Un ambicioso proyecto medioambiental se ejecuta en la ciudad de Camagüey, cuyos primeros frutos comienzan a disfrutar sus pobladores. En poco más de un mes de intenso trabajo se transformó la vida de los habitantes de la barriada camagüeyana. Foto: Miguel Febles Hernández

Miguel Febles Hernández - Diario Granma - CAMAGÜEY.—Asentada finalmente, tras un angustioso peregrinar, entre los ríos Tínima y Hatibonico, la otrora Villa de Santa María del Puerto del Príncipe llegó hasta nuestros días luego de salvar no pocos obstáculos derivados del propio desarrollo socio-económico y cultural de la demarcación.


Cinco siglos de existencia, bajo la acción de varias generaciones de lugareños, complicaron sobremanera la problemática ambiental del territorio, consecuencia del crecimiento urbano, la concentración industrial y el deterioro acumulado en una infraestructura que no avanzó al mismo ritmo que la villa.

“En la medida en que se fue expandiendo, la ciudad les dio la espalda a los ríos y volcó hacia ellos toda la suciedad que generaba, convirtiéndolos en una alcantarilla a cielo abierto”, explica Ernesto Guzmán Lastre, jefe del departamento de planeamiento de la Dirección del Plan Maestro de la Oficina del Historiador.

Refiere el especialista que cuando se elaboró el expediente para declarar el segmento más antiguo del centro histórico como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en esa parte de la urbe sirvió de límite la calle que bordea al río Hatibonico, por lo que la corriente fluvial quedó fuera de la zona priorizada para la conservación.

“Nos dimos entonces a la tarea, a través de trabajos técnicos, talleres de diseño urbano y audiencias públicas, de conformar una propuesta integral para revertir poco a poco lo que está ocurriendo en el río, rescatar ese accidente natural que dio origen a la ciudad y poder utilizarlo como bien”, puntualiza Guzmán Lastre.

LO INADMISIBLE ES NO HACER NADA

Logrado el consenso sobre los propósitos inmediatos y estratégicos, surge y comienza a materializarse el proyecto La ciudad mira a sus ríos, un ambicioso programa que pretende devolverle la imagen, inicialmente, a un tramo de un kilómetro y medio de los ocho que cubre el Hatibonico a su paso por la urbe.

“El principal problema que tiene hoy el río es la carga contaminante que llega hasta él, lo que requiere de una inversión muy costosa, pero con un poco que se haga hoy y otro mañana se irá transformando el lugar. Lo inadmisible es no hacer nada”, declara el representante de la Oficina del Historiador.

Se trata de un proyecto dinamizador, bajo estricta supervisión de las autoridades locales, en el que participan decenas de empresas y organismos con responsabilidades no solo en la rehabilitación del área de protección del río, sino en su incorporación gradual como elemento articulador de la funcionalidad urbana.

Los primeros se dedican al dragado de la cuenca del río para eliminar meandros y estrechamientos provocados por la acumulación de basura, aligerar los procesos de es­cu­rrimiento natural de las lluvias, restablecer el talud e iniciar un programa de reforestación para evitar la erosión de sus riberas.

En tanto, a los segundos corresponde asumir la transformación social de la zona, sin dañar el entorno, a partir de la construcción de parques e instalaciones deportivas, culturales, gastronómicas y recreativas, que repercutan en el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes del lugar.

TRES MOMENTOS PARA UNA GRAN OBRA

Desde que comenzaran los trabajos en el Hatibonico, Aileen Marín González, directora de proyectos de restauración y conservación de la Oficina del Historiador, ha estado siempre a pie de obra, detrás de cada detalle que pueda entorpecer o frenar el ritmo constructivo.

“El propósito esencial, sostiene, es integrar toda esta área al centro histórico, con valores patrimoniales de alta valía, y lograr que la ciudad y sus habitantes vayan poco a poco devolviendo su mirada al río, contribuyan a su saneamiento integral y que, finalmente, este recupere la vitalidad que tanto añoramos”.

Para su ejecución, el proyecto se concibió en tres zonas bien definidas: la primera, relacionada con la rehabilitación de un área degradada, desprovista de imagen urbana, convertida en vertedero de cualquier tipo de desechos y rodeada de construcciones precarias dedicadas a menesteres incompatibles con el entorno.

En un segundo tramo del Hatibonico se materializa un viejo anhelo de los camagüeyanos, consistente en comunicar el centro histórico con el nuevo centro político-administrativo mediante un puente que facilitará el acceso vehicular y peatonal hacia los principales espacios públicos de la ciudad.

Una tercera etapa del proyecto prevé, finalmente, la transformación de la antigua planta eléctrica en un recinto ferial cuyos servicios, junto a la Plaza de la Revolución y al Centro de Convenciones Santa Cecilia, harán de Camagüey un escenario idóneo para la celebración de eventos nacionales e internacionales.

PRIMEROS GUIÑOS DE UN MEGAPROYECTO

No había sido entregado oficialmente aún y ya el primer tramo del proyecto se veía colmado a toda hora por niños, jóvenes y adultos, prestos a disfrutar de los campos deportivos, gimnasios biosaludables, parques infantiles, cafeterías y otros servicios de primera necesidad que mucho se agradecen.

“Aunque es un suelo urbanizable no edificable, aclara Aileen, se vio la necesidad de hacer algo que perdurara, porque esa zona está dentro de la cota de inundación del río; por tanto, debían emplearse estructuras ligeras, pero que sirvieran de esparcimiento, sobre todo, a los vecinos del lugar”.

La reanimación de las márgenes del Hatibonico y su entorno incluyó, además, la construcción de parqueos, senderos y áreas de estar, habilitados con mobiliario urbano, jardines e iluminación, y se extendió al mejoramiento de los viales y a un centenar de viviendas aledañas que recibieron los beneficios de la rehabilitación.

“En sentido general, comenta la especialista, la población acepta el proyecto, porque se han tomado en cuenta sus criterios y ven la posibilidad de mejorar sus condiciones de vida en una zona, antes un tanto olvidada y ahora más limpia y organizada, con confortables instalaciones al servicio de todos”.

La favorable acogida de los habitantes de la barriada, cercana a la emblemática Plaza de San Juan de Dios, se puso de manifiesto en el activo respaldo a los constructores y a los trabajadores implicados en el proyecto durante la ejecución de las obras que transformaron definitivamente el paisaje urbano.

“Este era un lugar feo y ya se ve que todo ha cambiado para que los niños jueguen y se diviertan”, afirma Surelia Mesa Ricardo, mientras se ejercita en el gimnasio biosaludable junto a sus amiguitas Isveth Hierrezuelo y Disneivis Ricardo: “Lo importante, agrega, es cuidar las plantas y no volver a echar basura al río”.

Élcida Vidal Pruna, vecina del lugar, comparte la opinión de las pequeñas: “Esto estaba muy malo. Yo me alegro mucho de que todo haya prosperado. La comunidad está muy motivada y espero que seamos responsables a la hora de mantener lo que tanto sudor ha costado. No podemos darles más la espalda a los ríos”.

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