El próximo lunes 22 de junio se despedirá la duodécima edición del magno evento de las artes visuales en Cuba, que congregó a miles de espectadores cubanos y extranjeros durante todo un mes

Diana Ferreiro - Granma.- De la 12 Bienal de La Habana hemos escrito muchas cosas. Hemos escrito, por ejemplo, que casi mil artistas revolucionaron espacios públicos y galerías, que el público interactuó con el arte contemporáneo y que el evento estuvo enfocado al trabajo con las comunidades. Hemos descrito —aunque no cuanto de­be­ríamos— la sensación que nos recorre la espalda al sumergirnos en las telas abstractas o figurativas, el vacío o el miedo que nos crece ante un fugaz performance, quizá lo más im­portante cuando transcurre un mes con tanto arte contemporáneo inundando las plazas y las avenidas.


A solo unos días de culminar la 12 Bienal, Granma conversó con su director Jorge Fer­nández, en busca de sus impresiones sobre el desarrollo del evento en la capital.

“Esta era una Bienal de riesgos, fiel al enunciado de Entre la idea y la experiencia, que la define muy bien, porque una cosa es la idea que tú tienes y otra es la experiencia real de cómo funciona, y para los artistas a nivel individual sucede lo mismo. Ha sido una aventura compleja, muchas obras tuvieron que re­con­textualizarse y otras fueron hechas específicamente para el contexto.

“Cuando hablábamos del desplazamiento del objeto a los contextos, implicaba también un tipo de obra que no genera una visibilidad objetual, pero que tiene un planteamiento he­donista en su concepción, con mucho trabajo de campo, de involucrarse en las comunidades, de pequeños gestos, pequeñas acciones. Y de eso tuvimos bastante en la Bienal”, dijo.

Jorge Fernández asegura que eso ha sido lo mejor de la Bienal. Contar con proyectos de esa naturaleza, que desde el arte performático también, respondieron y no traicionaron el sen­tido inicial que se propuso el equipo curatorial: “trabajar con determinadas comunidades, tan­to barriales como científicas, universitarias, ar­tísticas. Fue una Bienal expandida, polisémica, que defendió mucho ese sentido de la horizontalidad, que no solo se quedó en los grandes públicos, sino que también llegó a esos públicos específicos que tienen que ver con determinados lugares”, afirmó.

Como ejemplo, el también director del Cen­tro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam men­­ciona la obra de varios artistas invitados a la Bienal. Entre ellos, el proyecto de la artista peruana Verónica Wiese en el asilo de ancianos ­Nueva vida, el trabajo con los residentes, sus opiniones, su mundo personal, su relación con la vida, con la muerte, con la cotidianidad. Y donde se habilitaron espacios de exhibición dentro del asilo.

“Aquí en la Habana Vieja tuvimos a una artista mexicana, Sandra Calvo, que hizo un levantamiento superamplio de varios solares del municipio, su historia, la vida de su gente, la relación de ellos con el hábitat, con el espacio. Ellos le donaron objetos, planos arquitectónicos... Sandra reconstruyó con cartón los espacios de cada uno de esos solares, fue creando fragmentos de cómo la gente va interviniendo, haciendo ampliaciones, y también de los derrumbes, las pérdidas… Esas transformaciones que hace el hombre o la mujer en el espacio son muy interesantes y tienen que ver con condiciones de época”, explicó.

Destacó, además, las obras que se exhiben en el propio Wifredo Lam (obras de Dr. Lakra, Lázaro Saavedra, Gregor Schneider, entre otros), el Centro de Desarrollo de las Artes Vi­suales, la expo de Luis Camnitzer (Ejercicios), en Casa de las Américas, y el proyecto colectivo Entre, Dentro, Afuera, del Pabellón Cuba, que ha sido “un lugar vivo constantemente, ha habido conferencias, performances, el concurso Lo llevamos rizo, de Susana Pilar De­lahante, los DesConcierto de Adonis Ferro, el proyecto de la bolsa de Levis Orta…”.

Además —agregó—, el trabajo de Francisca Benítez con la comunidad de sordomudos, en aras de potenciar su lenguaje con la poesía como instrumento, así como los diferentes fe­nómenos de la tecnología vinculados al arte contemporáneo presentes en diversas obras o la discusión sobre economía de mercado de Tino Segal, uno de los artistas de culto en la actualidad.

Y Casablanca —dice Jorge Fernández—, que ha sido uno de los pilares fundamentales de la 12 Bienal. “Era un barrio olvidado, prácticamente nadie lo atendía, y creo que se ha creado un movimiento allí de activar la sala de video, la casa de cultura que estaba cerrada, y hemos recuperado algunos espacios”.

“Pusimos allí una obra de Alfonso+Craciun que es un estudio también con la comunidad, con sus intereses, y a la gente realmente le ha gustado mucho; tuvimos a Daniel Buren interviniendo la Estación de Hersey, o las 80 sillas para contemplar la espera, de Guisela Munita, para contemplar tal vez qué va a pasar con el pueblo y otras interrogantes”.

Además, la 12 Bienal de La Habana contó con una muestra colateral que incluyó más de cien intervenciones en toda la ciudad y cerca de 50 open studios, modalidad que permitió a los artistas compartir su espacio de creación, escapando tal vez a una curaduría estricta, y a la audiencia ser partícipe de ese arte. So­bre­salieron, por supuesto, las exposiciones Detrás del muro, que se adueñó del malecón habanero, y Zona Franca, que ubicada en La Cabaña es la mayor muestra de arte cubano contemporáneo jamás realizada.

Aunque algunos pudieran estar pensando ya en la decimotercera edición del evento que convoca a las artes visuales en esta capital, y otros aún se lamentan no haber podido ser cómplices de todo lo que aconteció en este mes, Jorge Fernández asegura que cada Bie­nal, como proyecto artístico, deja una interrogante para la próxima, pero que todavía no se piensa en la 13 Bienal. Esperemos al menos que regrese, justamente, en dos años.

XII Bienal de La Habana: Happy Birthday to us

Vladia Rubio - CubaSí.- La muchacha de las uñas con corazoncitos verdes ni se emociona, ni siente aversión ni nada ante el cake de Stainless en el malecón habanero. No ha ido ni irá a verlo.

“Mira pa’ las locas esas retratándose ahí. Por nada del mundo me tiro yo fotos al lado de eso tan feo”.

El “eso tan feo” que María Moreno señala desde la ventanilla del auto que transita despacio por Malecón, es la escultura Occidente con esteroides, del grupo Stainless, formado por Alejandro Piñeiro Bello (La Habana, Cuba, 1990), José Gabriel Capaz (La Habana, Cuba, 1988) y Roberto Fabelo Hung (La Habana, Cuba, 1991).

En verdad que para nada justifica el adjetivo de bello, al menos en el sentido más tradicional del término. Ese al que se apega mi parienta, quien pinta sus uñas de silicona con corazoncitos verdes y luego permanece extasiada contemplándoselas mientras murmura como ante un cuadro de Botticelli: “¡Qué bellas!”.

¿Son en verdad bellas sus uñas? Sí, en la misma medida en que pudiera ser calificada de hermosa esta escultura. Y no ando con ironías al decirlo. En realidad, existe un sutil vaso comunicante, un pasadizo, entre ambas.

Por él pudiera transitar ese concepto magistralmente esbozado por el checo Milán Kundera: “El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lágrima dice: ¡Qué hermoso, los niños corren por el césped! La segunda lágrima dice: ¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped! Es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch”.

Pero la muchacha de las uñas con corazoncitos verdes ni se emociona, ni siente aversión ni nada ante el cake de Stainless en el malecón habanero. No ha ido ni irá a verlo.

Mas la no respuesta es también una respuesta, el foul field por no presentación. De ahí que su ausencia aporta un merengue más, seguramente de los verdes.

Dulce flash

Parte de los espectadores de esta obra evidencian, como María Moreno, cierta aversión por ella. Y resulta una interesante paradoja porque, frente al espejo, no se ven en él. Pobre Narciso, que de tanto ponerle espejuelos mal graduados no logra ver su reflejo en el estanque.

Sucede que Occidente con esteroides, en buena medida constituye una reproducción de nuestros contextos y de nosotros mismos. Barroco, ecléctico, kitsch… anda sintetizando desde la estética de los decorados hogareños, de rituales como los Miniquince, Prequince y los Quince, hasta rostros de nuestra arquitectura citadina.

Basta contemplar esta pieza recortada contra los edificios que le rodean en el Malecón habanero, para identificar el aire de capiteles, balcones y columnatas retozando entre las policromadas y “enmerengadas” panetelas.

Arte con esteroides

Esta obra festinada no es light. La receta de estos “reposteros” contiene muchos ingredientes para pensársela despacio. Porque junto a los colores estridentes se mezcla el humor dándole una vez más la razón a Umberto Eco, quien en su magistral ensayo Historia de la belleza, decía algo así como: cuando lo feo se rebela y es sometido por lo bello, entonces, al reconocer su impotencia, se vuelve cómico.

Junto a la risa también asoma el guiño burlón: ¡Mírate, mirémonos!, parece estar diciendo la pieza a quienes en verdad quieran y puedan ver.

Pero es que, al menos el común de los mortales que andan por las calles jaba en mano, no han sido entrenados en esa manera de ver, que es más que mirar; porque lo primero involucra al pensamiento, lo segundo es solo un ejercicio ocular. En la divulgación y promoción de esta XII Bienal de La Habana, reitero, ya lo había escrito, sigue faltando la crítica especializada, y también la orientación más que la apología. No basta con que los espacios que dedican los medios se concreten, como tendencia, a describir.

Las malas lenguas

Entre el más de medio centenar de obras que alientan hasta el 22 de junio en el proyecto Detrás del Muro, esta de los muchachos de Stainless habla con malas lenguas.

Lo digo en el sentido más literal y en todos los otros que también acompañan a esta pieza, cuyo origen parece ser una similar pero de menor formato exhibida como parte de la expo Una mente caótica, en la Florida , durante febrero último. Ahora, inscrita en un contexto diferente, se integra a este de maravilla, resemantizando su discurso.

Porque si bien en The Studios of Key West, Cayo Hueso, los cakes ya hablaban de erotismo por cada una de sus muchas lenguas; ahora, estrechándoles las costuras a los intentos más universales de aquella muestra, pudieran también escucharse otros susurros amargamente dulces, referidos a la realidad insular en que se inscribe.

Uno de sus creadores, Alejandro Piñeiro, declaraba al periódico Granma que “Posiblemente sea la consumación de una serie de diferentes piezas que hemos estado desarrollando, por-que empezamos a hacer unos ca¬kes en el año 2010, después hicimos unas lenguas, con toda esa con¬no¬tación sexual y tal vez de la palabrería, el chisme; y esta obra conecta todo el trabajo de los últimos cuatro años en esas series de Sweet Cons¬tructions (Construcciones dulces o La pasión se vuelve loca)”.

Es evidente que desde su primera expo en 2010, cuando el Centro Hispanoamericano de Cultura de La Habana les acogió, el erotismo anda marcando, como caramelo para flan, el quehacer de este equipo de graduados de San Alejandro. Pero, ojo, no se quedan ahí, lo trascienden, salvo casos como Sex in the City, donde lo erótico sí deviene paradigma y hace dos años convirtió a la galería La Acacia en una especie de olla reina, de tantos criterios contrapuestos.

Entre el erotismo y lo grotesco van estos pasteles, modelados en resina, que se devoran a sí mismos. De las decenas de cakes nacen estas lenguas sensuales, golosas, irreverentes, a punto de engullir los dulces, de los que ellas volverán a emerger en gestación y parto de azúcares, para volver a comerlos. ¿Remedo del castigo de Prometeo encadenado, a quien un águila devora el hígado, que le vuelve a crecer cada noche para nuevamente ser devorado al día siguiente en eterna y macabra espiral?, ¿círculo cerrado, vueltas a la noria cubana, que no se detiene, pero sin salirse de su lugar?

Podrían ser igual “consumidos” como Los Cakes de la eterna celebración. No termina un festejo y ya estamos inventando otro, fiesta para festejar el éxito de la fiesta anterior. Y se van apilonando pasteles, merengues, choteos… Dicen que el avestruz también ríe mientras mete su cabeza en un hueco para no ver.

También de inercia, pasividad y cortedad de vista a causa de tanto merengue pudieran estar hablando estos pasteles, cual torre de Babel donde los diferentes idiomas hacen imposible el diálogo “intrapanetelas”. Porque de los pasteles –léase también la connotación sexual del término- para afuera sí que lo hay, entre los espectadores y la obra, con aires igual de contentos que los que llevan sus tres autores; pero leves, mucho más leves, que las intenciones artísticas de Stainless, cuyo nombre los declara inoxidables en medio de tanto salitre caribeño, de tanto merengue.

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