Pedro Antonio García – Granma.- La presentadora, Hortensia Lamar, hoy una casi olvidada escritora, vestía a la moda, aunque no tan provocativamente como aconsejaban las portadas de Social y Alma Mater.


La entonces sede de la Academia de Ciencias se había engalanado con banderas uruguayas y cubanas. Era un homenaje a la también hoy casi olvidada escritora Paulina Luissi. Un almanaque consignaba la fecha: 18 de marzo de 1923.

A una invitación de la presentadora, el orador principal, Erasmo Regüeiferos, se acercó al estrado. Su fama provenía de 14 parlamentos de una obra teatral de su autoría, El sacrificio, y de ciertos negocios turbios en que se había involucrado, como secretario (ministro) de Justicia, junto con el Presidente de la república. Quince jóvenes se pusieron igualmente de pie. El corrupto funcionario se detuvo a mitad de camino, como esperando un homenaje de la muchachada.

Sucedió todo lo contrario. Un muchacho rubio, delgado, escueto, de ojos claros y agudos —como lo describió la prensa de la época—, dijo: “[…] Perdónenos la ilustre escritora a quien con tanta justicia se tributa este homenaje. Protestamos contra el funcionario tachado por la opinión, y que ha preferido rendir una alta prueba de adhesión al amigo antes que defender los intereses nacionales. Sentimos mucho que el señor Regüeiferos se encuentre aquí. Por eso nos vemos obligados a protestar y retirarnos”.

La concurrencia se estremeció entre la estupefacción y el asombro. Regüeiferos dejó caer sus manos, como un boxeador apaleado. En medio de un denso silencio, los 15 jóvenes abandonaron el recinto, para dirigirse a la redacción de un periódico a dejar constancia de su actuación. No todos suscribieron el documento, que luego se denominaría Protesta de los Trece. El muchacho rubio estampó en él decididamente su nombre: Rubén Martínez Villena.

Aunque esta fue su primera aparición pública en la vida política del país, ya era suficientemente conocido en la prensa y en los medios literarios por su producción poética. Varios de sus excelentes sonetos (Rescate de Sanguily, Jimaguayú, Máximo Gómez) habían sido acogidos en las páginas de importantes publicaciones. En el mismo 1923 daría a conocer piezas antológicas suyas como La pupila insomne y El gigante, entre otras. Pero ya le iba interesando, más que sus versos, la conquista de toda la justicia social.

Mediante su amistad con Julio Antonio Mella se fue radicalizando su pensamiento y colaboró estrechamente con él en la creación de la Universidad Popular José Martí y en la fundación de la Liga Antimperialista de Cuba. En 1927 el Partido Comunista (PC) lo aceptó como uno de sus militantes. A su lecho de enfermo en la Quinta de los Dependientes, donde se hallaba recluido por una aguda congestión pulmonar, fueron a darle la noticia.

El revolucionario Fabio Grobart lo conoció por aquellos días. Años después confesaría: “Pálido y delgado, Rubén nos recibió con cariño. Con sus ojos, cuya expresión conjugaba inteligencia, sinceridad y ternura, y con su sonrisa franca, a veces triste, sabía conquistarse en seguida la simpatía y la confianza de todos los que no le habían conocido antes […] Tenía algo que hacía que los obreros se sintieran bien a su lado y lo consideraran suyo. Ese algo era su modestia extraordinaria, su profundo humanismo, su sensibilidad para con los sentimientos a los demás y su sentimiento innato de repulsa a toda clase de injusticia”.

Rubén nunca asumió el cargo de secretario general del Partido, pero devino su líder natural, sobre todo después de la muerte de Mella. Bajo su impronta se operó un cambio radical en el movimiento obrero y comunista, como lo demostraron la huelga general del 20 de marzo de 1930, que paralizó al país por más de 24 horas, y la de agosto de 1933, decisiva para el derrocamiento de la tiranía machadista.

Enfermo de muerte, recluido en el sanatorio La esperanza, Rubén participó activamente en todo el contenido y los proyectos para el IV Congreso Nacional Obrero de Unidad Sindical (enero de 1934). Solo reaccionaba de sus fuertes ataques de disneas con dosis elevadas del medicamento. Entonces bromeaba con las enfermeras, se excusaba con ellas por las molestias que les causaba. Aceptó incluso comerse una fruta.

Sufrió su último ataque en la madrugada del 16 de enero de 1934. Tenía apenas poco más de 34 años. Millares de cubanos, olvidando diferencias ideológicas, acudieron a su sepelio a rendirle homenaje.

 

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