Carlos Alejandro Rodríguez Martínez - Especial para CubaSí.- Ya está en sus finales la telenovela Cuando el amor no alcanza. Todo el mundo habla, bien o mal, de la historia y su factura. Pero muchos obvian el valor de la perspectiva de género que defiende...


Ya quedó claro, de acuerdo con la crítica aparecida en varios medios, que el amor no alcanzó para consolidar la telenovela cubana de turno como un producto audiovisual de calidad artística y técnica. La dirección de actores estuvo mal, algunas interpretaciones han sido verdaderamente pésimas, la fotografía carece de originalidad, la filmación en estudios desborda acartonamiento, el diseño visual de la presentación está entre los peores de los últimos tiempos, y es posible que la narración necesitara urdirse sobre una trama más sólida, de principio a fin.

Es cierto, todo es cierto. Aun cuando la telenovela haya alcanzado índices de audiencia respetables y la crítica popular resulte mucho más benévola.

Sin embargo, parece que los medios y acaso muchos espectadores han obviado el valor de la perspectiva de género que atraviesa toda la telenovela, desde el primer capítulo trasmitido hasta hoy. Las relaciones entre los personajes masculinos y femeninos, e incluso las relaciones intragenéricas, han sido abiertamente tejidas por los realizadores y guionistas en oposición a los prejuicios, al machismo y a las conductas patriarcales que afectan a ambos géneros (pero sobre todo a las mujeres) en la sociedad cubana actual.

Que ese empeño ha pecado por el exceso de didactismo, por la concepción de diálogos prácticamente inverosímiles y, digamos, por la falta de delicadeza a la hora de referirse al orgasmo femenino o al supuesto «papel de hombre», también es verdad. Aun así, en muchos casos el enfoque de género ha logrado sus fines y matiza la historia sin mucha alharaca. Nadie olvide la función de los productos audiovisuales —del melodrama, también— en la educación de los públicos, más allá de su capacidad para promover el entretenimiento y la evasión.

Posiblemente no exigimos tanto a la telenovela brasileña que, está de más decir, proviene de una industria afianzada. Aquella puede ser inverosímil y hasta irreal, pero la nuestra está obligada a presentar la realidad lo más apegada posible a los hechos. Por eso, cuando los guionistas (Mayté Vera, Consuelo Ramírez y Jorge Alonso Padilla) han decidido el curso de cada trama o el desenvolvimiento de un personaje no solo asumieron, a mi juicio, que en Cuba sucede de tal forma, sino que lo ideal sería que sucediera de otra, más desprejuiciada y menos sometida a un orden de cosas preestablecido. Y las intenciones valen la pena.

En algunas escenas varios personajes, hombres y mujeres, han aparecido leyendo Las muchachas de La Habana no tienen temor de Dios, un libro de crítica y exégesis feminista de la investigadora cubana Luisa Campuzano. A algunos espectadores les ha parecido que se trata de un hecho incoherente e injustificado. Pero, en realidad, parece un guiño de los realizadores, entregados deliberadamente a enfocar la narración desde la perspectiva de las mujeres.

Solo basta repasar el devenir de algunos de los principales personajes femeninos para reconocer el enfoque de género que salva una parte de la telenovela o que, por lo menos, evidencia las buenas intenciones autorales. (Claramente, sin esto, toda la obra podía haber sido peor). Los personajes interpretados por Mayelín Barquinero (Rita) y Yamira Díaz (Queta) trabajan en un taller de reparaciones de equipos mecánicos, y el hecho no es, claro que no, azaroso. Desde el perfil general que uno va creando de ambas mujeres no sería ni remotamente lo mismo que se desenvolvieran, por ejemplo, en una peluquería o en una tienda de ropa, sitios más vinculados al sexo femenino que un taller, de acuerdo con los estereotipos en uso.

Rita, por su parte, no solo ha validado su capacidad de decidir sobre su propia vida (el divorcio, la relación con un hombre más joven…) sino que también configura, junto a Queta, la tensión mujer empoderada-mujer tradicional. Mientras una reivindica su derecho a la felicidad, más allá de los caprichos de sus hijas, de la dominación absurda de su exmarido, y de los cánones establecidos socialmente para «las mujeres de su edad», la otra aparece más sometida a los designios de su compañero. Y en esa contradicción de paradigmas Rita emerge, sin duda, como la heroína.

Aunque a algunos les parezca extraviada, Nereida (Leydis Díaz) quiere mantener a toda costa su independencia. Y por eso le cuesta decidir si va a casarse o no con un hombre que se convertiría inmediatamente en «el hombre de la casa». Y por eso, aunque ama a Víctor (Alberto Joel García), también está dispuesta a convertirse en madre soltera, sin más conflictos.

Por otro lado, Teté (Daysi Sánchez) defiende a toda costa su derecho a la realización. Que escriba cuentos en su libreta, que reconfigure los hechos cotidianos a través de su propio deseo/necesidad de expresión, y aun en contra de su marido malhumorado y machista, remueven y desajustan el eje de la típica mujer ama de casa entregada al servicio de los demás.

En general, las tres mujeres —Rita, Nereida, Teté— funcionan como paradigmas dentro de la telenovela, y establecen allí (y fuera de la pantalla) una tensión con otras mujeres (más) tradicionales. Ellas mismas tienen que sacudirse a veces una capa de estereotipos sociales, aunque no lleguen a ser siempre, por supuesto, los seres más emancipados.

De esta forma, unos y otros personajes femeninos (y también algunos masculinos) configuran la perspectiva de género que, si bien no es exclusiva de la actual telenovela, sí alcanza aquí sus mejores resultados por la coherencia del enfoque.

Ahora, lo que está logrado desde el punto de vista del género no se consigue en el ámbito audiovisual, ni tampoco en la imbricación (natural, diluida) entre intencionalidad y obra artística. Y a estas alturas no hay remedio: ya sabemos que la telenovela cargará con esa cruz hasta el final.

TELENOVELA CUBANA: Cuando las intenciones no alcanzan

Yuris Nórido - CubaSí.- Muchas personas creen que Cuando el amor no alcanza no es una buena telenovela, pero siguen todas sus peripecias. El producto tiene valores… y también muchos puntos débiles.

En las paradas, en las colas, en las tertulias domésticas y laborales, la gente suele decir que Cuando el amor no alcanza (Cubavisión, martes, jueves y sábados) es una mala telenovela. Sin embargo, es evidente que los que así opinan están muy al tanto de todo lo que sucede en la historia, del itinerario y las características de los personajes, de los conflictos de cada núcleo, incluso aventuran posibles desenlaces.

O sea, a pesar de que les parece una mala telenovela, la ven, la siguen, se sienten convocados. No nos parece, entonces, que Cuando el amor… sea tan terrible como la pintan. Una telenovela decididamente mala no puede mantener el interés de los televidentes por tanto tiempo. Y está claro que, de alguna manera, este producto funciona.

Resumiendo: la telenovela tiene valores, aunque también son evidentes muchos puntos débiles. Aquí pasa lo que ha pasado con tantas producciones del patio. Se narra una historia hasta cierto punto interesante, pero no se narra del todo bien. Y el problema no está ni siquiera en la estructura dramática, que me parece lo suficientemente efectiva, sino en la factura, en la concreción de la puesta.

En los treintitantos capítulos de Cuando el amor no alcanza han pasado muchas, muchísimas cosas, hasta el punto de que la crónica de acontecimientos se hace muy larga. A diferencia de otros folletines cubanos, en los que el planteamiento de los conflictos puede extenderse durante muchas semanas, aquí abundan los puntos de giro, no faltan peripecias.

Cada capítulo es una unidad funcional, con su progresión y su final bien concebido. El contexto está bien recreado: identificamos perfectamente esa Cuba que nos presentan. Obviamente, no hay énfasis marcados, no hay que pedirle a una telenovela una denuncia militante de los males de la cotidianidad. Porque aquí se habla, sobre todo, de lo que se supone que hablen todos los folletines: de los altibajos del amor y las relaciones humanas.

Eso sí, se extraña una intriga, un basamento, un punto de partida más sólido, que fuera más allá de los dimes y diretes que hilvanan buena parte de la historia.

Da la impresión de que lo que mueve al libreto son los «bretes», más o menos primarios, del edificio. Pocos conflictos trascienden la superficialidad del chisme de pasillo.

Pero convengamos que es una opción de los autores. Telenovelas atendibles también se han sustentado en conflictos menores.  

¿Qué falla, en definitiva, en Cuando el amor no alcanza? Primero que todo, la puesta en pantalla. Está claro que las telenovelas en Cuba se hacen con claras limitaciones materiales, pero el escaso vuelo de este producto llama la atención incluso del espectador que no suele detenerse en acápites como la fotografía, la dirección de arte, la escenografía, la edición…

Nada, casi nada, trasciende de una medianía que le resta empaque a la producción. La mayor parte de los decorados resultan pobres, artificiales, mal concebidos. La iluminación en interiores suele ser plana, sin matices. El sonido en exteriores es deficiente, contrasta mucho con el de los interiores en estudio.

El movimiento de los personajes en escena parece pobre, insuficiente ante las demandas del libreto. Falta belleza en todo el entramado; falta, incluso, pretensión de belleza. Y eso es algo que una telenovela no debería permitirse.
 
En segundo lugar, falla la dirección de actores. Hay un problema previo: el casting. Está bien el interés de sumar nuevos rostros, o rostros poco conocidos, a los dramatizados en Cuba… siempre y cuando esos actores estén a la altura de las demandas elementales de las historias que protagonizan.

Aquí faltó rigor. Y la dirección de actores no logró resolver los desbalances. Aparentemente, cada uno anda por su lado, no se alcanza una intención única. Hay intérpretes en un registro francamente teatral; a otros les vendría bien un poco de énfasis.

Si bien algunos primeros actores, actores de mucha experiencia, salen airosos en sus escenas; si bien algunas jóvenes figuras muestran indudable potencial y también se las arreglan… hay una generación intermedia que parece descolocada, fuera de situación.

Claro, hace falta mucho talento para decir con naturalidad ciertos textos. Y ahí está el tercer problema: los diálogos. Mucho acartonamiento, exceso de formalidad, cierto aire didáctico que enrarece…

Por momentos parece que estamos escuchando uno de los dramatizados educativos de la televisión: Cuando una mujer, La dosis exacta. Solo actores con muchos recursos pueden darle la vuelta a algunos bocadillos.

Hace algún tiempo hablamos en este sitio de la presentación, que tiene que ser una de las menos conseguidas de los últimos años. Uno llega a preguntarse dónde están los graduados de diseño en Cuba.

A Cuando el amor no alcanza le queda un buen trayecto en pantalla. Nada parece indicar que vaya a dar más sorpresas. La mayoría de la gente se quedará enganchada para saber quién se quedó con quién, aunque uno puede inferir esas ecuaciones. O no, a lo mejor nos sorprenden.

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