Miembro de la Asociación Hermanos Saíz, Oscar es parte de esa generación de jó­venes trovadores que ha surgido a la vida creativa como cronistas honestos de los dra­mas humanos de su entorno más inmediato y plasman

Michel Hernández - Diario Granma.- Oscar Sánchez canta como un sobreviviente. Canta con la ur­gencia de quien estuvo en el centro de un huracán y, en el último momento, logró escapar del vacío. En sus canciones saltan a la cara las grietas del asfalto, los moretones de la vida, las cicatrices de quien no ceja en de­fender una idea aunque la co­rriente va­ya, definitivamente, por otro lado.


Miembro de la Asociación Hermanos Saíz, Oscar es parte de esa generación de jó­venes trovadores que ha surgido a la vida creativa como cronistas honestos de los dra­mas humanos de su entorno más inmediato y plasman, además, en sus canciones sus propias historias personales.

Pero su caso es bastante singular en el mundo trovadoresco cu­bano. No solo por el hecho de que su filosofía creativa lo ubique a me­dio camino entre figuras como Ray Fernández o Jorgito Ka­man­kola, sino porque pertenece a esa especie de juglares del asfalto que toman distancia de la lírica más rebuscada surgida en ciertas zonas de la trova, para hablar sobre la realidad con una poética urbana identificada por mensajes contundentes y llenos de fuerza vital Sin embargo, esto no significa que no exista poesía en sus textos, sino que la poesía, en Oscar, también nace desgarrada.

Un claro ejemplo es el tema A mis viejos, perteneciente al disco que grabó en el espacio A guitarra limpia, del Centro Cul­­tu­ral Pablo de la Torriente Brau. La canción es una especie de tributo a la consagración de sus padres y a través de esa imagen nos ha­ce reflexionar sobre las búsquedas y expectativas de esa generación, que hoy ya ronda, casi sin darse cuenta, los 60 años. A mis viejos es a la larga una de las canciones más hermosas e inquietantes de este álbum y del repertorio de este trovador holguinero de 30 años, cuya obra rubrica la transgresión y la calidad, evidenciada en una mixtura de géneros que recorren la trova tradicional, el changüí, la guaracha, el rock ar­gentino o la murga uruguaya.

Este álbum, conformado por 13 temas, comprende otros títulos como Rutina pro­letaria, Fábula del pez pequeño o Sobre la suerte, que tienen detrás el motor de esa trova acelerada e irreverente que prima en su obra. También hay otros que descansan en reposo y se alejan notablemente del vér­tigo.

Les recomiendo en esta línea Sobre la espera, Alfarera o Viaje, tres temas en los que Oscar se empeña en mostrar una versión suya más apegada a las diligencias del amor y a las relaciones de pareja, argumentos que aborda con metáforas alejadas de los lugares comunes y de las frases manidas con que algunos trovadores llenan la falta de imaginación. En el camino aparece una canción que ilustra muy bien su personalidad, en la que la irreverencia en vez de utilizarse como pose es un rasgo notorio de su compromiso ante la música y la realidad. Se trata de Otra canción de la trova, un título sobre los trovadores que languidecen en la poética más enrevesada, lo que les impide abrir los ojos y cantar con la premura que definitivamente merecen estos tiempos.

Este disco no registra uno de sus caballos de batalla, La gastritis, incluido, no obs­­tante, en el álbum que recoge su concierto en el Centro Hispanoamericano de Cul­­tura con la banda Kñenga. Junto a esta canción, bien popular entre un segmento de los trovadictos, aparecen otras en las que se asientan perfectamente sus inquietudes e intenciones creativas, como Mono, mo­nito, Na­da, o Chu­parle la semilla al man­go.

Con los músicos de la Kñenga, Oscar expandió el eclecticismo de su estilo y le ha dado rienda suelta a algunos experimentos rítmicos, en los que entran en un diálogo constante, la flauta, la guitarra y la percusión. En un primer momento, los distintos componentes de la banda pudieran parecer fragmentos desordenados, pero luego, tras una primera oída, se percibe que el discurso está bien hilvanado y responde a la necesidad de un músico que también canta co­mo si quisiera expresar los sentimientos más feroces con cada parte de su cuerpo. Canta, digámoslo de nuevo, como si fuera un sobreviviente. Y en cierta medida lo es. Porque ha defendido la trova desde la transgresión y no ha muerto en el intento.

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