A hogares de ancianos de instituciones religiosas y de asociaciones fraternales de la Isla llega la voluntad amorosa de la Revolución. No son solo palabras: es el apoyo, en acción, que se hace tangible en medio de no pocas adversidades

Juventud Rebelde.- Al pequeño cuarto, con tres camas y tres taquillas, Lino González, de 65 años de edad, nos lleva con naturalidad que enternece. Miramos bien el lugar, que no es cualquier espacio para Lino: es allí donde duerme una noche tras otra de su vida y donde tiene sus pertenencias más necesarias.


Él es uno de los 34 inquilinos del Hogar de Ancianos William Booth, ubicado en el capitalino municipio de Marianao.

«¿Por qué está aquí si es usted tan joven?», preguntamos a Lino, quien no demora en responder: «Sí, soy joven, pero las piernas no me responden bien, por el azúcar, por la diabetes. Aquí llevo cerca de un año».

—¿Qué hizo en su vida?

—Era chofer.

—¿Aquí se siente bien?

—Encantado de la vida. Soy interno. Duermo y todo aquí.

—¿Tiene familia?

—Tres hermanos.

—¿Y los que duermen con usted?

—Uno de ellos es Lorencito, debe de estar en el comedor.

—¿Pueden dormir todo lo que deseen?

—Hay horarios. El baño, por ejemplo, comienza a eso de las cinco y media de la tarde. Yo me baño a esa hora, pues puedo hacerlo solo. Otros necesitan ayuda.

—¿Con agua tibia?

—Sí. Tenemos agua caliente, directa desde la ducha.

—¿Pueden salir a pasear?

—Muchos ancianos lo hacen. Pero yo no, porque tampoco veo bien.

Antes de llegar al cuartito de Lino hemos recorrido el hogar donde todo luce limpio y ordenado. En el portal, en la mañana, los ancianos nos han recibido jugando dominó, o sentados tranquilamente, algunos con la mirada buscando no se sabe qué paisaje en la memoria.

Otros, en un espacio más interior, miran el televisor. En alguna esquina está apostado un cuidador pendiente de ellos, que son la sumatoria de múltiples historias y fragilidades.

El Hogar pertenece a la iglesia protestante Ejército de Salvación en Cuba. El comandante divisional de esa institución cristiana, mayor Julio Antonio Moreno, nos explica que la misión del Ejército a nivel mundial es predicar el evangelio y preocuparse por las personas sin distingo alguno.

Sobre el hogar de ancianos, nos explica que este conforma la parte de la obra social del Ejército. «Trabajamos —dice— con las comunidades; tenemos en Cuba, oficialmente, este hogar que es nuestra obra representativa nacida en 1944, que comenzó siendo muy pequeño y ha ido creciendo. Contamos, además, con un comedor mediante el cual, apoyados por el Hogar, damos alimentos a un grupo de personas en la barriada de Párraga».

El Ejército cuenta en la carretera de Vertientes, Camagüey, con un hogar que, también apoyado por el Consejo de Iglesias de Cuba (CIC), atiende a personas adictas al consumo de alcohol. Ya se proyecta un nuevo hogar de ancianos en la ciudad de Santa Clara, donde habita la población más envejecida del país; y se suma el sueño de crear otro en la ciudad de Holguín.

—¿El Estado cubano destina fondos para apoyar esos proyectos?

—Existe en nuestra iglesia un trabajo muy coordinado con el Estado cubano que destina fondos para los presupuestos de atención alimentaria, mejoría de las condiciones de vida de los ancianos, compra de medicamentos y mantenimientos constructivos.

—¿Cuentan con otras entradas financieras?

—Donaciones que nos hacen entidades internacionales.

—¿Se sienten apoyados por el Gobierno?

—Profunda, satisfactoriamente apoyados y con excelentes relaciones de trabajo. Damos gracias a Dios por esta excelente relación que coadyuva al bienestar de los seres humanos.

Historia de buena voluntad

Desde los siglos XIII y XIX le nacieron a Cuba entidades religiosas y asociaciones fraternales cuyo objeto social era el amparo de los grupos más vulnerables, constituidos fundamentalmente por enfermos psiquiátricos, prostitutas y huérfanos de esa etapa colonial.

A la altura de la república mediatizada comenzó la aparición de instituciones destinadas a la atención de los ancianos. Algunas de ellas eran financiadas por organizaciones religiosas y donaciones caritativas.

Actualmente, del universo de las entidades religiosas y asociaciones fraternales, existen 18 hogares de ancianos, de los cuales 14 están registrados por el Departamento de Economía del Ministerio de Salud Pública (Minsap). De tales instituciones, 12 pertenecen a órdenes o congregaciones católicas, cinco a iglesias protestantes y una a la Gran Logia Masónica.

Ese panorama es descrito para nuestro diario por el doctor Alberto Fernández, responsable de la Dirección de Atención al Adulto Mayor en el Minsap. Es él quien nos explica que los hogares de ancianos de las instituciones religiosas y asociaciones fraternales forman parte del sistema cubano para la atención al adulto mayor. «Están los hogares de ancianos —dice— y también hay casas de abuelos».

«Normalmente estas instituciones han sido vistas como privadas. Ese, sin embargo, no es el término apropiado, porque el Estado cubano destina para ellas un presupuesto anual».

—¿De qué envergadura es el presupuesto?

—Históricamente se ha hablado de 12 millones que se han mantenido estables durante los últimos cinco años. Es una cifra sobre la cual se tiene concebido un incremento en este año.

«Las entidades de las que estamos hablando cuentan con otras vías para su financiamiento: donaciones y lo que les pagan los beneficiarios».

—¿Qué porciento podría estar ocupando el presupuesto estatal dentro de la disponibilidad financiera de estas instituciones? ¿Es importante?

—Sí, es importante. El presupuesto estatal les sirve para la compra de alimentos y de medicamentos; y estos últimos son adquiridos a través de Salud Pública, a precios subsidiados.

«Ese presupuesto también sirve para el pago a los trabajadores. Hasta ahora la atención médica en esas instituciones ha sido fundamentalmente a través de prestación de servicios; o sea, con médicos que pertenecen a otros centros laborales y prestan sus servicios allí. El Minsap planteó a esas instituciones y asociaciones que hicieran sus propuestas de plantillas de recursos humanos a partir del reglamento oficial vigente para casas de abuelos y hogares de ancianos pertenecientes al Estado.

«El pedido tuvo la intención de asignar un presupuesto para el pago a los trabajadores, el cual incluye el incremento salarial de los pertenecientes al sector de la Salud. Al finalizar 2014 la cifra del presupuesto aumentó justamente para que en esos lugares pudiera asumirse el incremento del salario a los trabajadores del sector de la Salud.

«Lo otro a lo cual estamos prestando particular atención es a la capacitación de los médicos y de las enfermeras que trabajan en ese tipo de centros en las especificidades de la atención al adulto mayor, lo cual redundaría en la calidad del servicio que prestan».

El doctor Alberto Fernández comenta que también se han hecho más expeditos los mecanismos para la entrega de materiales de construcción a las instituciones religiosas y asociaciones fraternales: El Minsap y los consejos de las administraciones provinciales han estado al tanto del otorgamiento de los recursos para las acciones de reparación.

¿Cómo funciona el amparo?

La capitana Sandra de Ramírez, administradora del Hogar de Ancianos William Booth, nos detalla que en el centro trabajan cuatro enfermeras, tres de las cuales son licenciadas, y un médico. «Ellos cumplen de manera excelente con su trabajo», expresa.

—¿Ese médico lo escogieron ustedes o se lo asignaron?

—Nuestro personal de Salud Pública está en calidad de prestación de servicio. Ellos pertenecen al policlínico docente Carlos Manuel Portuondo Lambel. El médico trabaja todos los días de ocho a cinco de la tarde, y las enfermeras lo hacen en turno rotativo: trabajan 24 horas cuando les corresponde.

Sandra hace énfasis en la labor realizada por el Sectorial de Salud Pública de Marianao. «Ellos, todas las semanas, llaman o vienen para controlar la salud de los ancianos y para supervisar el trabajo que realizan el médico y las enfermeras de este lugar. Vienen tanto la jefa de enfermeras del policlínico, como la jefa de Salud Pública en el municipio de Marianao.

«Estamos satisfechos con el trabajo de Salud Pública. Los ancianos reciben muy buena atención médica y por todo el personal que aquí trabaja. Los médicos y enfermeras trabajan por mantener una calidad de vida adecuada en estos ancianos, de los cuales algunos están inmovilizados y otros encamados».

—¿Cuál es el criterio de selección para que los 34 ancianos internos puedan permanecer en el hogar?

—La secretaria del hogar hace una lista a través de la cual clasificamos a los ancianos. Los que estén en sus hogares y quieran entrar para vivir aquí no deben tener demencia senil, porque cuando ellos llegan, entre la tristeza, la necesidad de adaptarse al lugar y todas las cosas que van enfrentando, tienden a debutar con demencia senil. No está estipulado por el personal médico ingresar a aquellos que padezcan de esta enfermedad. Tampoco tenemos los cuidadores suficientes para atender a este tipo de anciano.

«Los que tenemos aquí en el hogar con demencia senil es porque han debutado en el lugar, y es una cosa ilógica devolverlos a sus hogares. Los tratamos, les ofrecemos una mejor calidad de vida y seguimos trabajando con ellos.

«El personal médico hace aquí una clasificación de los ancianos que se deterioran. Los que no se pueden mover por sí solos son atendidos por los fisioterapeutas. Aquí se les ofrece el tratamiento hasta el final, al igual que a quienes se les declaran tumores malignos. Y a quienes debutan con una isquemia o con un problema cardiovascular, se les da el tratamiento de inicio aquí, y si surge el criterio médico de mandarlos al hospital, son remitidos hacia allá.

«Lo importante es que aquí se atiende a todos los ancianos hasta el final. No se manda a ninguno para la casa, no se le rechaza, no se le dice al familiar “Mira, llévatelo…”».

—¿Qué convenio tienen con la familia?

—La familia se integra cuando los ancianos debutan con alguna enfermedad. Asimismo cuando ellos son remitidos al hospital se les avisa a sus seres cercanos, porque eso está incluido dentro del convenio cuando se recibe a los ancianos. El que esté hospitalizado debe ser atendido por su familia, y en el caso de quien no tenga ningún familiar, nosotros nos hacemos cargo de él.

—¿Qué aporta la familia cuando uno de sus integrantes entra al hogar?

—Cuando los ancianos ingresan a este lugar deben presentar la baja de la libreta de abastecimiento, porque los alimentos empiezan a venir por aquí, por el hogar. Cuando el anciano entra, si tiene chequera —porque no todos la tienen—, la entregan al hogar. Creo que el 80 por ciento de ese dinero es para el beneficiario, y el 20 por ciento para el hogar.

«Ellos tienen necesidad de comprar sus galletas, su pastel… Por eso les damos su dinero, a los que están conscientes, y ellos compran sus cositas, sus cigarros, su café… El anciano viene para acá, pero eso no significa que sea un bulto».

—¿Cuántas horas al día usted trabaja?

—¿Nosotros? No sé cuántas….

—¿Tiene familia?

—Sí. Vivimos aquí en el hogar mi esposo y mis tres hijos.  No les pudiera hablar de horario, porque estamos pendientes de los ancianos y de todo lo que pasa con ellos durante las 24 horas del día.

La familia

Carlos Ramírez Galván, capitán del Ejército de Salvación, lleva adelante, junto a su esposa Sandra, los destinos del Hogar de Ancianos William Booth.

—¿Qué estudiaron ustedes?

—Los dos somos enfermeros formados por el sistema cubano de Salud.

—¿Cómo se conocieron?

—Gracias a Dios mi esposa me enamoró —dice Carlos con picardía—. Nos conocimos en el Hospital Frank País.

—¿Cuánto se parece Dios a la Revolución?

—Se parecen en la entereza, en el altruismo que pueda tener un ser humano. Un día, por ejemplo, surgió la Operación Milagro. Si usted lee la Biblia verá que allí se habla de cómo los ciegos ven, de cómo a los pobres se les anuncia el Evangelio: La Operación Milagro ha devuelto la vista a muchos pobres. Eso es Evangelio. Lo mismo que queremos nosotros es lo que quiere la Revolución.

«La Revolución quiere que los ancianos tengan una vida más duradera y con mejor calidad. Por eso da finanzas en nuestro hogar. El Estado piensa en sus viejos y nosotros también. Es un credo común».

—¿No hay desvío de los recursos disponibles?

—Donde está el ser humano, están sus imperfecciones propias. Todo depende del amor con que se miren las cosas. Creo que si no hay amor, de nada valdrá lo demás, esté quien esté al frente. Puede existir desvío de recursos cuando existe mala administración, cuando hay poco control, cuando se deja de dar algún tipo de información.

—¿Aquí también llegan las auditorías?

—A nosotros también nos auditan.

Sandra se suma a la respuesta de Carlos: «Nos reunimos todos los meses. Vemos las dificultades en colectivo; no faltan los de servicio, ni el médico, ni la jefa de enfermeras, ni el que atiende el almacén… Valoramos cuanto acontece dentro del hogar. Trabajamos en equipo».

Un rato después el adolescente Riubens Ramírez Saldívar, hijo de Sandra y de Carlos, nos describe qué ha significado para él crecer dentro del Hogar: «Vivo aquí desde que soy un niño. Todos los ancianitos me conocen. Soy testigo de cómo nació todo esto que hace años tenía otra estructura. El hogar ha ido creciendo. Ahora estoy pasando el Servicio Militar, trabajando en la campaña contra los mosquitos».

—¿Cuál es tu filosofía?

—Que hay que ser bueno, porque eso entra en los principios no solo de una religión sino del ser humano. Y a veces no se trata de ayuda material: Hay personas necesitadas de ayuda moral, espiritual, porque hay mucho trastorno del carácter hoy en día.

Su hermano Noel Ramírez, también adolescente, describe como «acogedor», como «muy familiar» el ambiente del Hogar de Ancianos: «A veces me digo que quisiera llegar a la edad de muchos ancianitos que están aquí. Estoy muy orgulloso de lo que hace mi papá, y cuando sea mayor de edad quisiera, como él, hacer obras de caridad, ayudar a muchos ancianos, a muchos necesitados, incluso a los animales. A mí me gusta ayudar. Creo que ese deseo es genético, y de eso me siento orgulloso».

La buena voluntad no pide permiso (II)

Hogares de ancianos de instituciones religiosas y de asociaciones fraternales de Cuba, insertados al sistema nacional de Salud y con apoyo gubernamental, arrostran uno de los desafíos más complejos de la sociedad cubana: el envejecimiento poblacional

«Vivo en La Habana Vieja, cerca de la casa donde nació Martí», nos dice F. Rodríguez, paciente del Hogar San Juan de Dios, a donde pueden llegar y ser atendidos, desde cualquier lugar de la Isla, personas que necesiten ayuda especializada en Psiquiatría.

La casa donde F. Rodríguez, de 56 años de edad, desgrana su tiempo imaginando el mundo a su modo, allí donde otros inquilinos de ambos sexos y de diversas edades también permanecen, está en la lista de los hogares de ancianos de instituciones religiosas y de asociaciones fraternales de Cuba, los cuales están insertados al sistema nacional de Salud y reciben apoyo gubernamental.

En el Hogar, en la periferia de La Habana, nos recibe en una mañana de sol el hermano José Luis García Imaz, de la católica Orden Hospitalaria Hermanos de San Juan de Dios. Es él quien administra el lugar y también es responsable, en nombre de la Orden, del Hogar de Ancianos San Rafael, ubicado en Marianao, hacia donde nos conducirá un rato después.

«Esta es la historia de una orden religiosa bastante antigua —nos dice José Luis—; los historiadores no se ponen de acuerdo sobre sus orígenes más recónditos. En 1530 nació en Granada, en el sur de España. Nuestro fundador, que se llamaba Juan de Dios, empezó una obra de atención a los enfermos mentales y a las personas que vivían abandonadas.

«En 1599 apareció la primera comunidad de los Hermanos de San Juan de Dios, en las Américas, Cartagena de Indias, Colombia. Fue mediante un hospital que atendió a esclavos negros que nadie quería socorrer».

El año 1604 marca la presencia de la Orden en Cuba. Y 1942 es el momento en el cual los Hermanos emprenden las primeras reparaciones del actual sitio del Hogar San Juan de Dios, propiedad que la acaudalada familia de los Gómez-Mena había vendido a los fieles de la Orden.

—¿Cualquier cubano que lo necesite puede entrar al Hogar San Juan de Dios?, preguntamos a García Imaz.

—Cualquier ciudadano de Cuba puede entrar. El requisito es que el psiquiatra dictamine que quien llegue pidiendo ayuda debe ingresar. Hay estadías cortas, medianas y largas. La mayor parte de quienes llegan, gracias a Dios, no entran; la mayoría recibe consultas externas y regresa a casa. Los especialistas son psiquiatras del sistema cubano de salud pública. En estos momentos tenemos al doctor Douglas, quien es el director médico.

—¿Reciben apoyo financiero?

—El Gobierno da una asignación financiera. En estos momentos la aportación del Gobierno cubano sería sobre el 50 por ciento. La otra parte, pequeña, proviene de los pacientes y sus familias. Como sabemos que la situación económica del país es difícil, buscamos apoyo internacional para cubrir los gastos que hagan falta destinados a la buena atención.

Imaz lleva más de siete años en la Isla. Cuando habla del sentido de su vida, cuando recuerda experiencias vividas en un hospital materno de su natal España, o jornadas en África, allí donde ha estado para ayudar a otros seres humanos, confiesa haber apostado «por la opción de la hospitalidad».

A Douglas Calvo de la Paz, el director médico del Hogar San Juan de Dios desde hace ocho años y medio, preguntamos cómo es un día de trabajo allí. Este hombre de 47 años nos dice con brevedad y precisión: «Un día aquí es bastante arduo. Se trabaja con mucha intensidad, porque además de toda la labor de consultas externas, a los pacientes hospitalizados se les realizan actividades terapéuticas y coterapéuticas, las cuales incluyen la psicoterapia y la rehabilitación».

Lo vital: El Acompañamiento

El Hogar San Rafael tuvo como beneficiarios, en sus inicios, a niños con problemas óseos. A partir de los años 70 del siglo XX abrió sus puertas como una residencia para ancianos.

Mientras nos muestra el interior de la gran casa en la cual trabajan cerca de un centenar de personas cuyo sentido de ser es el acompañamiento a los ancianos, José Luis García Imaz explica que la instalación ha sufrido un desgaste fuerte y que ahora están en la fase de pintarla («porque el Ministerio de Salud Pública nos dio pintura», dice); para luego, cuando se pueda, entrar en una etapa de restauración que implicará enormes gastos y apoyo de la Orden.

«Desde hace un par de años estamos trabajando para convertir el Hogar en un centro de atención especializada. Queremos atender al adulto mayor enfermo, al discapacitado, y para ello debemos transformar totalmente el inmueble, pero hay un problema: el centro está lleno, y así es muy difícil hacer transformaciones».

Imaz sigue dando detalles mientras observamos a los ancianos y a las ancianas tomando el almuerzo. Nos recuerda que Salud Pública garantiza los medicamentos a precios de subsidio, los alimentos y aprovisionamientos diversos. Nos explica que el hogar ofrece beneficios como el trabajo social y la ergoterapia; que está dividido por secciones, que cuenta con una enfermera coordinadora, una enfermera con turno de 12 horas, y una asistente para servicios generales.

Mercedes Zaldívar Martínez, al frente de la sala de hombres, la sala B, describe las atenciones a los ancianos: desde muy temprano reciben sus medicamentos y el desayuno. A los que no pueden hacerlo por sí mismos se les baña, y si lo necesitan, se les cura. El cambio de la ropa de cama es una vez a la semana para los «autónomos», y diaria para los que no pueden valerse por sí solos.

Hay adultos mayores de 90, de 94 años… A casi todos se les ve muy mayores, muy necesitados de acompañamiento. En la sección de mujeres una abuelita canta y nos agradece por la visita. Su piel es muy fina, muy frágil. En sus ojos se advierte la densidad de un mundo de recuerdos.

En el cuartito perteneciente a un anciano, enternece la imagen de las ropas recién lavadas y señalizadas con los nombres de sus dueños. Son nombres y apellidos con vida, con recuerdos, con amparo.

Sin perder un minuto, un centavo, una esperanza…

Antes de 2012 el Hogar Nacional Masónico de Cuba, el único de su tipo en la Isla, afrontaba afectaciones constructivas que dificultaban su funcionamiento.

Una mañana de visita a este espacio fraternal ubicado en el municipio capitalino de Arroyo Naranjo, es la prueba de que allí se ha venido trabajando con intensidad y rigor para rescatar cada pared, pabellón, cada espacio abierto, cada posibilidad que acerque a la meta soñada: que un día puedan ser acogidos allí, internamente, 250 adultos mayores.

A pesar de que el lugar carece de muros perimetrales, y de que su entrada es un camino carente del asfalto de antaño, el Hogar ostenta un «ángel» —sin hablar de la buena causa que lo sustenta— por el cual vale la pena batallar.

El Hogar es atendido por un Patronato de la Masonería en Cuba. Inicialmente se llamó Asilo La Misericordia, cuando se fundó en 1886, y en 1918 fue adquirido por el masón Enrique Llansó, quien estuvo al frente de la entidad hasta 1930. Al fallecer, en homenaje a su labor, su apellido sirvió para identificar la institución. Allí fueron atendidos adultos, niños sin amparo familiar y finalmente se convirtió en un asilo para ancianos.

Después de varios años en los que algunos inmuebles sufrieron gran deterioro, a finales de 2011 se emprendió el arduo camino de la restauración, con la participación de muchos hermanos masones, quienes aportaron recursos financieros, materiales y laboraron en la restauración. Además, recibieron la ayuda de las autoridades, con las que la administración del Llansó frecuentemente sostiene encuentros, fundamentalmente con representantes del Ministerio de Salud Pública y otras entidades del Gobierno.

Tras mucho esfuerzo se va anotando en la memoria más fiel el recurso invertido, las donaciones recibidas, el pabellón recuperado, lo que se logra y lo que todavía falta.

Por ejemplo, existen espacios listos para utilizar, pero no se poseen camas, colchones y el resto del mobiliario necesario. También preocupa el mal estado de la cocina de petróleo, en la cual se elabora la comida de los ancianos, pero el esfuerzo de sus trabajadores permite que se cumpla con su función cotidiana de alimentar a los inquilinos, incluso cocinando con leña.

Un asunto de gran interés es poder levantar muros perimetrales que limiten la entrada al Llansó de personas no autorizadas y protejan a los ancianos.

Entre las manos amigas a quienes agradecen el apoyo recibido, está la del historiador Eusebio Leal Spengler, que ha estado pendiente de sus carencias y ha hecho llegar muebles, televisores, refrigeradores, camas y otra ayuda que los hermanos masones no olvidan.

Interioridades del desvelo

No se pierde un centavo, ni un minuto, ni una sola esperanza. El administrador, Raúl Acosta González, reconoce que permanece en el Llansó la mayor parte de su tiempo. Le preguntamos por la alimentación de los ancianos y ofrece explicación sobre cualquier detalle:

—Aquí la alimentación de los ancianos está muy bien.

—¿De dónde proviene?

—Toda viene a través de una asignación que tenemos de Salud Pública. A las seis y media de la mañana le damos el desayuno al anciano, y a las nueve la merienda.

—¿La calidad del pan es buena?

—Si el pan viene en mal estado lo devolvemos.

—¿Cuántos cuidadores tienen?

—Tenemos dos por el día y dos por la noche en el pabellón donde están los ancianos que más ayuda necesitan. Ellas, porque son mujeres, trabajan 12 horas y descansan un día.

—¿Y quién supervisa que el anciano que no es autónomo esté bien bañado?

—Eso lo supervisa Enfermería, parte encargada de la higiene del asilo. Aunque aquí todos estamos pendientes de todo. Los trabajadores recibimos nuestro salario a través del Ministerio de Salud Pública, incluyendo el personal médico y paramédico.

—¿Aspiran a tener condiciones para llegar a las 250 camas?

—Esa es la proyección que nos hemos hecho.

«Otro de nuestros objetivos es prestar servicio a los ancianos durante el día: que estén en el hogar, almuercen, merienden, y en la tarde, después de la comida, partan hacia sus casas. Eso será cuando tengamos una mejor cocina».

Mario Valdés, jefe de Servicios del Hogar, no es masón, pero no nota diferencia alguna en el trato hacia él: «Siempre he tenido apoyo. Aquí trabajamos muy colegiadamente. Se razona todo, hay transparencia total. Espero estar aquí por mucho tiempo».

A los 101 años…

…Noelio transpira jovialidad y gracia. Dice que su carácter le ha dado toda la vida que tiene.

—¿Y usted qué hacía en su juventud?

—Andaba con la guitarra en la mano, siempre cantando.

—¿Cuántos hijos tiene?

—Tengo 17 hijos. Soy matancero, de Jovellanos. Quisiera que viera el salón de los viejitos, y el de las mujeres. Nosotros estamos bien aquí.

—Qué privilegio el suyo, Noelio: más de un siglo viendo y viviendo cosas…

—Quiero llegar a 120 años y seguir.

—¿Usted quiere?

—Yo quiero no: voy a llegar…

El cubierto de Noelio, mientras almuerza un menú muy bien hecho, está forrado por una filigrana multicolor. Es una artesanía de su autoría, igual a otra suya que descubrimos luego en el cuartico donde Mayra Aguilar Navarro llega para trabajar de lunes a sábado, allí donde cose la ropa de los ancianos, le pone botones, le hace dobladillos.

«Aquí se trabaja muy pacíficamente —nos cuenta—; me siento útil, porque además de coser hago estas manualidades con ellos, que recortan cositas, que trabajan con papel maché».

Kenia González Riera, joven economista, asiste al mismo cuartico de manualidades los martes, miércoles y jueves de cada semana: «He aprendido a hacer cosas que no pensé aprender nunca».

Hay mucha tranquilidad en Llansó. Ni siquiera los obreros contratados para restaurar pabellones de arriba a abajo se hacen sentir. Es un bello lugar; es una bella causa. Nos invitan a almorzar el mismo menú de los ancianos. Está bueno. Y nos invitan para cuando se inaugure el próximo pabellón. Deberíamos volver: por los ancianos, porque la humanidad lo vale; y porque, en honor a la verdad, allí la voluntad no ha pedido permiso para abrirse paso en nombre de nuestros semejantes.

Lo que se cuenta sobre un lugar de honor (y III)

Religiosos protestantes en alianza con el Ministerio de Salud Pública y con la ayuda del Gobierno, apoyan a los ancianos considerados por ellos como niños sabios y merecedores del más fino cariño

Hugo García

COLÓN, Matanzas.— Hay palabras que uno no quisiera oír: flacidez, demencia senil, envejecimiento… pero están en el camino de todo ser humano, de nuestra familia. En cambio cariño, amor, bondad y solidaridad también están frente a todos, y muchas veces son esquivas.

Con esas ideas avanzamos por la Carretera Central y apenas entramos a la ciudad de Colón nos dicen: Doble por la calle Calixto García, que verá a la derecha un edificio grande de tres plantas, ese es. Sin dudas, allí todos conocen la residencia de ancianos.

No es el pequeño local que imaginábamos. A primera vista nos da la impresión de un hotel. En los pasillos, el grupo de ancianos sentados en sillas de ruedas, sillas o sillones, alerta que esta institución es de ellos.

Todo está limpio, los pisos relucientes y como ya son cerca de las diez de la mañana muchos están bañados y olorosos, a la espera del almuerzo. Es una rutina diaria que no se rompe salvo por un hecho extraordinario.

Testimonios del cariño

Hemos llegado en una mañana nublada a la Residencia Tercera Edad Apóstol Daddy John. En los salones hay 30 camas, para 30 ancianos internos. La demanda es alta. Una gran lista de espera que podría llegar a 70 internos, o un poco más.

De la mano y conversando con la pastora Yunaisis Durán López recorremos la edificación: «Además de tenerlos limpios, la prioridad es brindarles cariño», nos dice.

Allí conocemos abuelitos, como Leonila Reyes, con dos años en el asilo y que estuvo anotada durante seis años en la lista de espera. «Vivía sola, enferma, con muchos padecimientos, y ahora estoy encantada de estar aquí, por el buen trato». Un rosario de enfermedades la aqueja, como vivir con un solo riñón, ser hipertensa, tener problemas con la tiroides, diabetes, la gota... «Tomo medicinas más de la cuenta, pero no me falta ninguna para atender mis 12 enfermedades, y apenas entrego 80 pesos como ofrenda, porque no me lo exigen».

Uno se asombra al hablar con estos sabios del tiempo, pero nos empequeñecemos ante personas más jóvenes como María Hernández, una de las asistentes de postrados, cuya entrega conmueve: «Me gusta trabajar con los ancianos, pero reconozco que no se para; es dura la tarea, pues a veces se babean, se hacen caca o pipi… aunque nada de eso me molesta en lo absoluto, los ayudo en todo: gano 624 pesos, pero eso no es lo definitorio. A mí me da placer trabajar con ellos. Nunca los maltrato, ni aun cuando están un poco majaderos. Los comprendo, les paso la mano, los acaricio, porque a veces hasta lloran. Hay que cargarlos, pasar malas noches. Mi familia sabe que esto me gusta y siento una gran satisfacción».

En el cuarto de matrimonios encontramos a Olivia Wilber, de 84 años, junto a su esposo Dagoberto Sersa, de 88. Él compone himnos cristianos. Sonríen y se toman de las manos. Se sienten felices, tranquilos, bien atendidos.

Entonces nos acercamos a la lavandería, donde Vivian Esquijarrosa trabaja desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde. Allí lava y plancha sábanas, paños, manteles, limpia los zapatos y las chancletas. «Es una obra bonita; las ropas de los postrados se lavan constantemente, se hierven y se cloran».

Emocionada, Sara Borragero, mientras cose, zurce o plancha las prendas de vestir, deja escapar como en susurro: Conozco todas las ropas de cada uno de ellos.

Por el día se les brinda recreación, ejercicios programados por especialistas del Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder). También son atendidos los vecinos de la comunidad.

Caridad Toledo, desde hace cuatro años vinculada con la iglesia y ahora con 82 años de edad, se dedica a realizar manualidades: «En mis ocho años en el hogar no he visto a nadie triste, hay buen trato y sensibilidad».

Las familias vienen, llaman por teléfono. A veces se llevan a los ancianos para sus casas. Es el caso de Mercedes Aguilar, quien no tuvo hijos, pero cuyo sobrino se preocupa por ella y coopera con el Hogar.

Amelide Placide Henry, de 72 años, haitiana, lleva tres años en la institución. Llegó muy delgada, engarrotada, con la enfermedad de Parkinson, con dificultades para hablar el español. Ahora recibe sus medicamentos y es tratada con mucho cariño.

Senderos de luz

Valentín Mederos Mederos, de 92 años de edad y obispo, dedicó su vida a la iglesia desde sus 13 años. «Este lugar es una bendición de Dios, un lugar de descanso. Todavía pido la palabra en el púlpito y me siento querido».

Intentan habilitar la tercera planta del edificio, pero falta un ascensor. En el hogar hay 12 postrados, nueve de ellos mujeres. Además, se atiende a diez diurnos y se garantizan 20 cantinas para almuerzo y comida.

Hilda Torres, de 70 años y casi ciega, de La Lisa, La Habana, elogia como magnífico el servicio en general: «Guapeo, me peino y me baño, tiendo la cama, como sola, camino con cuidado, aquí todo me gusta».

Ofelia Chaviano, de 97 años de edad, desde hace 19 años está en el asilo. «Me siento bien, gracias a Dios».

La doctora Norkis López González, especialista en Medicina General Integral, comenzó en enero su labor en el centro y confiesa que trabaja con los ancianos con mucho amor y que ellos reciprocan cariño y eso la hace sentir bien:

«Todos los días hacemos pase de visitas junto con la enfermera y semanalmente les hacemos exámenes físicos, al igual que las interconsultas semanales de la geriatra. Se chequea a todos los abuelos y el policlínico nos presta el servicio de laboratorio. También vienen especialistas en Cultura Física y Podología, mientras que para otras especialidades como oftalmología y cardiología los ancianos son llevados al hospital municipal Mario Muñoz Monroy».

La licenciada Irsia Herrera Valdés, jefa de Enfermería, no oculta su devoción por la labor que realiza: «Amo mi trabajo; ellos son como mis padres y les he tomado gran cariño. Se sufre cuando ellos se sienten mal, y nos golpea sentimentalmente cuando alguno fallece».

El centro mantiene contratos con las entidades reponsabilizadas para garantizar los medicamentos. La mayoría de los beneficiarios son hipertensos o padecen de insuficiencia cardiaca. Todos llevan dieta baja de sal, rica en frutas y vegetales y sin grasa animal.

Hay cuatro diabéticos en el hogar, varios con demencia senil y dos con el mal de Parkinson. Allí cuentan, como en un hospital, con autoclaves para la esterilización, con una sala para ingresos con dos camas, y si hay que ir al hospital municipal los ancianos son acompañados por la asistente y por una enfermera.

William Ariel Crespo Ramos, administrador, nos enseña el grupo electrógeno que brinda garantía en las noches o madrugadas, cuando hay problemas eléctricos y los ancianos necesitan levantarse por alguna u otra razón.

Crespo Ramos añade que el complejo de la salud de Matanzas abastece con detergente líquido, cloro, jabón, frazadas para piso, otros utensilios de limpieza, champú, desodorante, pasta dental, sábanas, toallas, pijamas, lapiceros, bombillos para las lámparas, cepillos de dientes…

Reto por el cariño

El pastor Isaí Simpson Jackson, director de la Residencia, insiste en que el éxito de la obra radica en el énfasis que se hace en la selección de los trabajadores.

«La persona que pasa a ser trabajador nuestro no es simplemente eso, sino que es parte de esta familia, más allá de su creencia o su punto de vista de la fe. Buscamos a las personas que sienten simpatía por los adultos de la tercera edad, que muestren alta sensibilidad humana con sentimientos de humanidad y compasión», explica este hombre que lleva 20 años de trabajo como pastor.

«Tratamos de convertir al obrero en un tutor de cada anciano, en alguien que brinde una atención diferente a un anciano en particular, porque es como que ellos, los necesitados, volvieran a ser niños: les encanta la idea del caramelo, del chupa chupa, la galletica, la atención detallada, esmerada, que alguien se siente a escuchar sus historias. El tutor los rescata de la depresión, porque hay ancianos que a veces sienten complejos por sus canas y arrugas.

«La intención es que ellos sientan que nosotros somos sus hijos o nietos, y que lo somos de verdad, de verdad, de verdad… Queremos a trabajadores que sientan simpatías especiales por estos ancianos, que los adoren, consideren y valoren como a padres.

«Requerimos que sean tratados como príncipes de Dios; por eso la iniciativa y creatividad de los obreros del centro es algo que reconocemos al final del mes cuando le colocamos en el sobre del salario las estrellas que merecen, una nota o un humilde presente.

«Los que hay aquí no son un puñado de viejos que hay que cuidar. Por eso no nos interesa una persona que venga por un salario, sino porque tenga una alta conciencia de quiénes son esos seres necesitados.

«Buscamos amor, cariño, simpatía, respeto y honra a un grupo de ancianos. Puede que sea un anciano al que no le entra bien el pantalón y podrían ponérselo de un sacudión, pero eso aquí no funciona así: todo es con amor y buen trato; igual, a ninguno se le puede sustraer algo de sus pertenencias; eso no lo permitimos, no puede pasar.

«Hacemos un seguimiento del trabajo, velamos por si están despiertos en las noches y madrugadas, si están abrigados, tapados con sus frazadas…».

—¿Cómo captan a los ancianos?

—Existe una lista de espera con ancianos de todo el país. El silencio de algunos puede significar que el anciano falleció o que la situación económica cambió en esa familia. Nos guiamos, más que por una lista, por la persistencia; incluso llegamos con la jefa de enfermeras y la doctora a los casos, y analizamos en la práctica si el posible beneficiario en verdad está solo, es decir, tratamos de cerciorarnos de la nobleza y la objetividad del caso.

«Hay personas que viven una situación por la cual no pueden continuar cuidando a su mamá o papá, un cuadro social importante. Y si la situación ennoblece y sensibiliza, no importa si los necesitados profesan o no alguna religión».

—¿Cuál es el presupuesto financiero para esta obra?

—El Gobierno nos aprobó un presupuesto que alcanza para atender el Hogar a plena capacidad. El inmueble y todo el mobiliario del centro ha sido una inversión de mucho dinero para la Iglesia.

«Desde que se comenzó con un proyecto más sólido, el Gobierno consideró con la Iglesia un presupuesto. El Gobierno comenzó a entregar un pequeño presupuesto para salario y alimentos; ahora se ha incrementado y lo que es salario y alimentos en la actualidad se financia con el 80 por ciento de un presupuesto estatal.

«Estamos muy agradecidos de la ayuda y acción del Gobierno. Este año se comenzaron a recibir cerca de 900 000 pesos como presupuesto estatal, lo cual facilita el pago de la electricidad, teléfono, agua, combustible. Quizá necesitemos aumentar un poco más ese presupuesto, porque pasamos por situaciones difíciles, aunque la Iglesia a nivel nacional nos brinda parte de sus fondos como ayuda mensual.

«Otras ayudas desde el exterior sirven para reparar los motores y autos, y otras inversiones como un comedor central que pretendemos construir en la parte superior, o adquirir las lavadoras que se rompen frecuentemente y son caras.

«La capacidad cómoda es de 70 ancianos internos, pero podríamos llegar hasta 80 o 90 con un poco más de restricción de las áreas. En el primer trimestre de este año debemos tener casi 50 internos. Se exige un chequeo médico, la baja de la libreta de abastecimientos, su actualización legal y el carné de identidad del anciano».

—¿Cómo enfrentan su atención?

—Contamos con el apoyo del Partido y del Gobierno. Traemos algunos alimentos desde una finca en Pinar del Río. Aquí brindamos seis comidas: desayuno, merienda, almuerzo, merienda, comida, y merienda.

«Estoy sorprendido, porque en el momento actual, de carencias, no es fácil unir voluntades del Gobierno, la comunidad, la feligresía, los obreros, los ancianos, y poder formar una familia. Pero es algo posible. En la comunidad sienten admiración y respeto por el centro. No hay intrigas, ni gente sacando jabitas con comida en las noches. El centro tiene otra mentalidad; los trabajadores, desde que entran, saben que cualquier acto de inmoralidad será repudiado. La maldad de algunos espacios de la calle no se abre paso aquí.

«Como pastor siento satisfacción al defender este proyecto. No hay que hacer nada fuera de regla porque no hay razón para ello. Desde que los ancianitos llegan aquí sus vidas cambian. Tanto las cinco enfermeras como las asistentes emulan por estar entre las mejores.

«Cada cual quiere ser el más cariñoso, especial, eficiente. Aquí no podemos acostarnos ni sentarnos a comer a la mesa sin tener la seguridad de que todos los ancianos comieron. No son viejos tirados en una residencia. Todo tiene que ser a gusto de ellos. Se come a gusto, con una flor delante, con servilleta. Este es un lugar de honor.

«Es un placer implicarnos en un servicio de calidad al adulto mayor, servicio caritativo, pero genuino».

—¿Este es un centro de referencia ante el envejecimiento poblacional que vive la sociedad?

—Ojalá el trabajo de este centro sirviera como ejemplo a otros de su tipo. La persona cuando llega a la tercera edad se preocupa mucho. Nosotros miramos ese tema desde la siguiente perspectiva: al niño hay que entretenerlo, comprarle juguetes, llevarlo al parque; y el anciano tiene sus honores, sus vivencias después de haber servido a la sociedad. Entonces él también necesita una atención especial, respeto, tiempo, cuidados.

«Aquí el 30 por ciento del ingreso por chequera se les entrega a los ancianos, y si con eso no les alcanza les damos un extra. El resto se ingresa a la cuenta para engrosar y respaldar el presupuesto estatal».

Cuba
La Habana, 24 jul (Prensa Latina) La Institución Religiosa cubana Quisicuaba entregó hoy insumos médicos y material gastable a hospitales de la occidental provincia de Artemisa. De acuerdo con el presidente del también pro...
Canal Caribe.- Cuba compartió sus experiencias en el desarrollo biotecnológico y farmacéutico ante el auditorio reunido en la sede del proyecto "Yo soy Cuba en Tremblay" ubicada en la localidad francesa homónima....
Niñas y niños protagonizaron el ejercicio de urbanismo ciudadano que organizó la Red Placemaking-Cuba en el barrio El Fanguito. Foto: Cortesía de Claudio Aguilera....
Lo último
La Columna
La Revista