El cine cubano del año pasado mostró un deseo de hacer un cine que refleje la realidad actual y la del pasado reciente... Espejuelos oscuros es un filme entretenido, que mantiene atentos a los espectadores en sus 90 minutos.

Pedro García - Cubahora.- Hacía rato que no veía una muestra cubana tan amplia como la presentada en el recién finalizado 37º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Y no hablo solo de números, según consenso general, todas las películas del patio ostentaban una aceptable factura.


Como carezco del don de la ubicuidad y tenía también que ver las cintas de otras latitudes con mayores posibilidades de optar por un coral, no pude visionar toda la producción nacional y se me escaparon dos títulos: La obra del siglo (Carlos E. Machado) y Caballos (Fabián Suárez).

Del primero, escuché detracciones y elogios: el jurado del certamen lo distinguió con una mención y en la selección de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica, quedó como el mejor filme cubano estrenado en el 2015.

De lo que vi, Espejuelos oscuros (Jessica Rodríguez) y Cuba libre (Jorge Luis Sánchez) fueron las que más me complacieron. Excelente divertimento, con un olfato de que carecen muchos cineastas nonagenarios, la realizadora veinteañera logró un filme entretenido, que mantiene atentos a los espectadores en sus 90 minutos.

Desde el primer cuento que narra la escritora ciega (Laura de la Uz, una vez más convincente), se nos alerta de que todo lo que parece ser no es realmente, pues el relato, supuestamente de la vida real, no es más que un remake de Enma Zunz, el clásico de Jorge Luis Borges. Pero el delincuente (Luis Alberto García) lo desconoce.

Muchos espectadores, yo entre ellos, nos preparamos para un final que parecía predecible. Y ahí vino la sorpresa, patentizado en los gritos de complacencia del público que colmó esa noche la sala, porque no pudimos, nadie pudo, adivinar todo el final.

Cuba librees un filme necesario. Como lo fue Clandestinos, de Fernando Pérez, en su época. Ambas no son obras históricas, sino ficciones que respetan la lógica de la Historia y la muestran tal como fue. En el caso de la cinta de Jorge Luis Sánchez, aborda un momento trascendental: la derrota de España y la ocupación estadounidense.

No abundaré sobre este título porque ya le dediqué un comentario completo durante el Festival. Reitero lo que entonces dije: no es una obra perfecta, hay personajes que bordean lo caricaturesco y en la segunda mitad afloja el ritmo. Pero es toda una lección de Historia, aun siendo ficción: mucho mejor que cien aburridos manuales.

Una cinta que gustó a determinados públicos y provocó enojo en un sector de la crítica especializada fue El acompañante, de Pavel Giroud. Siguiendo los cánones del cine comercial, con tantos guiños a la taquilla como una comedia Disney, trata sobre un enfermo de Sida y un boxeador sancionado, quien deviene una especie de enfermero.

A pesar de esas limitantes, este filme tiene una cualidad de la que ha carecido cierto cine cubano, más preocupado por la estética que por la comunicación: el poder de emocionar a los espectadores. Aparte de que Armando Miguel en el protagónico tiene un desempeño memorable.

Para Gerardo Chijona la comedia es su medio natural. El realizador de Adorables mentiras vuelve a las andadas, ahora con La cosa humana y transforma a La Habana en un escenario para sus intertextualidades cinematográficas y literarias, en claras referencias a lecturas y visionajes de su preferencia.

Desde el supuesto portón del Combinado (prisión) del Este, remedo de la imagen de las cárceles latinoamericanas que aparecen en las cintas y seriales televisivos estadounidenses, hasta la teniente investigadora, con ecos no muy lejanos de un famoso personaje de la novelística cubana, todo gira en función de entretener. Y lo logra.

Café amargo (Rigoberto Jiménez) prometía en su primera media hora de proyección ser una cinta trascendente. Pero pierde la brújula a mitad de camino y al final, padece de tremendismo y echa por la borda todo lo anterior, violando la lógica de la historia y tornando al filme inverosímil.

Un buen ejemplo es el personaje de Cira, quien se pasa toda la película amenazando con irse con el primer hombre que aparezca. Llega la Revolución, pasan 40 años y a pesar de planes Ana Betancourt y otros similares que despoblaron de Ciras la serranía oriental, ella se niega a sí misma.

Su transformación de 180 grados no se argumenta en la trama. Y al espectador, cuando abandona la sala al final de la función, le parece que le han querido vender gato por liebre.

En general, se apreció en la muestra cubana un deseo de hacer un cine que refleje la realidad actual y la del pasado reciente, sin intenciones de complacer a ciertos públicos del sur floridano y la península ibérica.

No son obras perfectas, reitero, pero mantienen un nivel de dignidad en la realización. ¿Estamos ante un nuevo despegue de la cinematografía nacional? El tiempo dirá.

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