ACN TV.- Entrevista a Carlos Celdrán, Premio Nacional de Teatro 2016 y referente imprescindible de las artes escénica cubanas, por su rigor y aportes al milenario arte de las tablas. Un acercamiento a su visión del teatro.


El teatro en tiempos de Carlos Celdrán

El Premio Nacional de Teatro 2016 dialogó con JR

Lourdes M. Benítez Cereijo - Juventud Rebelde.- Asegura que para escribir la historia de su vida hay dos pilares que no podrían faltar: su abuela, por ser su raíz y la persona que le enseñó la afectividad; y su pareja, sin la cual no podría hacer nada. Años distancian al niño que se sintió hechizado en su primer contacto con el teatro al ver Contigo, pan y cebolla y al adolescente que estableció una singular simbiosis con el personaje de Julián Sorel en el El rojo y el negro, del hombre que hace unos días mereció el Premio Nacional de Teatro. Sin embargo, si algo no ha cambiado el tiempo en Carlos Celdrán es su fascinación por el arte escénico.

En la sede de Argos Teatro recibió el director de la reconocida agrupación a JR, casi 40 minutos antes de comenzar la tercera función de Protocolo. Sus palabras convirtieron 22 minutos de entrevista en una clase magistral acerca de la vida y del teatro. 

—Constantemente hablas de llevar a los espectadores una historia transparente y clara. ¿Alguna vez has tenido que «ensuciarte las manos» para lograrlo?

—Sí, mucho. La transparencia es para poder ver el fondo de las cosas, sin embargo, a veces el fondo es muy oscuro. Se trata de una estrategia, no es un lavado de la realidad, que es contradictoria y agónica. Me gusta ver el teatro así, intento hacerlo claro para adentrarme en las causas.

—¿Con qué no te gusta ensuciarte?

—La falta de ética y la cobardía.

—En la artesanía del teatro, ¿cómo te defines?

—Hay quien dice que Dios está en los detalles y en el teatro eso es clave. Si no cultivas el perfeccionismo y gusto por el detalle, no es válido. En ese sentido diría que soy como un orfebre.

—Escribir te cuesta trabajo, ¿por qué?

—Porque trato de estar a la altura de lo que leo.

—Mucho de lo que has escrito tiene el propósito de resguardar un patrimonio de anécdotas. ¿Te preocupa la permanencia en la memoria colectiva?

—Sí y no. Trabajo en el presente. Algo he aprendido y es doloroso: el teatro se olvida. Prefiero lo maravilloso del instante, el ahora, que llena de sentido la vida. Vivo el teatro y lo hago intensamente, aun sabiendo que será olvidado y que tendré que empezar de nuevo. Si queda alguna huella será de ese tipo, de un arte muy efímero, pero que da mucho placer.

—Si el teatro corre el riesgo de diluirse, ¿por qué apostar por la locura de lo efímero?

—Es una locura, pero es mi vida y no puedo dejar de hacerlo.

—Hablabas de lo doloroso del teatro, ¿cuáles son tus heridas?

—Para poder conquistar a los demás, los artistas deben estar dispuestos a sacrificarse. Si estás complacido no puedes analizar, criticar, descuartizar. Hay que mantener una separación y yo la he tenido por mi propia vida, y ahí estarían las heridas que me hacen insistir en demostrar que existe algo valioso por lo cual apostar.

—Mucho se habla del teatrista. ¿Qué sucede cuando el director llega a casa?

—La vida doméstica no se me da muy bien. Soy mal cocinero. Por lo general sigo trabajando y leo. Contamino los dos espacios: teatro y casa, pues suelo aburrirme cuando no trabajo. También veo televisión y me gustan las series de HBO.

—En la dramaturgia y el teatro cubanos, ¿cuáles son las fortalezas y debilidades?

—La mayor debilidad está en poder definir el presente, lograr tener un reflejo de quiénes somos hoy de un modo complejo, dinámico, no utópico, y sin clichés. A los escritores les es muy difícil lograr esa captación del momento. Lo bueno es que hay mucha gente con fuerza que está diciendo cosas que antes no veíamos en los escenarios. La dramaturgia se ha expandido hacia nuevos temas. La juventud es mucho más desenfadada y ha roto tabúes y lanzas. Todavía hay muchos límites y miedos. El arte y el teatro son para eso: para vernos por dentro y pensarnos.

—En esa idea de pensarnos, ¿el teatro como foro cívico es utopía o realidad perfectible?

—Es una realidad perfectible. Para mí es una metáfora, algo que muestra el camino. Que el teatro tenga un lugar central en la sociedad es una pretensión y lograrlo es en extremo complejo.

—Has dicho que durante la etapa del Buendía necesitaste que «me definieran con palabras lo que soy». ¿Qué palabras fueron en ese momento y cuáles son ahora?

—En el Buendía estaba en la etapa del aprendizaje. Era el teatro de amigos, de la imagen, la experimentación. Hoy es un teatro para la sociedad. Hoy demando del público una lectura cómplice, no frívola, que se divierta pero que se remueva.

—Gran parte de lo que haces se trata de desnudar un proceso, ¿no te asusta quedar vulnerable?

—No. El teatro debe mostrar la evolución. Un espectáculo se comunica con el otro. Uno advierte cómo los temas y el desarrollo de los actores van intercomunicándose. Todo es parte de un gran proceso, de una obra mayor con una poética orientada al viaje.

—Los espectadores puede ser implacables, ¿te has sentido agobiado?

—Muchísimo. El público es duro y a veces cruel. Te dice la verdad y te sientes decepcionado y herido; pero al final tienes que componerte, retomar todo y seguir trabajando. Lidiar con la presión del espectador no es sencillo. Cada vez te exigen más y por tanto tú te exiges más. El enfrentamiento con el público me pone muy nervioso. Antes era más ingenuo, pero mientras más sabes más temes.

—Veinte años es un largo camino. Si tuvieras que hablar de rupturas y reconciliaciones, ¿cómo sería ese recuento?

—Han sido muchos momentos de cambios, de abandono de poéticas y reencuentro con otras. Siempre estoy aprendiendo y recibiendo muchas influencias: cuando viajo, al ver teatro, de la juventud, de mis contemporáneos, de lo que está pasando… Sentir que me estoy quedando atrás me hace volver a violentarme para ir hacia otras zonas. Hay que estar muy atento.

—La historia de Argos Teatro contada por tres obras, ¿cómo quedaría?

—El resultado sería: El alma buena de Se-Chuan, Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini y Aire Frío. Si fuese a hablar de una de las  más recientes tendría que nombrar Mecánica, porque ha sido la búsqueda interesante hacia un teatro contemporáneo en Cuba.

—En junio montarás la primera obra de tu autoría, ¿por qué esperar 20 años?

—Fue casual. Ese texto lleva escrito casi 15 años, no lo hice para teatro, pues era un diario personal. Un día descubrí que se podía llevar a las tablas y hacer teatro autorreferencial y lo fui manipulando hasta que me decidí a hacerlo, pero no tiene que ver con el aniversario.

«Se trata de mi relación durante la infancia y adolescencia con mis padres, escrito de un modo que puede servir para todos. Lleva por título Diez millones, porque se enmarca en el contexto de esa zafra».

—En un momento consideraste que ser maestro era una distracción de lo fundamental, ¿qué sucedió?

—Después de nueve años dando clases en el ISA me cansé. Sentí que graduaba muchos actores y después ellos no tenían cómo poner en práctica los conocimientos. Se diluía la experiencia del aprendizaje y se iban, dejaban de ser actores. Me di cuenta de que era como perder el tiempo.

—¿Te decepcionaste?

—Un poco. Preferí quedarme con algunos estudiantes y llevar esa formación de nuevas generaciones como parte de mi teatro, acorde a mi forma de hacer pedagogía. Ahora volveré al ISA a dar clases de Dirección, que me parece una forma más justa y precisa porque los directores, a su vez, pueden formar equipos.

—Muchos coinciden en que el teatro es un acto de liberación, pero: ¿ser fiel a una estética no es una suerte de cautiverio?

—No creo que sea fiel a una estética porque voy viajando y buscando, tanto desde la forma como del contenido. Dentro de una estética mayor estoy cambiando constantemente. No me he sentido preso, aunque siempre está la idea de querer ser otro, de negarme completamente y salir con un espectáculo opuesto. Pero son situaciones que se resumen a vanidades. En esencia sigues una investigación más lógica. No lo tiras todo así de pronto.

—¿Y no has pensado hacerlo?

—Eso va a llegar, pero no lo puedo violentar. He luchado duro contra la tentación de perseguir la moda y estar al día para complacer el gusto que prima, sería desangrarme en algo que no va a fondo. Voy más lento, me doy mi tiempo.

—El minuto antes de salir a escena y un minuto después de que acaba la función, ¿cuáles son los demonios que ocupan tu mente?

—El terror. No me gusta verle la cara directamente a los espectadores. Prefiero quitarme esa neurosis y me oculto.

—Abel González Melo ha dicho que eres «un maestro para entregarse a tu texto con absoluta reverencia y muchos deseos de manipularlo por dentro». ¿Eso te convierte en una especie de «cirujano» del teatro?

—Me gusta leer el comportamiento humano y eso me conduce a sesiones de análisis fuerte. Valoro los ensayos que te permiten descubrir causas y razones; y ese es mi gran placer. En esa suerte de «cirugía interna», es con lo que más me entretengo.

—Reinventarse todo el tiempo es casi una máxima. ¿Cómo te despojas de lo aprendido para volver a aprender?

—No lo sé bien, pero sé reconocer cuándo llega algo que me indica el camino a seguir. Tengo curiosidad por lo que viene. ¿Qué será lo que voy a hacer el año que viene? No lo sé. No preparo nada con antelación. La incertidumbre suele ser muy productiva.

—Premio Nacional de Teatro: ¿alcanzaste ese instante pleno e insuperable?

—No lo quiero ver así porque sería intimidante. Estoy disfrutando la parte emocional. Cuando me entreguen el premio volveré a luchar como siempre por un espectáculo.

«Fue una sorpresa porque pensé que me lo darían más viejo. Lo que ha sido más fuerte es recibir el elogio y cariño de la gente que me rodea habitualmente. Creo que el lauro da esas licencias. Incluso aparecen familias lejanas que te llaman.

«No sabía que un premio podía tener ese efecto, porque he recibido muchos otros, pero este ha desatado que la gente me diga lo que ve en mi esencia».

—Si la verdadera imagen del teatro es invisible, ¿cómo reconocer a Argos Teatro y su director en el escenario?

—No sabría decirte. No tengo palabras. Mi teatro se trata de que la gente haga y diga en el escenario lo que realmente piensa, que sea la síntesis de una experiencia personal. Si algo me distingue es la búsqueda de la verdad en ese viaje al centro del ser humano.

Dramaturgo cubano Carlos Celdrán recibirá Premio Nacional de Teatro 2016

Cubadebate.- Cuba celebró el viernes el día del arte escénico nacional con la entrega del Premio anual de ese género al prestigioso dramaturgo Carlos Celdrán, director del grupo Argos Teatro, como parte de las Jornadas Villanueva, dedicadas cada mes de enero a esa manifestación.

Teatrólogo, dramaturgo y licenciado de la Universidad de las Artes (ISA), Celdrán atesora numerosos reconocimientos nacionales y extranjeros, y está considerado un maestro de las juventudes artísticas.

Graduado del Instituto Superior de Arte de Cuba (ISA), el dramaturgo ha dirigido en su país una veintena de espectáculos teatrales, y otras en naciones como Venezuela y México.

Su experiencia como profesor lo ha llevado a trabajar en el Instituto Superior de Danza Alicia Alonso de la Universidad Rey Juan Carlos, en Madrid, España; en el Instituto Universitario de Teatro, en Venezuela, y en el ISA.

Cada 22 de enero se conmemora el Día del Teatro Cubano, para recordar aquella vez cuando en 1869 en la escena criolla, un actor de los bufos habaneros hizo alusión a las huestes mambisas que luchaban en la manigua contra las autoridades coloniales españolas.

De inmediato las Fuerzas de Voluntarios, leales a la corona hispana, desataron una sangrienta masacre, disparando contra el Teatro Villanueva y la soldadesca asoló a La Habana, durante varios días, saqueando y matando a víctimas inocentes.

Carlos Celdrán (La Habana, 1963), ostenta la Distinción por la Cultura Nacional que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba, y en 1996 creó su grupo Argos Teatro, que hoy resulta un referente imprescindible de las artes escénica locales, por su rigor y aportes al milenario arte de las tablas.

(Con información de la Agencia Cubana de Noticias y Prensa Latina)

Distinguen a Carlos Celdrán con el Premio Nacional de Teatro de Cuba 2016

Cubadebate - Foto: Juventud Rebelde.- Carlos Celdrán, uno de los directores más reconocidos del panorama escénico en Cuba, mereció el Premio Nacional de Teatro 2016.

El jurado —integrado por Verónica Lynn (presidenta), Carlos Pérez Peña, Eduardo Arrocha, Carlos Díaz y Juan Piñera— seleccionó al director de Argos Teatro por su sostenida impronta investigativa y escritural, sus notables creaciones y magisterio teatral, y por «estimular la búsqueda constante desde el más fiel compromiso artístico del creador atento y vivaz en sus relaciones con actores, diseñadores, dramaturgos, colegas y espectadores».

Celdrán compartió la nominación con el diseñador Zenén Calero, el actor y director Dagoberto Gaínza, la actriz Xiomara Palacio, y Fátima Patterson, directora del Estudio Teatral Macubá.

El teatrista es también profesor del Instituto Superior de Arte, autor de libros acerca del ejercicio de la dirección escénica y preside el centro nacional del Instituto Internacional de Teatro.

Las puestas de Carlos Celdrán se distinguen por la esencialidad de sus presupuestos, por el sólido trabajo con el actor y el decidido compromiso con la dramaturgia de los autores seleccionados.

En su intensa y exitosa trayectoria se incluyen obras como Chamaco, Talco y Mecánica, de Abel Gónzalez Melo; Stockman, un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, Fíchenla si pueden (versión de La puta respetuosa, de Jean-Paul Sartre) y Aire frío, de Virgilio Piñera.

El galardón, que otorga el Consejo Nacional de las Artes Escénicas en colaboración con el Ministerio de Cultura y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, se entregará el 22 de enero, Día del Teatro Cubano.

(Con información de las agencias)

Carlos Celdrán, Premio Nacional de Teatro

Yuris Nórido - CubaSí.- El Consejo Nacional de Artes Escénicas ha reconocido la excelencia de una obra creativa, referente indiscutible del teatro cubano contemporáneo…

El Consejo Nacional de Artes Escénicas ha otorgado este lunes el Premio Nacional de Teatro al director escénico y profesor Carlos Celdrán, figura esencial de la escena cubana contemporánea.

Un jurado presidido por la actriz Verónica Lynn e integrado por el actor Carlos Pérez Peña, el diseñador Eduardo Arrocha, el director Carlos Díaz (Premio Nacional de Teatro 2015) y el compositor Juan Piñera, destacó el magisterio teatral de Celdrán, compartido con igual intensidad con profesionales, estudiantes y amateurs en Cuba y en el extranjero.

Tomó en cuenta también “su permanente indagación de la escena y sus dispositivos elocuentes, su voto por estimular la búsqueda constante desde el más fiel compromiso artístico del creador atento y vivaz en sus relaciones con actores, diseñadores, dramaturgos, colegas y espectadores”, según consta en el Acta de Otorgamiento.

Muchas personas se muestran asombradas de la juventud del galardonado, pero nadie duda sus merecimientos.

Celdrán dirige una de las más reconocidas compañías cubanas: Argos Teatro, con la que obtenido numerosos premios de la crítica y galardones en festivales en Cuba y otras naciones.

Es además profesor del Instituto Superior de Arte y autor de libros sobre el ejercicio de la dirección escénica y preside el centro nacional del Instituto Internacional de Teatro.

Las puestas de Carlos Celdrán se distinguen por la esencialidad de sus presupuestos, por el sólido trabajo con el actor y el decidido compromiso con la dramaturgia de los autores seleccionados.

Celdrán ha llevado a escena textos de clásicos del teatro universal, autores internacionales contemporáneos y jóvenes creadores cubanos, siempre con excelentes críticas y con gran acogida del público.

El Premio Nacional de Teatro será entregado el 22 de enero, Día del Teatro Cubano, en una gala que forma parte de las Jornadas Villanueva.

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