Videos Cuba Hoy.- Una crónica para tu aniversario Bola.
Bola de Nieve siempre en el Monseigneur habanero
Grisel Chirino Martínez - Radio Cadena Habana.- A comienzos de octubre de 1971 Bola de Nieve se nos fue para siempre.
Sin embargo, todo indica que no ocurrió exactamente así. Si antes de esa fecha ya era un artista de culto, lo ha sido mucho más en estos últimos 41 años, gracias al mundo del disco, que alimenta la inmortalidad de este instrumentista y compositor nacido en la villa habanera de Guanabacoa, pero también a su recuerdo perenne que vive en muchos lugares.
Tal vez y especialmente en el restaurante Monseigneur, un sitio de la capital cubana donde regaló su arte cada noche durante una década.
Ignacio Jacinto Villa Fernández, o mejor dicho Bola de Nieve, escogió un día feliz de 1961 para llegar al Monseigneur con piano y todo. Llegó con su sonrisa, despidiendo al pequeño instrumento de cola que presidía el salón. Su preciado Bechstein, coronaría el trono de rojo que se le había entregado para siempre. En la Casa de 21 y O, en el Vedado habanero, se iniciaba una nueva época.
El singular artista la había hecho suya, y su voz y su música la recorrerían desde entonces.
Antes de la llegada del notable músico cubano, el Monseigneur ya tenía una historia, o para ser más exactos, había transcurrido casi una década de gloria para el distinguido rincón francés. Todo empezó el trece de diciembre de 1953 cuando abrió sus puertas para recibir a la burguesía habanera y a renombradas personalidades del arte y la política internacionales que visitaban la capital cubana.
Dotado de bar, cafetería y restaurante, el Monseigneur acogió por entonces a Sarita Montiel, Pedro Vargas, Josephine Baker y Nat King Cole, el primer negro que cenó y hasta cantó en sus predios. También a otros ilustres como el actor George Raft, cuando regenteaba el Hotel Capri y hasta el mismísimo Meyer Lansky, el más importante de todos los mafiosos en Cuba, creador y jefe del Imperio de La Habana.
Situado frente al Hotel Nacional, el restaurante Monseigneur era propiedad de Tuto Pertierra y Eugenio Leal, ambos de nacionalidad cubana, aunque el inmueble pertenecía a un ruso. Lo cierto es que la apertura de una Casa de este tipo causó sensación en la ciudad.
Según cuentan, la instalación habanera copió el Monseigneur parisino, y hasta su dueño confesó la sorpresa de hallar en Cuba otro más bonito que el suyo. Con la idea de mantenerlo como un restaurante-concert, la buena música nunca faltó en el lugar. Se inauguró con una orquesta de Francia, y luego hicieron temporadaLos Violines de Pego y otras figuras. En esta primera etapa se impuso una máxima: siempre hubo violines y los temas franceses fueron el plato fuerte.
Disímiles cambios políticos, económicos y sociales se sucedieron en Cuba luego del triunfo de enero de 1959. Posterior a la intervención de la propiedad privada y la nacionalización de las empresas encontramos un Monseigneur para todos. Fue en ese tiempo cuando apareció Bola de Nieve y su piano en el acogedor sitio habanero. Y hay que decir que irrumpió en el set de las noches “a la francesa”, para imponer su cubanía, su gracia y su particular manera de decir las canciones.
Bola de Nieve siempre llegaba puntual al Monseigneur. A las ocho de la noche hacía su entrada, justo para comenzar el show. Venía de traje impecable, y de frac los fines de semana, o en ocasiones especiales. Llegaba con amigos, tenía muchos en Cuba y en el mundo. Compartía con ellos en una mesita redonda para dos personas ubicada a la izquierda del piano. Bola de Nieve comenzaba la noche tocando y no permitía que se hiciera ruido ni siquiera de cubiertos. Sus compañeros lo comprendían y se adaptaban a trabajar en silencio total. Todo el espacio era de Bola. Solo él sabía cómo llenarlo.
En sus intermedios musicales en el Monseigneur, Bola de Nieve se sentaba con el público, conversaba y reía. Otras veces permanecía en el bar con un Manzanilla Pochola o un Bola Roja. El primero era un vino de jerez y el segundo un vermut rojo con ron carta blanca, ambos sus tragos habituales. Bola de Nieve bebía siempre lo mismo y nunca se emborrachaba. Para cenar, prefería filete Mignon con una copa de vino tinto.
Y también fumaba. Era buen fumador de tabaco, de los que no mojan la punta.
Si se trataba de interpretaciones, sin dudas había que buscar a Bola de Nieve, porque él solo era todo un espectáculo. Según cuentan, el pianista y compositor se emocionaba cuando cantaba. Y en más de una oportunidad se le vio llorar. Bola de Nieve vivía las canciones, las hacía suyas. “Cuando interpreto una canción ajena no la siento así, la hago mía. Yo soy la canción que canto”, comentó en una ocasión y no mentía. Así era este artista que se adueñó de las noches del Monseigneur durante una década.
Bola de Nieve permaneció hasta su muerte en el Monseigneur, pues aunque viajaba muchísimo, siempre retornaba al restaurante, a su entrañable piano y a su gente. En 1964 el lugar cerró sus puertas para ser remozado y en su reapertura apareció con el sello de Monseigneur Chez Bola.
Ignacio Villa se sintió feliz y declaró estar allí como en su casa.
Hoy no ha cambiado mucho. Lo diferencian de entonces el tiempo, el implacable y sus recuerdos. Allí se conservan el mobiliario original, los candelabros, los cuadros que llevó Bola de Nieve y el piano, que otros buenos concertistas acarician de viernes a domingo. En original “menú musical”, el restaurante rinde tributo a la memoria del pianista y compositor cubano en su Salón y también se complacen peticiones.
Con seis décadas de historia, el Monseigneur revoluciona su trabajo y emprende nuevos caminos, pero continúa siendo un sitio exquisito de La Habana, donde se busca perfeccionar cada día los servicios y ofrecer platos atractivos.
Recientemente y con motivo de la jornada por su aniversario 60, se develó en el lugar un cuadro dedicado a Bola de Nieve. “Un hombre triste que siempre está alegre” es el título de esta obra que se realizó en Barcelona y lleva la firma del joven artista Juan Luis Jardí, admirador del autor de Si me pudieras querer y Ay amor, entre otros temas antológicos.
La velada combinó el arte culinario, la plástica y la música interpretada por el pianista Nelson Camacho, quien actúa desde hace dos décadas en el Monseigneur.
Hace más de 40 años que Bola de Nieve no recorre los predios del famoso restaurante cubano, ni regala su sonrisa, ni su música. Su pérdida fue para Cuba y el mundo, sensible y desoladora. Sin embargo, Bola de Nieve está en todas partes, junto a su piano y fuera de él.
Chez Bola está en el nombre del trago distintivo de la Casa y en todo el inmueble.
El Monseigneur es, en la medida absoluta, Bola de Nieve. Ni antes, ni después.
Bola de Nieve, una voz auténticamente cubana
Saylin Hernández Torres, especial para CubaSí
"Si me pudieras querer/ como te estoy queriendo yo/ Si no me fuera traidora/ la luz de tu amor./ Yo no sé si existiera por ti sólo mi querer,/ yo no sé qué sería la vida sin ti… "
Una letra sencilla y emotiva, salida de la pluma de alguien que no se consideraba compositor. Para él no era más que un intérprete, alguien que se entregaba a la interpretación al punto de sentir suyas incluso aquellas canciones que no eran de su autoría.
Demasiada modestia para quien legó al pentagrama nacional e internacional títulos memorables como Ay amor, Tú me has de querer, No puedo ser feliz, Qué dirías de mí, Ya no me quieres o Si me pudieras querer.
Sí, me refiero al sin par Bola de Nieve. Ignacio Jacinto Villa y Fernández era su verdadero nombre, más el cubano viajaría el mundo entero bajo el apodo que, según muchos comentan, le inventó nada menos que La Única, Rita Montaner.
Un 11 de septiembre nació el Bola, pianista e intérprete, cuyo singular estilo le haría ganar la admiración y el afecto de los más importantes músicos e intelectuales de su generación.
¿Quién le iba a decir a aquel negrito de Guanabacoa, que comenzó su carrera poniendo música a películas silentes en el cine Carral, de su ciudad natal, que un día tocaría y cantaría junto a artistas de la talla de Ernesto Lecuona, Esther Borja, Zoila Gálvez, Libertad Lamarque, Pedro Vargas, René Castelar o la propia Rita Montaner?
En México actuó por primera vez como solista, dando vida a la letra del poema Bito Manué, tú no sabe inglé, escrito por Nicolás Guillén y musicalizado por Emilio Grenet. Allí se ganó el amor del público local y la visa para el corazón de muchos otros públicos que conquistó a lo largo de su vida artística.
Argentina, Chile, Perú, Estados Unidos, toda América, vio desfilar al Bola entregándose a la canción, pues, como bien dijo una vez: "Yo soy la canción que canto". Y era cierto, porque hasta la gran Edith Piaf reconoció que nadie interpretaba La vie en rose como él.
Pues sí, hasta Francia llegó el cubano y trabajó también en España, Italia y Dinamarca. Gozaba internacionalmente del reconocimiento que no tenía en su propio país, donde ninguna disquera quiso nunca grabar con él.
Solo después del 59 pudo hacerlo y continuó su carrera itinerante por la Unión Soviética, Checoslovaquia y República Popular China.
El dos de octubre de 1971 murió Bola de Nieve en su querido México. El destino quiso que muriera fuera de su tierra, pues en cuestiones de nacionalidad, el Bola se reconocía sin ella, aunque sí decía sentirse, sobre todo, eminentemente latinoamericano.
Los más jóvenes lo conocemos de aquellas grabaciones de archivo maltratadas por el tiempo, que a veces muestran en televisión y donde apenas se puede apreciar su amplia sonrisa y la gracia con la que acariciaba el teclado, todo elegante con su frac negro.
Solo nos quedan sus composiciones, sin duda patrimonio de nuestra cultura, la mezcla perfecta entre lo clásico y lo popular. Lástima que no tuvimos más de Bola y de su modo de ser y expresar tan particular.
Lástima que no conocimos mejor a la voz más refrescante y auténtica que tendrá jamás la música cubana.