Rolando Pérez Betancourt* - Cubainformación.- Hay una película de Gian Maria Volonté de los años 70 en que él es un director de periódico, y ante la imbecilidad de alguien, da un puñetazo en la mesa y le recuerda que la ideología no la inventaron, no fue inventada ni por Marx ni por Engels, es decir, que la ideología existe, existe en la política y existe en el arte.


A veces, actualmente, no se menciona la palabra ideología, quizá por no parecer un jacobino dentro del discurso que estamos haciendo. Hay quienes piensan que el concepto de ideología se ha prostituido y nos da pena hablar de ideología en el arte, porque es como si estuviéramos montados en los viejos discursos. Pero la ideología sigue existiendo, está presente, lo que pasa que para abordar el asunto se requiere un baño de modernidad y eso solamente podemos hacerlo mediante el debate que está propugnando el amigo Juan Antonio (García Borrero). Con quien comparto varios criterios y otros no.

El periódico Granma desde hace un tiempo, de acuerdo a las posibilidades de la era digital, publica comentarios a sus trabajos en la página web. Los lectores tienen la oportunidad de contestar. Allí se encuentran comentarios ante los cuales yo, que soy fundador del periódico, me erizo: “Dios mío, cómo este periódico está publicando esto”. Y no es más que un ejercicio de democracia, que la gente exprese lo que piense. Lo cual me parece estupendo.

Ahora hay algo que me preocupa, una suerte de categoría estética, y lo he visto en algunos artículos. Algo que se repite constantemente y es la opinión de esos lectores que dicen que para gustos se han hecho colores. Ese lector está defendiendo una especie de libertad ficticia que él mismo se ha fabricado en su mente: yo soy libre y yo consumo lo que quiera. No hay nada más lindo que sentirse libre. Ahora, ¿qué cosa es el concepto de libertad relacionado con la cultura? ¿Dejar que la gente haga lo que quiera? Perfectamente, que lo haga. Pero, ¿cuál es la misión de nosotros, hombres de la cultura, si no decirles a esas mismas personas que existe algo más allá de su predilección, del gusto y que nosotros estamos dispuestos a decirlo?

En tal sentido es necesario que la televisión se acabe de abrir de una vez por todas, que la gente lúcida que haga programas de televisión piense en cómo abordar y debatir lo que piensan otros sobre ese relativismo —para gusto se han hecho los colores— que se abre paso en la sociedad cubana y no solamente está relacionado al campo de la estética y lo artístico, sino que trata de aplicarse a problemas de la economía y la política.

Es muy contradictorio el rejuego con esa supuesta libertad, pues sus defensores son los que a menudo se resisten al debate, bajo el argumento de que quienes no están de acuerdo con ellos hablan desde el poder y eso, dicen, no lo van a aceptar.

Se puede ser todo lo democrático que se quiera pero no se puede ser medianamente bobo en algunas cosas. O sea, se puede asimilar todo pero a partir de una discusión seria, que tome en cuenta las características del espectador cubano de hoy, ese que se siente abrumado por las guaguas, por el trabajo, por la alimentación, y en su conciencia dice: “voy para mi casa, a desconectar”. Y termina asumiendo un falso concepto de individualidad: yo soy dueño de lo que consumo. Estamos abocados a desmontar ese tipo de razonamiento, a revelar lo que hay detrás de ese conformismo, a develar las claves de un comportamiento que tiene que ver con la ideología. Porque la desideologización, quiérase o no, es también una actitud ideológica.

*Reconocido Periodista, narrador y uno de los más agudos críticos de Cine de Cuba.

Tecnología sí, pero...

Rolando Pérez Betancourt

Steve Jobs, fundador de Apple y padre del iPad, prohibía a sus hijos el uso de las nuevas tecnologías puestas en función del entretenimiento. La noticia acaba de causar un revuelo internacional.

Pero en verdad no toma por sorpresa a unos cuantos, porque cualquier padre que esté hablando con su hijo y lo vea prendido a las delicias de unos de esos teléfonos todo terreno (sin alzar la cabeza el muchacho para mirarlo, ni prestarle la mínima atención) sabe que algo no anda bien en el contexto de las relaciones humanas, y máxime bajo el techo familiar.

Igual si los hijos se pasan horas frente a la computadora, ocupados en la distracción, antes que en el estudio, o en cualquier otro aparatito concebido con el noble propósito de entretener… hasta el infinito.

¿Adicción?

El mencionado revuelo se provoca, fundamentalmente, porque se origina desde la cuna de los inventores y proviene de un artículo de Nick Bilton publicado en The New York Times.

El periodista cuenta cómo en una entrevista concedida por Steve Jobs en el 2010, tras dar a conocer el primer iPad, se sorprendió al oírle decir que ninguno de sus cuatro hijos lo utilizaba, y que en su casa estaba regulado el acceso a la tecnología.

Jobs moriría en el año 2011 y Bilton tuvo que recurrir al biógrafo del genial inventor para preguntarle: ¿Y qué hacían los hijos de Jobs cuando estaban en casa?

La respuesta fue concluyente: “Todas las noches, Steve se reunía a cenar con su familia en la larga mesa de la cocina, y allí conversaban sobre libros, sobre historia y muchas cosas más. Nunca nadie sacó un iPad o una computadora. Y sus hijos no parecían en lo absoluto adictos a esos dispositivos”.

El artículo fue como un reactivo para sacar a relucir que importantes hombres del mundo tecnológico prohíben, o regulan a sus hijos, el uso de lo que ellos promueven en el mercado, quizá porque dominan como nadie la gran verdad de los estudios científicos: los niños menores de diez años son los más susceptibles en convertirse en adictos a la tecnología.

Lo cual no quiere decir que los de mayor edad dejen de estar expuestos, como igualmente lo demuestran estudios relacionados con el consumo indiscriminado de los videojuegos.

He aquí una muestra de las reacciones dadas a conocer por diferentes publicaciones:

Evan Williams, fundador de Blogger, Twitter y Media, y su esposa, Sara Williams, no esconden que, en lugar de iPads, sus dos hijos tienen cientos de libros “que se pueden tomar y leer en cualquier momento”.

Chris Anderson, un importante fabricante de dispositivos tecnológicos, ha dicho que opta por la prohibición, o las restricciones, porque tanto él como su esposa han “visto de primera mano los peligros de la tecnología. Lo he visto en mí mismo —dijo Anderson— y no quiero ver que eso suceda a mis hijos”

Alex Constantinopla, director ejecutivo de la Agencia OutCast, una firma tecnológica centrada en comunicación y marketing, afirma que el hijo menor, de cinco años, tiene prohibido el uso de aparatos de lunes a viernes, mientras que los otros dos, mayores, de entre 10 y 13 años, disponen solo de 30 minutos en los días de escuela.

Otros padres provenientes de ese medio no aceptan tales regulaciones, pero lo predominante es que los más preocupados tomen medidas, porque ninguno de ellos quiere que el entretenimiento desmedido que han ayudado a crear, y a difundir por el mundo, en el más millonarios de los negocios, le gane la batalla del conocimiento a sus hijos.

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