Elizabeth López Corzo - CubaSí.- Ha colaborado con diversas personalidades del mundo de la música y ha hecho ya su debut en la pantalla grande como actor principal en "El acompañante".  Todo el mundo en Cuba sabe quién es Yotuel Romero, uno de los chicos de Orishas. Además de su trabajo como rapero en esta banda pionera y emblemática del género urbano en Cuba, Yotuel actuó en la teleserie española “Un paso adelante”.


Todo el mundo lo conoce, sobre todo las mujeres, por su sonrisa y su gracia. Ha colaborado con diversas personalidades del mundo de la música y actuó en el histórico concierto Paz sin Fronteras en La Habana. 

Lo que pocos saben es que Yotuel, además de los videos clip y la televisión, ha hecho ya su debut en la pantalla grande como actor principal. Este Festival del Nuevo Cine Latinoamericano estrena su primera película, “El Acompañante”, del realizador cubano Pavel Giroud. 

Precisamente es Yotuel “el acompañante” de esta historia inspirada en hechos reales. Horacio es el nombre de su personaje, un boxeador del popular barrio habanero de Cayo Hueso. 

Sobre sus experiencias en este debut y aspiraciones en el cine, sin dejar de la mano la música, Yotuel conversó con Cubasí.

¿Qué fue lo mejor de este trabajo como actor? 

Lo mejor fue encontrarme con un grupo de actores increíbles y estar bajo la dirección de Pavel que, realmente, más que un director fue una migo, un hermano, un confidente. Creo que hemos hecho un gran trabajo y estamos muy contentos con el resultado. La peli se hizo sobre todo con muchas ganas y amor; espero que a la gente le guste. 

¿Qué tienes que ver tú con Horacio, tu personaje? 

Horacio lo que tiene de mí es que es un tipo luchador. Para la película cambié radicalmente en el habla, la forma de caminar, los gestos… porque yo quería que Horacio tuviera la condición barroca de un cubano de los 80, nacido en Cayo Hueso y que tuviera gestos que, aunque parezcan sutiles, identificaran a un boxeador como él en este país y en su época. 

¿Piensas seguir trabajando en el cine? 

Sí me gustaría. Hay varias propuestas, pero no quiero adelantarme a nada. Quiero estudiar bien los guiones. “El acompañante” me sedujo, me enamoré  del personaje y del guión. Quiero ir suave porque deseo hacer cosas lindas que queden para la gente. 

En cuanto a la música, ¿qué podemos esperar próximamente de Yotuel? 

Estoy trabajando con muchos artistas internacionales como compositor y productor. Acabo de preparar el último disco de Cristian Castro, estoy trabajando también en otro con Jennifer López, hice lo de Ricky Martin y seis canciones en el más reciente álbum de Diego Torres. Creo que es la expresión cubana para el mundo y ojalá que vengan más cubanos a darle al mundo esta cubanía que se necesita. 

Orishas fue un fenómeno que abrió puertas para la música cubana en el mundo, especialmente en el público europeo.

Orishas no fue, Orishas es la banda urbana más importante de la música cubana. A nivel de ventas somos los segundos artistas cubanos en vender más de un millón de copias. Además de nosotros eso lo ha logrado el Buena Vista. Para nosotros eso ha sido un orgullo por representar a Cuba en el mundo y por darle una identidad al movimiento de hip hop cubano con calidad. Creo que eso fue lo que más ayudó a que Orishas tuviera su pedacito en la historia. 

A pesar de que los integrantes de Orishas decidieron hacer sus carreras en solitario, ¿han pensado regalarle al público cubano algún álbum o concierto de todos juntos? 

De momento no, hay muchas cosas pasando. Mi carrera como solista y actor me lo impiden ahora mismo. Pero uno nunca sabe, la vida da muchas vueltas. 

¿Sigues viendo al rap como un género oportuno para hablar de la realidad que se vive?

El rap siempre será un género musical para expresarse. El rap viene de la calle, no te enseñan a hacer rap en la escuela. Es como la rumba, nace con uno. Creo que el rap es el nuevo guaguancó del siglo XXI. 

Paula, una de las apuestas argentinas en festival habanero de cine

PL.- El joven director argentino Eugenio Canevari vino hoy al Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano con todas sus esperanzas puestas en la película Paula, un empeño familiar filmado con muy poco presupuesto.

Según contó el realizador, esta cinta independiente se hizo con apenas tres mil dólares y en ella participan su tía, su abuela y otros consanguíneos, quienes lo apoyaron en su sueño.

Ninguno de los actores tiene formación profesional, y algunos son pobladores de la localidad de Pergamino, en la cual ocurrió el rodaje, añadió.

Paula trata sobre un tema muy controvertido en Argentina y en buena parte del mundo: el aborto, pero también toca los conflictos y la opresión de clase, expresó en conferencia de prensa.

"La filmación tomó apenas dos semanas y fue en la casa de campo de mis abuelos, una locación muy pequeña y esa es la atmósfera presente en todo el largometraje".

Además, resulta un trabajo muy personal y también aborda prejuicios y concepciones de índole religiosa y moral sobre el embarazo en la adolescencia y el aborto, ahondó.

Con esta producción, Canevari debutó en el largometraje y participó por primera vez en la sección Nuevos Directores del festival de San Sebastián, donde en 2014 había estado en la sección Cine en Construcción.

Al principio, el filme era solo un guión de cinco páginas, pero fue tomando cuerpo hasta lo que es ahora, dijo su director.

Tras su estreno en San Sebastián, Paula llegó a Festival de Mar del Plata con dos funciones, pero aún no ha tenido proyección en los circuitos comerciales de cine en Argentina, a los cuales es muy difícil acceder, explicó.

Canevarí confesó que no puede ver la cinta completa en una sala: "me pongo mal, pero me encanta el diálogo con el público pues genera un debate muy rico".

"Algunos la consideran muy lenta, yo solo espero no aburrirlos".

Cuando vio por primera vez una película que no era de Hollywood, este joven argentino se enamoró del cine y ahora dice que ya no sabe hacer otra cosa.

Paula, coproducción entre España y Argentina, cuenta la historia de una joven niñera que al descubrir su embarazo se obsesiona con buscar dinero para un aborto, mientras disimula su estado.

Por estos días, se proyecta en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana y compite en el apartado de ópera prima.

Héctor Medina, un actor a las puertas de su primer Coral

Charly Morales Valido - CubaSí.- Reconocido por el público, aplaudido por la crítica y codiciado por los directores, el actor cubano Héctor Medina podría estar a las puertas de su primer premio Coral. 

El intérprete, de apenas 26 años de edad, protagoniza dos de los filmes más buscados en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano: La Cosa Humana (Gerardo Chijona) y Viva (Paddy Breathnach).

En cintas antagónicas -una comedia surrealista y un melodrama "queer"-, Medina convence en una como un delincuentucho con afanes literarios, y en la otra como el hijo gay de un presidiario.

Nada raro para quien interpretó a un adolescente que acuchilla a tres abusones en Camionero, a un genio renacentista en Vinci, y a un inaptado que se inyecta SIDA en Boleto al Paraíso.

¿Cómo se blinda este joven sin aparentes traumas existenciales para encarnar personajes tan atormentados, intensos, desgarrados? "Ni idea", le confiesa a Prensa Latina, con genuina sencillez.

Habla sin poses de divo, con su rostro infantil casi irreconocible tras una tupida barba, su personal venganza al afeite diario que le exigió el personaje de Viva.

En la película es Jesús, un joven gay que trabaja en el cabaret de travestis de Mama (Luis Alberto García), mientras convive con su padre, un machista recién salido de la cárcel (Jorge Perugorría).

Padre e hijo conviven en el cuartico mínimo del muchacho, pero muy pronto brotan los conflictos entre el veterano exboxeador y el delicado vestuarista.

"Fue un trabajo fuerte, con poco tiempo para prepararme, tuve que cantar, bailar, todo un maratón fílmico con escenas muy duras, pero que creó un fuerte vínculo con Perugorría y Luis Alberto", afirma.

Se trata, asegura, de una poco convencional historia de amor padre-hijo, tan intensa que hasta con fiebre lo dejó el rodaje, aunque le reportó buenas experiencias, como conocer a Meryl Streep en el Festival de Telluride, Estados Unidos.

Menos conflictiva, pero igual de rigurosa fue la filmación de La Cosa Humana, nuevamente a las órdenes de Gerardo Chijona, quien lo "descubrió" en Boleto al Paraíso, y ya lo reclutó para su próximo filme, Los Buenos Demonios.

"Me sorprende la confianza de Chijona, pero la agradezco, porque el trabajo con él fluye, uno simplemente se deja llevar", comenta Medina, para quien esta comedia fue un oasis entre tanto drama.

No obstante, señaló que el realizador cuidó mucho el tono, para evitar que la risa circunstancial, el chiste, robara protagonismo a la trama de este peculiar tributo al cine y la literatura.

Este talento nato que comenzó a actuar para huírle a sus clases de matemáticas ha escogido bien sus papeles, y los ha defendido aún mejor, y quizás este año gané el primer Coral de su aún naciente carrera. Avales tiene...

La gravedad. Otros títulos del Festival de La Habana

Dean Luis Reyes - Cuba Contemporánea.- ¿Hay una discusión con la gravedad en el cine latinoamericano de ficción? Absolutamente, sí. Quiero decir: con la gravedad como sinónimo de solemnidad, de trascendencia. El cine latinoamericano histórico solía estar como transido por lo alto y complejo de su misión. Y ello se confundía a menudo con una seriedad que bordeaba lo difícil, que se remontaba a una zona de aspereza donde a menudo se perdía el objetivo de ser dramáticamente contundente.

Pienso ahora en Ixcanul (Volcán) (Guatemala), el debut en el largo de Jayro Bustamante. Con mucho, la película centroamericana más reconocida a nivel internacional, que trae decenas de premios en festivales previos, entre ellos el prestigioso Alfred Bauer del Festival Internacional de Cine de Berlín.

A primera vista, es una película que a Europa le iba a gustar. Tiene de todo lo necesario para el prejuicio etnocéntrico. No por gusto la mayoría de las películas de nuestra región que van a los festivales “clase A” tienen marcas de pertenencia cultural evidentes.

Ixcanul cuenta la historia de María, una joven indígena que habita un paraje contiguo a un volcán, donde ella y su familia trabajan como jornaleros para el dueño de una finca. Sus padres piensan resolver su situación desposándola con el capataz; ella quiere otra cosa, algo que elija por sí misma. Pero su destino está escrito de antemano: sus sueños no se cumplirán, dejarse llevar por sus impulsos le causará un embarazo, poner en peligro su matrimonio arreglado y hasta su vida. La ignorancia (apenas habla español, su idioma primario es el maya) y la superstición (ante cada inconveniente, ella y su madre hacen ofrendas el volcán) les impiden apreciar con serenidad su condición subalterna y precaria.

Bustamante, que estudió cine en Francia e Italia, asume un punto de vista distanciado, gélido casi. Y su guion es fruto de las asesorías de los talleres europeos, que operan a través de fórmulas de contención. La historia de María está llena de axiomas culturales y sociales, pero por eso mismo su estructura es tan determinista que ni siquiera el ansia de libre albedrío de su protagonista se salva de perecer a los fórceps dramáticos. Todo debe ser terrible para que sea cierto. Y de seguro la vida de tales comunidades es de esa manera. Pero Ixcanul entonces luce como el corolario inevitable de una tesis sociológica, de una teoría social.

Casi en la misma cuerda, la heroína de Dauna. Lo que lleva el río (Venezuela), una indígena warao cuya vida está rodeada por toda clase de imposibilidades y riesgos en medio de la selva amazónica, es en cambio una historia de realización personal. Al cubano Mario Crespo, su director, uno le perdona lo plano de la puesta en escena y los meandros del guion, porque tiene ante sí a un personaje que se sobrepone a todo con tesón y entusiasmo.

Nadie exige a Bustamante que haga lo mismo. Solo me permito comparar un territorio de probabilidades que, por un lado, ofrece un retrato cercano al miserabilismo tercermundista y, por otro, una estampa del encuentro cultural, de producción del yo como efecto de la libertad intelectual y de la imaginación. El primer ejemplo tiende a una gravedad impostada; el segundo, a una naturalidad casi extemporánea.

Esos territorios de lo salvaje, de lo ancestral vivo, seducen sobremanera el imaginario colonial. La idea de América Latina (como de África y ciertas zonas de Asia) no se desprende de la ancestral espera europea porque le depare una revelación, algo prístino y auténtico, salvado de la racionalidad y del orden normativo moderno. Por eso adoran nuestras favelas, guerras del narcotráfico y delirios del cuerpo. Y las películas sobre la selva, el desierto, lo ignoto.

Ciro Guerra lidió con esos fantasmas en Los viajes del viento y La sombra del caminante, sus películas anteriores. Con la tercera, El abrazo de la serpiente, llega mucho más lejos. Probablemente estemos ante un autor que al fin encuentra su personalidad definitiva.

Aunque también legitimada por el socio metropolitano (con un premio menos sonoro, pero igual de prestigioso: el Art Cinema Award de la Quincena de los Realizadores de Cannes), El abrazo de la serpiente es más que color local y lugares comunes. Su trama enfrenta uno de los grandes dilemas de la historia latinoamericana: el legado de las culturas originarias (también un asunto caro a la mirada y la conciencia coloniales). Pero en vez de la postura del maestro de antropología crítica, Guerra opta por un tratamiento repleto de revelaciones felices.

El abrazo de la serpiente utiliza como coartada la historia de dos personajes reales: el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg (1872-1924), que recorrió la zona del Amazonas colombiano con fines científicos, y el botánico estadunidense Richard Evans Schulte, quien siguió sus pasos cuatro décadas más tarde. Ambos dejaron considerables y valiosos documentos, pero no es su proeza científica lo que interesa aquí, sino el choque cultural que permiten poner en escena.

Guerra hace una película con dos relatos paralelos, que refieren ambas épocas, con un personaje en dos tiempos (encarnado por los actores naturales Antonio Bolívar y Nilbio Torres, sobrevivientes de la etnia Ocaina-Uitoto) como eje central del relato. El motivo dramático básico es la búsqueda de una planta rara, de propiedades curativas y facultades alucinógenas, que provoca el recorrido por distintas estaciones de la región selvática. Ese mundo es retratado con elegante sobriedad por David Gallego, en una fotografía en blanco y negro expresiva y matizada.

El mundo así enhebrado funciona como una alegoría del conflicto cultural histórico, sin mencionarlo. Su gravedad es interior, no de superficie. Aunque por momentos la fuerza dramática se ralentiza y aquieta, El abrazo de la serpiente sostiene una tensión que va más allá del relato, que invoca elementos del genocidio humano padecido por nuestro mundo. Pero a ello se llega a través de la cualidad alucinógena creciente del relato y su puesta en escena, que se va extrañando y adquiriendo matices abstractos a medida que se penetra más profundo en la selva, en universos vírgenes y desconocidos.

El filme tiene esa cualidad hipnótica y extática que emerge de la visión del cine de, por ejemplo, Werner Herzog; aquí brota aquella noción del personaje iluminado y enajenado que encarna Klaus Kinski en Aguirre, la cólera de Dios. Pero Ciro Guerra consigue que su discurso esté más allá de lo manifiesto, de lo contingente e, incluso, del didactismo referencial. Esta es una película sobre el contorno mítico de la Historia. Sobre la crueldad de hablar a nombre del otro.

Finalmente el cine latinoamericano tiene una película que hace justicia a la manifestación de un mundo que jamás conoceremos del todo, que se ofrece como enigma y cosmos inalcanzable por nuestra cosmovisión, modelada a imagen y semejanza de la cabeza europea, aunque clavada sobre un cuerpo habituado a correr desnudo y descalzo bajo la lluvia.

Esta necesidad de expresar el delirio de la vida americana está en lo mejor del cine que en esta parte del planeta se originó: Rocha, Jodorowsky. El hombre alucinado que compite con el sujeto racional se debate ante la impotencia para expresarse a sí mismo y a su mundo a través de las herramientas prestadas de una cosmovisión ajena. La gravedad del cine latinoamericano muy a menudo ha respondido a esa demanda de un sistema, de un orden, de un mecanismo de control para la representación de algo que se escurre.

En Máteme, por favor (Brasil), Anita Rocha da Silveira, una de las debutantes más promisorias del concurso de óperas primas de este 37mo. Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, encuentra ese territorio en pugna dentro del cuerpo adolescente y entre los matorrales que rodean una urbanización de Rio de Janeiro. Entre la escuela donde estudian las muchachas de su película y el entorno seguro de sus apartamentos de clase media están ocurriendo crímenes atroces. Cadáveres de adolescentes violadas y asesinadas aparecen continuamente.

Rocha da Silveira promete un thriller con asesino en serie y acaso una trama policial en su película. Pero no es eso lo que acaba entregando, sino un mapa de incertidumbres y deseos que toman por asalto a sus protagonistas. Entre aterradas y deseantes, las adolescentes se ven seducidas por lo desconocido. Su cuerpo es el territorio donde se suceden pugnas y mutaciones que el mundo exterior parece replicar con violencia destructiva. Esa misma violencia acaba por tomar forma en sus cuerpos torturados por la pubertad.

Máteme, por favor es en el fondo una película de horror. De horror ontológico, de esas obras que se interrogan por el sentido de lo que somos. En ella el territorio intervenido por el desarrollo urbanístico, como manifestación de mutaciones sociales y de clase, juega un rol esencial. Me recuerda otro largo brasileño reciente: El sonido alrededor, de Kléber Mendoza. También allí existe como una amenaza, como un murmullo amenazante que no acaba jamás de manifestarse abiertamente, de desencadenarse al fin. ¿Será acaso ese el sonido de la rabia que llevamos dentro?

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