teleSUR.- En el marco de la conmemoración de los 120 años de la muerte en combate del héroe cubano y poeta José Martí, en Cuba se realizan diversos actos para rendir homenajes en su memoria, encabezados por autoridades del gobierno de esa nación, jóvenes y dos de los cinco héroes antiterroristas.


Museo de Bellas Artes rinde homenaje a José Martí

Radio Habana Cuba.- El Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba rinde homenaje hoy a José Martí con la apertura de una exposición de obras representativas de la trascendencia del Héroe Nacional de este país. 

El Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba rinde homenaje hoy a José Martí con la apertura de una exposición de obras representativas de la trascendencia del Héroe Nacional de este país. 

Las 39 piezas serñan exhibidas hasta el próximo 20 de junio en el Centro Hispanoamericano de Cultura pertenecen a las colecciones del Museo, el Palacio de los Capitanes Generales y el Centro de Estudios Martianos. 

A juicio de la curadora Delia López, la muestra no intenta dar ningún nuevo mensaje, sólo pone los fondos de estas instituciones al servicio de un homenaje nacional a Martí en el aniversario 120 de su caída en combate, que se cumple este 19 de mayo, refiere Pensa Latina. 

En las colecciones de arte en Cuba, en las poéticas de muchas generaciones, la imagen del Maestro se repite infinita, según reflexionó. 

La presente muestra no pretende ser un discurso abarcador, canónico, sino una nota en la polifonía del homenaje cívico, un color en el arcoíris conmemorativo que siempre será humilde para el numeroso fruto que sembró Martí en nuestra historia, apuntó. 

Para López, esta es una exposición obligada que asume como título el de uno de los versos del incansable luchador independentista, fundador del Partido Revolucionario Cubano y una de las figuras ilustres de las letras de Iberoamérica. 

Como un baño de luz agrupa cuadros de figuras insignes de las artes plásticas de Cuba como Raúl Martínez y Pedro Pablo Oliva, entre otros que han trabajado con intensidad la figura de Martí.

Con la luz, con Martí, con el amor, en Dos Ríos

Martin Corona Jeres 

Dos Ríos, Granma, 19 may (AIN) Clara, calurosa y retadora para las ideas, fue la mañana del martes, en este punto del municipio de Jiguaní, donde miles de cubanos, en su mayoría jóvenes, vinieron a compartir el sol de la Patria junto a los recuerdos del mejor de sus hijos, José Martí.

Volvieron las rosas blancas a invitarlo, frente a la base del obelisco blanco que apunta al cielo, y poco después se le vio, con su acostumbrado traje negro, en el cuerpo del actor Roberto Albellar,

Estas fueron sus palabras: “Creo que he dado a mi tierra, desde que conocí la dulzura de su amor, cuanto hombre puede dar. Creo que he puesto a sus pies muchas veces fortuna y honores. Creo que no me falta el valor necesario para morir en su defensa.”

Entre las miles de manos que aplaudieron estaban, por primera vez en el Dos Ríos del siglo XXI, las de Ramón Labañino y René González, héroes que pueden repetir, con el Maestro: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”.

El colombiano Julián Gutiérrez, uno de los jóvenes que días atrás caminaron la Ruta Martiana, de Playita de Cajobabo a la confluencia del Cauto y el Contramaestre, comentó a la AIN que le parece fabuloso el lugar donde Martí encontró la eternidad.

Rafael Rondón, delegado del municipio de Manzanillo al encuentro provincial de cátedras martianas, efectuado este lunes aquí, se pronunció por divulgar más los conceptos espiritualistas del Hombre de La Edad de Oro, para contribuir a enriquecer la formación moral de las personas, dijo.

Ludín García, historiador de la ciudad de Bayamo, ubicó al Apóstol entre los mentores de la revolución social, porque aprendió de los padres fundadores de la nación que la revolución de Cuba no era solo para obtener la independencia, sino debía llegar hasta una república democrática, explicó.

El también historiador Aldo Daniel Naranjo afirmó que los cubanos de hoy debemos agradecer, con hechos, el privilegio enorme de pertenecer a un pueblo encabezado por José Martí.

Entre flores, cantos, árboles, mucho sol e ideas grandes, transcurrió esta mañana en Dos Ríos, el punto donde, el 19 de mayo de 1895, cayó combatiendo el Héroe Nacional de Cuba.

Para sentir a Martí de cerca

Jóvenes del Ejército Occidental celebraron este martes el XIII Taller El pensamiento martiano en torno a la defensa, un homenaje a los 120 años de la caída en combate del Apóstol

Yuniel Labacena Romero - Juventud Rebelde.- Porque de José Martí han aprendido que «para estudiar las posibilidades de la vida futura de los hombres, es necesario dominar el conocimiento de las realidades de su vida pasada», jóvenes del Ejército Occidental celebraron este martes el XIII Taller El pensamiento martiano en torno a la defensa, un homenaje a los 120 años de la caída en combate del Apóstol.

El Instituto Técnico Militar José Martí, orden Antonio Maceo y Carlos J. Finlay y antiguo Convento de Belén, donde cursara estudios de bachiller Fidel Castro, fue sede del evento, organizado por la Unión de Jóvenes Comunistas en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y la institución docente, en el cual los jóvenes tuvieron otro espacio de reflexión en torno a las ideas del Héroe Nacional de Cuba.

Escribir de Martí, solo desde el alma

Quien escriba de Martí no es un Martí, y en Cuba hasta los niños hablan de Martí sin la gravedad del contenido

Dilbert Reyes Rodríguez - Granma.- ¿Cómo se escribe apurado sobre Martí? “No es posible”, diría cualquiera, intelectual o no, apertrechado del caudal que él legó a Cuba y al mundo, en letras profundas y hermosas.

“No es posible —seguiría diciendo— porque la prosa o el verso tienen más de pensamiento que de improvisación, y no bastan para sernos útil la apariencia lírica del ritmo, la rima o el adjetivo, sin aquellas garantías del mensaje convocante y aleccionador que solo permiten la cavilación y el tiempo”.

Pero el amigo cualquiera obvia una razón sencilla: quien escriba de Martí no es un Martí, y en Cuba hasta los niños hablan de Martí sin la gravedad del contenido: en una flor matutina, en el gesto de llevar “del brazo a su hermana para que nadie se la ofenda”, en un dibujo. Y es que el propio Martí nos indica, porque tanta letra delicada, surtidor de ideas infinitas que dijeron algo sobre todo, o casi todo, vinieron a nosotros para aligerarnos, esclarecernos los modos de interpretar el mundo con las armas de la opinión sencilla, desnuda y franca; no fácil, que es otra cosa.

Escribir sobre Martí puede hacerse hasta en un gesto. Júzguese en el solo ejemplo de las veces que nos socorremos con sus frases, firmadas en epílogos o exergos, aludidas en discursos, diplomas, ensayos y tareas escolares; fueran cuales fueran los contextos y temas.

Con frecuencia, nos parece una tabla salvadora de ocasiones apuradas, y tenemos la certeza de que, en efecto, muchos sucumben a la tentación instrumental de “usarlo sin profundizarlo”, porque esas posibilidades también las dan lo universal y versátil.

Pero escribir sobre él, repito, sí es posible, incluso apurado. Tengo el magnífico caso de un hermano, escritor y campesino, que de tanto estudiarlo y encontrarlo, y socorrerse de él, ha acabado por llamarlo Pepito. Con tal cercanía lo siente, como quien le echa el brazo encima cada tarde, y conversa con él de cualquier cosa.

“Es que me ha salvado muchas veces de la decepción, el desánimo, la incertidumbre. Para mis propios problemas, un día cualquiera de relectura al azar me revela la respuesta, de pronto. Creo que Martí pensó y escribió todas las respuestas”, dice.

Sin embargo, no me parece absoluto…, ni loco. Si no, ¿por qué se me antoja parecida la emoción y el orgullo que a ratos, con las noticias, me provoca un cubano triunfador, sea un gran atleta campeón, compositor versionado, o bailarina aplaudida al otro lado del mundo? ¿Por qué advierto casi la misma fuerza en las sólidas y rebeldes líneas de aquella Vin­di­cación de Cuba?

“Es que él vivió lo mismo, lo vivió todo —vu­el­­­ve el amigo—, y lo contó para nosotros”. Martí, creo también, pasó por la vida para contárnosla mejor, de un modo tal que no perdiéramos de vista ningún detalle revelador y fecundo, para que la gozáramos a fondo.

Ya de niño hablaba como un hombre, filósofo genial a quien la cadena y el grillete le exprimieron el talento todavía por madurar; pero tan sólido y vasto, que con la razón y el sufrimiento de la cárcel le alcanzó para suplir toda la inexperiencia de la edad. A los 16 años Martí ya hablaba en palabras de poeta mayor: “Dante no estuvo en presidio. Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno. Las hubiera co­piado, y lo hubiera pintado mejor”.

Pero arrastró la deuda consigo; la deuda de hablar de la niñez a los niños, de lo que para ellos descubrió, y tenía que ser precisamente a esa edad, la edad de oro. Si hasta en un gesto callado un niño es capaz de decirnos mucho de Martí, ¿qué pudiéramos entonces escribir nosotros, cualquiera de nosotros?

Empecemos por buscar en Martí algunas de las respuestas que encuentra mi amigo.

Preguntémosle algo del amor, que sobre eso escribió en torrentes, porque fue un hombre enamorado de todo.

Preguntémosle cómo ser hombre plantado y viril, como respondió a Collazo y a otros más que confundieron el tamaño con el carácter. Preguntémosle, incluso, cómo morir por una causa, el ideal de su vida, y se tendrá la respuesta en el hombre de negro sobre un caballo blanco, que salió al combate a hacerse eterno.

Si queremos escribir, preguntémosle al al­ma: Martí va en ella.

José Martí: De la Playita a Dos Ríos

Luis Toledo Sande - Cubadebate

…y a la vida futura con permanente utilidad de la virtud

El 25 de marzo de 1895, “en vísperas de un largo viaje”, como escribió desde Montecristi a la madre, José Martí se sabía “en el pórtico de un gran deber”. Lo expresó en otra de sus despedidas escritas ese día, la dirigida al dominicano Federico Henríquez y Carvajal, a quien le dijo: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar”. Hacía todo para ocupar su sitio en la contienda, que había estallado el 24 de febrero de acuerdo con el plan que él decisivamente contribuyó a trazar como fundador y guía, Delegado, del Partido Revolucionario Cubano.

En la misma carta alude a criterios —no necesariamente nacidos todos de iguales intenciones— sobre si debía incorporarse a la gesta o permanecer en el exterior; pero él no duda: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”. Nada de vocación suicida, como algunos han conjeturado, ni concesión a quienes intentaran acusarlo de rehuir el peligro.

De lleno en el cumplimiento del deber, no tenía que responder a murmuraciones. Lo henchía un altísimo sentido de la responsabilidad y, por tanto, de los cuidados que sabía ineludibles para que la guerra fuera eficiente no solo en la táctica. Era vital que también lo fuese en los principios y las virtudes indispensables para que la república mereciera los sacrificios que costaría fundarla.

Poner la patria por encima de la vida propia no significaba renunciar inútilmente a vivir. Aunque, “hasta muertos, dan ciertos hombres luz de aurora” —como sostuvo a propósito de Sebastián Lerdo de Tejada—, se es especialmente útil estando vivo, y cuando era niño juró “lavar con su vida el crimen” de la esclavitud, no “con su muerte”, como a veces se ha citado erróneamente. Morir sería, en todo caso, una contingencia más de la lucha, y no la temía, ni la buscaba. Por más que hasta filosóficamente el final de la existencia física le fuera familiar, en 1879, en las honras fúnebres al poeta Alfredo Torroella, terminó exclamando: “¡Muerte, muerte generosa, muerte amiga! ¡ay! ¡nunca vengas!”

Pensar en la patria

Tampoco procuraba imponerse autoritariamente para hacer valer su voluntad, que por ese camino, aun siendo la mejor del mundo, encallaría en formas del egoísmo: “Quien piensa en sí, no ama a la patria; y está el mal de los pueblos, por más que a veces se lo disimulen sutilmente, en los estorbos o prisas que el interés de sus representantes pone al curso natural de los sucesos”. Ejemplo de voluntad activa y sacrificio propio, no de voluntarismo autoritario, el 20 de octubre de 1884 le escribió a Máximo Gómez: “Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento”.

Si la patria le imponía, contra su más firme deseo, alejarse de la lucha armada, él acataría la decisión. De su actitud dio muestras desde que fundó el mencionado Partido, organización política entre cuyos fines sobresalía impedir, desde los preparativos de la nueva gesta, la prosperidad del caudillismo que se entronizó en otras tierras de América y en la misma Cuba contribuyó al fracaso de la Guerra de los Diez Años. A Henríquez y Carvajal le dijo: “De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí, ya es hora”.

Como no apuesta a morir, le expresó al mismo amigo: “Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas”, y como la patria no es cuestión de títulos personales, por muy grandes virtudes que se tengan, en la citada carta a Gómez planteó: “La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia”.

Su aspiración de servicio no solo a Cuba, sino a nuestra América toda, y al mundo, debía encarar desafíos tremendos: de fuera, en primer lugar, las voraces ambiciones de la nación imperialista que crecía en el Norte; de dentro, obstáculos varios, entre ellos los intereses de los poderosos. Estos, que, salvo honrosas excepciones, preferían tener un amo extranjero, yanqui o español, que les premiara sus servicios lacayunos, negaban su apoyo a la independencia y procurarían someter a sus compatriotas pobres empleando recursos similares a los implantados por la metrópoli colonial.

Valoraba esos males cuando en las Bases del Partido escribió que el objetivo cardinal de la organización era “fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.

Con motivo del aniversario 120 de su muerte, a esos peligros y a otros —vistos en relación con la actitud y las ideas de Martí para conjurarlos—, Bohemia ha venido publicando en lo que va de año textos sobre el tramo final de la vida del héroe. Este artículo se ciñe a su decisión de llegar a Cuba, y permanecer en ella, para contribuir a darle a la guerra una institucionalización que la hiciera fuerte y lo más breve posible. En esto lo guiaban su perspectiva humanitaria y el afán de no dar tiempo a que los Estados Unidos pusieran en práctica las maquinaciones orquestadas por sus gobernantes para apoderarse de Cuba.

Había protagonizado una ingente campaña unitaria para lograr una guerra emancipadora a la altura de los tiempos y de los peligros que urgía enfrentar, y sabía que debía estar en el campo de operaciones para cuidarla. Si a inicios de 1895 pudo ya salir de Nueva York e iniciar un intenso periplo rumbo a Cuba, no lo interrumpiría a mitad del camino para regresar al sitio donde las circunstancias lo habían obligado a permanecer.

Hacia la plenitud

“Todo me ata a New York, por lo menos durante algunos años de mi vida: todo me ata a esta copa de veneno”, le confesó a Manuel Mercado en carta del 22 de abril de 1886. Desde allí debía desplegar entonces la conspiración y la organización revolucionarias. En 1895, otros —como el propio Gómez, deseoso de cuidar la vida de quien había logrado lo que nadie en la unidad de las fuerzas patrióticas—, podían creer que él no debía participar en la guerra; pero no podrían impedírselo.

Para cumplir su propósito se valió incluso de una falsa información difundida en The New York Herald, y de la cual el 9 de marzo se hizo eco el periódico dominicano Listín Diario: Gómez y Martí se hallaban en Montecristi, pero esos diarios propalaron que ya estaban en Cuba. Martí —ha escrito el investigador Ibrahim Hidalgo Paz— valoró “la repercusión que tendría esta noticia”, y “con fuerza irrebatible” argumentó “que su presencia en el campo insurrecto” era “una necesidad política, razonamiento que sus futuros compañeros de expedición se vieron obligados a aceptar”.

Sus cartas del 25 se basaban, pues, en esa decisión, que en la noche del 11 de abril de 1895, después de una travesía llena de peligros, le permitió desembarcar junto a Gómez y otros compañeros expedicionarios —Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario—, por “La Playita, al pie de Cajobabo”. Así lo anotó en su Diario de campaña, empleando el nombre con que hoy los pobladores de la zona siguen identificando aquel paraje; y en el mismo Diario testimonió el significado que para él tuvo el desembarco: “Dicha grande”.

Desde ese momento, y hasta su caída en Dos Ríos el 19 de mayo, vivió lo que tuvo por más venturoso de su existencia: “Es muy grande, Carmita, mi felicidad, sin ilusión alguna de mis sentidos, ni pensamiento excesivo en mí propio, ni alegría egoísta y pueril”, le escribió el 16 de abril a Carmen Miyares, para añadir: “Solo la luz es comparable a mi felicidad”.

Tal sentimiento de plenitud se explica en carta de entre el 15 y el mismo 16 de abril a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, sus colaboradores en la emigración: “Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio”.

El 18 de mayo, en su carta póstuma a Manuel Mercado, con términos que precisan aún más lo escrito a Henríquez y Carvajal, expresó que disfrutaba la satisfacción de estar “todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber […] de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.

Trasmitía su felicidad a los combatientes que lo oían hablar y lo veían marchar por las montañas con una resistencia que asombró al curtido general Gómez. También conversaba con los niños de la zona. Algunos de ellos, ancianos ya, lo testimoniaron en un libro entrañable: Martí a flor de labios, de Froilán Escobar. Uno, ciego desde años antes de ser entrevistado, declaró que él quería a sus ojos, porque habían visto a Martí. Lo vieron en la plenitud de su personalidad, que le permitía disfrutar la hermosura del paisaje, como se aprecia en esa página de su Diario en la cual plasmó la impresión de su alma estética ante la naturaleza de la patria: “La noche bella no deja dormir”.

Todo le daba fuerzas para encarar los desafíos que la revolución debía vencer, entre ellos las trabas de las contradicciones militarismo-civilismo heredadas de la Guerra de los Diez Años y de la Asamblea de Guáimaro. Esta, en 1869, abonó una civilidad que era indispensable asumir y desarrollar, sin poner estorbos innecesarios a la eficacia de las armas. No es casual que para proclamar la creación del Partido, en 1892, Martí escogiera el 10 de abril, fecha que rendía homenaje y superación a la imperfecta pero fundadora Asamblea, cuna de la Cuba republicana.

Vórtice fundacional

La primera tarea que Martí se planteó en campaña fue precisamente lograr la asamblea que crease la nueva República en Armas, contra la cual operaban prejuicios que venían de aquellas contradicciones. El 5 de mayo tuvo una fuerte evidencia de esa realidad: la tesitura de Antonio Maceo en La Mejorana. Sobre esa entrevista se han hecho especulaciones de todo tipo, aunque lo fundamental está plasmado en los diarios de campaña de Gómez y del propio Martí, y en las cartas escritas por este último a raíz de los hechos.

En esas páginas están claramente expresadas la admiración de Martí por Maceo y la discrepancia del héroe de Baraguá con el plan concebido por aquel. La envergadura de la divergencia, y el peso de un héroe como Maceo, le confirmaron a Martí la importancia de cuidar hasta el último detalle la campaña que él —así lo expresó en carta del 13 de noviembre de 1884 a Mercado— había preparado “como una obra de arte”. Ya en el terreno de operaciones ratificó, firme, que solo la asamblea constituyente tendría autoridad para decidir si él debía estar dentro o fuera de Cuba.

Lo más probable era que, limpiamente orientada y ordenada con toda la seriedad que se requería, y con Martí presente, la asamblea no confiara la dirección de la República a otro que a él, a quien las tropas mambisas llamaban el presidente. Sabía, incluso por reacciones del propio Gómez, que ese título suscitaba prejuicios, y expresó que lo rechazaba, porque no estaría bien ni en él ni en nadie. Pero no rechazaba de antemano una misión, y era capaz de crear nuevos títulos para una revolución nueva. Lo había demostrado cuando, para el mayor cargo en el Partido, que se le confió a él, escogió un título humilde y democrático: Delegado.

Con admiración, en la semblanza que el 23 de agosto de 1893 le dedicó a Gómez en Patria, narró que para entregarle al general el cargo de jefe del ramo de la guerra en el Partido —merecido rango para el cual había sido electo por votación entre relevantes veteranos mambises: lo más democrático en los preparativos de una guerra—, había ido a verlo “junto a su arado”. Y recordó evidencias de la humildad del hogar de Gómez, de su familia, y de su identificación con los pobres: “Para estos trabajo yo”, sostuvo el viejo combatiente frente a un “gentío descalzo”, y él lo citó en la semblanza.

Martí representaba una guerra de carácter popular, y ese mismo carácter esperaba del ejército de patriotas que la librarían. No le era indiferente ningún detalle, como que un héroe —ni siquiera alguien a quien admiraba por ser tan extraordinario, corajudo y fiel a la patria como Antonio Maceo— tuviera en campaña una silla de montar adornada con estrellas de plata.

Quien echaba su suerte “con los pobres de la tierra”, concibió métodos organizativos en función de los cuales escribió páginas como la circular fechada el 26 de abril: “Los poderes creados por el Partido Revolucionario Cubano, al entrar este en las condiciones más vastas y distintas en que le pone la guerra en el país, deben acudir al país y demandarle, como lo hace, que dé al gobierno que lo ha de regir formas adecuadas a las nuevas condiciones”.

Para ello, añadió, el Partido acudía “a todo el pueblo cubano revolucionario visible, y con derecho a elección”, que en las circunstancias de la guerra era “el pueblo alzado en armas, y a cada comarca de él pide un representante, para que reunidos, sin pérdidas de tiempo, los de las comarcas todas acuerden la forma hábil y solemne de gobierno que en sus actuales condiciones debe darse la revolución”.

Buscaba una solución política superior: no lo que podría entenderse como un “gobierno civil”, ni concesiones al militarismo. Lo ratificó en La Mejorana: “Insisto en deponerme”, no ante ninguna voluntad o capricho individual, sino “ante los representantes que se reúnan a elegir gobierno”. Procuraba cerrar puertas al caudillismo; pero las sicologías individuales, trenzadas con el peso de las jerarquías, aun bien ganadas, suelen generar complicaciones.

En carta del 30 de abril escribió: en Gómez “ha ido cuajando el pensamiento natural, que es el de reunir representantes de todas las masas cubanas alzadas, para que ellos sin considerarse totales y definitivos, ni cerrar el paso a los que han de venir, den a la revolución formas breves y solemnes de república y viables, por no salirse de la realidad, y contener a un tiempo la actual y la venidera”. Pero, en La Mejorana, Maceo declaró no querer “que cada jefe de operaciones” mandara “el suyo, nacido de su fuerza: él mandará los cuatro de Oriente: ‘dentro de 15 días estarán con Vds.—y serán gentes que no me las pueda enredar allá el doctor Martí’”.

Raíz y permanencia

La discrepancia es clara, pero —fuera de ciertos textos— una revolución verdadera no se hace sin desavenencias; y Martí no transigía en lo que entendía vital: “Mantengo, rudo: el Ejército, libre,—y el país, como país y con toda su dignidad representado”, porque “la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército”, no debían quedar “como secretaría del ejército”.

En esas miras debe situarse lo que el 18 de mayo le escribe a Mercado: “seguimos camino, al centro de la Isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas”.

Además de echar abajo desde la raíz ciertas conjeturas, de entonces y posteriores, según las cuales se preparaba para salir del país, esa declaración se corresponde con lo fundamental: “La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una Cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de su republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura, de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana,—la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios”.

Antes que su propia autoridad, estaba para él la necesidad de que la patria contara con una estructura de poder válida para librarla de caudillismos y otras aberraciones. A Mercado le dice: “Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la Revolución”.

Los años de la incansable y ejemplar faena que lo llevaron a dirigir a sus compatriotas, no lo hacían creerse con derechos especiales para imponer su voluntad, aunque supiera que en ella estaba el mejor camino para la patria. El 14 de mayo, afanado en lograr la celebración de la asamblea, escribió en su Diario: “Escribo, poco y mal, porque estoy pensando con zozobra y amargura. ¿Hasta qué punto será útil a mi país mi desistimiento? Y debo desistir, en cuanto llegase la hora propia, para tener libertad de aconsejar, y poder moral para resistir el peligro que de años atrás preveo”.

Táctica, ética y estrategia lo afirmaban en un juicio que había expresado en Patria el 3 de abril de 1892, en vísperas de la fundación del Partido Revolucionario Cubano: “Lo que un grupo ambiciona, cae. Perdura, lo que un pueblo quiere”. No bastaba que las ideas valieran: era necesario que las abrazara el pueblo. Por eso no cejó ni en su prédica para abonar las ideas emancipadoras, ni en la búsqueda de estructuras y formas de dirección que las sustentaran.

Sabía que en ese camino estaban la fuerza de la revolución, y de su propio pensamiento. No actuaba por demagogia oportunista, y sometió a prueba tanto sus criterios como la consistencia del proyecto que tanto esfuerzo le había costado poner en marcha. Firme y optimista, escribió en su última carta a Mercado con respecto a su voluntad de deponer ante la asamblea, sin temer a los riesgos, la autoridad que había ganado: “Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad.—Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí, o a otros”.

Deponer la autoridad no significaba abandonar la lucha ni ceder irresponsablemente el terreno que él debía cubrir. Solo la muerte lo sacó de la lucha; y desde el mismo día de esa tragedia —tan costosa para la patria, pero de la cual emergió él lleno de luz— no ha cesado de cumplirse su profecía: su pensamiento, lejos de desaparecer, ha seguido ganando en el valor de su claridad, y de su ejemplo, refrendado con cada acto de su vida. Si Maquiavelo, interpretando la política al uso, afirmó que el príncipe tiene el corazón en los labios, Martí demostró vivir con los labios en el corazón.

Martí en las cosas más simples

Al apóstol lo hemos investido con la apócrifa idea de la perfección con que exaltamos a muchos otros mártires...

Abel Lescaille Rabell - Cubahora

Martí, fue un ser humano que escribió con todas las fuerzas de su alma.

José Julián Martí Pérez : (La Habana, 28 de enero de 1853 - Dos Ríos, 19 de mayo de 1895). Héroe Nacional de Cuba. Cubano de proyección universal que se convirtió en el más grande pensador político hispanoamericano del siglo XIX. Autor de una obra imprescindible como fuente de consulta para todas las generaciones de cubanos. Sus poemas, epistolario, artículos periodísticosy discursos lo sitúan como un intelectual de vasta cultura.

Ante la perspectiva del imaginario común existe un José Martí impoluto y necesario, es cierto, pero que a fuerza de costumbre y desacertadas re-visitaciones ha terminado por convertirse en una remembranza aburrida, aún cuando no deja de abrumarnos toda la espesura de su obra, aún cuando reconozcamos el prodigio de su virtud.

A mí, sin embargo, me sigue cautivando la idea de un Martí mitológico. No deja de ser tentador encarecer la grandeza del héroe que supo ganarse el mármol de las plazas luego de hondas pesadumbres, la del apologista que evocaba las hazañas de otros hombres, la del que desataba la furia de sus palabras contra un imperio al que supo admirar y presentir en su justa medida, la del que extrañaba cada centímetro de una patria que le había sido esquiva y a la que regresaría para marcarla con la tintura de su sangre y dejarle un vacío sin fondo.

A Martí lo hemos investido con a la apócrifa idea de la perfección con que exaltamos a muchos otros mártires. Como si el mal fuera poco,hemos sometido su pensamiento a lamentables excesos y deformaciones, hemos desintegrado sus textos y los hemos presentado como haikus en ráfagas, casi siempre en imperdonables ejercicios de descontextualización, sin advertir que a la larga cometemos el terrible acto de negarnos a nosotros mismos la esencia de un ser humano inigualable y con esto las claves para la comprensión de sus textos.

Hemos repetido infinitamente, por ejemplo, ser cultos es el único modo de ser libres, pero olvidamos, tal vez de forma circunstancial ser bueno es el único modo de ser dichoso, y omitimos (me gustaría pensar que a causa de algún descuido) pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno. Cada vez que recuerdo esta frase pienso en las palabras de Leila Guerriero cuando dijo: “Yo no busco maestros, pero a veces leo cosas así”.

A mí, aún con todo esto, me ata a la raíz del apóstol otro secreto fervor. Hay un Martí que me gusta todavía más: El individuo simple devenido en escriba sagrado. Entre toda su obra creo que su epistolario es un momento superior. En sus cartas descubrí un ser transfigurado ora en poeta de fina ética ora en ser concupiscente que soñaba suya la belleza de todas las mujeres. Yo me quedaría con ese Martí, con el ser humano que escribe con todas las fuerzas de su alma, ese que sumido en no sé qué tamaña melancolía llegó a decir alguna vez:

Rosario, me parece que están despertándose en mi muy inefables ternuras, (…) decía yo anoche la verdad, tristezas como sombras me anonadan a veces y me envuelven. Y tienen estas pequeñeces tal real grandeza, y crezco yo en ellas tanto y más muero yo tan bien, que -aunque no soy más que una perenne angustia de mi mismo- todavía tengo una extraña sonrisa para mis locos dolores y pensamientos de cariño para estas invencibles tristezas que me envuelven.

Este es un Martí diferente al de los ensayos en que no resalta de primera cuenta como adalid político y conocedor de toda esencia latinoamericana, diferente al de muchos de sus versos en que la inspiración no va ceñida a la voluntad de cuidar la técnica literaria, ajeno también a la fuerza de los discursos que nunca pudimos escuchar de su propia voz; es simplemente un hombre enamorado, un escritor deshecho en cada uno de sus instintos, desnudo en su estremecimientos más humanos, un hombre devoto de todo favor de mujer, un ser común cuyo un genio literario no le impidió decir:

Parece imposible que dos cuerpos puedan pesar menos que uno; desde que mezclé su sangre con mi sangre la mía es más ligera, y desde que me la eché sobre los hombros ando más a prisa. El espíritu se burla de la materia, y mi amada de Kepler y de Newton (…) mujer debe llamarse compensación.

Martí en las cosas más simples

Yo entendí el universo de José Martí un poco tarde, por medio de una conferencia que Pedro Pablo Rodríguez, deán insuperable de los estudios del apóstol, ofreciera en el teatro de mi facultad hace dos años. Rodríguez, armado con toda su sensatez y sabiduría, dijo entonces algo que muchos sospechábamos, “a Martí nunca terminaremos por entenderlo en toda su magnitud, aún cuando exista un centro que a tiempo completo se dedique al estudio de su obra”.

Otra forma de recordarlo y acaso también de amarlo me llegó con las clases de Antonio Álvarez Pitaluga a quien (no sabría explicar bien por qué) siempre encontré una gran parecido con el héroe caído en dos ríos. Este profesor siempre defendió en sus clases una tesis cuyo fin es limpiar todo indicio de polvo en la historia y que propone honrar no solo a Martí, sino a todo pasado trascendental en las cosas más simples, por medio de acontecimientos diferentes, incluso personales.

No se si mi historia se ajusta a lo que quiso decir Álvarez Pitaluga, pero yo desde entonces la he visto y la he contado así, quizás porque pienso que los símbolos no dejan de ser sagrados hasta que los deshonramos con actos. No todos los homenajes tienen que ser solemnes, no hay medio más eficaz que el sentimiento para concebir el elogio.

Cierta fe martiana

Hace seis años, cuando pasaba el servicio militar, como parte de la construcción en que se encontraba mi cuartel estábamos reparando la fachada del muro que servía de respaldo a la figura de yeso del hombre que murió de la forma que siempre había añorado, derribado por proyectiles españoles, luchando por instaurar la república soberana, hace hoy 160 años.

Ese día de diciembre de 2009 cada uno disponía de un hacha para desgarrar la pared y cuando nos fuimos acercando al busto el jefe de la unidad nos advirtió sobre la reprimenda que caería sobre el que dañara la imagen del héroe nacional.

Aquella tarde recuerdo que me pesaban el sueño y el cansancio de siete jornadas sin salir del comando, el pase me tocaba al siguiente día, por lo que puse espacial cuidado en no cometer ningún error en mi trabajo. Sin embargo, hubo un momento en que una muchacha de una belleza más que sugestiva pasó cerca del grupo y mis compañeros la llenaron de elogios. Yo nunca detuve los hachazos mientras me volvía a mirar a la dama, de forma que perdí por completo la dirección del instrumento y de un tajo dañe el exterior de la pequeña estatua.

No olvidaré entonces que yo; que fui criado en brazos de un apateísmo absoluto, que había rezado muy pocas veces fuera de un partido de futbol; invoqué la providencia del propio apóstol con una fe digna del más devoto de los hombres, como si Martí fuera un Dios pedí por mi pase, rogué por un día en la calle luego haber estado de siete de guardia, por no quedarme los quince de castigo obligatorio que sumarían veintitrés en la unidad.

Por suerte el jefe no estaba cerca y con una mezcla de recebo y cemento tuve tiempo de amasar un bulto improvisado que coloqué en el lugar preciso y luego pinté de blanco. Confieso que al terminar miré mi obra con orgullo de artista y una vez más recé por mi suerte. Al día siguiente, cabe mencionarlo, dormí en casa.

El amor es en cualquier caso un acto íntimo. Desde entonces Martí ha dejado de ser únicamente el apologista brillante, el recio antiimperialista, el seductor infalible. Cada vez que termino alguna de sus obras mi recuerdo más translúcido no lo figura retratado en algún campo de Jamaica, ni desbordado en un cuadro de Arche, ni en una imagen donde un adolescente que no puede esconder su odio lleva amarrado al tobillo una esfera de hierro. Yo veo un frontispicio de yeso levemente mutilado por un hacha de bombero, un martí reconstruido con recebo y cemento, una imagen exquisita que, quizá de ser tan simple, me hace amarlo más.

Cuba
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