Eileen Sosin Martínez - Cuba Contemporánea.- Tiene nombre de pelotero. Es fácil imaginar el audio local del Latino anunciando “BáarbaroVaargas… tercera baase”. Por su estatura (1, 98 metros exactos) parecería destinado al baloncesto. Pero ni lo uno ni lo otro, y él lo deja claro: “Me da lo mismo Lionel Messi que Cristiano / mi deporte es hacer rap / y le voy al hip hop cubano”.


Bárbaro se graduó del Instituto Superior de Diseño (ISDI), en la especialidad de gráfico, que, según dicen allí, la escogen los más creativos. “No sé, no sé, los de diseño industrial también tienen que esforzarse cantidad, eso lleva tremenda preparación”. Tal vez en algunas canciones parece bravucón, pero en realidad es un muchacho sencillo: 26 años, nativo del Marianao profundo, escucha música todo el tiempo.

“No soy problemático como suponen / no hablo de consumo, de humo, / de Hummel ni de millones (…) Me criaron dos mujeres como si fueran varones…”. Para conocerlo mejor hay que prestar atención a cada rima, sobre todo aquellas que son casi un expediente personal, un carné de identidad. “A mí también me gusta el lujo, el money, las jevitas, la salida, la ropa, la pinta y la comodidá / pero no podría sentirme cómodo sabiendo que con mi música estoy echando a perder mi comunidá”.

La historia de amor con el rap comenzó cuando iba a las peñas en el Barbaram y el Karachi, haciendo freestyle como aficionado. “Lo mío era la improvisación”. En esas se topó con Aldo, de Los Aldeanos. “Al final él se me acercó y me dijo: ‘ponte a escribir ya, tú tienes que tomarte esto en serio’, y así empecé a hacer mis primeras canciones. Al principio no me gustaban mucho, porque me quedaban muy al estilo Aldeanos, era la influencia más cercana que tenía. Hasta que pasó un tiempo y me pareció que fui encontrando un poco mi identidad”.

El primer disco nació en 2010, bautizado -sugerentemente- como Casi crudo. Ya desde ese momento la ruta quedaba marcada: “No me pregunten proyectos futuros/ seguiré haciendo rap del duro / sin vender un tema man pero seguro / de que mis promotores no me dejan detrás / pues ellos son discos duros, / MP3, memorias flash”.

Esos versos apuntan -y disparan- a dos palabras malditas. En el hip hop nacional hablar de “mercado” e “institución” es como mencionar la soga en casa del ahorcado. “La mayoría de nosotros pertenece a la Agencia Cubana de Rap, que a su vez pertenece al Instituto Cubano de la Música; si no, no pudiéramos cantar en diferentes lugares. Pero lo único que nos brindan es eso: los papeles. De cierta manera, si nos ponemos a pensar, hasta hay que agradecer su existencia, porque esa función es válida; sin embargo, una empresa debería respaldar al artista, defenderlo en situaciones que se presenten, apoyarlo, ya sea con presupuesto, con promoción…”.

Y sin embargo se mueve, pues el Diablo Tun Tun, La Gitana, el Palacio de la Rumba, la sala Avenida han recibido el flow de Bárbaro, tanto solo como acompañado. El bar cuentapropista La Figura también le dio paso en la pista, alguna que otra noche de domingo. A la gastronomía particular se le cuestiona en ocasiones su propuesta cultural, y los raperos necesitan espacios que los escuchen. Entonces el problema sí tiene solución, y da números positivos. “En todos esos lugares la gente se ha llevado una buena impresión, el público del hip hop es excelente, se comporta muy bien”.

Entretanto, los medios –“medios sin remedio”, dice él-, muchas veces han estado sordos. “A veces nos cerramos y yo también me corto/ porque si te damos y tú me desprecias / ¿cómo me comporto?”. El problema duele: “Mira el salario básico de este país / y dime quién puede pagarte a ti tres mil por un video clip”, aunque siempre cabe el tono de broma: “Le meto al diseño y hago un rap bacán / si yo vivo trabajando ¿mis ‘balas’ dónde están?”.

Ante presuntas dudas comerciales, Etián Brebaje Man explica en el mismo tema: “El corazón que ama tiene las cuentas claras / no se va por money, no se va por nada. / Pero también me hacen falta todas las ‘balas’ (…) para tener más plata y llegando a mi casa / salvar a to’ el mundo, que es lo que más me cuadra”.

Si solo hay limones, pues a hacer limonada; o sea, encargarse de todo. “Realmente es un peso: tengo que gestionar las presentaciones, diseñar los flyers, imprimirlos, ir a donde los voy a repartir, y además la música: las letras, la producción… Es muy complicado, creo que ya me acostumbré, aunque a lo malo nadie se acostumbra del todo”.

Entonces la situación se convierte en actitud: “Lo más rico que yo tengo es que no me siento pobre / pobre del que mal se sienta por no ser rico”. Y luego: “No he salido en Lucas, ¡¿voy a salir en MTV?! / Pero es que triunfar pa’ mí / va más allá de hacer un hit/ una buena canción es la que da un mensaje aunque no sea feliz”. Así que no hay otra:

“Si me va a caer de fácil que sea por la lotería / porque yo no pienso trabajar rapeando bobería”.

Combinar la profesión con el hip hop fue “candela”. Cuando estaba en quinto año de la carrera lo invitaban a cantar aquí y allá, “pero siempre lo vi como un hobby, por eso me dediqué más al diseño”. Después, y hasta hace poco, Bárbaro llevaba una doble vida: de 8 a.m. a 5 p.m. trabajaba en una empresa, y al terminar, como Superman cuando salía corriendo de la oficina, se convertía en rapero.

Entre los vecinos y los de la empresa apenas le conocían esa faceta, ellos se fueron enterando por casualidad. “Nada más pierdo la timidez cuando estoy en un escenario, delante de la gente; pero mientras no me gusta estar diciendo que canto ni nada”.

A pesar de que ahora apuesta por la música definitivamente, no se trata de una decisión a muerte. Si hubiera que escoger, él asegura que no tiene miedo a ese momento. “Pretendo seguir llevando las dos, son cosas que tienen que ver: eso me ayuda a hacer las portadas de mis discos, los carteles, siempre le ‘paso la mano’ a mis videos y puedo dar una opinión crítica”.

Hablando de crítica, este ingrediente nunca falta en el rap cubano. Los textos duros, contestatarios, cargados de conciencia social y ambiente callejero resultan vulnerables a malas intenciones y lecturas de todo tipo.

“A lo largo de la historia siempre se han querido aprovechar, por eso uno no sabe a quién abrirle las puertas de la casa. Aquí todas las semanas llega un extranjero distinto.

Tampoco se puede generalizar: algunos vienen a hacer tesis, maestrías, doctorados; están interesados en el tema de nosotros, y llegan con la intención de ayudar y empaparse de lo que sucede. Otros simplemente se acercan para hacer daño.

“Ya pasé por una experiencia negativa: cogieron un fragmento de una entrevista para Al Jazeera, y salió por CNN. La cuestión no era tanto lo que yo decía, sino el marco donde me pusieron. Y se valen también de las condiciones que tenemos: te quieren pagar 20 pesos por un disco, llegan a darte un pulóver y piensan que ya con eso te van a comprar. A veces faltan el respeto por esa manera tan aprovechada”. Es así, la versión más actualizada de Word reconoce la palabra “anticastrista”, pero si uno escribe “cubanía” y “rapear”, lo señala en rojo, como un error.

-¿De verdad el rap cubano no tiene canciones de amor?

-“¡Qué! ¡¿Pero quién dijo eso?!”

-Bueno, es un decir.

-“Depende del enfoque que le des: hay temas políticos que son de amor, temas a las madres, a las abuelas… Por ejemplo, yo tenía una novia que vivía en San Nicolás de Bari, y la visión que le di a la canción fue el trabajo que pasaba para ir a verla. Después de coger camiones, al final llegué y la vi”.

Urbano porque “es lo que trato de reflejar en mis temas, las historias que me rodean”. Marianao arriba, Marianao abajo. “Qué bolá asere, dime negro, qué pasó / (…) No se automargine, que la calle que usted ha tenido / es la que tengo yo”.

La nobleza de espíritu se descubre a primer oído. Una prueba: la canción Mi mundo perfecto, de casi diez minutos, con Aldo, Dj Lápiz, Silvito el Libre y la voz melódica de Danay Suárez clamando: “Valor, valores…”.

Por ser uno de los MCs más jóvenes de la escena nacional no ha podido librarse de que lo llamen “Barbarito”, mientras en casa le dicen “Osniel”, su segundo nombre. La familia, a su manera, también ha vivido el hip hop. “Siempre he estado sujeto a lo que me dicen mi mamá y mi abuela, dependo casi directamente de ellas para todo. Si no me dicen: ‘haz esto’, no lo hago. Salí del ‘pre’, fui a la universidad, y ellas siempre ahí, con el estudio… Entonces, de momento, fue como salirme de sus manos, como revirarme. Pero han ido cambiando, ellas ven que de verdad uno está logrando cosas, gracias a Dios he tenido recompensa”.

Al principio la madre le aconsejaba que escribiera canciones ‘complacientes’, que así triunfaría enseguida. “Y yo le decía: pero, mija, ¿tú me estás hablando en serio? Nunca he sentado a mi mamá y le he puesto una canción mía, aunque ella sí ha visto los videos. No sé si le guste, no creo, porque a ella lo que le gusta es Marco Antonio Solís”.

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