Ariel Madrigal y Rocío Grass, estudiantes de Musicología - Cubadebate.- El agitado panorama cultural capitalino acoge la XXVIII edición del Festival de La Habana de Música Contemporánea, inaugurado oficialmente el pasado sábado 14 y que se extenderá hasta el 21 del presente mes. Auspiciado por la UNEAC y el Instituto Cubano de la Música y presidido por el maestro Guido López-Gavilán, en esta ocasión está dedicado al compositor Edgardo Martín y a la pedagoga y musicóloga Carmen Valdés, con motivo del centenario de sus natalicios.


La Basílica menor del convento San Francisco de Asís fue la sede del concierto inaugural y contó con la participación de diversos formatos de música de cámara de nuestro país. El repertorio seleccionado para esta cita resultó ser una muestra de singular variedad donde convergieron diferentes generaciones, estilos, técnicas composicionales y de interpretación.

El concierto inició con la obra Fuga para Cuerdas de Edgardo Martín, una bien lograda simbiosis entre la fuga barroca y elementos musicales de nuestro folklor que la convierten en pieza cumbre de la música contemporánea cubana. La interpretación estuvo a cargo de la orquesta de cámara Música Eterna bajo la dirección del propio Guido, a quien luego se unió el guitarrista Eduardo Martín para el estreno mundial de Acrílicos en el Destino, de su propia autoría.

Las creaciones de los compositores Orlando Jacinto García (Cuba-EEUU) y el cubano Juan Piñera, destacaron en la actuación del pianista Cecilio Tieles. Obras que transitan desde la transgresión del uso convencional del piano al pulsar sus cuerdas; hasta explotar al máximo las técnicas de interpretación, utilizando solamente la mano derecha.

El cierre estuvo protagonizado por la Schola Cantorum Coralina junto a su directora Alina Orraca. A partir del catálogo de compositores provenientes de toda América, desarrollaron una selección de nueve temas cuyos textos corresponden a representativas figuras de la poesía de nuestro continente. Entre ellas destacaron Creo en la Paz, del joven compositor cubano Luis Ernesto Peña, obra escrita especialmente para esta agrupación y con texto de Rafaela Chacón Nardy, así como Salmo 150 del brasileño Ernani Aguiar, Soneto de la noche del estadounidense Morten Lauridsen y texto de Pablo Neruda, Iré a Santiago de Roberto Valera con texto de Federico García Lorca y El Guayaboso, pieza emblemática del repertorio coral cubano compuesta por Guido López-Gavilán.

Más que una simple mirada al panorama de música contemporánea, el Festival de La Habana inició con un acercamiento a este paradójico mundo. Asumirlo con la adecuada dosis de abstracción y dinamismo será el reto de este evento, que desde su fundación ha contado con el empeño de instituciones, artistas cubanos y extranjeros comprometidos con esta corriente musical fructífera, pero poco difundida.

Otras sedes del festejo serán la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, la Sala Rubén Martínez Villena de la UNEAC, el Teatro del Museo del edificio de Arte Cubano y el Oratorio San Felipe Neri. En próximos conciertos también serán homenajeados El Dúo Amanecer y figuras como Félix Guerrero, Joaquín Clerch y Jesús Ortega.

En la programación resaltan las presentaciones el lunes 16 y martes 17 del norteamericano Ensemble Third Sound, quienes vienen acompañados del American Composers Forum y el conjunto de cámara Hansori, de Corea del Sur que compartirá escenario con el joven trompetista cubano Roisel Suárez.

Edgardo Martín en la memoria y otros primeros compases

Durante el Festival se homenajeó el centenario del natalicio del notable pianista y compositor

Pedro de la Hoz - Granma.- Imagino que la severidad del porte de Edgardo Martín habría cedido ante el entrañable compromiso de los artistas, en su mayoría jóvenes, que interpretaron sus obras en la celebración del centenario de su nacimiento du­rante los primeros compases del 28vo. Festival de La Habana de Mú­sica Con­tem­porá­nea, auspiciado por la Uneac.

Al escuchar en la jornada inaugural, el pasado sábado en la Basílica de San Francisco, Fugas para orquesta de cuerdas (1947) y luego, en la sala Covarrubias, Concertante para arpa y orquesta (1944), evoqué los predicados éticos —el arte sin esa dimensión era impensable para él— del compositor cienfueguero, miembro activo del grupo Renovación Musical en los años 40 y perseverante promotor y pedagogo en tiempos de Re­volución.

Tanto en una como en la otra partitura —la última ejemplarmente in­terpretada por Mirta Batista como so­lista— se revela, más allá del em­pa­que neoclásico y el ascetismo formal, una esencial cubanía.

En la Basílica hubo más de un momento significativo. Además de la obra de Edgardo, la orquesta Música Eterna, bajo la dirección de Guido López.

Gavilán, se responsabilizó con el estreno absoluto de Acrílicos en el destino, de Eduardo Martín, con el propio autor en calidad de solista en la guitarra. Que sea una pieza de agradecida audición no quiere decir que su ejecución sea expedita: ciertas tran­­siciones rítmicas en las cuerdas y una exigente digitación en la guitarra demandan una vocación virtuosa de los intérpretes, puesta de manifiesto en el concierto.

Liederista de recia estampa, Héc­tor Angulo, mediante la soprano In­dira Echevarría, el pianista Gabriel Cho­rens y la flautista Kirenia Do­mín­guez, regaló un breve ciclo de canciones, Poemas griegos, con ver­sos de la mítica Safo.

La Schola Cantorum Coralina, ba­jo la dirección de Alina Orraca, desplegó parte de su repertorio, incluyendo el clásico Iré a Santiago, de Roberto Valera con texto de García Lorca. Pero lo que llamó más la atención fue la ejecución entre nosotros por primera vez, y con el autor en el público, de After the fall, del norteamericano Michael Mu­rray, quien re­flejó la atmósfera so­brecogedora y a la vez esperanzadora de los versos de Jodi Kanter escritos un año después del atentado con­tra las Torres Ge­me­las.

En medio de la entrega sabatina quedó lo más impactante: la comparecencia del pianista Cecilio Tie­les. El maestro ejecutó dos obras que desde diferentes perspectivas dan cuenta de la renovación de la pianística en los últimos 20 años: Diurno y pos­t­ludio para ma­no derecha (1994), de Juan Piñera; y Os­cu­re­cimiento gradual (2005), de Or­lan­do Jacinto García.

Si en una, Piñera recorre toda la gama de posibilidades expresivas y estilísticas —desde lo dramático a lo paródico— permitida a un pianista que utilice solo una mano, lo cual exige el más riguroso virtuosismo, en la otra, García economiza sonidos y prodiga silencios en función de una atmósfera minimal que recuerda los mejores logros del japonés Toru Ta­kemitsu. En ambos casos Tieles re­sultó más que convincente.

La velada sinfónica dominical se definió en dos partes. Durante la primera, después de la obra de Martín para arpa y cuerdas, Roberto Valera estrenó Son, de Ariannys Mariño, y trajo de vuelta una de sus más significativas composiciones, Concierto por la paz, para saxofón y orquesta. En realidad Son es solo la tercera parte de una obra mayor de Mariño dedicada a Alejandro García Ca­turla. Pero por lo escuchado, valdría la pena que la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), más temprano que tarde, la es­trenara completa. La joven com­po­sitora exhibió una atrevida lucidez en la forma de reciclar y reinventar la célula rítmica del popular género cubano.

La partitura de Valera sigue asombrando por la coherencia de una estética ecléctica, anticipadora de corrientes postmodernas, y el discurso del instrumento solista, a cargo de un saxofonista todoterreno, Javier Zal­ba. Su interpretación, que incluyó en la voz de propio autor-director la lectura de los versos inspiradores de Saint John Perse, llegó en esta ocasión como testimonio de solidaridad con las víctimas del terrorismo.

En la segunda parte del programa, Guido López Gavilán, al frente de la OSN, estrenó en Cuba D’ improvviso un giorno, de la italiana Ada Ge­n­tile, cuyo título retoma un verso de su compatriota Sal­vatore Qua­simodo perteneciente al poema Ya la lluvia está con nosotros y que se corresponde con una sensación de tiempo transcurrido sin sobresaltos.

López Gavilán cerró la velada con una obra predestinada a dejar huella: Danzonchello, movimiento orquestal a partir del núcleo rítmico del danzón con un violonchelo so­lista. A las notables progresiones del material temático original se sumó una ejecución fuera de serie por parte de Alejandro Martínez.

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