Gerardo Alfonso en Fábrica de Arte Cubano. Foto: Iván Soca

Yenys Laura Prieto Velazco - Cuba Contemporánea.- Un hombre. La guitarra. Detrás, un país. Una banda sonora donde se repite: “Mi piel está tan dura como cuero de bongó/ mi pelo está tan rizo como toque de tambor”.


Orgullo de una herencia que tiene en su madeja más de presente que de pasado, y un “no le hagas guerra a mis ganas de cantar”. Un par de nombres de mujer amarrados a su música; la historia de aquel John sentado y no crucificado o simplemente el sonido de sábanas blancas recién plantadas en el centro de una ciudad. Y eso no es todo. También un espacio para las despedidas a orillas del mar. Pero queda más camino por recorrer en la guitarra del cantautor cubano Gerardo Alfonso, aunque hayan pasado casi 35 años en ese viaje del “dedo a la cuerda”.

Aunque usted pueda creer lo contrario, no es la nostalgia un sentimiento recurrente en Gerardo. Al menos no cuando evoca esos años en los que junto a una tríada de amigos trovadores alimentó los sonidos subterráneos de una ciudad. Agradece aquel tiempo, a esa generación de “topos” irreverentes que creció en los 80 y se fue fortaleciendo desde los espacios más cotidianos -parques o plazas improvisadas, peñas y “casas de amigos”- en cualquier sitio donde se precisara una canción.

“Aquel cuarteto donde estaban Santiaguito Feliú, Carlitos Varela y Frank Delgado fue un momento único en la historia de mi carrera. Todo el día estábamos juntos en la casa de Carlos viendo películas, conversando o escribiendo canciones. Tomando café o ron, haciendo chistes. Allí forjamos un taller espontáneo sin amparo. Teníamos pocas certezas, que pertenecíamos a la Nueva Trova y que los sábados íbamos a la Casa del Joven Creador. Esa experiencia me hizo el setenta por ciento del artista que soy, es algo que le agradezco a la vida pero, como dice Sabina, al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver. Aquello fue sagrado”.

Gerardo sabe que estos no son los mejores tiempos para la guitarra y la canción trovadoresca, pero ha seguido insistiendo durante más de tres décadas en llevar su música a la gente, en proponer desde el arte un cuestionamiento de lo que hemos sido y lo que esperamos ser. “No es casual que uno de los teatros más importante de Cuba, el Carlos Marx, sea abarrotado por el público cuando se trata de espectáculos humorísticos, asegura el trovador. En la actualidad muy pocos cantautores pueden hacer eso. Ha cambiado la psicología social”.

“Hoy más que nunca nos queda aprender a interpretar el sonido de la época, tomar el pulso de la época. Por ejemplo, creo que las sonoridades de la electrónica, de la música disco, van formando parte del acervo cultural del mundo. Debemos tenerlo en cuenta. El uruguayo Jorge Drexler es muy práctico en ese sentido porque logra mantener la canción acústica, con la guitarra imbricada a los sonidos digitales; así se torna eficaz su comunicación con los diferentes grupos. La vida es la misma, los temas son los mismos -la pobreza, la discriminación, la lucha de clases-, pero hay formas que tienen que evolucionar”.

“Ser un hombre salvaje no es llevar solo un traje de animal”.

“Hay algo que pasa en el mundo y es que los cantautores han sido llevados a los pequeños rincones, a lo más oscuro, por la expansión de la música comercial. El resultado de un artista como Descemer y su Bailando empuja a la canción de autor a las orillas. Creo que en general al mundo de la discografía musical no le interesa mucho el autor de canciones de compromiso y ahí te incluyo a grandes como León Gieco y Víctor Heredia, a mucha gente”.

Según refiere, en Cuba los artistas que más relieve y presencia tienen en los medios y las programaciones culturales de los centros recreativos no son siempre los mejores, porque funcionan criterios de selección que muchas veces insisten más en la rentabilidad de un proyecto que en su calidad artística.

“Creo que es resultado del accionar de la industria cubana del entretenimiento. ¿Existe? Sí, aunque no tiene un logo de industria. Cuando una institución decide escoger a tal artista y hacer la campaña de publicidad de discos, de videos, está haciendo un trabajo de promoción industrial para promover el producto. Lo que pasa es que muchas veces no coincide el ícono con la calidad. Por otro lado, hay cantautores tremendos como el santaclareño Leonardo García, que ha estado varios años sin poder editar un disco. Me da la impresión de que es un proceso un tanto arbitrario, pero no aspiro a ser juez”, nos dice.

Si era “cosa de (sobre) crear, de (sobre) luchar, de sobrevivir”.

“Tuve un período en que era un huérfano discográfico. A partir del 2000 pude sistematizar mis canciones. Fue cuando hice El caballero de París, Momentos, Raza, A orillas del mar, La cima. Hace cinco años no he vuelto a involucrarme en otro proyecto discográfico”, afirma el cantautor, que cuenta con 16 fonogramas apenas difundidos entre el público cubano.

“Considero que ha habido un desarrollo del disco en Cuba. Después del triunfo de la Revolución comenzó un declive en cuanto a la calidad de la producción discográfica porque se fueron para Estados Unidos muchos de los mejores productores. Contábamos con discos de mucha calidad en cuanto a su propuesta musical; pienso en Irakere, la Orquesta Cubana de Música Moderna y Los Meme, pero eran discos malísimos desde el punto de vista de la producción. Pasó con muchos de los discos de principios de la Nueva Trova, en nuestra época de juventud también”.

“De un tiempo para acá ha ido mejorando la producción discográfica, hay mucha calidad. Pero en esa necesidad de crecer y competir encontramos productos seudoculturales que se intentan vender como un producto de altos valores”, asegura.

“A veces no puedo definir cuál es la filosofía que rige esa selección de quién graba y quién no, porque las personas que están detrás de eso no son tontas, saben lo que necesita el país. Con esto no quiero decir que haya que discriminar determinados géneros, porque siempre se puede hacer una música de calidad sin importar si es una balada o un tema pop. Los Beatles están para demostrar eso”.

Gerardo señala que la producción discográfica corre mejor suerte desde el punto de vista técnico y que espacios como Cubadisco lo confirman. “El Festival ha incluido más categorías y cada año busca la manera de premiar a alguien nuevo. Géneros poco difundidos o zonas como la música de concierto, la música folclórica o tradicional tienen una presencia en el evento. Pero en el caso de la música comercial, sobre todo, es necesario aumentar un poco más las exigencias a los artistas”.

“…Y la guitarra y mis dedos son cañaveral”.

“Todos los días que subo al palenque, lleno de estrellas el sudor de mi frente. Luego regreso de nuevo a mi cañaveral”, cantaba Gerardo hace más de dos décadas. Así resiste la indiferencia o el hacha, creando todo el tiempo, aunque también le queda la espera. Siempre la espera de mejores coordenadas para la canción de autor. Y nos cuenta sobre un disco que sigue detenido, en la pendiente de los proyectos por concluir.

“En cuanto al fonograma La ruta del esclavo, siento que estamos perdiendo el tiempo para su presentación, tanto yo como la disquera EGREM, que está a cargo del disco. Creo que por la vigencia es importante hacer el disco, por lo que está sucediendo en el mundo y hasta lo que está sucediendo en Cuba”, afirma Gerardo Alfonso.

“Hace muy poco, revisando las noticias, me impresionó el caso de los 700 inmigrantes ahogados de África. Hay una emigración constante de africanos hacia el sur de Europa. La gente muere en el Mediterráneo de una manera brutal. Hace muchos años he ido acumulando canciones sobre los temas raciales, construidas no solo a partir de la denuncia sino desde una mirada cultural en el sentido más amplio de la palabra. En el disco también hay temas que tienen que ver con la idiosincrasia cubana, con la mitología cubana”.

Hace un aparte para explicar que el fonograma forma parte de un esfuerzo mayor. (La ruta del esclavo es un proyecto fundado por la UNESCO en 1992 para investigar el recorrido de la diáspora africana en la esclavitud. “Han hecho un estudio tremendo”, comenta). Gerardo quiso aportar a ese proceso reconstructivo de la memoria y la historia negra, desde la canción. Sin embargo, durante más de cinco años no ha sido posible llevar a buen puerto esa iniciativa suya.

“No sé si es porque la disquera no ve la venta comercial. Llevamos más de cinco años trabajando y no hemos podido dar con el clavo. He conocido a investigadores norteamericanos, de universidades en Europa y Estados Unidos, interesados en esta temática, en las realidades del mundo de los afrodescendientes. Tengo la intención de hacer el disco en tres idiomas -francés, inglés y español- para comunicarme con todas las Antillas. La última conversación con la empresa la tuvimos hace un año buscando financiamiento con la UNESCO, pero no se ha logrado definir nada”.

Canciones para seguir soñando (sueños prohibidos) a orillas del mar

Más allá de esa espera, sigue armando una música cercana a la realidad política y social de los cubanos. “En mi obra está recreado lo que estamos viviendo hoy, lo que me pasa a mí individualmente y un poco también lo que pasa en un entorno mayor, en América Latina”.

Como buen fakir sabemos que dirá, como en uno de sus temas, “canto porque vivo y lo que vivo es lo que canto”.

“Tengo una peña en la Casa del Alba de La Habana los terceros viernes de cada mes. Aprovecho para compartir allí con otros trovadores. Es importante defender esa canción, no para que predomine sobre otras sino para que tenga su convivencia pacífica. Desde la canción se transmiten valores, esencias que no se deben perder. Hay algunas cosas que ella defiende y que son importantes”.

El guayasón, creado por Gerardo Alfonso, es un género que ya tiene 30 años pero que a veces se sigue considerando nuevo. Son los sueños todavía y Aquí cualquiera tiene están registrados como los primeros guayasones que realizó. “Debo trabajar más en la imagen y promoción del género”, advierte.

35 años después, “ojos nuevos para ver la vida alrededor”.

“A veces miro hacia atrás y encuentro temas espantosos porque buscando una transparencia, un lenguaje cercano a todo el mundo, he hecho canciones sin la menor magia. Sin el menor vuelo. De pronto, canto en 2015 un tema como Eres nada, de 1982, y veo que no ha perdido su vigencia. Eso me reconforta mucho. He ido incorporando nuevas posibilidades sonoras. Antes las canciones nacían de un modo más espontáneo, yo era más irreverente. Se trataba prácticamente de una rebeldía empírica, ahora soy mucho más analítico”.

“Ha ido cambiando -lo cual es necesario en cualquier artista- la forma de decir. A lo largo de mi vida como cantautor me ha marcado mucho el trabajo con el lenguaje de gente como Joaquín Sabina o Chico Buarque, y hasta Lou Reed”.

“Hace unos días escuchaba una entrevista realizada a Eduardo Galeano donde decía que le quedaba todo por hacer. Hay tanto por hacer. En la medida en que aprendo más me doy cuenta de mi gigantesca ignorancia”, nos cuenta, y agrega que “me dedico a saber más y a aplicar lo que aprendí. Mi mayor deseo es tener salud para ver crecer a mis hijos”.

“Los tiempos son complejos, pero la poesía existe. Está en el canto bucólico, lírico, de una cantautora como Liuba María Hevia, y está la poesía concreta, la que vemos en la vida, no la de Haroldo de Campos de Brasil. Me refiero a la poesía de la vida común, de la calle, a las historias de quienes están sufriendo, viviendo y transformándose, a eso es necesario escribirle. Hay que buscar la manera de conectar las orejas con un mensaje, con un verso, con una idea, con algo que los mueva y los ayude a crecer un poco”.

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