Lianet Leandro López - Cuba Contemporánea.- Mirtha Ibarra es una persona imprescindible. No por su belleza indiscutible y arrolladora aun con casi 70 años, no por su inmenso talento que la situó en los peldaños cimeros del cine cubano como una de las actrices más destacadas de su generación, no por haber sido la compañera de vida y musa de ese gran director que fue Tomás Gutiérrez Alea (Titón). Imprescindible porque es uno de esos seres que aun con muy poco tiempo a tu lado te contagian de una energía mágica, te enamoran de su fuerza, de su inefable voluntad, de su optimismo contra todo pretexto.


Ante cualquiera que haya pasado su vida frente a las cámaras, cultivando una fama que para muchos es el camino hacia la pérdida de las esencias, pudiera pensarse que acceder a algunos minutos de su tiempo sería difícil, pero con ella todo fue muy fluido, tanto conceder la entrevista como consentir a la invitación para realizarla en un lugar especial, esta vez no para la artista sino para la entrevistadora. Entonces fue cuando se me descubrió la verdadera Mirtha, tan humana como esos personajes en los que se ha multiplicado durante cinco décadas de trabajo, jovial, jaranera, natural…

Como suele suceder cuando la mítica Nancy de Fresa y chocolate (1994) habla sobre sí misma, una parte de las interrogantes, y más aun de las respuestas, se van hacia la figura de su esposo, cineasta de los más grandes a los cuales Cuba debe títulos como la propia Fresa… -codirigida junto a Juan Carlos Tabío y única película hecha en la Isla nominada a los premios Oscar en Estados Unidos-, Memorias del subdesarrollo, Hasta cierto punto, La última cena o Guantanamera. Pero aunque resulta imposible desligar ambas trayectorias de 23 años de intercambio profesional e íntimo, quiero mantener la mirada en ella y por eso la conmino a invertir la perspectiva desde la primera interrogante.

Siempre se le pregunta sobre la innegable huella de Tomás Gutiérrez Alea en su vida y carrera, pero ¿cómo sucedía en la otra dirección? ¿Cuánto Mirtha Ibarra pudo influenciar a Titón?

-Hasta cierto punto fue la primera película donde él me dirigió, sin contar La última cena, donde hice un papel muy pequeñito. Cuando Hasta cierto punto se exhibió en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano y me dieron el Coral de actuación, Titón oyó a alguien decir que no sabía cómo me lo habían otorgado si yo ni siquiera actuaba. Entonces él se acercó y me dijo que había escuchado el mejor elogio posible para un actor o una actriz, y era precisamente que no se notara que estaba actuando. Creo que a partir de entonces él comprendió que yo tenía talento y comenzó a apoyarse en mí, me pedía ayuda con los casting, los guiones; surgió una gran confianza desde el punto de vista profesional, pues él me decía que además de la inteligencia yo poseía una gran intuición.

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Si alguien no se imagina a Fresa y chocolate sin Jorge Perugorría encarnando a Diego, debe agradecerle precisamente a esa capacidad intuitiva de Mirtha la presencia del actor en el antológico filme. “Pichy no quería presentarse a las pruebas pues no se consideraba tan gran actor como para trabajar con Gutiérrez Alea. Yo se lo comenté a Titón y una noche en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba él se le acercó y le dijo que fuera al casting. Y mira, ahí está Dieguito”.

Todos los actores tienen un personaje que los define, y en el imaginario del público cubano Mirtha es la Nancy de Fresa y chocolate, aunque ella tampoco quería interpretarlo, paradójicamente. “Ya Titón estaba enfermo de cáncer en ese momento y quería dedicar más tiempo a estar con él, pero Juan Carlos Tabío se me acercó y me dijo que no podía hacerle eso, así que dejé todas mis escenas para el final. Es un personaje que tuvo mucha resonancia; sin embargo, hay otros que yo recuerdo con especial cariño como el de Adorables mentiras -que es el antecedente de Nancy y tuvo muy buena recepción por parte de la crítica-, o los de Cartas en el parque, Cuarteto de La Habana, Sobreviviré

En su último largometraje, Fátima o el parque de la Fraternidad, dirigida por Perugorría, al personaje de Yolena algunos le encuentran puntos de contacto con Nancy…

-Es posible que en toda la película haya guiños a Fresa y chocolate, pero no construí el papel pensando en Nancy, ni creo que se parezcan, más allá de la amistad con el protagonista homosexual. Esta es una mujer muy maternal, con creencias religiosas diferentes a las de Nancy, y que defiende mucho a Fátima, se preocupa por él. Realmente yo iba a hacer el papel de la madre, pero un día vino Pichy a mi casa y me dijo que por consenso general del equipo me quedaba con el de Yolena.

¿Cómo elige los personajes que desea interpretar y cómo los construye luego?

-Escojo roles que siempre tengan algo interesante para decir. No me importa si el papel es grande o pequeño, pero sí que no aparezca por aparecer, que tenga contenido. Luego leo mucho el guion, voy buscando las características de esa persona en el trabajo de mesa con el director, trato de encontrar sus motivaciones, lo empiezo a construir a partir de mí misma y desde dentro. Lo último que busco es la parte externa, cómo se viste, cómo se peina, pero lo primero es lo que mueve al personaje, sus objetivos en la vida.

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Con esas inquietudes, Mirtha Ibarra piensa que hacen falta más papeles femeninos interesantes en el cine cubano, pues sus directores han pecado de cierto machismo, del cual -según ella- no escapó ni el propio Titón, y se ha inclinado la balanza considerablemente hacia la preponderancia masculina.

Tal vez sería algo que solucionaría una mayor presencia de directoras en el medio, aunque para ella esa opción no está dentro de sus metas. Sin embargo, con la puesta en escena de la pieza teatral Neurótica anónima, también de su autoría, mostró sus dotes en esa área, con el resultado de una deliciosa comedia, aguda e hilarante como tanto gusta al público cubano, acostumbrado a verla más en la gran pantalla.

“Siento una marcada preferencia por el séptimo arte, pues como todo ser humano aspiro a la trascendencia, y en el caso del actor el cine es el medio ideal para dejar algo de uno a la posteridad. Aun así respeto grandemente el teatro, que fue mi primera forma de expresión y donde hice muchísimas obras de impacto como La alondra, Tema para Verónica, Weekend in Bahía y -en esta última etapa de mi vida- Obsesión habanera, con mucho éxito en España, y Neurótica anónima, ambas escritas por mí".

Mirtha Ibarra se define como una optimista, lista para sobreponerse a cualquier desafío, como lo fue la pérdida de su gran amor en 1996, siempre buscando nuevas cosas para hacer. Su próxima película, Bailando con Margot, ópera prima de Arturo Santana, está ya en proceso de edición, y también un documental que sobre su trayectoria realizó la directora Lourdes Prieto. 

Respetada por sus colegas, amada por su público, osada en sus decisiones, Mirtha es un ejemplo de cómo la fuerza del corazón marca la diferencia en el camino de la vida.

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