Mónica Rivero - Foto: Ladyrene Pérez - Cubadebate.- “Por fin”, dijo Jorge Drexler cuando estuvo detrás del micrófono, quizás adivinando la misma expresión en todas las cabecitas a oscuras que tenía delante. La sala Avellaneda del Teatro Nacional fue “la cueva” de ocasión en esta gira de unos cien conciertos presentando su más reciente disco, cuyo fundamento es la idea “eternamente nueva de juntarse a bailar en la cueva”. Proyectar en las paredes las sombras al girar alrededor del fuego: una metáfora del baile como celebración del cuerpo en sincronización cósmica, moviéndose por instinto, por “un viejo don de fluir”, sin juicio, sin ojos, a merced de un tacto soberano.


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Abrió el concierto solo con su guitarra, muy próximo al público, hablando y cantando con dulzura, con un tempo Caetano Veloso rioplatense, pero con el sello propio que está fuera de discusión.

“Para conocernos de a poco, como en una primera cita” dijo, y fue yendo de novio tímido a dueño seguro del cortejo con un público que le correspondió como si se conocieran desde siempre, sin descarte del encanto de descubrirse. “Veo que muestran una profunda erudición de mis canciones”, dijo riendo el uruguayo junto a su banda de músicos transoceánicos, para usar palabra suya.

Del otro lado del río la hizo a capella, tal como la cantó en lugar de hacer un discurso de agradecimiento por la estatuilla a mejor canción original en aquella entrega de los Oscar donde alguien estimó que él no era aún lo suficientemente notorio en el mundo del espectáculo como para interpretar su canción en la gala.

Cuando comenzó los acordes de Que el soneto nos tome por sorpresa el público la celebró. “Me alegra que se la sepan: no está en ningún disco, fue grabada para la banda sonora de una película”, dijo antes de invitar al escenario a su maestro y amigo Alexis Díaz Pimienta, retándolo a improvisar un soneto. Pimienta no hizo uno sino dos, además de sacar unas décimas. Bajó en medio de una ovación.

Sonaron otros clásicos suyos: Eco, Causa y efecto, Deseo, Una canción me trajo hasta aquí, Mi guitarra y vos, Soledad, Milonga del moro judío… combinadas con temas nuevos como Todo cae y Esfera. Cerró –o pensó cerrar– con Bolivia, una canción autobiográfica, gratitud por el país que acogió a sus abuelos y su padre como refugiados que huían del horror del nazismo alemán y que canta la Historia como puerta giratoria. “(…) quienes hoy todo tienen Mañana por todo imploran / Y la noria no demora / En invertir los destinos, / En refrescar la memoria”.

La luna de Rasquí fue la última, inspirada en una vivencia en el Caribe venezolano, donde la luna “le dijo” que estaba sobre arena sagrada, a salvo de la pena, “como en un punto ciego de la pena”, una frontera imaginaria donde el pesar y el dolor no tenían acceso. Como en Rasquí, que es un espacio, un punto geográfico, ese lugar fuera del ojo de la pena podía ser también un momento: “Como estas dos horas que hemos tenido”; en este mundo, una oportunidad de retirarnos este ratico, de colarnos en el punto ciego que además suena tan bien.

Otro elogio cubano o De cómo Jorge Drexler cantó en el Santiago de los cincuenta

Mónica Rivero

La palabra cantautor es tan fea como otorrinolaringólogo. Eso dice él, que es las dos cosas. Cancionista, médico, prefiere quien sabe de las palabras curtido por el ejercicio de ellas, por la expansión de sus significados en un juego de variaciones sobre el tablero reticular del lenguaje. Drexler es la mezcla feliz de la poesía que se ve en pocas cosas como en los libros de ciencia, con la ciencia y el método que late en pocos juegos como el de la poesía.

Quería venir a Cuba hace mucho tiempo. “Desde que era niño”, precisa.

“Lo verdaderamente curioso es por qué no había venido antes, por una cadena de casualidades. Llevo años trabajando mucho desde que empezó a rodar a prisa lo de las canciones y siempre iba quedando para otro momento. Y bueno, aquí estoy”.

Hablamos en 27 y A, saliendo de un guateque campesino en pleno Vedado habanero. “Ha sido una noche maravillosa de repentismo. Me siento como en el séptimo cielo, la verdad”. Algo de esto oiremos en alguna canción suya eventualmente, pienso.

-¿Te llevas algo de Cuba para componer?

-Primero lo más importante para mí, que es vivir: me voy a llevar algo para vivir. Me llevo algo de La Habana en el corazón. De esas cosas después es que salen las canciones, aunque uno no siempre escribe de lo que quiere sino de lo que puede o de lo que le sobreviene. Pero más allá de haber encontrado una utilidad concreta o un camino en una canción, como vivencia para mí es ya es una maravilla.

Lo que vi aquí empieza a despertar el raciocinio. Después de escuchar a los repentistas cantar, el cerebro queda en fase, queda alterando con esa dinámica de velocidad verbal y ya te queda la cabeza como la tengo ahora: girando y girando y girando. Llena de palabras y llena de movimiento y de poesía.

Habíamos escuchado a repentistas de varias generaciones. Orlando Laguardia, Efraín Riverón, los hermanos Héctor y Néstor Gutiérrez… “Hay que poner de moda la guajirá”, dijo afirmativo Alexis Díaz Pimienta, quien organizó todo y se batió también en el contrapunteo.

Fue un encuentro informal antes del concierto de esta noche en el Teatro Nacional, donde luego de que se abran las cortinas, Drexler quedará a la vista de un público expectante y ansioso por escucharlo. ¿Él cómo lo espera?

Pues “haciendo un esfuerzo muy grande por no entrar al mundo de las expectativas. Es un mundo que a mí no me gusta mucho en el sentido de que prefiero el presente. No me gusta anticipar las cosas que van a pasar. Porque cuando uno está mucho tiempo previendo lo que va a pasar entonces pueden pasar dos cosas: que no pase lo que uno esperaba y surge la decepción, o que pase lo que uno esperaba y entonces ya lo ha gastado uno anticipándolo. Entonces yo estoy aquí, muy feliz, es viernes de noche, estoy en La Habana. Para mí este presente es inmejorable. Y además mañana tengo un concierto pero lo tengo distante, trato de mirarlo de reojo, no mirarlo de frente. Como a la Gorgona que si la miras te conviertes en piedra, si miras la expectativa de frente te paraliza. El presente es tan generoso conmigo que no tengo tiempo para el futuro.

En los veranos, Drexler vuelve a ser el muchacho con la guitarra que pasa el rato con su familia y sus amigos. En La Paloma, costa del Uruguay, cuando ha terminado el Río de La Plata y ha comenzado el Atlántico, se lo ve guitarreando a cualquier hora, en cualquier lugar, con Kevin Johansen, su hermano Daniel Drexler, Matías Cella…Ariel Hassan. ¿Es una fuga estival? ¿Estará cansado de tanta publicidad? ¿Le aburre, por ejemplo, que le hagan entrevistas?

-A mí me gusta la interacción humana, me gusta el ser humano y me gusta hablar con el ser humano. Hay muchas maneras de interacción y la entrevista no es más que una manera de interacción entre dos personas. Por tanto se somete a las normas en toda su paleta, digamos, puede ser una experiencia horrible y puede ser una experiencia maravillosa. No tengo una manera de juzgar las entrevistas en general. Yo entiendo que lo que uno hace tiene un afán de comunicación.

Y pensando en los hilos invisibles a los que tanto apela en sus canciones, a los cruces, los azares, los pliegues de tiempo, evoco el día en que yo lo escuchaba como otras veces y mi padre, que no era especialmente atento a la música, me dijo que le gustaba: “Me recuerda lo que se oía cuando yo era niño en Santiago”.

“Hablaba de Santiago de Cuba”, le digo ahora que le cuento eso entrañable que me pasó con una canción suya que ahora no sabría decir si era Soledad o Milonga paraguaya o cualquier otra de ese tempo.

“Maravilloso. Qué bonito piropo. No sé qué habrá escuchado él pero me deja muy contento lo que me dices. Y me recuerda el primer piropo memorable que me dijeron, también por un cubano, Compay Segundo. Me dijo: “Chico, tú pareces cubano”. Y lo tomé como un halago, porque Uruguay es muy reacio al auto elogio pero aquí la gente tiene el corazón puesto y la autoestima muy bien ubicada entonces te dicen algo así y lo tomas como un elogio” dice riéndose, encontrándose con Compay Segundo en la memoria y recibiendo la noticia de que en una canción suya dos personas se encontraron en un punto con cientos de kilómetros y cuarenta años de distancia.

-Puede que hayas cantado en el Santiago de los cincuenta, desde otra garganta…

-Mira –dice el uruguayo– desde luego yo he escuchado la música que se hacía en este país de una manera directa, indirecta, a través de toda la tradición musical de mi país. La Habana siempre ha sido como una especie de nodo donde se comunican todas las cosas. Todo lo que iba para mi ciudad participaba de la misma utopía atlántica en la que estaba situada La Habana y tenía a La Habana como referente. La cultura negra uruguaya es impensable sin la cultura negra cubana. Todos, todos en algún momento le debemos algo a La Habana.

Ciclos, conversiones, trasmutaciones, rutas, flujos, caminos… Pues sí, desde otra garganta, quién sabe –decimos.

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