Venta de libros en la Plaza de Armas, en La Habana Vieja

Lily Poupée - Cuba Contemporánea.- Por múltiples razones, el nombre de nuestro país ha estado de moda en el plano internacional durante décadas. Ya lo dijo el uruguayo Eduardo Galeano: A Cuba se le mira siempre bajo el lente de una lupa.


A inicios de los 60s, el triunfo de la Revolución suscitó una oleada de simpatía mundial, una inyección de esperanza para la izquierda, cuyos ecos aún resuenan en los rincones más insospechados del orbe.

Cuando vemos hoy en día imágenes de nuestros líderes en seriales tan distantes en tiempo y geografía como puede ser uno sudamericano o un francés -donde “de pasada” aparecen fotos del Che y de Fidel en las paredes de una habitación o de un campamento mientras los protagonistas conversan de planes donde no siempre prima la cordura-, entendemos que somos utilizados simbólicamente, que de forma explícita o subliminal se transmite a los telespectadores un mensaje cuyo significado oscila entre la aventura y la justicia, entre la rebeldía y la insensatez.

Durante la década posterior, el fracaso de una zafra y otros sucesos desafortunados volvieron a colocar el nombre de Cuba en la palestra internacional de donde no habíamos salido todavía, hasta que en los 80 fuimos nosotros mismos los encargados de mostrar al mundo que la ayuda internacional y solidaria rendía frutos a nivel doméstico, cotidiano.

Fue esa una década prodigiosa en términos de bienestar económico para la población que permanecía en la Isla, aun cuando fuera una bonanza artificial, y no supimos vislumbrar lo que vendría a continuación. Debe señalarse que la cultura tuvo en esos años un esplendor considerable, liberada de torpes ataduras impuestas antes, y que el humor, tanto escénico como gráfico y literario, alcanzó un sitio que llegó a reconocerse en eventos internacionales.

A continuación, como el socorrido cubo de agua helada, llegaron los 90, y con ellos la peor etapa cubana. La crisis fue generalizada: crisis económica, crisis de los balseros, crisis de valores, crisis del petróleo, crisis migratoria, del azúcar, inversión de la pirámide social, crisis por todos lados. No solo nos tomó por sorpresa (como siempre hace el agua helada), sino que nos conminó a una resistencia que los convencidos en el proyecto inicial asumimos con el mismo coraje de cuando íbamos a una guerra lejana.

La década de los 90 marcó con fuego a varias generaciones, de lo cual se ha hablado bastante aunque nunca será suficiente, dada la extensión y la profundidad de esa herida, que continúa sangrante a pesar de que los bordes ya estén costrosos.

Cuando llegó el 2000, ya éramos otros. Nos fue indiferente el cambio de siglo un año más tarde. Tantas cosas se habían transformado entre nosotros, que no nos estremeció pasar de una centuria a otra: ya Cuba era distinta, aunque la lupa mundial nos mirara con la misma atención de 50 años antes.

Existen por ahí cubanólogos, personas e instituciones que dedican tiempo y energía a analizarnos, y emiten criterios que la mayoría de las veces resultan disparatados por la sencilla razón de que no nos conocen. Ni nos sienten, como diría Silvio. En este punto, debo confesar que así como este trovador nos ha “cantado” a lo largo y ancho de todos los momentos, complace leer artículos escritos por jóvenes que demuestran la misma rebeldía y un compromiso similar a los que como Silvio, sostienen la gesta de un cantar: desde este pequeño espacio, aplaudo a los hacedores de la publicación La Joven Cuba.

De una forma u otra, ahora estamos en la antesala de un momento trascendental de la historia (y claro está, en el hit parade de la mira mundial), somos testigos de uno de esos instantes que luego serán reseñados a profundidad e integrarán capítulos de libros, acápites de conferencias y temas de congresos mundiales. Pero la mayoría de los cubanos y de las cubanas seguimos siendo los mismos que cambiamos para quedarnos.

Estar en el vórtice de los acontecimientos actuales produce la misma sensación de paz enrarecida que se siente cuando nos atraviesa el ojo de un huracán. Presentimos que algo grande está por suceder, pero la intuición no nos nubla el entendimiento, ni nos alivia las carencias inmediatas.

Mientras viene lo que viene, o lo que dicen que vendrá, aquí estamos, con la calma que heredamos de los chinos, con la sabiduría de los africanos y con la gracia española para hacer refranes, en el tíbiritábara, en el dime que te diré, en la indromuria y en la psicofancia, en la lucha diaria y en miles de batallas, que ni el mejor lente del planeta es capaz de descifrar, aunque el mundo siga observándonos atentamente y unos cuantos expertos se otorguen el derecho de emitir opiniones sobre nosotros.

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