Cubainformación.- Es obligado recordar lo que ningún analista a sueldo de los grandes medios se ha atrevido a reconocer: que la decisión del Gobierno de EEUU –después de casi 54 años– de reanudar el diálogo con el de Cuba y el reconocimiento del “fracaso” de su política de bloqueo, constituyen una victoria sin paliativos de la Revolución cubana y sus líderes históricos


Texto publicado en el nº 32 de Cubainformación papel - otoño 2015

Bloqueo, compensaciones, Guantánamo e injerencia: la agenda de Cuba ante EEUU (editorial Cubainformación en papel nº 32)

Es obligado recordar lo que ningún analista a sueldo de los grandes medios se ha atrevido a reconocer: que la decisión del Gobierno de EEUU –después de casi 54 años– de reanudar el diálogo con el de Cuba y el reconocimiento del “fracaso” de su política de bloqueo, constituyen una victoria sin paliativos de la Revolución cubana y sus líderes históricos.

Aunque haya variado su estrategia sin cambiar su objetivo –el de derrotar el socialismo cubano– lo cierto es que Washington ha aceptado el reto propuesto por La Habana hace ya décadas: el levantamiento gradual de algunas sanciones económicas y de la prohibición de viajar a la Isla, o los primeros acuerdos comerciales y de inversión acordes a las prioridades y leyes cubanas.

La extrema derecha de Miami y la llamada “disidencia” cubana –dirigida por la primera– están en pie de guerra contra el Gobierno de Barack Obama. Y es que EEUU ha dado pasos de acercamiento –impensables hace apenas un año– sin que Cuba haya tocado un milímetro su sistema de representación política. Porque las transformaciones económicas que vive el país son fruto de decisiones previas, aprobadas en 2011 tras una amplia discusión popular, y solo el cinismo de algunos medios puede asociarlas a la agenda de negociación bilateral.

Es interesante que no se hayan excluido de la mesa de diálogo Cuba-EEUU temáticas como los derechos humanos, la democracia o la libertad de prensa. Pero –algo inédito en la historia de la diplomacia imperial– analizadas en ambos sentidos y en ambos países. Cuba lleva a dicho foro, por ejemplo, la práctica sistemática de la tortura en EEUU, la situación de su gigantesca población carcelaria, la brutalidad y el racismo policial, el control del proceso electoral norteamericano por las grandes fortunas que lo sufragan, o la sistemática censura de la información por las élites económicas del país.

La agenda a corto plazo de Cuba en dicha mesa de diálogo tiene cuatro puntos básicos: el levantamiento del bloqueo, la indemnización por sus daños, la devolución del territorio de Guantánamo y el fin de los programas de injerencia interna en la Isla y sus partidas anuales multimillonarias.

Pero la alegría por la victoria de Cuba –y por el retorno, en diciembre pasado, de tres de los Cinco Héroes cubanos que seguían presos en EEUU– no debe hacer olvidar los peligros de este acercamiento. La Administración Obama apuesta ahora por el soft power y lo que algunos han llamado “contaminación democrática”: según esta lógica, un aluvión de turistas, artistas, inversores e intelectuales de EEUU impregnará a la población cubana del “ansia por la libertad y la democracia”.

El cuadro puede parecer naif. Pero no lo es. Los estrategas norteamericanos asumen una derrota táctica para apostar a una victoria a largo plazo en el terreno ideológico y cultural, aprovechando los vacíos, errores, retrocesos y contradicciones del proceso cubano acumulados en 25 años de duro Período Especial, que sin duda han mellado valores y expectativas en sectores de la población, especialmente de la juventud.

No en vano uno de los primeros sectores autorizados por la Casa Blanca para llegar a acuerdos de inversión en Cuba ha sido el de las telecomunicaciones, con la intención de mejorar la conectividad a Internet en la Isla y convertir la Red en mecanismo de penetración ideológica. Algo que, dicho sea de paso, derriba el mito de la supuesta “censura gubernamental” de Internet en la Isla, ya que es el Gobierno cubano quien impulsa la captación de inversiones en una infraestructura tecnológica muy limitada –precisamente– por el bloqueo de EEUU.

La decisión de la Casa Blanca de restablecer el diálogo con Cuba –que rompió unilateralmente en 1961– inicia un nuevo enfoque estratégico hacia América Latina, y es la consecuencia de numerosos factores: a nivel político, la imposibilidad de arrancar concesiones de principio a la dirigencia de la Revolución cubana, así como la incapacidad manifiesta de la “disidencia” financiada por Washington de formar un genuino cuerpo de oposición con apoyo popular; y a nivel geoestratégico, la efectividad de La Habana en crear una sólida red de alianzas políticas y comerciales no solo con los países de América Latina (ALBA, CELAC, Petrocaribe, etc.), sino también con importantes actores internacionales, oponentes o competidores de EEUU, como Rusia o China. En este sentido, la aprobación, en marzo de 2014, de la nueva Ley de Inversión Extranjera de Cuba, fue uno de los detonantes de la decisión histórica del Presidente Obama, presionado por poderosos lobbies empresariales norteamericanos que veían escapar la última oportunidad para sus anhelados negocios en la Isla.

El llamado “deshielo” Cuba–EEUU se produce, además, en un momento histórico, en el que ya se está produciendo el relevo generacional dentro de la dirigencia política cubana. El próximo mes de abril de 2016 se celebrará el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC). Si en el anterior VI Congreso (en 2011) se discutieron y aprobaron los imprescindibles cambios en el modelo económico del país, se prevé que en este se sometan a debate popular los cambios –no menos imprescindibles- en terrenos como la profundización de la democracia, el control popular contra la corrupción y el burocratismo, la descentralización del poder político o las transformaciones en la prensa. Temas que apuntan, precisamente, al enfrentamiento de las nuevas estrategias contra Cuba en el orden ideológico y político diseñadas desde Washington.

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