PL - Video: ACN TV.- La película El Clan, de Pablo Trapero, abrirá hoy aquí el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que repite este año en su inauguración con otra cinta argentina tras la proyección de Relatos salvajes en 2014. 


El filme llega esta noche al Teatro Karl Marx de la capital cubana con credenciales ganadas en las citas cinematográficas de Venecia, Toronto y San Sebastián.

Además, fue elegido en Argentina para representar a ese país en el camino hacia los premios Oscar y también en la carrera por el Goya.

Este largometraje logró superar en taquilla a Relatos Salvajes con más de 500 mil entradas vendidas para convertirse en su primer fin de semana en cartelera en la película más exitosa en la historia de esa nación suramericana.

Durante la gala inaugural del festival habanero, Geraldine Chaplin recibirá el Premio Coral 2014 a la mejor actuación femenina en un papel protagónico, por el filme Dólares de arena (República Dominicana, Argentina, México).

La intérprete estadounidense, hija de Charles Chaplin, participará en esta edición como presidenta del jurado de largometrajes de ficción.

En esta 37 edición del mayor evento cinematográfico en Cuba, se presentarán 444 filmes, de los cuales 341 son latinoamericanos. Mientras, participan en el certamen 23 largos de ficción, 22 cortometrajes, 21 óperas primas, 36 documentales, 33 animados, 24 guiones inéditos y 24 carteles.

Según el director del festival, Iván Giroud, recibieron más de mil 500 materiales y "fue una selección dura y difícil" que obligó a repensar algunos conceptos.

Los audiovisuales se podrán disfrutar, hasta el 13 de diciembre, en los cines Chaplin, 23 y 12, La Rampa, Riviera, Acapulco, Yara y el Multicine Infanta. Además, se suman en esta edición, los teatros América y Miramar, adaptados con moderna tecnología digital para la ocasión.

Desde 1979, la capital cubana tiene escenografía cinematográfica durante el último mes del año y atrae a visitantes de toda la isla, y también del mundo.

En esta ocasión, el festival dedica un homenaje a los 30 años de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, nacida de los desvelos de grandes como el escritor Gabriel García Márquez, el incansable intelectual Alfredo Guevara y el documentalista Santiago Álvarez.

Geraldine Chaplin: el cine que me interesa es latinoamericano

Prensa Latina.- La actriz estadounidense Geraldine Chaplin, presidenta del jurado del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, afirmó hoy que las producciones que le interesan ahora son las realizadas en esta región.

En Europa ya hay muy poco nuevo, el cine más atrayente radica en este continente, señaló al concluir la presentación oficial de los jueces de este certamen.

"Me encanta ser jurado, el único inconveniente es que al final tienes que elegir, es tan inevitable como la muerte y ahí viene el mal momento".

La actriz recordó a Prensa Latina cómo coincidió en una ocasión con Gabriel García Márquez precisamente como jueces del festival de Cannes en 1983: esa fue una experiencia muy interesante en todos los sentidos, dijo.

Acabo de ver el catálogo de este festival y hay cosas maravillosas, yo quiero ver cine latinoamericano y aquí voy a estar servida, dijo.

En otras regiones, agregó, las producciones cinematográficas solo buscan llenar muchas butacas durante un fin de semana; el cine que a mí me gusta ver y hacer está aquí en América Latina.

Al regresar a La Habana, la actriz siente como si volviera a su segunda casa, dijo. Incluso, le gustaría trabajar en Cuba.

Esta noche, la hija de Chaplin recibirá el Premio Coral 2014 a la mejor actuación femenina en un papel protagónico, por el filme Dólares de arena (República Dominicana, Argentina, México).

"Llevo un año para recoger este premio", bromeó.

Geraldine Leigh Chaplin nació en 1944 y en su larga trayectoria cinematográfica, que comenzó cuando era apenas una niña y participaba en las cintas de su padre, ha recopilado relevantes premios como el Goya, de la academia española.

En esta 37 edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano figura como presidenta del jurado de largometrajes de ficción.

Si roza es porque hay bordes. El concurso de ficción del 37 Festival de La Habana

Dean Luis Reyes - Cuba Contemporánea.- ¿Hay algo común al cine latinoamericano de ficción actual? Absolutamente, no. Tras respuesta tan tajante, me rasco la sien. Porque, bien miradas, las películas de la región que reúne el 37mo. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (que en absoluto puede presumir de tener todo lo valioso de la producción del año) ofrecen ciertos motivos para hablar de sintonía.

Un monstruo de mil cabezas (México) sirve de ejemplo. Rodrigo Plá depura esa puesta en escena estilizada y limpia que le sirve para encuadrar con asepsia lo insoportable. En La zona y La demora, sus largos anteriores, había ensayado con éxito su abordaje de la alienación social y de clase, a través de personajes determinados a cambiar las cosas sin tener absoluto conocimiento de aquello que los sobredetermina.

En este su tercer largo exprime una anécdota ejemplar que transforma la ideología del héroe solitario que Hollywood vende a diario en una estructura dramática de denuncia. Su objetivo son las aseguradoras médicas y la privatización de los servicios de salud, que transforman la vida humana en activos y acciones bursátiles. Semejante propósito es arropado por una trama en tono de thriller: Sonia Bonet, una mujer madura atormentada por la enfermedad terminal de su esposo, decide reclamar sus derechos penetrando la tupida red tecnocrática y siguiendo un camino que la va a convertir en heroína trágica.

Para una parte de la crítica y de los creadores, el uso de estructuras del género fílmico para abordar graves cuestiones sociales es anatema. Una parte de esas mismas posiciones han servido históricamente para considerar peyorativamente a Chaplin porque hacía… comedias. Los recursos son eso: instrumentos, artefactos de una caja de herramientas. Sirven lo mismo para elaborar un blockbuster de temporada que una obra artísticamente memorable.

El objetivo del cine latinoamericano comprometido (ya no necesariamente militante) es provocar, además de a los convencidos, al espectador distraído. Un mostruo de mil cabezas te agarra con firmeza por el cogote y te obliga a mirar. Porque utiliza con eficacia el suspenso, su resorte de irresolución y la consiguiente curiosidad y vértigo del deseo del espectador.

Muy diferente de lo que propone Pablo Trapero con El clan (Argentina). Finalmente, se hace evidente que su obsesión con los bajos fondos, con las situaciones extremas (Leonera, la cárcel; Elefante blanco, las villas miseria), corresponde antes al deseo de activar el morbo facilista y al populismo que a una suerte de responsabilidad con temas de lo social. Fox International se ha percatado y ha escogido a El clan entre su cartera de negocios de 2015.

Trapero juega a explotar la historia y recupera un suceso de la década de 1980 para hacer espectáculo con lo que podría haber sido un contundente estudio de la impunidad. Porque, con tal de quedar bien con Dios y con el Diablo, naufraga en la medianía. Porque su objetivo no era ir demasiado más allá, ni provocar un sobresalto ético en el espectador.

A diferencia de Pablo Larraín: El club (Chile) es una película de bruma y ceniza. Su propósito de fondo es desplegar una meditación en torno a la impunidad. Y volver a exhibir la lógica de la máquina de producir monstruos que es todo régimen fascista. Eso que ya eran a su modo Tony Manero y Post mortem. Larraín, una de las voces más sobresalientes del cine regional actual, vuelve a recurrir a una atmósfera alegórica, no importa si histórica y culturalmente situada. El club posee un humor tajante y extraño que hace sangrar la anécdota, la pone al resol para que su visión hiera. El enigma, el misterio que rodea a sus personajes, es parte del método para alcanzar el objetivo.

(Sin desdorar lo anterior: El club es, además, el anuncio de un director que comienza a repetirse. Alerta).

Desde allá (Venezuela-México), ópera prima de Lorenzo Vigas, también utiliza este tono gélido y una construcción ambigua. Pero hace trampa. Su León de Oro en Venecia no debería llenarnos los ojos. Vigas fue alumno dedicado de Guillermo Arriaga, guionista de efecto donde los haya. La escritura de Desde allá es demasiado calculada (hasta en su imprevisibilidad) para funcionar como fórmula de autor. Pese a tratarse de un debut, he aquí un ejercicio con red de seguridad, de poquísimo riesgo real.

Desde allá pone en evidencia además un discurso de síntomas muy jugoso. Su perspectiva de los bajos fondos sociales permite cuestionarse el modelo de representación de los roces y colisiones de clase. Mírese la anécdota: el protagonista, Armando, es un tipo solitario, de clase media alta, con una biografía opaca y conflictuada, que recibe un tratamiento mayormente racional en el dibujo de sus motivaciones. En cambio, Elder, el adolescente malandro, que sobrevive en la calle a base de pequeños actos delincuenciales -con quien Armando desarrolla una relación progresiva, cargada por el lado de la crisis de la figura paterna-, está modelado como sujeto impulsivo y de afectos precarios.

Arriaga podría ser la mejor coartada de este particular. Amores perros, su célebre debut con Alejandro González Iñárritu, es un manifiesto del temor neoliberal de la nueva clase media hacia los territorios sociales y de clase que su fervor financiero condena a la subalternidad absoluta, así como de legitimación del repudio a cualquier visión progresista de las relaciones históricas.

Desde allá no la pone tan fácil, no obstante. Las relaciones maniqueas en la estructura determinista de Amores perros ceden aquí a una de tono menos manifiesto y directo. El guion de Arriaga, al que Vigas apenas hace apuntes enmarcados dentro del repertorio de los lugares comunes, propone una biografía del subalterno social y de clase que por un lado lo romantiza y por otro pone en escena su sacrificio (casi) ritual a manos de la clase dirigente.

Esta noción del escenario social desechable reaparece en Paulina (Argentina), la nueva obra de Santiago Mitre. He aquí un realizador al que le importa examinar el funcionamiento del proceso político de base; o sea, las formas de organización de la vida cotidiana en algo próximo a estructuras de militancia. En El estudiante, su anterior largo, un joven idealista de provincia desembarca en la universidad bonaerense y transforma su impulso gregario original en liderazgo estudiantil. En el proceso, adquiere plena conciencia de que la política es la ciencia de lo posible.

En Paulina el viaje es en sentido opuesto: una joven abogada de ciudad, con un futuro brillante ante sí, decide poner en práctica por sí misma su proyecto de posgraduación yéndose a una remota zona de Misiones para enseñar Ciencias Políticas en un colegio. Paulina es por encima de todo Dolores Fonzi, su actriz protagonista. Es esta la historia de una mujer que alberga en sí toda la energía del hechizado por la intervención social. Y Fonzi consigue transferir esa pasión a cada milímetro de piel de su heroína. Sobre todo después de sufrir la violencia de una violación sexual y quedar embarazada de uno de los agresores.

La decisión de Paulina es inesperada y fuera de toda lógica de víctima. Lo más espeso de la película transcurre al poner en escena cómo la mujer decide seguir su camino, reencontrar el objetivo sin un aparato racional sólido que lo sustente, como sí había sucedido al inicio de su misión. No hay explicación para su actitud, ni siquiera se esboza algo cercano a una justificación. La película decide observar de cerca las evoluciones de la mujer, que se despoja de toda verborrea retórica y procede a renunciar a ofrecer explicaciones para sus actos. “Cuando hay pobres metidos en el medio, la justicia no busca la verdad. Busca culpables. Necesito saber la verdad”, declara desgarrada ante la demanda de que descifre su conducta.

El problema está aquí en el dibujo del sujeto de la voluntad de Paulina. El subalterno del filme es un grupo cultural casi premoderno, que incluso tiene al español por segunda lengua, porque se trata de comunidades de extracción guaraní. Sus procesos de producción de solidaridades son precarios, sus modos de articulación social contienen trazas de violencia y operan a través de emociones muy primarias. Son en conjunto una patota (según el diccionario, una pandilla de jóvenes gamberros). Es curioso que el título original de la película de Mitre sea justo La patota, aunque haya sido rebautizada para su recorrido internacional con el nombre del personaje central.

El sujeto blanco-urbano-moderno que es Paulina decide asumir el rol paternalista para hacer su labor social. Pero su mutación definitiva ocurre cuando decide, después de ser abusada, seguir su trabajo social, tener al hijo y conocer mejor al sujeto de su contrato social voluntario. Paulina se ofrece como una suerte de mártir ejemplar que hace en su propio cuerpo el proceso final de transformación política. La única manera de conocer la verdad es convertirse, ser el Otro.

No hay cosa más política que el cuerpo, dice Mitre. La voz de este director crece y madura con serenidad. Estamos en Paulina ante una adaptación de La patota, dirigida por Miguel Tinayre en 1961 y protagonizada por Mirtha Legrand. Solo que en vez de la novicia iluminada de aquella, en la que la idea cristiana de perdón sellaba el pacto sacrificial de la mujer mancillada, Mitre se decide por convertir su meditación en torno al fundamento de lo político en el destilado de un tratamiento que hace del destinatario del trabajo del militante algo más que una fórmula doctrinal o que un concepto derivado del juicio moral. El cambio comienza por uno mismo, y duele.

Semejante metamorfosis sufre la protagonista de ¡Que viva la música! (Colombia), de Carlos Moreno. Aquí la mutación toma otra vez al cuerpo femenino como epicentro del vértigo político. Biopolítico, para ser exacto. María del Carmen Huertas es una hermosa y lúbrica joven de clase alta que inicia un descenso a los infiernos del Otro a través del placer. No es el dolor su camino, ni el desgarramiento político. Aunque el interlocutor de su viaje es siempre el Otro.

Cali es el territorio de esa conversión, que tiene más de viaje de iniciación que de búsqueda de algo desconocido. Una Cali que dibujara como paisaje metafísico Andrés Caicedo en la novela homónima, su testamento, libro de culto publicado en 1977. Su protagonista es un animal hedonista y narcotizado que se entrega al sexo con extraños (con más de uno al mismo tiempo, incluso), viaja a través del rock hacia la salsa y la rumba, hasta la distorsión y el ruido.

¡Que viva la música! es una experiencia psicodélica construida de una manera que algunos han calificado como parecida a un videoclip de excesiva y gratuita fragmentación, cuando se trata más bien de montaje intelectual. Su puesta en escena a base de tiempos fugados, desorden argumental, voz en off en tono lírico, estructura anecdótica de leve determinismo, más su montaje visual polifónico y su deriva hacia una sonoridad que opera como comentario del relato central, obedece a una lógica alucinógena.

Lo que parece una aventura sexual llena de gratuidades, resulta una reflexión en torno a las formas pervertidas de la revolución y su deriva hacia la violencia y la autodestrucción social. El nihilismo de unos personajes que se preparan dos rayas de cocaína sobre la cubierta de Los de abajo, de Mariano Azuela, otrora libro fundamental de la dialéctica del oprimido, es la expresión de un universo de defraudaciones que desembocan en un onanismo vacuo, en un cuerpo social enfermo e inane, que se entrega al placer de sí mismo pero no puede renunciar al encuentro con el Otro.

María del Carmen hace de su cuerpo la intersección de todas las tensiones políticas de su tiempo. Intersección de otros cuerpos, lascivos o atormentados por la necesidad de fe, pero sobre todo de ansia de un placer más profundo que un orgasmo. Bien mirada, la gran pregunta que hace ¡Que viva la música! es si el arte debe ser revulsivo o analgésico.

La Obra del Siglo, nuevo largometraje de Carlos Machado Quintela

Saylín Hernández Torres

La Habana, 3 dic (ACN) El cineasta cubano Carlos Machado Quintela, llegará a la edición 37 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano con su segundo largometraje de ficción, La Obra del Siglo, un filme que habla sobre la masculinidad, el desconcierto y el riesgo de las utopías.

La película retrata la vida de una familia de hombres solitarios que viven en la otrora Ciudad Electro-Nuclear –enclavada hoy en el poblado de Juraguá, Cienfuegos- y contrario a su pez mascota, todavía no han aprendido a respirar bajo el agua, aseguró Machado Quintela en exclusiva a la ACN.

El filme es simplemente un fragmento de la historia de esta ciudad y la reinterpretación de lo sucedido allí desde el mundo de la ficción, continuó.

Acerca de las reflexiones que propone esta pieza cinematográfica, el director de La piscina explicó que se hace necesario rescatar la memoria reciente si se quiere construir un futuro distinto, pero que eso es muy difícil, pues rescatar la memoria significa aceptar el fracaso.

La película llegará a esta fiesta del cine de América Latina en La Habana, con buenas referencias y cartas de presentación, pues ha acumulado en su recorrido por el mundo importantes galardones como el Tiger Award, en el Festival de Cine de Rotterdam 2015.

Sin embargo, su director confesó que no piensa en los premios, aunque se enorgullece cuando reconocen su trabajo y aseguró que estaría muy contento si se galardonara a los actores.

La Obra del Siglo, forma parte del catálogo nacional que prestigiará esta nueva edición del certamen cinematográfico más importante del continente.

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