ACN TV.- El destacado cineasta cubano Gerardo Chijona nos cuenta sobre su más reciente entrega cinematográfica La Cosa humana que llegará a esta edición 37 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, para beneplácito de los amantes del humor inteligente.


Ver entrevista al actor Enrique Molina

Gerardo Chijona: miradas cinematográficas a “la cosa” humana

Anailí Román - Cuba Contemporánea.- “Siempre digo que hago comedias porque tengo un pésimo sentido del humor”, me asegura Gerardo Chijona, y la frase, tan reveladora en su esencia misma, parece casi una paradoja cuando se revisa su filmografía. Tal vez la idea de que alguien pueda descubrir en los guiones que escribe esa inaprensible bis cómica, esté como sustrato de su reiterada incursión en el género. Aunque, según reconoció, también permanece latente una sostenida apuesta por la libertad creativa.

“Las comedias siempre me dan un margen para tratar temas que, como dramas, pudieran ser más espinosos en términos de censura. Es por ello que me siento más libre haciendo este tipo de películas”, afirma apenas unos minutos después de la conferencia de prensa sobre su más reciente filme, La cosa humana.

Con esta producción, el también realizador de Adorables mentiras (1991), Un paraíso bajo las estrellas (1999) y Perfecto amor equivocado (2003), entre otras cintas, concursa en la categoría de largometrajes de ficción del 37 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ahora que comienza el recorrido del filme por las salas oscuras, Chijona comparte con Cuba Contemporánea algunos detalles sobre esta historia. Incluso, adelanta otros sobre su próximo proyecto.

En La cosa humana repite la experiencia de escribir a cuatro manos el guion de una película junto con Francisco García, quien también fue coautor de Boleto al paraíso. Coménteme cómo surgió la idea de hacer este filme y qué particularidades tuvo el proceso de trabajo entre ustedes.

-Realmente empezamos a escribir La cosa humana antes que Boleto al paraíso. A Francisco García le habían robado, y entre todas las cosas que se llevaron había un cuento que apareció meses después en un concurso provincial. Yo quería hacer una película inspirada en Balas sobre Broadway, una comedia muy sofisticada de Woody Allen. También me había leído una novela del escritor norteamericano Charles Bukowski, La ruta del perdedor, que plantea la teoría de que aprender a escribir es como coger un carro, desarmarlo, cambiarlo y volverlo a armar.

Los guiones siempre se comienzan a trabajar, por lo menos en mi caso, a partir de una imagen, de algo que te da vueltas en la cabeza. Y fue precisamente desde esas referencias que te mencioné, que empezamos con La cosa humana. Al principio le dedicamos dos o tres meses, pero después nos estancamos y decidimos entonces hacer Boleto al paraíso.

Luego Francisco emigró a Canadá, yo dirigí Esther en alguna parte y cuando terminé esta película le dije: “Vamos a retomar La cosa humana”. Ya tenía mucho más definido lo que me interesaba hacer, así que dejamos a un lado el primer argumento que habíamos elaborado y empezamos a trabajar. Escribimos el guion por correo electrónico, hicimos 16 versiones, y fuimos dándole forma a todo el compendio de citas, referencias y homenajes que incluye la película.

A diferencia de otras comedias cubanas que apuestan por lugares comunes en el tratamiento de situaciones y personajes, en La cosa humana se percibe un humor por momentos más sutil. ¿Cuáles fueron sus principales motivaciones para realizar una comedia desde esta perspectiva?

-Cuando el referente no es la vida, sino el arte -en este caso el cine y la literatura-, el código es otro, porque no puedes manejar con el lenguaje de todos los días una historia basada en referencias. Para mí, ese fue uno de los mayores retos de la película: hacer un humor que hasta ese momento no había trabajado en mi cine, a partir de una historia con personajes completamente atípicos.

Por otra parte, de la misma manera que el tema de la película es la ética individual, siento que en mi caso, a la hora de escribir y dirigir, hay también una posición ética de respeto al público. Estoy convencido de que los espectadores no son una manada de tontos que se ríen y divierten con lo primero que les ponen delante. Nuestro público es mucho más exigente que eso, lo cual también era otro desafío: que las personas se engancharan con el tono de la película y el tipo de humor que propone.

En el filme hay múltiples alusiones a referentes cinematográficos y literarios, como la novela El padrino. ¿Es esta película un homenaje a algunas de sus principales influencias como director?

-Del grupo nuestro, siempre decían que yo era el más colonizado de todos. La mayoría de mis compañeros se inclinaban hacia el cine europeo; sin embargo, yo siempre me identifiqué con el buen cine americano, sobre todo con directores de comedias como Billy Wilder, Howard Hawks, Lubitsch y, ya más adelante, con Woody Allen, que para mí es el patrón a seguir y uno de los cineastas vivos más geniales.

Entonces empecé a buscar en el archivo de las miles de películas que tengo en mi cabeza, cuáles me cabían en esta historia, algunas de manera intuitiva, y otras de forma deliberada. Por ejemplo, en algunos momentos de la película se hace un homenaje a la segunda parte de la versión cinematográfica de El padrino. De hecho, la escena en la cual se despiden los personajes interpretados por Héctor Medina y Carlos Enrique Almirante está filmada exactamente como la hicieron Coppola y Gordon Willis cuando Tom Hagen va a ver a Frank Pentangeli a la cárcel. Esperamos la misma luz de amanecer, la misma perspectiva de cuatro hileras de cercas superpuestas, el mismo movimiento de cámara y la misma coreografía en los actores. Y estoy citando solo uno de los tributos, también hay referencias a series y citas literarias.

Y un reconocimiento explícito al director de cine Daniel Díaz Torres…

-Siento que esta también es una película de cinéfilos, y de todos nosotros, creo que Daniel -desde que lo conocí en el lobby del Chaplin cuando recién terminábamos el preuniversitario- fue el que más pensó, sintió, respiró y vivió el cine hasta los últimos días de su vida. Por eso le dedicamos La cosa humana.

La película propone una mirada al mundo de la delincuencia, pero a través de personajes marginales que trascienden los habituales clichés. ¿Cómo fue el diseño de personajes y el trabajo con los actores?

-No conozco delincuentes en la vida real como los que aparecen en la película. Como te decía antes, son personajes atípicos que se expresan también atípicamente. En realidad, eso fue parte del proceso de escritura, pues cuando uno tiene claro el tono, el entorno y el humor que va a trabajar, debe ser consecuente con esas líneas. Y la apuesta era esa: que ese mundo artificial, si se puede llamar de alguna manera, resultara a la vez genuino y que la gente conectara con los personajes.

Ahí estuvo uno de los retos más grandes en el trabajo con los actores, ya que tuvieron textos que muchas veces no son fáciles de decir para que se escuchen creíbles. Lo que sucede es que, como eso forma parte de la historia, uno maneja los diálogos con esa tesitura. Enrique Molina, por ejemplo, interpreta a un delincuente que es ilustrado y es mecenas, además. Entonces, manejar la dicotomía entre la marginalidad y la ilustración era mi trabajo con ellos en ese sentido. Y verdaderamente fue lo que más disfrutamos.

Más allá del acercamiento mismo a la marginalidad como fenómeno, la ética y la complejidad de la condición humana se revelan todo el tiempo como leitmotiv de esta historia. ¿Responde ello a las preocupaciones de Chijona sobre la sociedad cubana actual?

-Creo que esas son preocupaciones que han estado presentes en todas mis películas. Aunque estoy seguro de que el tema de la ética individual va a tener lecturas por parte del público muy relacionadas con el contexto en que vivimos hoy.

Aquí también está el arco que recorre el personaje de Maikel, interpretado por Héctor Medina. La película empieza con él y su hermano robando en una casa. Lo que ven en el televisor es la frase de Martí “Ser cultos es el único modo de ser libres”, y ellos dicen: “El televisor no se va, porque nos va a traer mala suerte”. De pronto podría parecer un irrespeto al Apóstol, pero cuando cierra el arco dramático del protagonista y este se convierte en escritor, uno constata que el hecho de ser culto lo convierte, efectivamente, en un hombre libre. Eso también tiene relación con lo que decía Martí del mejoramiento humano, pero son cosas que se desprenden orgánicamente de la historia y de cómo uno la ideó.

¿Qué tipo de reacciones ha podido percibir en el público que ha visto la película?

-El día de la presentación oficial fui realmente un hombre feliz. Tenía mis temores con la película, sobre todo porque es un humor que no había trabajado. Hay tipos de humor que uno sabe que funcionan, pero con este no sabía qué iba a pasar. Quizás la película podía resultar simpática y, aun así, que la gente no entrara en el mundo de las citas y de los homenajes. Pero no, el público enganchó completamente con la cinta y todo el mundo captó por dónde iban los tonos. Fue una noche maravillosa para mí.

Después de La cosa humana, ¿qué otra historia piensa llevar a la pantalla grande?

-Voy a trabajar en un proyecto que Daniel dejó inconcluso. Se llama Los buenos demonios. Es un guion que él empezó a escribir con Alejandro Hernández, un alumno nuestro de la escuela de cine que se estableció en España y se ha convertido en uno de los guionistas más sólidos que hay en ese país.

El filme es un acercamiento a la Cuba actual, donde están conviviendo las tres generaciones de cubanos: la fundacional, la intermedia y los hijos del Período especial. No voy a decir que es una mirada sobre cómo yo veo el presente, porque el presente no cabe en ninguna película, ni en ningún libro, ni en ningún discurso. Pero siento que es un guion donde puedo transmitir, de alguna manera, mis preocupaciones, angustias y expectativas por lo que está pasando en el país en estos momentos.

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