La AHS reúne a la vanguardia del arte joven en Cuba. (Calixto Llanes / Juventud Rebelde)

Mayra García Cardentey - Cubahora.- Ya casi ningún joven conoce a Mozart, a no ser una referencia vaga que los hace pensar en “algún” músico famoso. Si se hiciera una prueba sonora para identificar las principales obras del compositor y pianista austriaco, pocos pudieran dar resultados acertados. A las más nuevas generaciones le parece muy “antiguo”, “cheo”, “pasado de moda”, “cosa de viejos”. Como “cosas de viejos” pueden ser Chopin, The Beatles, Sindo Garay, César Portillo de la Luz. Claro. Ninguno de ellos suena como Gente de Zona, canta como Enrique Iglesias o se viste como Prince Royce.


  • Política Cultural de la Revolución Cubana : Es el conjunto de interacciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los diversos grupos comunitarios organizados con el fin de ordenar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o cambio social.
  • Consumo Cultural: Acceso efectivo a una serie de bienes, servicios y actividades, entre los que se cuenta el cine, el teatro, las exposiciones de artes visuales, la lectura de libros,etc. Se trata de una práctica en la que los individuos movilizan sus recursos y repertorios culturales.
  • En el Capítulo V (artículo 39) de la constitución de cuba se hace referencia a postulados dedicados a la Educación y Cultura.

Cuando el 27 de enero se cumplieron 260 años del natalicio de uno de los músicos más influyentes y destacados de la historia, escasas cuñas de radio o espacios de televisión le dedicaron reseña. Y el público, casi seguro, ni se dará cuenta.

Es cuestión de consumo, piensan muchos. Es dilema de política cultural, esgrimen otros. En honor a la verdad, de todo es, pero como el traído tema de la gallina y el huevo, uno depende del otro, girando en círculos como serpiente que se muerde la cola. Pero como la recepción es plural, y metodológicamente indefinible en un artículo como este, pues vale la pena dialogar sobre directrices culturales en la Cuba actual.

¿QUÉ DICE LA POLÍTICA CULTURAL DE LA REVOLUCIÓN CUBANA?

La interrogante todavía hoy genera no pocas polémicas. Si bien Fidel Castro Ruz y sus medulares Palabras a los intelectuales de 1961 trazaron un sentido ideológico transversal para el proceder con respecto al arte y la cultura en Cuba, algunos añoran un documento más actual y, por lógica, atemperado a las nuevas significaciones.

Porque “en nombre de la política cultural cubana” se han hecho y hacen encomiables esfuerzos; pero bajo ese escudo también se albergaron y suceden todavía procederes ambiguos e inexactos.

La petición de pautas más claras para el tema ha centrado debates en la Asamblea Nacional del Poder Popular. La preocupación por las (re)interpretaciones de un discurso fundacional con 55 años hace consensuar en algunos delegados al máximo cónclave cubano, así como a artistas y creadores, en la necesidad de un corpus legal que permita alejar difusas dilucidaciones.

No obstante, y a la vez, otros se preguntan: ¿Cómo establecer legalmente cuestiones como la creación artística, su gestión, promoción y distribución, sin que ello signifique límites burocráticos?

Aunque, a pesar de las discrepancias sobre la necesidad o no de un marco jurídico a la sazón, el Ministerio de Cultura y sus máximos representantes han brindado a lo largo de estos años diversas declaraciones, sino teóricas al menos de intenciones.

En ese sentido, el actual titular del ramo, Julián González Toledo, expresó en una entrevista a la prensa nacional hace más de un año que en Cuba está garantizada la libertad creativa. “Los artistas están cubriendo un espectro amplísimo, desde una notable altura conceptual, estética, metafórica… El arte no es un ente meramente decorativo; es transgresor, irreverente, polémico. (…) La mayoría de los escritores y artistas cubanos hacen un arte comprometido con su realidad y con el pueblo. Y las instituciones los acompañan, no diciéndoles lo que tienen que hacer”.

Las aproximaciones al asunto han sido varias. El propio Abel Prieto, exministro de Cultura, insistió en la importancia del tema, durante su conferencia magistral en el XIII Congreso Latinoamericano de Extensión Universitaria. A su entender, la proyección de la Revolución Cubana gira en torno a la democratización de la cultura, la formación de sujetos críticos ante su realidad social y con apego a sus tradiciones y valores patrimoniales.

En el argumento insistió también Miguel Díaz-Canel, primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en los debates de la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de la Asamblea Nacional del Poder Popular en el pasado julio. “Cuba tiene una sola política cultural, y se debe aplicar en todos los escenarios, sean estatales o no”.

Ante estas declaraciones: ¿Qué sucede cuando transmiten audiovisuales de dudoso contenido en los centros recreativos? ¿Quién regula los chistes homofóbicos, racistas y regionalistas de ciertos comediantes en sus espectáculos de cabarets? ¿Cuál es el mecanismo para la promoción de una identidad nacional coherente y sin estereotipos? ¿Qué instrumento metodológico o conceptual existe o se aplica para decidir qué se pone en cartelera o que se quita de ella?

LA CULTURA: DE TODOS Y CON TODOS

La responsabilidad sobre la cultura, en el mayor sentido de la palabra, no es solo del Ministerio relacionado con el tema. Compete a las asociaciones gremiales, como la Hermanos Saíz y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), a agrupaciones afines como la Unión de Periodistas de Cuba (Upec) o la Asociación de Comunicadores Sociales (ACCS). Si se fuera a enumerar con justicia, la lista sería aún más grande.

Y esa es la cuestión. La cultura es problema de todos y no de unos cuantos, especialmente ante un mundo cada vez más globalizado y heterogéneo. Compete a la mayoría entender la cultura como un proceso sistémico que va desde la creación, producción, hasta la comunicación, distribución, compra-venta y consumo. Desde la familia que incide e insiste en patrones de recepción para sus miembros, pasando por la escuela que los consolida o revierte, hasta los organismos pertinentes que promueven la creación artística y la administran.

¿Se necesitan leyes? Sí, pero sin visiones fronterizas o sectarismos. ¿Habría que pensar en nuevas formas de gestionar la cultura? Sí, pero con mirada previsora para evitar esquemas mercantilistas o fórmulas de facilismo. ¿Resultan necesarios mayores y mejores mecanismos de participación en la concepción cultural de la nación? Imprescindible, toda vez que aleja fantasmas de dogmas y censura, que durante un tiempo azotaron, y todavía muestran, de vez en vez, sus fauces en la actualidad creativa.

La estrategia política, como dijera en una ocasión Abel Prieto, debe ser supraministerial, sistémica, “para poder captar la complejidad de la realidad, y con un fundamento ético en pos de la equidad y el bienestar social”. Resultan buenas ideas sin todo el respaldo práctico.

Una cultura donde quepan todos, desde la calidad ética hasta la estética. Una cultura transparente en su concepción, gestión y promoción, que no permita traducciones extemporáneas de frases traídas y llevadas que anulan y sectorizan.

La mejor percepción la brindó hace casi diez años Abel Prieto en una entrevista al periódico La Jornada, a propósito de las reuniones en Casa de las Américas para debatir el polémico Quinquenio Gris: “¿Cómo hay que leer hoy aquella frase: ‘Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada’?”. “Ese es un momento, una frase dentro del discurso que se conoce como Palabras a los intelectuales. Lo que pasa es que cuando tú sacas eso y lo conviertes en un eslogan, la gente dice, bueno, y quién interpreta lo que está dentro y lo que está contra. El propio Fidel dice que, incluso, dentro de la revolución tiene que haber un espacio para que trabajen en la cultura y colaboren con nuestra obra cultural, inclusive, aquellos intelectuales que no se consideren revolucionarios. Es decir, el ‘dentro’ no es exclusión, es convocatoria amplísima a todas las tendencias. Después los exégetas, en nombre del dogma, traicionaron ese discurso”.

Mayra García Cardentey: Graduada de Periodismo. Profesora de la Universidad de Pinar del Río. Periodista del semanario Guerrillero. Amante de las nuevas tecnologías y del periodismo digital.

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