José Martín Díaz Díaz – cinereverso.org- El Caiman barbudo.- No estoy en contra de los videojuegos, pero sí un poco en contra del modo en que se les defiende. Tal vez se debe a que es un tema con muchas aristas y se presta para la confusión o la falacia, voy a tratar de evitarlo dividiéndolo en acápites. 


El juego

La primera función del juego en todos los animales es aprender, eso nos incluye. Por derivación también sirve para divertirnos. La naturaleza nos hizo lúdicos para asegurar que jugáramos, si no fuera por esta motivación no tendríamos ninguna razón para usar siquiera las pelotas, y menos para haberlas inventado. Jugamos porque nos divierte, nos da gusto hacerlo.

El juego se basa en lo irreal, si fuese la realidad entonces no sería un juego. Se trata de una analogía, se expresa en lo simbólico para que podamos experimentar con ellos sin consecuencias, de ahí que sean tan oportuno entrenamiento, podemos repetir el ensayo tantas veces como queramos, porque el juego es intrascendente y gratuito, al menos por definición.

Claro que tiene repercusiones en la realidad. Y no hablo sólo del hecho de ser el equipo ganador de un campeonato o del dinero que alguien pueda ganar con el DotA, donde la repercusión es obvia; hablo de que la función del juego es repercutir en la realidad. Si no sucediera, no cumpliría su objetivo.

Todo esto, por supuesto, incluye a los videojuegos y habla a su favor. Sin embargo, adjudicarles a ellos estos beneficios, como si fuesen característica particular y no de los juegos en general, se vuelve falaz, sobre todo si la conclusión pretendida es apoyar la ventaja de que existan.

En todo caso debería defenderse el juego en su totalidad, por si alguien considera que no es un asunto importante y eso está pesando en su opinión contra los videojuegos. Lo curioso para mí es que, al final, los defensores mismos parecen no estar muy convenidos de esta importancia, cuando por ejemplo sacan a relucir los llamados “juegos didácticos”.

El juego no necesita de ninguna virtud adicionada para resultar valioso. Algunos pueden servir para enseñar sobre cuestiones académicas o de cultura general, pero no por esto son mejores que otros. Todos los juegos son didácticos, la diferencia estaría en si lo que enseñan es lo que consideramos adecuado. Habría que tener en cuenta, además, que el conocimiento académico se puede alcanzar de otras maneras, el aprendizaje que nos da jugar por el juego mismo, es insustituible.

Sobre el placer

Desde la antigüedad se considera (para decirlo de un modo simple) que darnos sin prudencia a placeres mundanos (fáciles) nos disocia de los elevados, que conllevan esfuerzo y que se relacionan con un estado de plenitud espiritual. Y también que si todos nos empleáramos más en la búsqueda de estos últimos no sólo seriamos más felices sino mejores como individuos y como sociedad. Para mí es un criterio acertado, y me parece muy positivo promover la intención de no conformarnos con lo cómodo.

Sin embargo, no conformarse con algo no significa privarse de ello y promover no significa exigir. La Iglesia convirtió el placer en pecado, asociándolo a lo inmoral y licencioso, generador de males, pero ni las hogueras ni el mismo infierno fueron castigo suficiente para que la gente se abstuviera de ellos. Nuestro socialismo, por motivos diferentes, igual intenta alcanzar lo virtuoso por encima de cualquier otra consideración. Algo muy razonable, porque su funcionamiento, como el de cualquier proyecto que pretende la equidad y el bien de todos, no puede basar su economía en las leyes del mercado, precisa para esta de un factor extraeconómico: la Conciencia Social. Le es ineludible que sus individuos cuenten con altos valores éticos y obren en consecuencia. Así de cardinal es el asunto de lo que se llamó “El hombre nuevo”.

El error, creo yo, es que otra vez se intenta por la vieja fórmula de la condena y la abstinencia. Otra vez el placer es estigmatizado, no ya como pecado sino como diversionismo, indolencia con las urgencias sociales, cosa de vagos, de egoístas, de burgueses, símbolo de la corrupción y el vicio del pasado.

Somos hijos de estos conceptos. Pienso que ya se ha ido reconsiderando, porque se ha visto que el hombre puede vivir sin placeres elevados pero no puede vivir sin placeres, y que incluso quienes consiguen los más altos, también deben acudir a los simples porque aquellos no les alcanzan, a menos que se trate de un iluminado. Que el placer es una necesidad humana y no debilidad de carácter. Que no se puede ser feliz culpándonos por satisfacer estas necesidades. Y que una sociedad justa debe contemplar esto en su plan.

Sin embargo, el prejuicio está tan arraigado que cuesta trabajo entendernos. No se trata simplemente de funcionarios dictaminando una conducta como a veces llega a parecer en algunos modos de abordarlo. Los artistas no son los burócratas, y yo noto que nuestra cinematografía, por ejemplo, aun siendo un medio de baja censura, parece haber olvidado que el cine es también esparcimiento. Las pantallas parecen estar queriéndome decir que las cosas están demasiado terribles como para que yo pretenda ir al cine con el trivial objetivo de pasar un buen rato. El teatro, que cuenta con más libertades que el cine, lo supera en esto, ante muchas de sus propuestas me he preguntado si lo que ocurre en el escenario es una obra teatral o será un coloquio sobre política nacional. Claro que muchas de estas puestas serían defendibles desde el “teatro de la crueldad”, pero igual estaríamos de acuerdo en que es la corriente teatral que menos valor reconoce a lo placentero.

El público más adulto, al que hemos convencido de que eso es lo correcto, termina culpándose: “eso está muy bien, soy yo quien ya no lo aguanto” y corren a saciar el hambre con lo más frívolo, incluso sintiendo que están traicionando algo, pidiendo disculpas por su petición de ser ignorados. Los más jóvenes ya no se culpan, pero no porque hayan cambiado el criterio de lo que es más correcto o elevado, sino por haber llegado a la conclusión de que lo placentero sólo puede estar en lo vano, y los tiene sin cuidado lo correcto o elevado porque es demasiado angustioso.

Yo creo que lo mundano nunca podrá dar tanto placer como lo elevado, e igual creo que una obra verdaderamente profunda y reveladora puede dar más goce que una superficial, a cualquier persona. Lo que tal vez nos hemos ido con la de trapo.

Lo calamitoso y victimista no es necesariamente profundo, lo parece porque lleva implícito un chantaje sentimental. En tanto más desgarrador sea el sufrimiento expuesto, menos nos atreveríamos a minimizar la obra, porque parecería indiferencia y a nadie le gusta sentirse un indolente o un desalmado.

Que el teatro de la crueldad pueda dar obras elevadas no significa que la crueldad sea elevada. Para mí lo más paradójico de esta versión cubana es que la condena implícita a la complacencia, exigiéndole al público que se olvide de tal cosa, viene acompañada de un culto a lo libertino y soez, como lo mejor que podríamos hacer en el mundo. En todo caso sería reflejo de nuestras incongruencias con el tema.

El videojuego no puede darse estos lujos: un juego que no sea placentero sería un contrasentido. Si entendemos que lo elevado es lo sufrido, este sería el colmo de la superficialidad. Por suerte a los niños siempre los hemos exonerado un poco del martirio, y así el arte para este destinatario ha quedado como único reducto donde la validación no se busca a través de lo calamitoso. Y como el juego suele ser visto como actividad infantil, esto le da cierto permiso. No más que eso, de subestimación sufre todo el arte para niños.

Creo que nuestro prejuicio contra lo placentero está pesando mucho en la condena a los videojuegos, y de hecho siento que en muchas de las defensas que se hacen de ellos, este es el verdadero tema de fondo. Debería analizarse de modo independiente, porque es un tema que sobrepasa el caso específico de los videojuegos. Mientras que los juegos implican también otros asuntos y por supuesto, no todo cuestionamiento a ellos deriva del prejuicio.

El sedentarismo

Esta es una de las grandes preocupaciones del hombre contemporáneo, porque genera incontables males y porque va en aumento. Las mayores esperanzas de combatirlo estaban puestas en lo lúdico, considerando que sin otras razones para usar los músculos o someter el cuerpo a la fatiga, nos salvaría la compulsión que sentimos por jugar, empleándola en el deporte y los juegos físicos en general.

A este propósito se le anteponen los videojuegos, porque ellos satisfacen este instinto sin tener que levantarnos del asiento. En realidad ya existían otras actividades lúdicas sedentarias, como los juegos de mesa o ser espectador deportivo, pero esta viene a agregarse a la lista y, además, con un amplio campo de posibilidades y un nivel de seducción posiblemente mayor.

Creo que es acertada la preocupación, aunque también creo que lamentarnos de su surgimiento sería como lamentar que existan las golosinas. Si fuera justo, de todos modos, no tiene caso. Y esta comparación sirve para simplificar el cuento: Por un lado a nadie se le ha ocurrido la solución de desaparecer las golosinas del mapa, prohibirlas o dejar de fabricarlas. Por otro, alertar sobre sus posibles perjuicios y promover moderación con ellas, es y seguirá siendo muy positivo y no un intento de satanización, aun cuando se le dediquen programas completos a la dieta saludable y se omita decir que las golosinas pueden calmar el estrés y sirven para socializar, que es igualmente cierto.

Los videojuegos, como las golosinas, son demasiado atractivos como para que sus consumidores necesiten de argumentos. Me preocupa que se les estén haciendo loas cada vez más altas, y si se instaura el criterio de que además de ricos son saludables, no habría razón para ponerse coto.

Y esos argumentos están en la calle, cualquier muchacho te da una conferencia sobre por qué está muy bien pasarse horas jugando. Mi ahijado ya tiene respuesta hasta para la cuestión del cuerpo sentado: mutaremos. Hasta habría que darle las gracias por jugar tanto: está reajustando sus genes en beneficio del futuro de la especie. Entre estas mutaciones seguro está el asunto de la agudeza visual. Yo no dudo de que los videojuegos sirvan en algún tratamiento para personas con dificultades de la vista; lo que lo convierte en falaz es su reiteración como argumento, pues llega a parecer que jugar en PC mejora la vista. Si es esto cierto, en veinte años quebrarán todas las fábricas de espejuelos, porque con tan prolongado tratamiento las nuevas generaciones hasta verán la superficie de Marte sin telescopio.

Sobre desarrollar una industria cubana de videojuegos

Esto me parece algo tan elemental que no precisa de más de un párrafo.

Con independencia a las diversas opiniones que tengamos sobre los videojuegos, el caso es que existen y son consumidos masivamente por los cubanos.

Y el videojuego no es sólo algo que da placer y sirve para jugar, es un producto artístico comunicativo que trae consigo la visión del mundo de sus creadores, sus patrones, su cultura, su ideología. Siendo además un medio de tanto impacto, Cuba haría muy mal desatendiéndolo. Hoy por hoy eso es casi como un país sin cine o sin televisión.

Tomado de: http://www.caimanbarbudo.cu

 

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