempo después como fruto de un acuerdo entre GALFISA y el Colegio de Charleston. “Nos pareció que la propuesta de Charleston era la más adecuada. En el año 1999 vinieron a Cuba los directivos de la universidad, y en el 2000 empezó el primer programa de verano entre los meses de mayo y junio”, añadió.

Por algunos años los cursos transcurrieron sin susto. Pero en el 2004, con el reforzamiento de las medidas hostiles contra Cuba de la administración George W. Bush —que au­mentó las negativas de visas a académicos, científicos, artistas, deportistas y funcionarios cubanos—, algunos temieron el fin del que hoy constituye el intercambio académico ininterrumpido más duradero entre ambas naciones.

“De los 114 intercambios que habían en ese momento se quedaron cuatro nada más”, recordó, al tiempo que agradeció al doctor Douglas Friedman, quien preside el programa por la parte estadounidense y contribuyó en­tonces a localizar el resquicio dejado por la Casa Blanca que permitió salvar el intercambio.

“Los programas, para efectuarse, tenían que durar no menos de 10 semanas. Eso nos ponía ante un reto y lo que hicimos fue convertirlo en un semestre”, señaló.

Como resultado de la colaboración, Fried­man ostenta hoy la categoría de Investigador Adjunto de la Academia de Ciencias de Cuba.

Durante estos 15 años, más de 200 estudiantes y 20 profesores estadounidenses han visitado Cuba, mientras que profesionales de la Isla han hecho estancias de investigación en el Colegio, con acceso total a su bibliografía y posibilidades de interactuar con otras universidades.

En tres versiones de los eventos organizados por la Asociación de Estudios La­ti­noame­ricanos (LASA, por sus siglas en inglés), se han presentado paneles de investigadores del Instituto.

Sobre el proceso de selección para ingresar al programa, Miranda explicó que el Colegio lanza la convocatoria y a través de entrevistas personales se identifican a los jóvenes cuyos intereses coinciden con los del programa. “Es­te año se presentaron 16 estudiantes, y quedaron finalmente nueve”.

Para los organizadores del programa, su esencia radica en que los estudiantes logren captar la sociedad cubana con sus matices, sin imposición de conceptos ni adoctrinamientos, sino desde la propia praxis.

“Nosotros estamos muy cerca, tenemos muchas cosas en común, —reflexionó Mi­randa. Lo que propiciamos es una convivencia en la que aprendamos unos de otros, que los estudiantes logren captar la realidad desde su experiencia y que asuman la diferencia. Me parece que este programa lo que ha hecho es construir un puente para que podamos conocernos”.

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