Dilbert Reyes Rodríguez – Granma (Foto del autor).- Curtida tempranamente en el frente de una guerra, la enfermera Julia Otaño se entrega a su profesión como el soldado de una batalla constante por la salud y la vida.


Barcelona, Anzoátegui, Venezuela... A ratos, la enfermera Julia Otaño necesita algo de acción que le sacuda el cuerpo y las habilidades aprendidas desde sus años mozos en el frente de guerra.

Nunca ha puesto peros a ninguna tarea encomendada, independientemente del servicio, pero algo de nostalgia se le nota cuando pasa mucho tiempo fuera del ajetreo de la emergencia médica, de la batalla corta por la vida en un cuerpo de guardia, de la emoción del oficio al límite.

“Será porque muy joven me fui a la guerra de Angola”, advierte, antes de pasar en retrospectiva sobre su historia.

La apariencia es la de una mujer frágil, y su voz dice de una ternura acorde con la rutina de la sala en que labora hoy, en el Centro de Diag¬nós¬tico Integral (CDI) Camilo Cien¬fue¬gos, de esta ciudad del estado noro¬riental de Anzoátegui.

La endoscopia es en sí mismo un procedimiento delicado que requiere manos de seda y una ración de dulzura adicional en el trato al pa¬ciente; una combinación que a Julia se le da con fluidez admirable, y a la vez le enmascara muy bien la reciedumbre de los tiempos de la sangre y la metralla. Sin embargo, no pestañea cuando hace falta su mano en la hospitalización o la emergencia, “es mi oficio, hacerlo todo y bien, y lo disfruto”.

Empezó en la región pinareña de Guane, muy jovencita, cuando hizo un curso de enfermera auxiliar, an-tes de pasar a laborar en un hospital de becados en el municipio de San¬dino. “Por el buen trabajo allí continué los estudios, y en el año 1977 me gradué de técnico, como enfermera general”.

Entonces fue cuando la titulación significó también un salto grande en su vida.

“Convocaron personal para irse a Angola. Se hizo una selección y me llamaron para saber la disposición. Sabía que era una guerra, con todas sus posibles consecuencias; pero nunca patiné. Tenía 19 años.

“Me emplazaron en Lunda Sur, en el municipio de Mukonda, muy cerca del frente en la frontera con Zaire (hoy República Democrática del Congo). Allí estuve desde 1978 hasta el 80, en la atención emergente a los heridos, los mutilados, las víctimas civiles que lograban sobrevivir a las masacres de la Unita.

“Era jovencita y pude haber sentido miedo, pero al menos no tanto como para impedir mi trabajo, a pesar del riesgo tremendo. Creo que, gracias a esa experiencia, muy temprano maduré como enfermera, me hice más fuerte, y eso ha sido fundamental en toda mi carrera”.

De vuelta a Cuba, el ejemplo y la actitud la convirtieron en guía, en dirigente de los grupos juveniles a su alrededor, y así, por muchos años anduvo de bata y cofia, pero con la responsabilidad añadida como cuadro de la Unión de Jóvenes Co¬mu¬nistas; de cuyo Comité Na¬cio¬nal fue miembro y delegada a un par de Congresos.

Con los hijos que tuvo volvió en¬tonces de lleno a la enfermería, esta vez con el valor agregado que la maternidad concede a la mujer, en materia de sensibilidad y cariño, y allí, en su Pinar del Río, permaneció en lo que mejor sabe hacer.

Hoy está en Venezuela, hace dos almanaques, al cuidado de los pa¬cientes locales, “y de mis queridos cubanos”.

El CDI Camilo Cienfuegos, de la ciudad capital del estado de An¬zo¬á¬tegui, es referencia en la atención médica a los colaboradores de la Isla que trabajan en el oriente ve¬ne¬zolano, y Julia es parte de ese colectivo que da de sí para los suyos.

“Una es enfermera siempre y en nuestro trabajo los pacientes no tienen distinción; pero cuando estás lejos de casa, no puedes evitar ver a los cubanos como parte de tu familia. Si llegan aquí para curarse, uno se esmera con ellos y los cuida como a un hijo propio”.

Con garantías como la que Julia ofrece, no hay lugar para temores en la tierra ajena. Miles de cooperantes que vienen a sanar, pero que también enferman, encuentran seguridad en manos como las de ella.

Ya no tiene 19 años, aunque sí los mismos ánimos de la juventud y la experiencia de una carrera completa.

Tampoco siente el fuego cercano de la guerra, pero se entrega como tal, porque ser enfermera es ser soldado de una batalla permanente por la salud y la vida, “y mi oficio sigue siendo la mejor trinchera”.

 

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