AIN.- El restablecimiento de los nexos diplomáticos entre Cuba y los Estados Unidos de América -rotos durante más de medio siglo- no debe ser visto como simple acto de moda, como pudiera parecer a algunos. Se trata de una necesidad histórica, que exige remover cimientos; algo impensado hasta hace muy poco. De hecho, todavía muchos no salen del asombro.


 

Es cierto que debieron pasar más de cinco décadas para que un Gobierno estadounidense (el de Barack Obama) accediera por fin a sentarse a la mesa de diálogo en un plano de total igualdad y sin condiciones, después de tantas propuestas de Cuba para ello, expuestas en disímiles tribunas en la Isla e internacionalmente. El reto es significativo: comenzar a fomentar un clima de confianza mutua, que permita avanzar hacia el restablecimiento pleno de relaciones normales entre los dos pueblos y gobiernos.

En ese contexto, corresponde a la ciencia hacer su parte, retomar la historia común de colaboración entre expertos e instituciones de ambos países y fomentar vínculos sólidos de cooperación para enfrentar desafíos en sus respectivos países o a niveles regional e internacional.

Pese a diferencias políticas, los dos países comparten una historia de buen trabajo conjunto en este campo, como recuerda el más reciente número de la Revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC), en un artículo escrito por el licenciado Sergio de J. Jorge Pastrana, secretario de Relaciones Exteriores, investigador auxiliar y académico titular de esa institución.

Se trata de relaciones que datan de la primera mitad del siglo XIX, cuando los fundadores de instituciones de investigación en ambas capitales (Felipe Poey, en La Habana, y Joseph Henry, en Washington, DC) comenzaron intercambios de cartas, literatura y ejemplares.

Desde esos inicios, surgieron nexos científicos entre ambos lados del estrecho de Florida, el clímax de los cuales estuvo en la cooperación entre el doctor estadounidense Jesse Lazear y su colega, el médico y epidemiólogo cubano Carlos Juan Finlay (uno de los seis microbiólogos más grandes de la historia, según aprobó la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura). Su trabajo conjunto en 1900 confirmó las tempranas teorías de Finlay (de 1881) sobre el mosquito como vector de la fiebre amarilla y marcó el inicio del control de esa enfermedad.

Otro ejemplo cimero se apreció de forma similar el pasado año, en respuesta a la epidemia de Ébola en el África Occidental, cuando Cuba y EE.UU. fueron convocados como los dos principales proveedores en un esfuerzo de la Organización Mundial de la Salud para contener la diseminación exponencial del inicio de la enfermedad. Una vez más, ambos demostraron cuánto estas dos naciones pueden lograr trabajando lado a lado por el bien común.

El puente de la ciencia, también sobre bases sólidas

Como en cualquier esfera de la vida, lo que no tiene cimientos sólidos está condenado al derrumbe. De ahí que constituya una necesidad el establecimiento de relaciones científicas que se vayan robusteciendo en la medida que se avance en el camino de la concordia entre Cuba y los Estados Unidos.

 

Debe recordarse que la mayor parte de sus nexos científicos pretéritos han sido generalmente débiles, debido a limitaciones de carácter político, sobre todo a partir del triunfo de la Revolución Cubana (1959), cuyo derrumbe ha sido desde entonces una insistente meta de sucesivas administraciones norteamericanas.

Tratando de construir un puente sobre el creciente abismo político, los científicos de ambos países firmaron un acuerdo en 1980 entre la Institución Smithsoniana de los Estados Unidos y la Academia de Ciencias de Cuba, con el fin de cooperar sobre la base de recursos, retos y habilidades compartidos desde siempre. La Academia cubana firmó acuerdos científicos similares con el Jardín Botánico de Nueva York, el Consejo de Investigaciones en Ciencias Sociales y otros centros de investigación y universidades, también con buenos resultados, señala la Revista Anales de la ACC.

En 2014, esta institución cubana y la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias firmaron un acuerdo, a fin de desarrollar la investigación biomédica en torno al cáncer y las neurociencias, y en fecha más temprana de este año, los dos países discutieron sobre cómo comenzar a trabajar para proteger el medio ambiente marino que comparten.

Hay una creciente necesidad global de identificar y manejar las amenazas de las enfermedades infecciosas emergentes: ambas naciones deben estar en libertad de compartir datos y conocimientos para mejorar el monitoreo y la prevención; los expertos del clima deben beneficiarse de compartir sus experiencias y tecnologías en la ciencia de los huracanes y el manejo de los desastres, así como también en la evaluación del impacto del cambio climático y las adaptaciones para mitigar sus consecuencias.

En ambas sociedades hay incertidumbre sobre este nuevo camino hacia el futuro, dada la larga historia de confrontaciones y desconfianza, acota el artículo de la Revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba. Muchos aspectos de las relaciones requerirán de asiduas negociaciones para construir el consenso, un camino en el cual la ciencia sigue siendo un medio para demostrar cómo avanzar hacia el éxito.

Analistas coinciden en señalar que ello incluirá eliminar trabas en los visados, propiciar el intercambio libre de datos, recursos y conocimientos, como parte de una política general que pase por el cultivo de verdaderas relaciones científicas, sin la sombra del intento de usurpación que sufrió el gran Finlay, y mucho menos del bloqueo económico, comercial y financiero de EE.UU. a su vecina Isla.


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