Fidel Díaz – El Caimán Barbudo.- En este marzo de 2016 llega El Caimán Barbudo a su 50 aniversario y se cumplen 7 años de que su peña Trovando naciera en el patio bar de los Estudios Areito de la EGREM.  


Nada, que todo pasa y sigue igual

salvo por los matices de la cotidianeidad:

el barrio, los amigos,

la peña de los miércoles y el bar

donde noche tras noche vamos a olvidar.

Haber inspirado esta bohemia y poética canción de Ihosvany Bernal ya justifica esos encuentros guitarreros de todos los miércoles de la vida; y no es la única, son varias las que han nacido al calor de una peña que sostiene el espíritu ancestral de la trova: esa mezcla de gozadera, con melancolía amorosa; ese cantar lo que se piensa y sueña, lo que duele y lo que cura; ese decir porque se tiene urgencia de decir, sin importar las reglas del mercado o ganarse tres kilos, o siquiera si te prestan atención o no; ese vagar con el alma en pleno, entre humo y alcoholes cazando la mirada (presente o abstracta) de alguna mujer.

Por nuestra trovada caimanera han pasado muchos, tantos que se atropellan —como diría Matamoros—, hay quienes dicen que menos Silvio y Pablo todos; y casi es verdad. Debo empezar por el legendario Adriano Rodríguez, una de las voces más grandes de la música cubana, a quien le celebramos en varias ocasiones su cumpleaños, con cake y todo; su risa de niño a los 90 años y su voz de trueno, ya no dejará de vibrar nunca en nuestro patio.

Y si de trova “tradicional” se trata, han sido muchas las veces que hemos hasta bailado con las hermanas de Voces del Caney, quienes han estrenado allí para nosotros no pocas canciones de Sindo Garay —por tratarse de piezas rescatadas de archivos o viejos discos de placa que nunca salieron al mercado.

De la generación fundadora de la Nueva Trova, tuvimos allí a esa cubana “de la gorra a los spikes”, volcánica, natural, directa, enemiga de darle muchas vueltas a un asunto. Y buen ejemplo tengo: al intentar presentarla ante el público —con el realce que lleva una trovadora como ella—, me soltó desde su asiento: “Fidelito, déjate de guataquerías ya”. Ante lo que solo pude agregar: “Con nosotros… Sara González”.

Ese trovador que es como “El trovador”, Vicente Feliú, lo hemos tenido en descargas diversas, en ocasiones acompañado de Augusto Blanca, Lázaro García, Pepe Ordás, o en memorable dúo con Ray Fernández. Y ya que menciono a este entrañable “personaje”, advierto que casi nació para el público en nuestras peñas, como varios otros que han empezado o asentado su camino probando canciones en ese antro poético, abierto y exigente.

Puede que en alguna ocasión no haya mucho público, pero es rareza que haya menos de ocho o diez trovadores, de esos que Joaquín Borges Triana y Bladimir Zamora llaman de plantilla: Ihosvany Bernal, Samuel Águila, Juan Carlos Pérez, Pedrito Beritán, Eric Méndez, Diego Cano, Audis Vargas, Silvio Alejandro, Dieguito Gutiérrez, Ray Fernández, Benito de la Fuente, Etien Fresquet, Pipo Carrazana y Yunier Pérez, quien compuso una mágica pieza, “Ángel de la trova”, dedicada a nuestro Blado Zamora.

Son incontables los grandes momentos que hemos pasado en estos 7 años, con trovadores como Gerardo Alfonso u otros que vienen del sur. En especial, quiero marcar los encuentros con la gran cantora argentina Liliana Herrero, quien la vez primera que llegó a Cuba fue del aeropuerto al patio de la EGREM, de la mano de Víctor Casaus y María Santucho (y valga aquí el agradecimiento al Centro Pablo, quien ha sido parte de esta peña, y gracias a ellos han pasado por nuestros espacios muchos otros cantores latinoamericanos, desde los más jóvenes como Cuatro de Trovas, hasta Julia Zenco con Luis Gurevich o Peteco Carabajal, por mencionar solo algunos).

Frank Delgado, William Vivanco, David Torrens, Raúl Torres, Kelvis Ochoa, Roly Berrio, Alberto Tosca, Yaima Orozco, Leo García, Alain Garrido, La Trovuntivitis en pleno, Tato Ayres, Eduardo Sosa, Ariel Díaz con Liliana Héctor, Rochy, Heidi Igualada, Luis Barbería (y buena parte de Habana abierta), Tony Ávila, dúo Cofradía, grupo Enfusión, Angelito Quintero, Marta Campos, dúo Cofradía, Amanda Cepero, Osdalgia, dúo Jade, Inti Santana, Adrián Berazaín, Ormán Cala, Mauricio Figueiral, Jorgito Kamankola, José Luis Estrada (Cachivache), Mister Acorde, Mayito (el de Jagüey), Pavel Poveda… En fin, se me quedan tantos como los que menciono, así que cuando salga este artículo tendré a más de un amigo trovador que me reprochará “cómo se te olvidó siquiera mentarme”.

Queda tanto por contar, como lo contado, y no solo de los que han subido al íntimo escenario, también del público, desde que nuestro rincón era el viejo patio a cielo abierto, desde entonces hay fieles seguidores del peñasco. Recuerdo una imagen que roza con lo increíble: dos personas bajo un torrencial aguacero, tapándose con una silla para ver a los trovadores cantando frente a ellos bajo un alero.

Quiero brindar por estos siete años de la peña Trovando con el homenaje a una cantautora, casi fundadora de la peña, Tanmy López Moreno.

La luz es música en la garganta de la alondra;

mas tu voz ha de hacerse de la misma tiniebla;

el sabio ruiseñor descompone la sombra

y la traduce al iris sonoro de su endecha. 

Me veo en el tiempo acodado en la barra del bar en el patio de la EGREM, durante la peña de los miércoles de El Caimán Barbudo, serían cerca de las 5 de la tarde. Tras saludarla y algún que otro comentario de azar, ella me confiesa el proyecto en que está volcada, como en avalancha: musicalizar los versos de Rubén Martínez Villena. Desde aquel sueño hasta hoy, ha trascurrido nada menos que un fabuloso disco, premio de Creación Ojalá, donde, como reza su título, La luz es música… Hoy me encuentro con su amante gestora, Tanmy López Moreno.

TANMY: ¡Te acuerdas de ese día en la peña del Caimán! Quería decírtelo y no sabía cómo. Me daba pena. Fue un reto muy grande. Primero, no conocía esa poesía; casi desconocía la poesía de Rubén Martínez Villena, ni siquiera había leído el libro La pupila insomne. Había leído en algún momento “Hexaedro rosa”, solamente. Conocía la figura política que nos dan en la escuela cuando se estudia la historia de los años 30, pero al Villena poeta que había detrás de ese luchador, no lo conocía. Este proceso de musicalización es algo gigante que despertó un camino de creatividad en mí. Creo que si no hubiera sido de la mano de Villena, no habría descubierto que había en mí esa capacidad de adentrarme en la poesía con mi música.

FIDELITO: Quizás alguien de mi generación habría puesto en cierta distancia a Rubén, por su dimensión histórica. En cambio, tú lo has tomado como si fuera un amigo del barrio, un joven poeta con el que te sientas a buscar, a amar, creando con él un puñado de canciones.

TANMY: ¿Te puedo ser sincera? Cuando empecé a leer los poemas no sabía, cómo hacerlo, pues nunca había musicalizado absolutamente nada. Solamente había escuchado los trabajos de Silvio Rodríguez, de Pablo Milanés, Sara González y otros más con el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que habían trabajado con textos de José Martí, César Vallejo, del propio Villena. , Pero a la hora de trabajar con textos de otros no tenía ni una pizca de experiencia, solo sabía que no podía cambiar el sentido del poema; y, musicalmente, como ya estaba componiendo otras cosas, tenía predeterminado que para obtener como resultado una canción tenía que tener un estribillo, y un montuno, o sea la parte A, la parte B, la estructura binaria que nos dan en la escuela de la canción más sencilla. 

Por ahí empecé y sucedió que Villena me fue dictando qué género iba a tener cada pieza. Increíblemente, sentí una conexión directa; llegué a tener la sensación de que ni siquiera era yo, que Tanmy era una herramienta de Villena para transmitir en este siglo, en este momento. Fluía todo tan fácil que no lo podía creer. Salía la música así… y me decía “¿cómo puede ser esto?” Solamente tuve un momento de rigidez, porque ya se acababa el tiempo de vencimiento del concurso. Había que entregar y me había quedado una canción, “El faro”, que no me salía, y ya la había escogido. La tenía trabada, musicalmente tenía la estructura de la letra, pero no encontraba la sonoridad, y es que lo quería más fuerte, más afro. Pensaba en el Morro, que está encima de una roca, representa el vigía de la ciudad, de La Habana, ¿no? Algo tan grande como eso requería fuerza, vuelo. Entonces pensé que debía tener un ritmo que bebiera de la raíz. Fue un tormento…Hasta que apareció y casi a las diez de la noche del día de vencimiento del plazo, entregué. Imagina, se lo entregué al custodio de Ojalá, le dije “por favor, que no se le olvide”, tensa, y él riendo me dijo que no me preocupara que a primera hora eso se iba a entregar. 

FIDELITO: “La luz es música”, Tanmy ganadora de la primera edición del Premio Ojalá de la Oficina de Silvio Rodríguez, musicalizando poemas de Rubén Martínez Villena. ¿Cómo te enteras?

TANMY: Antes de salir de la casa cogí un caracolito como amuleto, hay que tener una fuerza, hay que creer en algo… Y yo pienso que vengo del mar, de las aguas saladas, de todos los océanos; entonces cogí mi caracolito y le dije: ¡ay, dios mío, caracolito ayúdame, que pase al menos algo con mi música! Pero te juro que yo, ni pensar remotamente que iba a pasar nada, lo quería con fe pero no podía creer siquiera que fuera mencionada. Fui ese día con Nacho Vázquez, mi amigo, fotógrafo y el novio que tenía en ese momento. Mi padre me sorprendió pues tenía algo importante que no podía faltar y cuando lo vi allí, sentado, me dio una especial alegría.

Pues, de momento, comienza Silvio a hablar y a caracterizar el premio y los trabajos. A mí el miedo ya se me había quitado, tenía entonces como una calma… y cuando vi que dice “Tanmy”… me entró un nerviosismo y un llanto, es algo que no te puedo explicar, como que no podía creérmelo. ¡Lo deseaba tanto! 

FIDELITO: ¿Y a la hora concretar el disco?

TANMY: Muy agradable, mi primera experiencia en Ojalá. Bueno, lo primero: Silvio Rodríguez es un trovador tan grande… Desde niña escuchaba su música, el disco Días y flores me acompañó en mi crecimiento; todos los días antes de ir para la escuela nos despertaba mi papá con esas canciones. Uno va creando ídolos en la vida, era uno de mis grandes ídolos musicales, entonces llego con una motivación mayor. Imagina entonces lo que es tener un contacto directo, que ese trovador mayor hubiera escuchado mi música, que la hubiera valorado. Realmente fue por eso que me presenté en el concurso, porque no me gustan los concursos, los odio; pero, bueno, son necesarios. Cuando vi la convocatoria me dije: la única manera que tengo de que Silvio escuche mi música es compitiendo. Y lo logré. Por ello, ya ese fue el premio.

Después, llegar a Ojalá y concretar el disco con lujo de detalles. Llamé a Roberto Carcasés para que lo produjera porque es una persona que musicalmente me ha ido acompañando, lo conozco desde que tengo 17 años, que conoce mi música, pues muchas veces cuando he tenido una canción terminada lo he consultado para que la oiga y me diga. Por supuesto que él era la persona para producir mi disco. Silvio le dijo a Robertico: “Quiero que sea lo más parecido posible a lo que ella hizo, prodúcele lo que ella creó”.

Y así fue, se hicieron los lógicos arreglos pero sin salirnos del planteamiento inicial. En el estudio, Roberto grabó los pianos, luego tuvo que irse de viaje, y yo me quedé, grabando todos los violines y las voces. También participan Oliver Valdés en los drums, Adel González en la percusión, las congas y batas los puso Mauricio Gutiérrez, Carlos Ríos en el bajo, Efraín Ríos me grabó unos tres, Jesús Cruz (Jesusín) puso unas guitarras y unas armónicas, Julito Padrón en la trompeta que le puso una “bomba” tremenda, Niurka González hizo flautas, también Regis Molina.

Además, tuve la suerte de que el maestro Silvio cantara un tema conmigo, “La insuficiencia de la escala y el iris”, y sobre todo, que tuviera la paz, la paciencia de ayudarme en los momentos de poner la voz, porque a Villena había que abordarlo de una manera diferente a todo lo que yo había hecho anteriormente. La ansiedad que lleva mi juventud y mi manera tan activa de vivir, no lograba en ciertas canciones dar esa paz necesaria, esa calma, ese peso que llevaban ciertos versos… no es fácil meterse en la sabiduría que tiene esa poesía. Entonces si cantas una canción y la atropellas, o no le das el tempo, el sentimiento que lleva, la gente no recibe el texto como es; y eso fue una clase magistral que me dio a mí Silvio Rodríguez ahí en el estudio.

Dominando la escala, dominador del iris,

callarás en tinieblas la canción imposible.

Ha de ser negra y muda. Que a tu verso le falta

para expresar la clave de tu angustia secreta,

una nota, inaudible, de otra octava más alta,

un color, de la oscura región ultravioleta.

El proceso de grabación fue un taller de creación, de aprendizaje. Con la energía de los otros músicos logras que la música crezca, y estoy muy contenta: el disco tiene chachachá, danzón, tango, joropo, guaguancó, marcha… es un disco en esencia cubano y también de confluencia latinoamericana. Oliver Valdés, que fue quien puso también las misceláneas, me dijo contento “¡oye, esto tiene de todo!”

Me gusta que el disco te lleva por varios estados anímicos y sonoros; de repente puedes pararte en un tema y bailar casino fácilmente, con esos poemas. Me gusta que en la pieza “Paz callada”, que es un poema tan vigente, tan sincero, tan necesario, lo hice una marcha; tiene un aire como de fuga de Bach, pero debajo es una marcha, como un toque de guerra, para mí ese tema es un himno. Cuando yo lo oí quedé aplastada, qué palabras tan bien dichas, ese es el himno de mi disco.

También me estremecí al descubrir “Capricho en tono menor”, que es un tango, un derroche de erotismo: “la pantera negra de mi lujuria…” Cuando yo entré en ese verso quedé muerta, me decía “¡cómo es posible!”

Lo otro es que la poesía de Rubén no tiene forma definida, puede haber estrofas de cuatro versos, otra de cinco, otra de siete, entonces a la hora de poner en un ciclo musical estrofas tan diferentes unas de otras, no podía hacer una estructura que fuera homogénea; me vi entonces en la necesidad de jugar con versos, de repetir algo para encajarlo en la música, pero todo sin perder el sentido original, sino reforzando ideas, o sea que fue un rompecabezas. Después que terminé, lo fui a rectificar con personas que dominan la lengua española, para no cometer un error, y me dijeron que estaba bien, que esos recursos a los que había acudido estaban permitidos en una musicalización.

Fue un reto, una experiencia grande, este disco me hizo crecer mucho. Fue grabado por Olimpia Calderón, genial, la masterización de Víctor Cicard… ¡El diseño! de Yeniel Yoder, en base a ilustraciones nada menos que del maestro Fabelo… Me siento muy realizada con ese disco, creo que es la carta que me va abriendo los caminos, incluso en el mundo intelectual, donde ha tenido mucha aceptación.

El espectro visible tiene siete colores,

la escala natural tiene siete sonidos:

puedes trenzarlos todos en diversas canciones,

que tu mayor dolor quedará sin ser dicho.

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