Octavio Borges Pérez - Foto: Abel Ernesto - La Habana, 2 jun (AIN) La Bienal de La Habana es un ejemplo de expresión popular democrática, declaró en exclusiva a la AIN Luis Gomes, alcalde de Vila Real de San Antonio, Portugal.


Gomes mantiene con Cuba, desde hace dos décadas, una fraterna relación; en noviembre de 2014 el Consejo de Estado de la República le otorgó la Medalla de la Amistad y desde 2006 la localidad de la cual es presidente de la Cámara Municipal, se hermanó con su homólogo capitalina cubana de Playa.

Acerca de la gran fiesta de los sentidos, la mente y la espiritualidad que resulta esta cita en La Habana, opina que es sorprendente, un movimiento popular de arte extraordinario.

El arte está disperso por toda La Habana, dentro de las casas de las personas, señala visiblemente emocionado, y dice que para él es un momento de aprendizaje.

Llevo muchas ideas para aplicarlas en Portugal con la ayuda del Ministerio de Cultura de Cuba, asegura y añade que hay que tornar al arte popular, porque en Europa solo es cuestión de elites.

Destaca que el pueblo expresa toda su dimensión espiritual en esa forma de arte popular, que debe estimularse, promoverse y darlo a conocer a todos, como ocurre en la capital cubana en esta XII Bienal.

El funcionario luso recuerda que en desde 2006 trajo a la Isla 300 compatriotas para que recibieran los beneficios de la Operación Milagro, que gratuitamente trata los problemas y enfermedades de la vista a quienes no tienen recursos económicos, en numerosos países de América y África, entre otros.

También Gomes promovió la apertura, en mayo de 2014 de un Centro Médico Internacional en su ciudad, que posee una clínica de rehabilitación con fisioterapeutas y especialistas, cubanos y portugueses.

Al respecto, puntualizó que con estas iniciativas trata de revolucionar la situación en Europa, donde se olvidan de la salud de las personas que no tienen dinero y de su derecho a gozar de una vida digna.

XII Bienal: Interaction de artistas extranjeros en Cuba

AIN.- «Interaction», única exposición en la XII Bienal de La Habana sólo de artistas extranjeros invitados, fue abierta hoy en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. 

Integrada por obras de Gren Gianis (Australia), Mariana Branco y Alessandro Celante (ambos de Brasil), Herve Constant y Geraldine Gallavardin (Francia), Heather D. Freeman (Estados Unidos), y Lisa Alexander (Reino Unido), la muestra fue organizada por el curador cubano Claudio Sotolongo. 

Constant, en declaraciones exclusivas a la AIN, destacó que esta exposición se creó de una forma rara porque todos los participantes se conocieron anteriormente en La Habana, en un festival de fotografía digital que organiza el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, y entonces uno de ellos puso en las redes sociales una fotografía de aquella ocasión. 

Contó que a partir de eso comenzaron a conectarse unos con otros y a tramar este proyecto expositivo en la Bienal, que resulta de una enorme inspiración por el marcado acento social y la constante interacción de un público amplio y diverso con las obras de arte. 

Subrayó que esto también ocurre en Interaction en predios universitarios, por donde circulan muchos estudiantes y otros tipos de personas, a quienes llaman la atención las obras y se interesan, logrando una relación bella y fructífera con los creadores. 

Sotolongo señaló que cada artista tiene su propia poética y ellos se expresan por muy diversos medios y soportes, desde la tradicional pintura hasta las instalaciones y videos, y precisamente lo que funciona y crea ese especial ambiente es la forma de interactuar unos con otros y sus obras. 

Celante se confiesa fascinado por la Bienal, que trastoca las formas habituales de consumir arte, como las de su Sao Paulo, lo cual le obligará a replantearse muchos conceptos. 

Dijo que lo carga de energías esa posibilidad de intercambiar con personas de todo tipo, informal y desinhibidamente. 

Este paulista tiene una personal forma de abordar el arte en la relación de vida y muerte; imprime retratos de rostros de sus familiares sobre gasas flotantes, sumergidos en bañeras colmadas de hielo seco, entre las cuales el público puede circular y logra unas espectrales imágenes muy sugestivas.

XII Bienal de La Habana: Cebollas para Pérez

Vladia Rubio - Blog de Yohandry.- Dice Gómez que es la primera vez en sus 47 años que se acuestan en una tumbona, y con gratitud, comentan que “esto es lo más tranquilo que puedas ver, lo mejor de la Bienal. Debía de habérsele ocurrido antes a alguien”.

No saben cómo se llama la obra ni su autor, y si se hubiera concebido como parte del Plan Verano, o por el Consejo Popular, o por Gastronomía y Comercio, se sentirían igual de contentos, agradecidos y satisfechos. Como igual se proyectan muchísimos cubanos de todas las edades y diversas ocupaciones que allí hacen estancia por horas o minutos.

Preguntarse si fue eso lo que se propuso el artista de 39 años Arles del Río Flores con Resaca, sería casi como la primera frase al despertar en medio de una terrible resaca, post discoteca.

Pero la polisemia del arte da visa para interpretaciones varias. Y como, a su vez, el arte de pensamiento y el que pretende serlo no siempre posibilitan una rápida decodificación, pues todo eso licita y sobre todo promueve las más diversas lecturas; entre ellas, la que apunta a Resaca como una burla.

No la burla inocente, sino la de Loki, el engañoso y ambivalente dios de la mitología nórdica, o la que dibuja en la cara del Jóker de la baraja una sonrisa que es mitad mueca. Se trata de una playa que no lo es, con un mar cercano pero inalcanzable. Una parodia de playa que podía ser imaginada en una noche de resaca después de marejadas de alcohol, o aquella otra, conformada con los restos dejados por la resaca marina, o la que puede verse solo cuando, por la resaca, las aguas retroceden alejándose de la orilla al mar.

Una supuesta información al alcance de la mano con todas las cartas sobre la mesa, la fusión entre contenido y continente acercándose al arte como espectáculo, pudiera ser de las primeras interpretaciones. Pero esas serían lecturas de playa, o de resaca. En realidad, hay una sátira, una parodia en la que sin pedir consentimiento convierte en cómplices a una buena parte de los receptores. Y se vuelve entonces doble la burla porque no hay percepción del simulacro.

Detrás de la aparente levedad de la brisa bajo los paragüitas, espantando el solazo que te achicharra, detrás de la postalita acomodada en photoshop, hay propósitos otros a los que es posible aproximarse luego de palear un poco de arena.

Tras la supuesta levedad cuasi turística existe un propósito que pretende ser ¿crítico?, ¿reflexivo? acerca de dicotomías tan añejas como el tener y el no tener, los derechos y los deberes; a la vez que conceptos como el confort, posibilidades de acceso, igualdades y diferencias, pugnan por asomar de entre la resaca, pero “son tantas que se atropellan (…) y por eso no me matan”. Es una densidad ambigua, que, como Jano, el dios romano, lleva dos rostros para mirar a la vez los comienzos y los finales.

Para los creadores de otras latitudes, dejar nuevas señales en espacios públicos saturados de abundantes señales y torrentes de símbolos es complicado. Aquí no hay tantas señales pero sí carencias, y la intención busca entonces ocuparse de lo anhelado –en este caso una playa confortable, también sinónimo de status-, cuya virtualidad, la golosina de la cebolla, es colocada al alcance de la mano.

Pudiera de ello resultar una supuesta y momentánea emancipación del sujeto, quien, interactuando con tumbonas, sombrillas y arenas, a la vez que completa la obra se libera de lastres y de algunos gestos torvos de su realidad; pero en verdad, el saldo resulta una doble cadena: la impotencia y a veces inconciencia ante lo que ata a las oscuridades y miserias del entorno; y otra cadena aún más sutil, la incapacidad, y el no saberse incapaz, para descubrir la burla y, en consecuencia, sentir gratitud en vez de humillación e ira.

Desde las calmas aguas de lo estatuido, las brazadas de Arlés del Rio no pueden interpretarse de irreverentes o transgresoras, al menos en el sentido que aquí se ha acuñado el término. Mas podría aventurarse que el autor –con un innegable andamiaje financiero o de otra índole para poder sustentar esta realización-, sí contraviene, pero en otro orden. Transgrede la acendrada y casi intrínseca dignidad de aquellos que caen en el jamo de la Resaca y le aportan su razón de ser al utilizar tumbonas, paraguas, e incorporarse al “laxo ambiente” turístico, inscrito por deliberada paradoja, en uno de los tendones más lacerados de la ciudad.

¿Intenciones antropológicas, sociologizantes? Sí, pero con una finalidad distinta a la que usualmente aplica la joven plástica cubana. No quiere dar fe del hombre de a pie con sus felicidades y angustias; sino usa a ese hombre –quien como el ratoncito Pérez, tentado por la golosina, cae en la olla - para redondear el ambiguo testimonio de una angustia que, a la vez, abona la personal felicidad del creador ante la obra fraguada.

Y por si fuera poca esa vanidad del cocuyo por su barriguita de luz, la bendición de San Mas Media le ha acompañado. Los medios, impresos y digitales, televisivos y radiales, se han sumado al aplauso de Gómez y de la casi totalidad de quienes interactúan con la obra, y lo hacen exactamente con la misma linealidad de aquellos.

Por supuesto que para nada habría que coincidir con lo expresado aquí, pueden existir tantas interpretaciones como espectadores, y todas igual de válidas. Pero salvo descripciones y algunos adjetivos laudatorios, sigue faltando la aproximación desde el criterio y la explicación de voces entendidas. Luego de escucharlas, qué bien si se decide de todas maneras recostarse un rato en una de las tumbonas.

Porque se ha insistido desde antes de inaugurarse la Bienal, en su carácter dialógico. Detrás del Muro se propone, declaraba a EFE Juan Delgado, curador de ese gran proyecto "convertir el Malecón en un gran evento donde confluyan todas las manifestaciones visuales y donde también se produzca un encuentro y un diálogo: Que el arte dialogue con el público y con el futuro”.

¿Y qué diálogo puede ser ese donde uno de los dos interlocutores habla un idioma incomprensible, y en el que no parece importarle demasiado a ese creador, ni a las instituciones auspiciadoras, la decodificación? Una de las tantas cubanas que recorría junto a su familia el Malecón habanero por estos días exclamaba alborozada, contentísima: “¡esto parece un carnaval!”. Esa no es la aspiración de la Bienal. De todas formas, que masivamente acuda la gente y que el arte te salga al paso por las esquinas –aunque no sea un arte de ni para las masas- es muy importante.

“Siempre he pensado -afirmaba la curadora y crítica de arte Elvia Rosa Castro, ganadora de premios y menciones en el certamen competitivo Premio de Crítica de Arte Guy Pérez Cisneros, y también jurado del mismo- que la plástica es un fenómeno elitista. Creo en los públicos, y no en el público, ese ser idílico, abstracto, que al final es una masa amorfa y no se sabe dónde está. Hay ciertos públicos para obras que no son masivas. Fuera del mundo del arte –los críticos, las revistas especializadas, las instituciones, los coleccionistas-, creo que a los artistas plásticos no les interesa otra cosa”.

Tampoco les interesa que sus obras perduren en el sentido tradicional. Así lo indica lo efímero de instalaciones y performances que se hacen espacio en Detrás del Muro junto a la playa artificial, Resaca. Esta también será efímera, a diferencia de las verdaderas y confortables playas punteadas de turistas “todo incluido”… y de tumbonas.

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