El establecimiento de la madre acompañante constituye un logro del sistema de salud cubano, sin el cual hubiera sido prácticamente imposible alcanzar el bajo índice de mortalidad infantil que exhibe nuestro país

Ronald Suárez Rivas - Foto: Ronald Suárez Rivas - Diario Granma - PINAR DEL RÍO.—Medio siglo después de que un grupo de médicos sugiriera por primera vez, que las madres acompañaran a sus hijos durante su ingreso en los hospitales, la idea parece la cosa más normal del mundo.


En una de las salas del pediátrico Pepe Portilla de la ciudad de Pinar del Río, sentada a la orilla de la cama donde yace Sebastián Omar, su pequeño de apenas dos meses, Anelis, la mamá, asegura que no concibe que pueda ser de otra manera, y advierte que “si me dijeran que no puedo estar aquí junto a él, creo que no lo dejo”.

Pero lo que hoy pudiera parecer una medida desacertada, y hasta cruel, fue durante mucho tiempo una práctica habitual en todo el país.

A sus 85 años, el doctor Gerardo René Hernández, recuerda que cuando se inició en la pediatría, hace seis décadas, los niños in­gre­saban sin sus padres.

“Imagínese un pequeño de tres, cuatro, cinco años, solito, con gente al lado desconocida, con jeringuillas... Siempre pensaba en lo que significaba para ellos lidiar con una enfermedad, incluso morir, sin tener a su mamá al la­do”.

Tal realidad lo atormentó por mucho tiempo, hasta que en 1965, en un congreso de Medicina, junto a otros dos galenos, René presentó la propuesta de la madre acompañante.

Cuenta que por más razonable que hoy parezca la idea, hubo personas en desacuerdo.

“Por una parte alegaban que la presencia de los familiares en las salas podría atraer infecciones. Además, estaba el problema de que no había suficientes baños, ni espacio para tantas personas. Esto, sin contar el gasto que implicaría en otros recursos, por ejemplo, la alimentación”.

Por aquel entonces, en Pinar del Río, como en toda Cuba, a pesar de las transformaciones que comenzaban a darse en materia de salud pública, los padres seguían estando obligados a dejar a sus hijos en los servicios de pediatría y esperar el parte médico del otro lado de la cerca del hospital.

Aquel lugar, en el que decenas de familiares preocupados aguardaban alguna información de sus hijos, llegó a ser conocido como “el muro de los lamentos”.

“Tres o cuatro veces por semana, entraban de visita durante una hora, y usted se puede imaginar lo que pasaba cuando se iban. El llanto de todos los muchachos hasta que se apagaba la luz a las diez de la noche”, explica René.

Por ello, durante aquel congreso defendió la propuesta de que pudiera haber una madre acompañante.

“Después de mencionar todas las ventajas que esto podría traer desde el punto de vista terapéutico, terminé con una interrogante ante todos aquellos médicos: ¿Cuál de ustedes no permanece al lado de sus hijos cuando están enfermos?”

Aunque hubo quienes mantuvieron las reservas, la iniciativa fue aprobada, y poco a poco comenzó a implementarse.

“Es cierto que admitir acompañantes significaba duplicar la cantidad de personas. La Revolución tuvo que hacer un esfuerzo para multiplicar por dos todos los recursos”.

Así se construyeron nuevos baños, se buscaron sillones y se logró que las madres pudieran entrar incluso a la terapia.

Al cabo de 50 años de aquellos días, el doctor Gerardo René considera que el establecimiento de la madre acompañante constituye un logro del sistema de salud cubano, sin el cual hubiera sido prácticamente imposible alcanzar el bajo índice de mortalidad infantil que exhibe nuestro país.

“Yo he tenido la oportunidad de trabajar en otros lugares del mundo, y le aseguro que es doloroso ver a los niños solos, con una enfermera, y a los padres mirándolos a través de un cristal, sin poder estar a su lado”, coincide el doctor Raúl Daniel Lagar, director del pediátrico Pepe Portilla de Pinar del Río.

“Además, el hecho de que la madre esté al lado de su niño es muy importante para el tratamiento, para que se sienta más cómodo en un medio hostil, donde lo están inyectando o ha­ciendo exámenes constantemente”.

“Quienes no conocimos la etapa anterior, nos imaginamos que un hospital con niños solos fuera una locura”, añade el doctor José Antonio Viñas, jefe del departamento docente de este hospital , y afirma que es muy probable que debido a esto, muchos no lograran salvarse.

Con más de 35 años de experiencia en la pediatría, Viñas ase­­gura que para quienes ejercen la profesión, “todas las observaciones que realiza la madre son extraordinariamente importantes. ‘No lo veo igual, no me gusta, está haciendo fiebre con más frecuencia, las diarreas han empeorado’, son una serie de da­tos imprescindibles”.

“Por otra parte, los trabajos científicos realizados, demuestran que tener un familiar cercano, que se encargue de darle apoyo emocional, facilita la buena evolución”.

Cuando tenía apenas ocho meses y medio de nacida, Yadira Ál­varez, fue una de aquellas niñas que debió ingresar sin acompañantes en el hospital.

“Recuerdo que mis padres solían hablar de eso con mucha tristeza. Decían que solo les permitían verme a través de un cristal, y que había sido muy duro porque yo era muy pequeñita y me pasaba la mayor parte del tiempo llorando, sin dejar que nadie se me acercara”.

Yadira, en cambio, sí pudo permanecer junto a su hija ma­yor, la única vez que estuvo ingresada debido a una crisis de asma. “Fue poco tiempo, pero no me separé de ella en ningún momento, pendiente del horario del aerosol, del antibiótico y de mimarla más que nunca. Sinceramente, no me imagino una madre lejos de su hijo en una situación así”.

Aunque parezca increíble, el doctor José Antonio Viñas asegura que todavía hoy, existen países donde no están permitidos los familiares acompañantes.

“Aquí hemos tenido ingresados niños de esos lugares. Las madres han venido a preguntar cuándo pueden visitarlos, y al responderle que se puede quedar todo el tiempo, usted enseguida nota un cambio, y hasta como se le iluminan los ojos, ante una posibilidad tan justa y humana”.

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