Declara Pedro Luis Ferrer, quien labró los rumbos de su existencia con guarachas y versos... Pedro Luis Ferrer: "A Yaguajay le debo, entre muchas otras cosas, el descubrimiento de la guitarra". (Kaloian Santos Cabrera / Cubahora)

Carlos Luis Sotolongo Puig - Cubahora.- El tiempo le emblanquece la barba y lo obliga a aminorar el paso por las libras de más. Piel adentro, sin embargo, no han llegado los años, quizás porque salvarse con una risa “de la vejez prematura que produce la amargura”, como escribiera, es, en realidad, el ardid para sobrellevar las cruces que le han impuesto.


  • Pedro Luis Ferrer: (Yaguajay, Sancti Spíritus,1952) Compositor y guitarrista cubano, sobrino de Raúl Ferrer, uno de los grandes pedagogos y poetas cubanos del siglo XX. Cultiva la décima, el soneto, la redondilla y formas libres de la poesía. Se hizo popular en Cuba entre los años 80 y 90 por sus populares guarachas. Actualmente radica en Estados Unidos.

Más de medio siglo de andanza por el mundo no domestica el espíritu en ocasiones irreverente de Pedro Luis Ferrer - entrevistado en su paso reciente por Sancti Spíritus-, ni lo hace olvidar sus raíces en Yaguajay, donde nació. Negado a comulgar con dogmatismos, sigue cantando a la flor nacional, al desamor o a los muchachos que tienen delirio de amar varones con la misma audacia de la juventud. Embestido por la grabadora, le pide al corazón que no vierta su pena, como dice la canción, sino su verdad, y luego del diálogo solo atina a decir: ¿Qué te parece, Mario Agüé, como llevo la vida?

“A Yaguajay le debo, entre muchas otras cosas, el descubrimiento de la guitarra. La primera que vi fue la de mi tío Rafael, uno de los grandes compositores cubanos de la década del 40, pero nunca quiso publicar su obra. Por suerte, nací con facilidades para tocar y guitarristas como Eduardo Martín, excelente músico, tresero, armonista, y otros de formación profesional que visitaban mi casa me enseñaron. Más tarde, cuando tenía más o menos 12 años, fui para La Habana. Al lado de mi apartamento vivía un chofer de guagua que era fanático al tango y hacía una peña con sus amigos choferes y barberos a guitarra limpia. Con ellos también aprendí”.

Tal vez la formación alejada de los cánones académicos ha llevado a Ferrer a considerarse todavía un artista empírico. “Sería muy presuntuoso compararme con un músico de Conservatorio. Tampoco hay que confundir empírico con improvisado. Yo no asistí a ninguna institución especializada, pero sí me planteé la música muy en serio. La experiencia me ha dado una sólida preparación para hacer bien mi trabajo”.

—Este año celebramos el centenario del nacimiento de su tío, Raúl Ferrer. ¿Cuánto contribuyó él a su formación como artista?

—Más allá de mi relación familiar con Raúl, lo respeto como lo hace toda la sociedad cubana. Conversar con personas que trabajaron con él, me permitió tener una imagen diferente a la del tío que iba de vacaciones a Yaguajay. En mi infancia y adolescencia, Raúl ya radicaba en La Habana, pero en casa, mi tía y mi abuela siempre recordaban su poesía. Así aprendí algunos poemas. Yo siempre tengo presente a Raúl, independientemente del centenario, por el maestro que representó para mí.

—¿Esa admiración lo llevó a musicalizar varios de los poemas de su tío?

—“Era inevitable. Yo me sabía Romance de la niña mala y Romancillo de las cosas negras desde que tenía uso de razón. Los musicalicé no por su carga familiar, sino por el lirismo. Tampoco te voy a decir que fue un trabajo de titanes porque era ponerle melodía a los versos con los que conviví en mi infancia”.

Luego llegaron la guaracha, las letras jocosas, el mensaje escondido tras el verso. “Me viene en la sangre —confiesa el trovador—. Apenas abrí los ojos estaba escuchando ese género festivo. Vengo de una familia de decimistas. Mi padre, mi tío Raúl tenían muy buen sentido del humor. Yo me sabía cuartetas de doble sentido y otras con malas palabras. También influyó mucho Inocencia, mi abuela paterna; ella me enseñaba trabalenguas, jitanjáforas… Después supe por investigaciones de los musicólogos que, a pesar de llegar por el teatro español, la guaracha fue uno de los géneros más influyentes en la formación de la conciencia nacional a medida que incorporó ritmos, aires e instrumentos de la vida tempranamente marginal de la Isla. A veces detrás de un lenguaje aparentemente ingenuo y trivial hay una chispa que fustiga una situación económica, política o social.  El doble sentido ha sido un instrumento de supervivencia de la sociedad cubana.

—La poesía en su vida…

—Me considero poeta, aunque hay quienes opinan lo contrario. Mis dos mundos son la poesía y la canción.  Me interesa mucho el poema sin música. El texto de una canción para mí no es a veces un poema porque se rige por leyes estructurales y psicológicas. Por eso siempre estoy en busca de la poesía, por la fragancia que deja al escucharla.

—Cierta vez usted visitó a Eliseo Diego, en busca de poemas para musicalizar. Sin embargo, nunca más se supo de ellos…

—Él tuvo la humildad y la gentileza de grabarme alrededor de veinte poemas en su propia voz. Todos los conservo, pero no los he llevado todavía a un disco. Tengo esa deuda con Eliseo.

—¿Por qué si generacionalmente usted pertenece al movimiento de la Nueva Trova no se inscribe en él?

—La nueva trova tiene que ver conmigo como la trova tradicional o el feeling. Desde mi punto de vista, se le sigue llamando nueva trova a todo cuanto sucedió luego de Silvio y Pablo, o peor aún: a veces escucho términos como nueva trovita, trovitica…, eso me parece una aberración. La nueva trova tuvo sus aportes indiscutibles, pero las estéticas han cambiado. A veces ni la prensa lo tiene en cuenta y repite como un papagayo esas categorías inventadas. Los procesos deben estudiarse para luego teorizar. La absurda homogeneización y la necesidad de etiquetarlo todo conducen a una falsificación de la identidad. La trova ha sufrido lo que popularmente se cree de los chinos: que todos son iguales.

—Usted ha sorteado los muros de la censura y el silencio…

—Yo nunca he creído en el silencio. Si alguien dice las cosas con una buena dosis de respeto, pasará lo que decía mi tío Raúl: “verás que hasta la piedra te interpreta y que se torna piedra tu poesía”. Lo malo es cuando no quieren reconocer tus derechos a pensar diferente. También hay que tener capacidad de renuncia porque si tu música no puede estar en determinado sitio, tú tampoco. Como decía Martí: 'verso, o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos'. Yo quiero ser feliz cantando lo que siento, teniendo la capacidad de renunciar donde me cierran las puertas.

—También le cantó a la religión y la homosexualidad en tiempos difíciles…

—Todos los temas son susceptibles a tratarse en un poema o una canción. Para mí no hay temas prohibidos o tabúes. Lo importante es la necesidad que de expresarte. No es cantar por cantar ni pensar que un verso te va a catapultar a la fama.

—Cierta vez expresó que era el cubano que quería ser. ¿Quién es Pedro Luis Ferrer?

—Un hombre que aprende todos los días a ser cubano, a defender la tradición y la cultura de su país, pero no permito que tales preceptos se conviertan en una dictadura sobre mi conciencia o mi sensibilidad. Nosotros tenemos a Ñico Saquito y a José Martí, por ejemplo; ninguno descalifica al otro: son formas diferentes de un mismo pueblo. Para ser cubano no tengo que ponerme una guayabera. Si me la pongo es porque me nace. No quiero que mi cubanía se convierta en una filosofía fundamentalista o algo parecido. Quiero abrazar los valores de mi pueblo porque así lo siento, no por imposición. El Manual para ser Cubano no existe. Si aprendiéramos a ver las diferencias tal vez seríamos más felices.

—¿Se considera una persona polémica o son los medios quienes lo han hecho ver así?

—Viví en un ambiente de personas que polemizaban sobre diversos asuntos. Para mí la polémica es una herramienta para el aprendizaje y la búsqueda de la felicidad. No significa el odio o el enfrentamiento ilimitado e irrespetuoso. Me considero polemista, no polémico. Si estoy de acuerdo con algo, perfecto; si no, solo pido respeto. Lamentablemente determinados comportamientos se exacerban en los medios y construyen una imagen falsa.

—¿Cuánto queda del niño que nació en Yaguajay en 1952?

—Mucho, sobre todo en lo relacionado con la búsqueda de la felicidad, la libertad y el valor de la familia. Yaguajay fue el escenario para aprehender esos conocimientos. Al cabo de los años, veo en aquellas tertulias donde comunistas, no comunistas, católicos, ateos, se reunían respetando los principios de cada cual, donde ningún tema era óbice para quererse, la base de quien soy. Me queda el recuerdo de mi abuela, de mi tía, las travesuras en el pueblo… Eso va conmigo siempre.

 

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