Por David G. Gross*/Martianos-Hermes-Cubainformación.- Alejandro García Caturla baja por la calle José Martí, acera izquierda  con su paso mesurado, elegante en el traje blanco de dril cien, las botas lustrosas como espejos, es un hombre alto y la mirada de todo aquel que se sabe importante. Las muchachas casaderas que se lo topan o lo ven desde la acera opuesta no pueden dejar de lado una sonrisa ante tanta fuerza varonil. Algunas lo conocen pero la mayoría ignora que se trata del Juez de la Ciudad, del incorruptible admirado por la población, odiado por los ricos, repudiado por los políticos representativos de lo más espurio de los partidos del momento. Caturla baja por la Calle José Martí y al llegar a la esquina de calle 17 desaparece la acera y sus botas pisan un terreno desigual, de ahí hacia abajo, hasta la residencia donde vive alquilado, se abre un ramplazo donde pastan caballos y animales de cerda o caprinos. 


El Juez Alejandro nació en San Juan de los Remedios, un pequeño pueblo villaclareño que tenía el monte metido hasta el único parque, que como todos los del “interior” del país, había sido bautizado por Don Tomás Estrada Palma con el nombre del Apóstol José Martí, al igual que la calle principal que hacía solo unos años era llamada Calle Real. Su familia estaba por raíces dedicada a la judicatura, a la música y a nadie sorprendió que Alejandrito tocara piano desde muy joven y es mas, que sorprendiera al convertirse en un compositor de música tradicional criolla.

Alejandro García Caturla era introvertido porque valoraba mucho su ética y no podía darse el lujo de compadrazgos que lo llevaran a favorecimientos en su labor de Juez de Instrucción. En Palma Soriano solo había conseguido para alquilar, durante su permanencia, la casona que muchos años después fuera adquirida por el Agrimensor Don Tomás Lloréns, mensurador de la Compañía Norteamericana Altagracia Sugar Co, dueña del cercano Central Palma, hoy numerada como Martí  Baja 525. Los caseros de la ciudad no quisieron rentarle en el centro por la fama que traía el juez Remediano de perseguidor de lo mal hecho y no querían verse complicados por la policía y aún peor con la Guardia Rural, enemiga plena del magistrado.

El juez Alejandro sigue por el terraplén que bordea la parte derecha de la Carretera Central, en muchas partes anegado por las aguas albañales que rezuman las viviendas y negocios particulares. Al llegar frente a su casa la contempla y luego de descansar los ojos imaginando a su esposa e hijos esperándolo para comer, decide pasar la calle, ancha para la época, donde la mayoría de los caminos en Cuba eran meros trillos. El hombre ignora que dentro de los matorrales que tiene a la espalda dos o tres alistados de la Guardia Rural del Escuadrón 14 lo observan  con los cargadores llenos de cartuchos provistos de gruesos perdigones. Alguno debía de cercenarle la vida, aseguraban en sus mentes los analfabetos soldados comisionados para el asesinato. Sus manos y mentes han sido engrasadas con gruesos fajos de billetes provistos por alguien a quien Caturla había enviado a prisión por robarse fondos del ayuntamiento o haber realizado otro tipo de latrocinio.

García Caturla mete la mano en el bolsillo derecho del pantalón blanco almidonado a conciencia por las amorosas manos de le esposa que lo espera. Abre la verja del corredor y entra y un ganado vacuno que viene sabe Dios de donde pasa en esos momentos por frente a la casa y no le deja escuchar el rastrillar de las escopetas automáticas. Saca el llavero y  cuando va a introducir la llave mágica que lo llevará a la tranquilidad de su paraíso familiar, este resbala y cae al piso tintineando. Sin ocultar un gesto de disgusto, Alejandro  se agacha y en ese mismo momento resuenan los disparos. El Juez saca su revolver calibre 32 y responde hasta vaciar la mazorca de 6 cartuchos pero ya los casi asesinos van a toda carrera hacia su guarida del Cuartel de la Guardia Rural.

Muchas anécdotas hay sobre su estancia en nuestra Ciudad que se guardan en la imaginería del los palmeros, porque ningún ayuntamiento, ni los de antes ni los de ahora, ha tenido la feliz idea de aunque sea nombrar una calle con el nombre y los apellidos del insigne Juez, quien en 1940 recibiera una carta de firmada por todos los presidiarios de la Cárcel Provincial de  Santa Clara, los que no sabían firmar pusieron sus analfabetos dedos, donde se le reconocía su hombradía por ser un verdadero gestor de la justicia, carta no emitida por ningún ministerio del gobierno de turno ni por alguna institución pública, sino por un cónclave de presidiarios muchos de los cuales el Juez había enviado a esa cárcel por delitos de toda índole.

Cuando Caturla llegó a Palma Soriano solo y con una maletica de cartón como único equipaje, cuando tuvo ya residencia alquilada en las afueras del pueblo, mandó a buscar a su esposa e hijos a San Juan de los Remedios. Cuando recibió confirmación de su llegada, fue al Juzgado y envió a un alguacil a recogerla al Paradero del Ferrocarril pues venía por la vía de San Luis. El empleado judicial fue cumplir la encomienda que le había dado el señor Juez, pues era sabedor de sus malas pulgas. Pero no vio a nadie que se pareciera a la esposa de Caturla. Regresó al sitial de la justicia y Caturla le preguntó: ¿Donde está mi esposa y mis hijos? Y el hombrín, rascándose la cabeza le respondió titubeando: Señor Juez yo solo vi en el andén a una negra con unos negritos y me largué del lugar…no habrán venido.

La llegada de la esposa del Juez, negra y con sus hijos mulaticos, acabó de abonar el cisma contra el magistrado, la sociedad racista de la aristocracia blanca palmera no podía aguantar más. Desde ese día el Juez Remediano fue hostilizado de palabra y de obra y las bromas en la Sociedad Unión Club, para blancos solamente, abarcaban a la esposa, “los negritos” y todos murmuraban: ¡mira que un Juez blanco, casarse con una María Moñitos! A partir de ese momento a Caturla se le hizo insostenible la vida en nuestra Ciudad y luego del atentado el Tribunal de la Provincia de Oriente le aconsejó que volviera para su San Juan de los Remedios natal.

Por fin García Caturla moriría baleado por un delincuente apadrinado por la Guardia Rural del cuartel de la Guardia Rural de San Juan, donde fue a refugiarse tras los disparos a quemarropa que le quitaron la vida al músico, compositor y juez. No hubo juicio, no hubo condena y en realidad, según sus biógrafos sus coterráneos tal parecía que se habían quitado un gran peso de encima.

Hoy en Martí Baja 525, la antigua casona de los Llorens reposa sus muros vetustos. En ella vive el arquitecto José Luis Castellanos, y los espíritus del agrimensor Tomás, de su hija Gladis, de la esposa amantísima, de Margot, de Teresita, la nieta más chiquita, poeta y amiga de sus amigos y hasta deambula a veces  el periplasma de Francois, un pariente muy joven que escribía en las paredes poemas de amor a una musa imaginaria y que aún hoy lucha por quitar las numerosas capas de pintura para poder leerlos nuevamente, antes de suicidarse de nuevo. Caturla también vive en el recuerdo de muchos palmeros y todavía, creo se merece que le pongan su nombre de poeta y juez con apellidos y todos, con una tarje donde se le recuerde a nuestros ciudadanos que fue el único juez en la Historia de Cuba que recibió una carta admirativa desde la cárcel de Santa Clara.

*David G. Gross, historiador, escritor y periodista cubano.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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